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Durante años, el NKVD soviético interrogó a dos personajes clave del entorno de Adolf Hitler, capturados tras la caída de Berlín: Otto Günsche, su ayudante personal, y Heinz Linge, su ayuda de cámara. El resultado -una minuciosa reconstrucción del entorno más privado del Führer- se pasó a Iósif Stalin. Ahora, ese texto secreto, 'El informe Hitler', editado por Henrik Eberle y Matthias Uhl, se publica en España por Tusquets.


Hitler, en el salón de la casa Wachenfeld, en el Berghof

Otoño de 1942. El coche del piloto de Himmler, el comandante de las SS Schnäbele, cayó en una emboscada tendida por la resistencia. En el coche viajaban Schnäbele, otro oficial de las SS y dos mujeres rusas, a las que querían llevar a su cuartel. El piloto de Himmler y el oficial de las SS murieron a manos de los partisanos (...).

Himmler informó a Hitler y éste ordenó masacrar a los habitantes de las aldeas vecinas al lugar de los hechos, todos inocentes. Una unidad de Himmler se encargó de llevar a cabo las ejecuciones de los civiles rusos. En el curso de éstas se desarrollaron escenas dramáticas. A las mujeres que pedían clemencia las golpeaban con las culatas de los rifles y luego las mataban de un balazo. A los niños que se aferraban a sus madres los separaron por la fuerza y los asesinaron delante de ellas. Los cadáveres de aquellos hombres, mujeres y niños fueron arrojados a fosas previamente excavadas. Los soldados de las SS de la guardia personal de Hitler se desplazaron expresamente desde Vinnitsa para presenciar esta orgía de venganza.

Al día siguiente de su llegada al cuartel general de Vinnitsa, Hitler recuperó su triunfalismo. A Linge le ordenó traer un juego de escritorio, un estuche de dibujo, un atlas, una lupa y un mapa de los recursos naturales de Rusia.

Estaba muy excitado. Señaló la ciudad de Rostov y se dirigió a Schmundt, su ayudante personal:

-En efecto, Schmundt, una vez que hayamos hecho nuestras estas tierras, ya no tendremos que preocuparnos más acerca del destino de la guerra.

El dedo de Hitler se desplazó hasta indicar el Cáucaso:

-Y de aquí nos llevaremos el petróleo que tanto necesitamos.

Con el mismo dedo dibujó un círculo alrededor de la ciudad de Astrakán, situada a orillas del mar Caspio:

-Aquí cortaré el nervio vital de Rusia, eso será el final -dijo Hitler recalcando de manera especial la palabra final (...).

Depresión por Stalingrado



Febrero-verano de 1943. La aniquilación del 6º Ejército en Stalingrado tuvo sobre Hitler unos efectos terribles. Ya no podía subsistir sin las inyecciones estimulantes que le proporcionaba Morell, su médico personal, que se las inyectaba cada dos días después del desayuno. Ello le provocó espasmos estomacales de origen nervioso. Hitler tuvo que guardar cama durante varias jornadas a causa de los fuertes dolores que sufría. Linge, que le suministraba el opio recetado por Morell, tenía que presenciar cómo Hitler se retorcía de dolor.

Los ataques de irritación nerviosa se hicieron más frecuentes. Hitler a veces creía que el cuello de su camisa era demasiado estrecho y que le obstaculizaba la circulación de la sangre. Otras veces pensaba que los pantalones le iban demasiado largos. Se quejaba de picores. En todas partes (en el agua del excusado, en el jabón, en la crema de afeitar o en el dentífrico) sospechaba la presencia de veneno y ordenaba hacer análisis detallados. También había que examinar el agua con la que se cocinaban sus alimentos. Hitler se mordía las uñas y se rascaba las orejas y la nuca hasta hacerse sangre.

Para remediar su insomnio tomaba toda clase de somníferos. Le calentaban la cama con mantas y almohadillas eléctricas. A Hitler le costaba respirar. Por esta razón exigió instalar en su dormitorio una bombona de oxígeno, de la que inhalaba con frecuencia.

También ordenó mantener la temperatura de sus habitaciones a doce grados. Creía que las temperaturas bajas tenían sobre él un efecto refrescante. Los asistentes a las conferencias informativas solían abandonar la habitación a causa del frío e iban a calentarse a otros lugares del búnker.

Hitler ya casi no abandonó su refugio. Sólo por las mañanas, antes de tomar el desayuno, sacaba a pasear durante diez minutos a Blondi, su perra pastor alemán, que no se apartaba nunca de su lado. El animal, enorme y adiestrado, sólo le obedecía a él, mientras que gruñía a todos los demás. Blondi vigilaba a Hitler día y noche, e incluso en las reuniones permanecía tumbada a sus pies.

