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La adolescencia comprende una serie de cambios evolutivos decisivos que culminan con el desarrollo individual, y deben garantizar la adaptación a corto, medio y largo plazo de la persona.



Todos la recordamos como una etapa especialmente intensa emocionalmente, con muchos altibajos, en la que nos sentíamos incomprendidos… sin embargo, hay que estar atento para diferenciar si detrás de todos estos cambios emocionales no se esconde una depresión.



Está triste, enojado, o salta por todo.
Ha perdido el interés en hacer las cosas que antes le gustaban.
Come mucho más o mucho menos que antes, y eso se refleja en su peso.
Sus hábitos de sueño han cambiado: tiene insomnio, o se pasa durmiendo todo el día.
Parece agitado, o por el contrario, aletargado.
Está cansado todo el día.
Se siente culpable o inútil.
Le cuesta trabajo concentrarse, pensar y tomar decisiones.
Ha manifestado alguna idea suicida, o ha intentado autolesionarse.



Las hormonas y el propio desarrollo le estén jugando una mala pasada.
Sin embargo, hay que tener las vías de comunicación abiertas con el adolescente, para saber si ha pasado por algún acontecimiento especialmente estresante: la muerte de algún ser querido, el primer desamor, problemas con su círculo de amigos, malas notas, conflictos en la familia o en el instituto…



Si no encuentras la causa, o si a pesar de haberla eliminado o controlado el estado de ánimo sigue bajo, lo ideal es acudir a terapia, desde donde se llevará a cabo una evaluación e intervención personalizada, destinada a dos objetivos primordiales: mejorar el estado de ánimo (y con ello, la depresión), y soltar al mundo a una persona adaptada, feliz, y con las herramientas necesarias para enfrentarse a la vida.