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Como alguna vez puntualizó Benjamin Franklin: además de la muerte y los impuestos, nada en este mundo está asegurado. Para una cantidad muy exclusiva de personas el tema de los impuestos resulta apasionante, pero la muerte – incluso cuando se bromea sobre ella – afecta profundamente y en toda una variedad de formas. Es por esto que investigadores de diferentes áreas abordan el tema desde sus perspectivas particulares.


A continuación presentamos cinco descubrimientos de investigaciones científicas – entre las que se incluyen estudios médicos, genéticos, bioquímicos, sociológicos y psicológicos – sobre los que quizá no has escuchado hablar.
 
1 – La carne humana en descomposición tiene un hedor dulce malsano.
Resulta complicado definir el olor de la muerte, pero la mayoría de las personas convergen en que es desagradable. Sin embargo, el hedor de la descomposición humana es algo muy complejo, pues implica la mezcla de más de 400 compuestos químicos volátiles.

Y compartimos varios de estos químicos con otras especies animales, pero un estudio reciente encontró que podrían existir cinco ésteres – compuestos orgánicos que reaccionan con el agua para la producción de alcohol y ácidos – que son exclusivos de los humanos; un número bastante moderado si lo comparamos con los 25 ésteres presentes de forma exclusiva en otras especies animales, como sapos y pájaros.
Lo más intrigante es que dichos ésteres también los producen las frutas, especialmente cuando empiezan a podrirse. Quién ya está familiarizado con el hedor, hablamos de personal forense y empleados funerarios, generalmente identifican el hedor como “dulce de forma enfermiza” cuando describen cadáveres. Ahora sabemos el por qué.
 
2 – Las uñas y los cabellos NO siguen creciendo.
Quizá conociste este mito aquí en Marcianos, o lo escuchaste en otra parte. Algunas personas tienen la creencia de que las uñas y los cabellos siguen creciendo tras la muerte – por lo menos durante algún tiempo. Esto generalmente termina evocando imágenes horrendas de cadáveres con una necesidad extrema de peluquero y pedicurista.

Esta idea probablemente se originó a partir de la observación del crecimiento de pelo y uñas en los difuntos, perotodo es una mera ilusión. La verdad reside en el hecho de que cuando una persona muere, su cuerpo se encoge por efecto de la deshidratación, por lo que uñas y pelo aparentan un mayor tamaño.
Aquello que consideramos cabello y uñas en realidad han estado muertos desde siempre: las únicas partes vivas son los folículos del pelo y la matriz de las uñas bajo la piel. Pero estos órganos necesitan de una regulación hormonal para producir cabello y uñas, eso sin hacer mención del suministro de ingredientes tales como las proteínas y los aceites que cesan tras la muerte.
 
3 – La extensión de un telómero predice la expectativa de vida.
Durante algún tiempo se creyó en la posibilidad de que nuestras células fueran inmortales y que si eran colocadas en las condiciones ambientales precisas, simplemente podrían seguir multiplicándose. Pero, como se descubrió en 1961, ese no es el caso: tras un promedio de 50 o 70 divisiones, simplemente se detienen. Diez años después una hipótesis fue llevada al campo de pruebas: los telómeros – secuencias repetidas de ADN al final de nuestros cromosomas – se acortan con cada división y, cuando se hacen lo suficientemente cortos, las divisiones cesan y las células perecen.

A partir de aquí comenzaron a surgir evidencias de que las extensiones de los telómeros pueden usarse para predecir la expectativa de vida de una persona, y esto no se limitó a los humanos. Sin embargo, no todos los investigadores están de acuerdo con esta hipótesis, y aún no queda claro si los telómeros más cortos son la causa del envejecimiento o sus consecuencias. Si realmente el tamaño de un télomero pudiera controlar el envejecimiento, sería posible manipularlo para incrementar la expectativa de vida de cualquier persona. Hasta ahora se sabe muy poco sobre los telómeros como para lograr eso, pero vale la pena mantenerse atentos.
 
4 – El miedo a la muerte disminuye con el tiempo.
Parece un poco raro pensar en que perdemos el miedo a la muerte a medida que envejecemos, pero estudios realizados en los Estados Unidos demuestran que es verdad. Un estudio encontró que las personas en sus 40 y 50 años expresan un mayor temor a la muerte que aquellos en sus 70 y 80 años. De forma similar otro estudio reveló que las personas en sus 60 años presentan menores niveles de ansiedad en relación con la muerte que las personas en la mediana edad (de los 35 a 50 años) y jóvenes adultos (con edades entre los 18 y 25 años).

Un tercer estudio sugiere que tras el pico de los 20 y tantos años, la ansiedad de los participantes en relación con la muerte empieza a decrecer. Para los hombres, la caída sucede cuando llegan a los 60 años, mientras que en las mujeres comienza a aparecer entre los 40 y 50 años.
Todos estos estudios también entrevistaron a personas de diferentes edades, pero fallaron en dar continuidad a las investigaciones con individuos a lo largo de sus vidas. Entonces, es posible que la relación entre la edad y la ansiedad relacionada a la muerte se vea impulsada por un efecto generacional: quizá aquellos tiempos terribles de la Segunda Guerra Mundial influyeron de una forma específica en la perspectiva de nuestros antepasados sobre la muerte.
 
5 – Pensar en la muerte nos hace prejuiciosos.
Piensa brevemente en las emociones que la idea sobre tu propia muerte provoca en ti. Anota aquello que crees que sucederá físicamente contigo cuando mueras. Estas mismas instrucciones fueron dadas a miles de personas a través de 200 estudios en los últimos 25 años.

Los resultados sugieren que pensar en la muerte – en comparación a pensar sobre cosas más cotidianas, o incluso en otras fuentes de ansiedad – hace a las personas más tolerantes en relación con los racistas, más duros en relación con las prostitutas, menos dispuestos a consumir bienes extranjeros e incluso hace que las personas liberales no apoyen tanto los derechos LGBT.
En palabras más simples, pensar en la muerte propia hace que busquemos una inmortalidad simbólica a través de nuestros hijos o grupos con los que nos sentimos identificados. Y existe más evidencia sobre esto: cuando se acercan a la muerte, las personas que no son religiosas son más propensas a creer en Dios o en la vida después de la muerte.