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La importancia de respetar la verdad histórica.








A todos los jóvenes
que luchan sinceramente
por conocer la Verdad




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Referencias al pie del post.

Hace muchos años leí un libro titulado Las mentiras del mundo moderno. Allí, con documentos en mano, se puede ver –al menos sobre algunos temas puntuales– cómo los grandes medios de comunicación de nuestra sociedad constantemente tergiversan los datos que manejamos. Una de las mayores falsificaciones de nuestros tiempos es la relativa a los hechos históricos. Si tu carrera te lleva por los senderos de la historia, la sociología, el magisterio, etc., es muy probable que topes con muchas afirmaciones que no son verdaderas. Esto representa un enorme daño para tu formación y para tus futuros alumnos.


1. Manipular la historia

Tergiversar la historia, ¿por qué o para qué? Por motivos ideológicos, ante todo. A veces los datos han sido modificados para crear opinión pública. Así, por ejemplo, las leyendas contra la labor de España en tierras americanas (que pasó luego a la posteridad como la leyenda negra por antonomasia) fueron creadas, en gran parte, por los enemigos de la corona española –principalmente sus enemigos ingleses y sobre todo la francmasonería– para suscitar el consenso internacional contra España. Con el tiempo las leyendas pasaron a ocupar un lugar importante en los programas de estudio de nuestras escuelas laicas, e incluso de las católicas.

En muchos casos, estas leyendas negras han formado parte de campañas denigratorias contra la Iglesia católica y contra aquellas instituciones civiles o políticas que la han apoyado en alguno momento de su historia. Es el caso de la España católica del siglo XVI.

La tergiversación también ha tenido como móvil intereses de orden político. Suele decirse que la historia la escriben los vencedores. Tiene esto algo de verdad; aunque no es toda la verdad, pues la historia a veces se escribe mientras se combate y precisamente como una de las armas más útiles para alcanzar la victoria. Al menos la victoria política y militar; nunca la victoria moral que sólo puede conseguirse con la verdad. Pero ¿a cuántos políticos, sociólogos e ideólogos, puede importarle una victoria moral? Así pasó con nuestra propia historia, por lo cual el mismo Juan Bautista Alberdi acusaba a los liberales argentinos de haber desfigurado la historia. Y lo confiesan algunos de ellos, como Mitre cuando le escribe a Vicente López: “usted y yo hemos tenido... la misma repulsión por aquellas [figuras históricas] a quienes hemos enterrado históricamente”. Y Sarmiento le escribía al general Paz al ofrecerse su libro “Facundo”: “Lo he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio [propósito] a veces, para ayudar a destruir un gobierno y preparar el camino a otro nuevo”°1. A confesión de parte... relevo de pruebas.

Las “inexactitudes a designio”, los “entierros históricos” de las grandes figuras... Es triste saber que nuestra historia está plagada de mentiras y falsificaciones.

¿Qué intereses pueden seguirse de una adulteración del pasado? Muchos. El más importante es el dominio del presente y del futuro. “La historia de lo que fuimos explica lo que somos”, escribía Hillaire Belloc. Si cambio la historia te oculto, entonces, lo que realmente eres; y si no sabes lo que eres, serás lo que yo quiero que seas. Si cambio –en tu mente al menos– tu pasado, puedo hacerte guerrear contra tu padre y tu madre haciéndote creer que son tus enemigos. Puedo hacerte odiar a tus benefactores y puedo lograr que me beses las manos lleno de gratitud a pesar de que soy el ladrón que te ha lavado el cerebro.

No es de extrañar que el manejo manipulador de la historia se haya convertido en una de las armas más poderosas en la mentalización de las generaciones. Porque con la historia puedo hacerte amar lo que en realidad es odioso y hacerte odiar lo que es amable. Con el dominio de la historia (de la historia escrita y la historia contada) puedo, como hace en nuestros tiempos la New Age, dibujarte un Jesucristo diabólico y un diablo benefactor de la humanidad; puedo presentarte un paganismo idílico perseguido por una Iglesia tiránica; puedo hacerte creer que quienes te trajeron la fe sólo querían tu sangre y tu oro; puedo vestirte de piratas a los misioneros y angelizarte los tiranos. El marxismo entendió muy bien el poder destructivo de esta manipulación cultural; especialmente a partir de un hombre tan inteligente como intelectualmente pervertido como fue Antonio Gramsci, el ideólogo de la revolución cultural. De todos modos, no es un descubrimiento suyo, como podrás ver si tienes en cuenta las leyendas negras de la antigüedad.