Tras el almuerzo del mediodía, Hitler se estiraba vestido en la cama y permanecía allí hasta la llegada de la noche. Entonces acudía a la sesión informativa nocturna que se celebraba diariamente a las nueve de la noche. Después de la sesión solía quedarse otro rato en la estancia jugando con Blondi y una pelota. Le divertía que el animal se sentara sobre sus patas traseras y, como un conejo, devolviera la pelota con las patas delanteras estiradas. Hitler le ordenaba:

-¡Venga, Blondi, haz el conejo!

A medianoche, Hitler pedía a Linge que le pusiera discos con música relajante, como ya había hecho en su cuartel generalcuando comenzó a distanciarse de sus generales.

Göring no tenía escrúpulos para aprovecharse del estado de ánimo de Hitler en beneficio propio. Con esta táctica quería lograr un lugar destacado entre los que rodeaban al Führer. Éste, por su parte, que detestaba a los generales, buscó la cercanía de Göring.

A la hora del desayuno, Hitler comentó a Linge:

-Hoy voy a almorzar con el mariscal del Reich. Habría que cocinar algo especial para él. Por ejemplo, su plato favorito, pollo asado, y de postre, bizcocho de manzana. (...)

Al servicio de las damas

Eva Braun acostumbraba ver junto a sus amigas películas en color americanas en la bolera. Cuando retornaban al salón, junto a la gran sala en la que se hallaba Hitler, llamaban su atención con sus risas y conversaciones en voz alta. Con ello querían darle a entender que "ya estaba bien de guerras", que ya era hora de que les dedicara su atención. Junto a ellas llegaban también Negus y Stasi, los cachorros de Eva Braun, y se revolcaban por el suelo.

Hitler se presentaba ante las damas. Su faz tenebrosa se aclaraba por momentos. En la vecina gran sala, los ordenanzas encendían el fuego de la chimenea. El dictador, Eva Braun, la hermana de ésta, Gretl, la dama de compañía de Eva, la señorita Kastrup, las amigas de Eva, Morell, Hoffmann, Dietrich, Brandt, Bormann, los ayudantes y las secretarias volvían a reunirse allí. Hitler se sentaba junto a la chimenea, al lado de Eva Braun. Las mujeres formaban grupos, sentadas o recostadas en los sofás y los pesados sillones de felpa que formaban un semicírculo en torno al fuego.

De esta manera discurrían lo que se conocía como las tardes del té. Los ordenanzas servían champán, licor, té, café y un refrigerio. Eva Braun estaba sentada con las piernas encogidas y tocada con una gorra de piel. En presencia de Hitler guardaba silencio y prefería escuchar mientras sus amigas charlaban sobre la película que acababan de ver. Hitler pidió a Günsche que le alcanzara el catálogo de los discos.

En el gran armario de la pared había miles de discos. En el Obersalzberg, Hitler prefería música ligera. Siempre escuchaba las mismas operetas de Lehár y Suppé. La conclusión de la velada era invariablemente la obertura de La viuda alegre. Hitler podía escuchar discos hasta las dos o las dos y media de la madrugada. Sólo entonces se retiraba a sus habitaciones privadas. Eva Braun, por lo general, se acostaba más temprano.

Bormann se tornaba irreconocible cuando Hitler abandonaba la estancia. En su presencia, Bormann aparentaba estar sobrecargado de trabajo. Pero en cuanto Hitler se retiraba, el otro se quitaba la máscara y se llevaba a todo el grupo a celebrar un festín en su mansión. (...)

La mujer le ha dado 11 hijos a Bormann y le es servilmente sumisa. Él la ha obligado a aceptar el hecho de convivir con la amante de su esposo bajo el mismo techo. (...)

En cama tras el atentado de julio

Agosto de 1944. A comienzos de agosto de 1944, el estado de salud de Hitler empeoró. Los mareos se agravaron. Se le recomendó guardar cama durante dos semanas. (...)

Hitler recibía los partes de guerra postrado en su lecho. Pasaba las tardes en compañía de sus secretarias, que se reunían en torno a la cama del enfermo. En aquellos días se desató una lucha por el poder entre los facultativos del Führer. Brandt y Hasselbach, los médicos y cirujanos que lo estaban tratando, rechazaban los métodos empleados por Morell. Le reprochaban haber saturado de estricnina el organismo de Hitler, lo que, en su opinión, había propiciado el creciente deterioro del paciente.

El doctor Giesing, otorrinolaringólogo de Gizyckp que había tratado los tímpanos de Hitler a raíz de la explosión, se puso abiertamente del lado de Brandt y Hasselbach. La disputa llegó a oídos de Hitler. Morell, evidentemente, se impuso, porque con sus estimulantes y sus sedantes se había hecho imprescindible para el Führer. Hitler despidió a Giesing. Brandt y Hasselbach fueron sustituidos. En su lugar, Himmler le envió a su propio médico personal, el teniente coronel de las SS Stumpfegger.

