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¿Son los rasgos del psicópata fruto de un cálculo de costes beneficios según el ambiente social en el que se encuentra? ¿Se puede hablar, en un sentido contrapuesto, de un cúmulo de características fruto de una especial mutación genética? Parece difícil responder a ello, aunque razones hay para pensar en que ambos puntos de vista bien pueden explicar la existencia de personas que reúnan esta serie de rasgos que, según Hare, representan el 1% de la población mundial.
En un artículo de reciente publicación se sacaban a la palestra ambas perspectivas como uno de los retos que los profesionales de los diferentes ámbitos deberemos resolver en este siglo si queremos obtener mejores resultados a los conseguidos hasta ahora cuando se aborda la reintegración social del psicópata que ha cometido algún delito (Glenn, Kurzban,Raine,2011).





Así, los que sostienen la psicopatía como un modo de adaptación al medio social en el que se encuentran sostienen que los rasgos psicopáticos pueden ser beneficiosos en según que contextos para la supervivencia y el éxito en las metas que se marca (Buss, 2009). De ese modo, el arte del engaño le reporta una mayor capacidad para obtener recursos, capacidad para negociar con éxito, habilidades para persuadir a compañeros de trabajo, familiares, amigos, pareja...La labia y el encanto aparente le pueden reportar aliados en todos los estamentos sociales, y resultar atractivo para conseguir relaciones de pareja a corto plazo. La falta de empatía le ayuda a adoptar una actitud resiliente ante situaciones de estrés, habilidad para poder aprovecharse de los demás, ausencia de ansiedad, e incluso falta de remordimiento en caso de existir algún tipo de responsabilidad familiar. Su impulsividad le puede llevar a no dejar escapar las oportunidades que tiene. Su ausencia de miedo le ayuda a afrontar sus objetivos sin barreras subjetivas que lo limiten (Glenn,Kurzban,Raine,2011). Y así podríamos continuar con tantos otros rasgos propios de la psicopatía, y que bien pudieran incluirse en cualquier manual de éxito empresarial. Una sociedad en la que adoptar dichas aptitudes supone un beneficio directo en la vida del sujeto producirá entonces un mayor número de individuos con rasgos psicopáticos.

En el otro lado, los que apuestan en la psicopatía como una mutación genética abordan su propuesta en base a diferentes evidencias:


1. Que las anormalidades en el desarrollo neurológico tienden a aumentar el riesgo de psicopatía.


2. La contrastada correlación entre Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) y psicopatía en jóvenes. Así, se comprobó que, entre los jóvenes con rasgos psicopáticos, un 75% de los mismos habían sido diagnosticados con TDAH (Colledge & Blair,2001)


3. El especial modo en que los psicópatas llevan a cabo sus agresiones, con unos rasgos únicos que los diferencian del resto: se tratan de eventos planificados, depredadores y con un objetivo marcado de antemano.








Se hace difícil apostar por una u otra teoría, y solo los avances en los diferentes campos de estudio pueden determinar en un futuro próximo la balanza por una u otra. Así mismo, tampoco hay que descartar una sobre otra, ya que ambas teorías pueden convivir armoniosamente (puede haber sujetos determinados neurológicamente que, por las circunstancias sociales, no sacan a relucir su psicopatía, y viceversa). Lo que se debe determinar es de donde procede la fuerza con la que la psicopatía irrumpe en el caracter de una persona, y cuales son las posibilidades de reducir ese impacto negativo en nuestra sociedad. Si se comprueba que la teoría ambiental es la que tiene mayor peso, la apuesta debería ser social y no individual: construir un estado en el que los rasgos psicopáticos no tuvieran oportunidad de proporcionar beneficio alguno a aquel que los posee. En caso de encontrarnos con un trastorno o patología, se debería enfocar todo el trabajo en la modificación de los agentes patógenos individuales.






Salekin apuntaba hace una década una tendencia preocupante entre los terapeutas que trabajaban con psicópatas. Parecía existir la idea, más o menos consensuada, de que no había tratamiento posible para una persona con psicopatía. Son personas intratables, imposibles de reinsertar en la sociedad. Ello invadió de cierto pesimismo a los profesionales que debían trabajar con ellos, con el consiguiente efecto negativo que tiene la pérdida de esperanza sobre los posibles resultados. Según el autor, ello obedecía a tres causas (Salekin,2002):





1. El desacuerdo manifiesto a la hora de definir las características de la psicopatía

2. La etiología de la psicopatía no había sido comprendida

3. La escasez de estudios relevantes que expusieran los resultados obtenidos a través de los diferentes tratamientos llevados a cabo sobre personas con rasgos de psicopatía, así como el poco seguimiento que se le daba a estos tras su tratamiento.


Años más tarde, y como hemos podido ver con este primer paradigma inicial, son todavía muchas las dudas a resolver, y los retos que nos supone afrontar algo sobre lo que aún no parece existir un consenso claro.