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Venezolanos malviven mientras su gobierno gasta el dinero en proyectos populistas


En el poschavismo, hacer la compra, ir a trabajar o repostar gasolina son tareas de alto riesgo. ABC acompaña durante una jornada a una pareja venezolana



Lo primero que piensa Victoria Araujo al levantarse a las cinco de la madrugada, religiosamente de lunes a viernes, es que no la vayan a robar o secuestrar ese día. De camino a su trabajo, un trayecto de 16 kilómetros que le lleva hora y media por carretera desde la urbanización Alto Prado hasta el centro de Caracas, sortea los peligros conduciendo su coche preferiblemente por el carril rápido para que «no se me peguen los delincuentes motoristas y me atraquen».

Victoria y su esposo Arturo Chang cuentan cómo es su día a día a ABC, todo lo bueno y malo de vivir en la capital de Venezuela, una ciudad de más de cuatro millones de habitantes, a la que le queda poco de su antigua imagen etiquetada como la «sucursal del cielo» desde que la cambiaron por la isla de la «felicidad cubana» hace quince años.

Ella es una joven diseñadora gráfica de 40 años que trabaja en la revista «Estampas» de «El Universal» y está casada desde hace cuatro años con Artur o Chang, más conocido como el «Chino», un apodo atribuido a su apellido oriental, porque sus ojos verdes y redondos bien podrían delatar un origen muy distinto. Él es un ingeniero electrónico de 41 años que trabaja en la compañía Telefónica Movistar.

Clase media venida a menos
Arturo prefiere la moto porque así llega más rápido al trabajo, donde no tiene un horario flexible como el de su mujer. Cada uno gana un salario de 18.000 bolívares mensuales (300 euros) lo que suma un ingreso familiar de 600 euros, que es una cantidad relativamente suficiente para vivir una pareja de clase media sin hijos y sin otros agobios que los que ocasionan el desabastecimiento de alimentos y productos básicos, la inflación galopante que alcanza el 45 %, el cierre de numerosas empresas, el desempleo, la falta de viviendas para alquiler, la escasez de divisas, la inseguridad jurídica para las empresasl, la paranoia por la inseguridad y la violencia que el año pasado se saldó con más de 21.000 asesinatos.

Victoria tiene motivos para sentirse paranoica con la delincuencia. Desde las cárceles, los «pranes» ( jefes caudillos) ordenan seguir a potenciales víctimas para los «secuestros exprés». «Por esta razón no pongo mis datos ni mis fotos familiares en las redes sociales. La consigna es poner datos falsos para que los criminales no extorsionen». Venezuela ostenta récords mundiales nada envidiables como los niveles de la cor r upción, l a vi ol e nci a y l a f al t a de transparencia, de libertad de expresión y democracia. Presenta un retroceso e involución preocupante en materia de derechos humanos. Todos se preguntan si el país vive una dictadura maquillada o una caricatura de democracia.

La jornada oscurece temprano. Ya a las seis y media de la tarde es de noche y hay que encender las bombillas. Las ciudades se acuestan temprano como las gallinas al ocultarse el sol. Caracas parece una gran cárcel por las rejas que presentan las viviendas. La mayoría de los muros están protegidos por serpentinas de púas de acero o alambre eléctrico. El gasto en seguridad pesa mucho en los presupuestos de las comunidades.

Ropa de saldo
La factura de la comunidad de su edificio en Alto Prado la paga Victoria, aparte de la hipoteca de 5.000 bolívares (83 euros) y el mercado de 4.600 bolívares (76 euros). Los otros gastos de la casa los paga Arturo y así entre los dos equilibran el presupuesto familiar. «Antes compraba mi ropa en Zara, pero he dejado de hacerlo porque está sumamente cara por la inflación y el encarecimiento del dólar en el mercado paralelo. Ahora compro ropa en un sitio llamado Outlet SOS o cuando tengo la posibilidad de viajar al extranjero. Algo cada día más complicado», cuenta Victoria.

La carestía de la vida le ha hecho restringir los gastos de ocio y disfrute de los fines de semana. Su calidad de vida ha bajado con el régimen chavista. «Ya no vamos al cine, ni a restaurantes porque la cuenta de una cena de dos personas no baja de 2.000 bolívares (33 euros), sin contar vinos o licores. El otro día fui sola a ver una película tipo 3D y me costó 500 bolívares (8,33 euros), demasiado caro, ya no voy más al cine».

Pero lo más complicado de todo es el sobrevivir día a día. «Para comer como hace dos años tengo que recorrer ocho supermercados y tiendas a la semana hasta conseguir los productos básicasos y racionados como leche, azúcar, café, pollo, papel higiénico, arroz, aceite. Paso una hora en cada cola (son ocho horas a la semana). Tengo una red familiar. Si alguien consigue esos productos, entonces compra para la familia y luego los repartimos. Pero también en la oficina salimos corriendo cuando alguien nos avisa por el móvil de que hay papel higiénico en determinada tienda», cuenta Victoria.

Arturo hace todo lo que puede para que los bolívares le alcancen hasta fin de mes. Su imaginación y creatividad lo ha empujado a buscar otras fuentes de ingreso en su tiempo libre para redondear, como la de fabricar cerveza artesanal que ya está teniendo aceptación en restaurantes de lujo de Caracas .



Por tu obra, tu determinación y heroismo...



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