Hitler, por entonces, necesitaba con urgencia un tratamiento dental. Su dentista, Hugo Blaschke, que lo había visitado durante años, fue requerido en el cuartel general. Blaschke tenía una consulta privada en la Kurfürstendamm de Berlín y militaba en el Partido Nacionalsocialista. Antes de 1939, Hitler lo había convertido en catedrático. Durante la guerra había sido ascendido a general de brigada de las SS. De manera regular acudió a la cancillería del Reich, al palacete del Berghof [en los Alpes alemanes] y a la Guarida del Lobo [base militar del Este, en Rastenburg, Prusia del Este, actualmente Polonia] para ocuparse de las dentaduras de Hitler, Eva Braun y los colaboradores del estado mayor personal. El oro que Blaschke usaba para los empastes lo obtenía de las existencias de la dirección nacional de las SS. La Gestapo lo había extraído de los prisioneros. Ese mismo organismo, además, recibía coronas y dientes de oro y puentes extraídos a los prisioneros de guerra rusos en los campos de concentración. Esta práctica había comenzado en 1944, siguiendo una instrucción secreta de Himmler, que cumplía de esta manera con una petición urgente de Hitler.

A mediados de agosto, después de dos semanas de guardar cama, los médicos habían logrado recuperar a Hitler hasta el punto de que éste estaba en condiciones de participar otra vez en las conferencias diarias. Sin embargo, todavía estaba muy pálido y le costaba esfuerzo mantenerse de pie. Bajo los ojos se le dibujaban sombras oscuras. La mano izquierda le temblaba con fuerza. Aún llevaba vendado el brazo contusionado a raíz de la explosión. Además caminaba más encorvado que nunca. (...)

'Blondi' se aparea

Hitler había invitado a la señora Trost al Berghof porque quería aparear a su perra Blondi con el perro de ella. El apareamiento se produjo mientras Hitler estaba en la reunión informativa en la que Guderian había informado sobre la situación en el frente oriental y donde se había deliberado acerca de la evacuación de las mujeres y de los niños de Prusia oriental.

Cuando la reunión llegó a su término, Hitler, acompañado de Linge, volvió al búnker y le preguntó a éste si se había producido el apareamiento.

-Sí, mi Führer, se ha cumplido con el acto de Estado -respondió Linge con buen humor.

-¿Qué tal se ha portado Blondi?

-Ambos se han comportado como novatos.

-¿Qué quiere decir con eso?

-Los dos han acabado por los suelos.

Hitler se echó a reír. El apareamiento de Blondi con el perro de la señora Troost fue todo un acontecimiento en el estado mayor de Hitler. Blondi era para Hitler algo especial. Nadie se atrevía a tocarla. Nadie estaba autorizado a darle de comer. Blondi sólo comía en compañía de Hitler. Cuando en 1943 el animal contrajo una enfermedad contagiosa, fue llevada a la clínica veterinaria privada del doctor Dopfer en Múnich, Rottmannstrasse, 1. Hitler hizo enviar a la clínica huevos, carne y manteca para la perra.

De Múnich llegaba cada mañana por vía telefónica un boletín médico con el estado de salud del animal, que Linge tenía que leer a Hitler en primer lugar. El Führer se mostraba muy preocupado cuando el boletín no era muy halagüeño. Le resultaba más fácil confirmar una sentencia de muerte para un oficial del frente condenado por derrotista que recibir malas noticias sobre el estado de salud de su Blondi.

La hora final

30 de abril de 1945. Los ojos de Hitler, que antaño habían despedido fuego, estaban ahora apagados. Su cara tenía un color terroso. Bajo los ojos tenía oscuras ojeras. El temblor de su mano izquierda parecía haberse extendido a la cabeza y a todo el cuerpo. Las palabras salían casi sin voz de su boca:

-He ordenado que se me queme después de mi muerte. Encárguense ustedes de que mis instrucciones se cumplan con exactitud. No quiero que mi cadáver sea llevado a Moscú y exhibido en un gabinete de curiosidades.

Con gran esfuerzo, intentó algo parecido a un gesto de despedida y dio media vuelta. Baur y Rattenhuber lanzaron un grito. Rattenhuber quiso agarrar la mano de Hitler, pero éste lo esquivó y desapareció detrás de la puerta de su despacho.

Con gestos mecánicos, pero a toda prisa, Günsche se dedicó a la tarea de ejecutar la orden impartida por Hitler y Bormann en cuanto a la quema de los cadáveres de Hitler y Eva Braun. Llamó por teléfono al chófer de Hitler, Kempka. Éste estaba instalado en el búnker situado al lado de la cochera de la cancillería del Reich, junto a la Hermann-Göring-Strasse. Günsche le ordenó a Kempka que trajera de inmediato diez bidones con gasolina al búnker del Führer y que los dejara preparados junto a la salida de emergencia que daba a los jardines. (...)