Mucho se ha hablado de la inquisición, de las cacerías de brujas, de los genocidios de América, de la persecución contra el paganismo, de la fiebre española del oro, de las idílicas situaciones de los indígenas americanos. No salta así de los documentos, ni de los testigos contemporáneos a los hechos, y en muchos casos ni siquiera de las declaraciones de las mismas “víctimas”.

Por eso, debes siempre mirar quiénes dicen las cosas; debes observar qué móviles pueden tener, qué tajada sacan con sus afirmaciones. Y nunca escuches una sola campana. Investiga y estudia.

Digamos, de paso, que tampoco hacen un gran servicio quienes se defienden de las leyendas negras haciendo exaltaciones indebidas de lo que aquellas denigran. Se comprende su dolor y las motivaciones que pueden llevarlos a reivindicar lo que los falsarios han pisoteado indecentemente. Pero no prestan un auténtico servicio a la verdad si no se pone de manifiesto toda la verdad. Hay casos, indudablemente, en que se han tejido en torno a una situación histórica, una institución o algunos personajes, patrañas injuriosas sin ninguna base de verdad. Pensemos simplemente en las acusaciones contra Jesús, repetidas a lo largo de la historia contra muchos santos y héroes. Pero en muchos casos no nos encontramos con una tal pureza de doctrina o de vida. El mismo Señor predijo que en su campo encontraríamos mezclado el trigo con la cizaña. Si a los que falsifican la historia pretendiendo que creamos que todo ha sido cizaña los enfrentamos diciendo que todo ha sido trigo o que la cizaña ha sido casi inexistente, no haremos buen servicio ni a la historia ni a nuestra credibilidad.

Yerros ha habido muchísimos, como puede esperarse de una urdimbre tejida por seres de carne y hueso, con pasiones no controladas y muchas veces con pasiones vergonzosas (y no solo de lujuria hablo sino de injusticia, de envidia y de codicia). Ha habido abusos por parte de los que han sido fundamentalmente buenos y justos pero no completamente buenos ni justos. Tengamos presente que muchos han sido los santos; pero nunca los santos han sido “la mayoría” de una generación.

Hay casos en que las cosas que se critican han sido en realidad errores involuntarios o decisiones equivocadas de personas que no sabían que estaban equivocadas y por tanto debemos juzgarlo con justicia: es involuntario (por tanto no lo imputaremos a su autor material) pero es un error. En muchos otros casos, las cosas que hoy en día nos escandalizan no podían comprenderse todavía en su tiempo o no repugnaban la sensibilidad de su siglo como ocurre, tal vez, en el nuestro. Los más grandes hombres han sido hijos de su época; no los podemos juzgar con todos los criterios que nos ha costado sudor y lágrimas alcanzar con el paso de décadas y siglos. No juzguemos a un hombre del siglo V o del siglo XIII o del XVI con la mentalidad de un hombre del siglo XX, en aquellas cosas que dependen mucho de circunstancias temporales o culturales, como puede ser el caso de las ideas que tuvieron muchos de nuestros antepasados sobre fenómenos como la esclavitud, el derecho de guerra, la libertad de opinión, y otros fenómenos por el estilo. ¡De todos modos, no debemos creernos muy sensibles en una época en que denigramos la esclavitud del pasado al mismo tiempo que aceptamos esclavitudes modernas más graves y más extensas que las del pasado, como la de la prostitución o la droga o las opresiones económicas que sumergen a pueblos enteros en la injusticia y la miseria; o vituperamos las matanzas y las guerras de la antigüedad tapándonos los ojos ante genocidios diarios como el del aborto, las “limpiezas” étnicas y los exterminios religiosos, etc.! Pero tampoco vamos a justificar ninguna perversión del pasado porque se realice en el presente, ni una degeneración del presente porque “siempre hayan ocurrido cosas así”. La verdad siempre será verdad, la mentira siempre será mentira, la injusticia jamás deberá ser justificada.

