Me encuentro pobre, sin mucho que ofrecer...
Estoy pobre por haberme empeñado,
y aunque este ha sido el mejor negocio,
del que bien conseguí vastas riquezas,
un fructífero intercambio no empaña,
la siempre urgente pulsión de otras nuevas.
Ante renovados paisajes,
mi alma y mi cuerpo quieren regalarse,
hasta que recuerdan ser, completos,
propiedad que mucho antes alguien ya pagase.
Qué inoportuno y seco el deseo al saberse ajeno
y tener que negar gran multitud de sueños.
Sueños o burdas fantasías, lo mismo da,
si se trata siempre de momentos fugaces de eternidad.
Pues se trata de historias,
relatos que algún día serían dignos de contar
a algún curioso nieto ansioso por embarcar.
El del renunciamiento vuelve,
cada vez, como nuevo aprendizaje:
decisiones algo forzadas,
anulaciones de posibles parajes;
sacuden seguridades.
Sacuden, como fuertes oleajes, aquello que siento,
y esto se arraiga siempre que finjo ignorar
cuando en verdad sé, también, que miento.