Eva Braun dejó pasar dos o tres minutos antes de abandonar la habitación de Goebbels. Con paso lento se dirigió al despacho de Hitler. Pocos minutos más tarde salió Goebbels y se dirigió al salón de reuniones, donde entretanto se habían reunido Bormann, Krebs, Burgdorf, Naumann, Rattenhuber y Axmann.

Sólo habían transcurrido unos cuantos minutos cuando Linge volvió a presentarse en el refugio de Hitler. Delante de la puerta acorazada abierta que daba a la antesala del salón de reuniones estaban de pie Günsche y el teniente de las SS de servicio, Frick. Faltaban unos pocos minutos para que dieran las cuatro de la tarde. Cuando Linge pasó por delante de Günsche comentó:

-Creo que ahora ya ha acabado todo -y entró apresuradamente en el vestíbulo.

Una vez en el interior pudo oler un tufo de pólvora, como suele haber cuando se efectúa un disparo. Linge volvió a dirigirse a la antesala del salón de reuniones, donde se encontró inesperadamente con Bormann. Éste, con la cabeza gacha, estaba de pie junto a la puerta que daba a la estancia y se apoyaba con el brazo en la mesa. Linge informó a Bormann de que en el vestíbulo de Hitler olía a pólvora. Bormann se incorporó y, junto a Linge, acudió deprisa al despacho de Hitler. Linge empujó la puerta y entró junto a Bormann. A los dos se les ofreció el panorama siguiente: a la izquierda del sofá aparecía Hitler, sentado. Muerto. A su lado se veía, también muerta, a Eva Braun. En la sien derecha de Hitler se podía observar una herida del tamaño de una pequeña moneda, y sobre su mejilla corrían dos hilos de sangre. En la alfombra, junto al sofá, se había formado un charco del tamaño de un plato. La pared y el sofá también estaban salpicados con chorros de sangre. La mano derecha de Hitler descansaba sobre la rodilla, con la palma mirando hacia arriba. La mano izquierda colgaba inerte. Junto al pie derecho de Hitler había una pistola del tipo Walther, calibre 7,65 mm. Al lado del pie izquierdo, otra del mismo modelo, pero del calibre 6,35 mm. Hitler vestía su uniforme militar gris y llevaba puestas la insignia de oro del partido, la Cruz de Hierro de primera clase y la insignia de los heridos de la Primera Guerra Mundial (condecoraciones que había llevado habitualmente en los últimos días). Además llevaba puesta una camisa blanca con una corbata negra, un pantalón de color negro, calcetines y zapatos negros de cuero.

Eva Braun estaba sentada en el sofá con las piernas encogidas. Sus zapatos claros con tacones altos estaban en el suelo. Sus labios estaban apretados. Se había envenenado con cianuro.

Bormann salió a la antesala para llamar a los soldados de las SS que debían llevar los dos cuerpos sin vida al jardín. Linge trajo de la antesala las mantas que allí había dispuesto para envolver a Hitler. Una de éstas la extendió en el suelo del despacho. Con la ayuda de Bormann, que ya había vuelto, Linge colocó el cuerpo aún caliente de Hitler en el suelo y lo envolvió con la manta.

Günsche corrió a la sala de juntas. Abrió la puerta de manera tan abrupta que hizo estremecerse a Goebbels, Krebs, Burgdorf, Axmann, Naumann y Rattenhuber, que se hallaban de pie alrededor de la mesa. Günsche exclamó:

-¡El Führer ha muerto!

Todos se abalanzaron hacia la antesala.

Linge salía del despacho en ese preciso momento, cargando el cadáver de Hitler. Le seguían los soldados de las SS Lindloff y Reisser. Por debajo de la manta asomaban los pies de Hitler con sus calcetines negros y sus zapatos. El cadáver fue trasladado, pasando por la antesala del salón de reuniones, hacia la salida de emergencia y los jardines. Goebbels, Burgdorf, Krebs, Axmann, Naumann, Günsche y Rattenhuber, que aún continuaban de pie en la antesala, levantaron el brazo para el saludo.

A continuación salieron del despacho de Hitler Bormann y, detrás de él, Kempka, llevando en sus brazos el cuerpo de Eva Braun. Goebbels, Axmann, Naumann, Rattenhuber, Krebs y Burgdorf siguieron el cadáver de Hitler hacia la salida de emergencia. Günsche se acercó a Kempka, recogió el cadáver de Eva Braun, que seguía sin haber sido envuelto en ninguna manta, y lo llevó hacia la salida de emergencia. Eva Braun desprendía un penetrante olor a cianuro.

fuente:http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Hitler/cerca/elpepusocdmg/20080518elpdmgrep_2/Tes