Así y todo debemos ser conscientes de que se puede llegar con la razón a muchas verdades que pertenecen –al menos secundariamente– al derecho natural; y por eso podemos suponer cierta culpabilidad en muchos juicios erróneos del pasado. No podemos entonces excusarlos. Pero tampoco podemos acusarlos como lo haríamos con nuestros contemporáneos.

Quisiera mencionar un par de escritos que me han impactado de modo muy particular sobre el modo de realizar un trabajo de seriedad histórica. El primero de ellos tiene como centro los debates sobre el fraile Bartolomé de Las Casas. Como es sabido, la leyenda negra antiespañola le debe mucho. Los enemigos de España y de la Iglesia ponen a Las Casas por las nubes; sus detractores lo acusan de paranoico, inventor de calumnias e infamador (algunos de ellos –no todos– salvando su intención, diciendo que él mismo se creía las cosas que inventaba y lo llevaba a forjarse tales historias un sincero amor por los indígenas americanos). Un documento que me resultó muy luminoso fue la carta dirigida desde Taxcala en 1555 al emperador Carlos V por una persona de probidad indubitable; me refiero al contemporáneo de De Las Casas, Fray Toribio de Benavente, conocido en nuestra América como Fray Toribio Motolinía°2, personaje amadísimo por los indígenas mexicanos (fueron ellos quienes le llamaron Motolinía que en su lengua significa Pobre, y que desde entonces él adoptó como nombre propio). Su carta tiene un valor excepcional, pues pocos años antes (1541) había dedicado al mismo destinatario una maravillosa obrita titulada “Historia de los indios de la Nueva España”, donde no tiene reparo en denunciar –toda vez que es necesario– abusos por parte de españoles y no españoles, y poner las cosas en su lugar (uno de cuyos capítulos lo titula precisamente: “De algunos españoles que han tratado mal a los indios, y del fin que han habido”); como también hace en esta carta al Emperador, que no son todas alabanzas y defensas, sino “puestas a punto”. No se trata por tanto de una persona de intereses creados a favor de los conquistadores. Pues bien, en esta carta, Motolinía escribe a Carlos V a raíz de las campañas de desprestigio que De Las Casas llevaba a cabo en España. Advierte al emperador diciéndole que “no tiene razón el de las Casas de decir lo que dice y escribe y emprime”, y lo acusa de “ser mercenario y no pastor”, por haber abandonado a sus ovejas para dedicarse a denigrar a los demás. Y luego dice del fraile alborotador: “a los conquistadores y encomenderos y a los mercaderes los llama muchas veces, tiranos robadores, violentadores, raptores, predones; dice que siempre y cada día están tiranizando los Indios (...) por cierto para con unos poquillos cánones que el de las Casas oyó, él se atreve a mucho, y muy grande parece su desorden y poca su humildad; y piensa que todos yerran y que él solo acierta, porque también dice estas palabras que se siguen a la letra: todos los conquistadores han sido robadores, raptores y los mas calificados en mal y crueldad que nunca jamás fueron, como es a todo el mundo ya manifiesto: todos los conquistadores dice, sin sacar ninguno (...) Yo me maravillo cómo Vuestra Majestad y los de vuestros Consejos han podido sufrir tanto tiempo a un hombre tan pesado, inquieto e importuno, y bullicioso y pleitista en hábito de religión, tan desasosegado, tan mal criado y tan injuriador y perjudicial, y tan sin reposo: yo ha que conozco al de las Casas quince años (...), y siempre escribiendo procesos y vidas ajenas, buscando los males y delitos que por toda esta tierra habían cometido los Españoles, para agraviar y encarecerles males y pecados que han acontecido: y en esto parece que tomaba el oficio de nuestro adversario [es decir, del demonio], aunque él pensaba ser más celoso y más justo que los otros Cristianos y más que los Religiosos, y él acá apenas tuvo cosa de religión”. Y cuando Motolinía compara al Marqués del Valle, es decir, a Hernán Cortés, con sus detractores (entre los cuales De Las Casas) afirma: “yo creo que delante de Dios no son sus obras tan aceptas como lo fueron las del Marqués; aunque como hombre fuese pecador, tenía fe y obras de buen cristiano, y muy gran deseo de emplear la vida y fortuna por ampliar y aumentar la fe de Jesucristo, y morir por la conversión de estos gentiles, y en esto hablaba con mucho espíritu, como aquel a quien Dios había dado este don y deseo”. Con mucha razón criticaba Motolinía a De Las Casas acusándole que “él no procuró de saber sino lo malo y no lo bueno”. Más ajustado a la realidad fray Toribio compensa sus juicios afirmando que “dado caso que algunos [Estancieros, Calpixques y Mineros] haya habido codiciosos y mal mirados, ciertamente hay otros muchos buenos Cristianos y piadosos y limosneros, y muchos de ellos casados viven bien”.

