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666: el número de la Bestia.
-Demoliendo el Apocalipsis-


A causa del cine y otras miserias hemos observado numerosos apocalipsis e incontables anticristos. Aquí nos proponemos demoler a ambos, es decir, aplastar de una vez por todas la idea del apocalipsis como realidad concreta, y, por supuesto, al número de la Bestia, el 666, basándonos justamente en el códice que los identifica: El libro de las revelaciones.


En el libro del apocalípsis, o Libro de las revelaciones, sólo se menciona una vez el número 666, señalando que se trata del número de la Bestia que sirve al Dragón, y luego se lo vincula con la Marca de la Bestia que llevarían impresa todos los seguidores del mal.

Ante todo, el 666 es tanto un número simbólico como una gematría, es decir, un juego críptico.


Si hablamos de símbolos, el 6 representa lo imperfecto, lo incompleto, por faltarle la unidad que podría constituirlo en el número 7, lo ideal y perfecto. Siguiendo este razonamiento, el 666 es sencillamente la imperfección absoluta. Pero si tomamos el 666 y lo desglosamos con las herramientas adecuadas pronto veremos que el apocalipsis no tiene ninguna relación con el futuro, sino con el presente de los primeros cristianos perseguidos.


Los Papiros de Oxirrinco han venido al rescate, confirmando que la primera versión del Apocalipsis de Juan no aparece el número 666, sino 616, detalle que puede enajenar a cualquier teólogo pero no al hombre de ciencia, ya que "traducir" el 666 es exáctamente igual que hacerlo con el 616, o con cualquier otro número misterioso.

Si traducimos la cifra 666 a una numeración romana nos da: DCLXVI. Este resultado es un acrónimo bastante conocido, que significa: Domitianus Caesar Legatos Xti Violenter Interfecit (Domiciano mató cruelmente a los enviados de Cristo), apuntando claramente al emperador Domiciano, último emperador de la dinastía Flavia y célebre cazador y asesino de cristianos. Si nos basamos en el 616 de la primera versión del apocalipsis simplemente debemos eliminar la L (legatos), por lo cual nos quedaría: Domiciano mató cruelmente a Cristo. La metáfora, como vemos, sigue intacta, y continúa denunciando a la misma persona.

Es notable ver como algunas figuras penetran tan profundamente en la psiquis colectiva, convirtiéndose en verdades incuestionables, cuando es el deber de todo hombre cuestionar absolutamente todo, y en particular las afirmaciones de los santos. Poco han hecho los hombres de fe por despejar nuestra mente, por el contrario, nos han azuzado desde sus púlpitos prometiéndonos toda suerte de calamidades y baños sulfúricos basándose explícitamente en el libro del apocalipsis. Pues bien, desde aquí abajo (demasiado abajo, dirán algunos) nos animamos a despreciar esta completa falta de criterio para examinar lo que a todas luces es una denuncia, una declaración, y jamás una profecía.


El número 666 (o 616) habla de una Bestia, pero no de un siniestro anticristo futurista, sino de un emperador y una sociedad que, acostumbrada a la tolerancia religiosa, se vio invadida por los cristianos, gente con buenas intenciones pero un tanto insistentes a la hora de exponerlas. Domiciano y Nerón, entre otros, fueron el anticristo, es decir, el rival de Cristo para los buenos cristianos que comenzaron a instalarse en Roma. Pensar otra cosa es descabellado, pero no imposible. Nuestra recomendación a quienes defiendan a capa y espada la posibilidad de un apocalipsis global es que se busquen otro libro sobre el cual construir sus pesadillas, pues el Libro de las Revelaciones, me temo, habla de otra cosa.


Por supuesto que los fundamentalistas cristianos podrían elaborar una última hipótesis, brutal, por cierto, pero basada en el mismo sistema que hemos aplicado para explicar el significado del número 666. El resultado de esta hipótesis demencial señala que el gran adversario, la Bestia y su número, son nada menos que internet.


En honor a la verdad, expongamos de qué trata esta interpretación.

Hace unos veinte años un grupo de arqueólogos trabajó en las márgenes del Mar Muerto, buscando indicios concretos de las ciudades de Sodoma y Gomorra, cuando dieron con los vestigios de una antigua cultura semítica. Se hallaron grabados misteriosos, símbolos identificables con la letra griega omega (Ω o ω), a los que luego le atribuyeron la pronunciación Uom. Este símbolo se repetía en incontables triunviratos, una especie de cacofonía lunática que repetía constantemente Uom, Uom, Uom. Si trasladamos esta curiosa letra omega al alfabeto hebreo (letra Waw, con la que mi teclado se niega sistemáticamente, pero que podríamos definir como un seis invertido, o 9), y luego lo traducimos al latino, nos da una constante y concreta W. Razón por la cual algunos analistas desquiciados afirman que el número 666 significa WWW, es decir, World Wide Web.


Demoler una historia no es sencillo, y mucho menos si esa historia tiene casi 1.800 años horadando el imaginario colectivo. Predecir el fin del mundo es sencillo, así como es sencillo predecir el nacimiento de una estrella o el colapso de una supernova. Son cosas que sucederán eventualmente. Pero torcer las intenciones de un texto, pensado para denunciar el genocidio cristiano por parte de la aristocracia romana es, por lo menos, excesivo.


Algún día el mundo terminará, pero antes terminaremos nosotros. Moriremos, y, con el tiempo, morirán todos los que nos han conocido, y luego todos los que alguna vez escucharon nuestro nombre. Razón por la cual no vale la pena aferrarse a presagios macabros que nunca existieron. El único apocalipsis que realmente importa es el que obnubila la mente de los hombres, el que oscurece la razón y esgrime profecías allí donde nunca las hubo. Es nuestro deber como seres humanos plantarnos frente a cualquier deidad o zarza ardiente del desierto y cuestionarle absolutamente todo, tanto los apocalipsis imaginarios y tendenciosos, como los que día a día vislumbramos en la mirada aturdida de muchos.