Este equilibrio entre sus escritos; criticando lo que hay que criticar, alabando lo que es laudable y matizando lo que hay que matizar, nos muestra a las claras que el juicio sobre las realidades temporales nunca puede ser verdadero si un paisaje se pinta solo en blanco y negro. La vida tiene muchos matices; ignorarlos nos lleva a la injusticia histórica.

El segundo escrito que no quiero dejar de mencionar es la monumental obra de Marcelino Menéndez y Pelayo, “Historia de los heterodoxos españoles”, con sus ocho tomos admirables. Uno de cuya lectura no hay que privarse es el referido a los problemas de los alumbrados y en particular al proceso que la Inquisición española hizo a fray Bartolomé Carranza, nada menos que siendo éste arzobispo de Toledo. Pues escribe Don Marcelino al comenzar su trabajo: “Ardua, inmensa labor sería la de este capítulo si en él hubiésemos de narrar prolijamente cuanto resulta del estudio, árido y enojoso como otro ninguno, que hemos tenido que hacer del proceso de Carranza, rudis indigestaque moles; como que consta no menos que de veintidós volúmenes en folio y de cerca de 20.000 hojas, aun sin tener en cuenta los documentos de Roma, las obras mismas del arzobispo y lo que de él escribieron Salazar de Mendoza, Llorente, Sáinz de Baranda, D. Adolfo de Castro y D. Fermín Caballero (1731) y (1732). Sin dificultad se persuadirá el lector que he llegado a tomar odio a tan pesado aunque importante asunto y que no veo llegada la hora de dar cuenta de él en las menos palabras posibles, porque temo perder la cabeza y el poco gusto literario que Dios me dio si por más tiempo sigo enredado en la abominable y curialesca lectura de los mamotretos que copió y enlegajó el escribano Sebastián de Landeta. Por otra parte, como no escribo una monografía sobre Carranza, sino una historia extensa y de mucha variedad de personajes y acaecimientos, lícito me será tomar sólo la flor del asunto, dejando lo demás para los futuros biógrafos del arzobispo. Entro en este trabajo sin afición ni odio a Carranza ni a sus jueces, y sólo formularé mi juicio después de narrar escrupulosamente lo que resulta de los documentos”. Ya puede colegirse de esta obra, que Menéndez y Pelayo no escribía de oídas sino después de haber leído, analizado y estudiado cada paso de este proceso... ¡es decir, varios miles de hojas! A pesar de esto nunca se toma más atribuciones en sus juicios históricos que los que le permite el buen sentido y los datos ciertos que maneja delante... frenándose donde sus sentencias puedan constituir una afrenta. Por eso, no debe de extrañarnos que al final de su estudio se pregunte: “¿Qué hemos de pensar de Carranza?”, y responda con una extraordinaria sensatez e imparcialidad: “clara y llanamente afirmo que Carranza escribió, enseñó y dogmatizó proposiciones de sabor luterano”. Pero inmediatamente después, al señalar que Carranza hizo profesión en su lecho de muerte que jamás dijo, enseñó o profesó una herejía, el mismo autor añade este párrafo memorable: “Francamente, si no tuviéramos la protestación de fe hecha al morir por Carranza delante de Jesús Sacramentado, en la cual terminantemente afirmó que no había caído en ningún error voluntario, no habría medio humano de salvarle. Pero ante esa declaración conviene guardar respetuoso silencio. De los pensamientos ocultos sólo a Dios pertenece juzgar. Yo no creo que Carranza mintiera a sabiendas en su lecho de muerte. Y, en suma, excusando la intención, juzgó de él como juzgó la sentencia: Vehementemente sospechoso de herejía, amamantado en la prava doctrina de Lutero, Melanchton y Ecolampadio”°3. Así debe escribir un historiador; sabiendo pararse en los umbrales de la conciencia ajena y dejando a Dios los juicios últimos. ¿Qué pensaría Don Marcelino de nuestros escritores de folletines y páginas de Internet que escriben de lo que ignoran, que sólo cortan y pegan un par de textos tomados sin criterio alguno, y que luego hacen juicios que parecen infalibles? Eso no es hacer historia; ni se convierten en historiadores ni adquieren derecho a juzgar de la historia los que proceden con tanta superficialidad como puede verse en nuestros días. Y esto, aunque se tengan títulos y currículos sorprendentes (que también se pueden falsificar).

Es necesario, por tanto, que forjemos nuestras inteligencias con un gran sentido crítico. Muchas veces he recibido consultas donde se exponen temas que muchos adversarios de la Iglesia utilizan como caballos de batalla sin tener, en realidad, la más pequeña idea del tema; sólo repiten eslóganes prefabricados, que unos se prestan a otros y en los que unos y otros se citan mutuamente intentando con esto darse más autoridad. Fulano inventa un rumor y lo hace público, tal vez matizando con algún “puede ser”, “tal vez”, “no sea que”, etc. Otro lo transmite a su vez, basándose en que lo ha leído (precisamente en el Fulano que lo lanzó a los cuatro vientos), luego un tercero lo propaga ya aplicándole un plural: “dicen que”. Finalmente, la cadena se hace interminable y por supuesto “sólidamente establecida” pues “todo el mundo afirma que”.... Pero ninguno se ha tomado el trabajo de verificar los hechos ni cotejar documento alguno. Esto se asemeja al cuento “del rumor infundado” que termina pareciendo cierto por los efectos que él mismo produce (y que se encuentra en autores tan dispares como Chesterton y García Márquez); es la leyenda de la madre que manda al hijo a comprar pan; un kilo, como siempre; pero como la tarde es gris y pesada le dice: “Compra dos, por si ocurre algo”. El niño dice al panadero: “Por si ocurre algo, dos kilos de pan”. Una vecina escucha y repite en el mercado que dupliquen sus raciones habituales, “por si ocurre algo”. Otras oyentes reclaman la misma duplicación con la misma frase. Por la noche las alacenas están repletas “por si ocurre algo”. Los maridos llegan y escuchan las atribuladas explicaciones de sus mujeres. Uno de ellos decide escapar, porque no piensa soportar que algo ocurra. Saca su carreta dispuesto a partir con todo lo que puede llevarse; oyen sus vecinos, salen y comparten la idea de abandonar el pueblo, “por si ocurre algo”. Ya todos en la calle, se apenan de esas casas que sólo ellos han habitado, y para no abandonarlas a la suerte de intrusos, no dudan en incendiarlas. Ya alejándose la triste caravana de seres confundidos, alta la polvareda del camino y en medio de la noche iluminada por el fuego, la madre del comienzo mira entristecida las llamas del pueblo y le dice a su hijo: “Te lo dije, iba a ocurrir algo”°4.

De esta manera se crean las “historias paralelas” (y en algunos casos para “lelos”) completamente falsas pero sólidamente creídas. Estamos infinitamente lejos de la solidez de los grandes historiadores, como el eminente Ludwig von Pastor. Menciono a este historiador alemán (1854–1928) pues es autor de una de las obras monumentales de la crítica histórica: su “Historia de los Papas” (“Geschichte der Päpste seit dem Ausgang des Mittelalters. 1305-1799”); obra traducida a los principales idiomas occidentales y publicada en varios volúmenes (según las ediciones van de 16 a más de 40 volúmenes), y alabada por autores católicos y no católicos. Von Pastor, estudió historia en las universidades de Lovaina, Bonn, Berlín, Viena y Graz; fue profesor en Innsbruck, dirigió el Instituto Histórico Austriaco, en Roma. Fue protestante y terminó convertido al catolicismo; en su labor combinó el amor por la Iglesia Católica con el más meticuloso academismo y erudición; fue privilegiado con el acceso a los archivos secretos del Vaticano, y su historia, basada ampliamente en documentos no considerados hasta la fecha de su trabajo, supera a todas las historias anteriores de los Papas; según la Columbia Encyclopedia la idea fundamental de Pastor (quien se desempeñó como ministro austriaco ante el Vaticano desde 1921) es que los defectos del papado han reflejado las debilidades de cada época. El Grande Dizionario Enciclopedico UTET dice de la obra de Pastor que “representa una mole de estudio muy notable; la tesis católica del autor no le impide exponer y criticar con toda libertad lo obrado por algunos Papas del Renacimiento, mientras que la riqueza de documentación le permite corregir muchos de los prejuicios más comunes, sobre todo de parte de los protestantes”°5. Este autor para escribir su obra “por espacio de 50 años investigó en los archivos de 230 ciudades europeas (...) Muestra un dominio perfecto de la documentación...”°6.

A muchos que han consultado sobre aparentes escándalos de algunos Papas, o sobre situaciones poco edificantes de la Iglesia, les he recomendado la lectura de esta obra; al menos de los pasajes relativos a los temas cuestionados por ellos; porque siendo cuestiones tan importantes (de las que en algunos casos dependía la adhesión o no de estas personas al catolicismo) no se pueden solucionar con resumidas respuestas. Lamentablemente en muchos casos he constatado que mis curiosos interlocutores no estaban interesados en ningún estudio de fondo, serio, documentado y profundo, sino solo en respuestas rápidas (“fast food” mental) cortas ¡y completamente probatorias! Mal signo de salud intelectual. La verdad siempre exigirá al máximo nuestra inteligencia.


2. Afrontar la verdad

En esta cuestión creo que la Iglesia nos ha dado un extraordinario ejemplo de probidad científica. Tuvimos oportunidad de observarlo muy de cerca, en los años previos al gran jubileo del año 2000, en el cual el Papa Juan Pablo II quiso realizar un acto central pidiendo perdón, en nombre de toda la Iglesia, por las culpas cometidas por sus hijos a lo largo de los dos mil años de historia que llevamos vividos. Pero antes de proceder al pedido de perdón, se realizaron muchos estudios históricos (incluso simposios internacionales) en los que se estudiaron los documentos para determinar con exactitud cuáles eran esas culpas (en particular las acusaciones relacionadas con las cruzadas, la inquisición, el antisemitismo). Con ocasión de la publicación de las Actas del simposio internacional sobre la Inquisición, el Papa escribía: “Es justo que... la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo”. Y haciendo referencia al caso concreto de Inquisición añadía: “Ante la opinión pública la imagen de la Inquisición representa de alguna forma el símbolo de este antitestimonio y escándalo. ¿En qué medida esta imagen es fiel a la realidad? Antes de pedir perdón es necesario conocer exactamente los hechos y reconocer las carencias ante las exigencias evangélicas en los casos en que sea así (...) Hay que recurrir al ‘sensus fidei’ para encontrar los criterios de un juicio justo sobre el pasado de la vida de la Iglesia”°7.

El Cardenal Georges Cottier OP, explicaba: “Es obvio que una petición de perdón sólo puede afectar a hechos verdaderos y reconocidos objetivamente. No se pide perdón por algunas imágenes difundidas por la opinión pública, que forman parte más del mito que de la realidad”°8. Y el historiador Agostino Borromeo, profesor de la Universidad La Sapienza de Roma, añadía: “Hoy por hoy los historiadores ya no utilizan el tema de la Inquisición como instrumento para defender o atacar a la Iglesia. A diferencia de lo que antes sucedía el debate se ha trasladado a nivel histórico, con estadísticas serias”. Y el mismo profesor constataba “que a la leyenda negra creada contra la Inquisición en países protestantes se le opuso una apologética católica propagandista que, en ninguno de los casos, ayudaba a lograr una visión objetiva”°9.

Por eso debemos decir que la investigación estrictamente histórica nunca será un mal, y no hay que temerle sino confiar en ella: la verdad se impone por sí misma; no necesita ni nuestra poesía, ni nuestra retórica, ni nuestros argumentos sofisticados. Como ha dicho Juan Pablo II: [la Iglesia] “...no tiene miedo a la verdad que emerge de la historia y está dispuesta a reconocer equivocaciones allí donde se han verificado, sobre todo cuando se trata del respeto debido a las personas y a las comunidades. Pero es propensa a desconfiar de los juicios generalizados de absolución o de condena respecto a las diversas épocas históricas. Confía la investigación sobre el pasado a la paciente y honesta reconstrucción científica, libre de prejuicios de tipo confesional o ideológico, tanto por lo que respecta a las atribuciones de culpa que se le hacen como respecto a los daños que ella ha padecido”°10.


3. Leyendas negras y leyendas rosas

Las leyendas negras y las tergiversaciones de la historia en general son muy numerosas. Es muy difícil que no hayamos oído hablar muy mal del caso Galileo Galilei, de la Inquisición, de la expulsión de los judíos de España, de las cruzadas, de la conquista de América, de las riquezas de la Iglesia, del Papa Pío XII y el nazismo, del antisemitismo de la Iglesia, etc. Como complemento obligado se suman las leyendas rosas: mitificaciones tan falsas como las anteriores; pensemos en los halos celestiales que rodean ciertos hechos del pasado como el estado casi paradisíaco en que se habrían encontrado los indígenas precolombinos y que los conquistadores europeos destruyeron con su presencia bélica (tapándose los ojos antes los siglos de violencia y exterminio que reinaban entre las diversas tribus americanas, los rituales demoníacos, la práctica de la antropofagia, los sacrificios humanos rituales, las deportaciones de pueblos enteros, la esclavitud que reinaba entre ellos, las famosas “guerras floridas” realizadas para conseguir víctimas humanas para los sacrificios idolátricos, etc.); lo mismo se diga del estado idílico con que se describe el paganismo precristiano (tema muy puesto de moda por las corrientes de la New Age); o, más cercano a nosotros, las presentaciones simpáticas de acontecimientos sangrientos e inhumanos como los de la revolución francesa, las liberales tramas de algunas revoluciones americanas, las políticas imperialistas británicas, etc. A todo esto hay que sumar las leyendas negras y rosadas que afectan la historia de cada país, en particular los de raíces católicas. Entre nosotros no ha faltado la idealización de personajes que, a pesar de las grandezas que no les hemos de negar en algunos campos, no han sido modelos ni dechados de bondad, ni justicia, ni patriotismo, ni cultura, a pesar de lo cual dan nombre a la mayoría de nuestras plazas, pueblos, calles y monumentos; pienso en Sarmiento, Mitre, Rivadavia, Moreno, Lavalle, Pellegrini, Roca, Justo José de Urquiza, Adolfo Saldias, Juan Andrés Gelly y Obes, Santiago Derqui, y tantos otros más a los que nuestra historia –escrita muchas veces por ellos mismos– los pone por las nubes en himnos, poemas, composiciones y pueriles fábulas escolares, cuando en muchos casos se trata de los artífices de la pérdida de nuestra cultura, de la descristianización de nuestras costumbres, del empobrecimiento de nuestra patria e incluso del derramamiento de sangre inocente en inútiles e injustas luchas fratricidas. Pero ahí los tenemos piropeados de “grandes” “ínclitos” “gloriosos” y todos los epítetos con que los nimban nuestros banales libros escolares. Al mismo tiempo que los verdaderos héroes de nuestra historia, los que forjaron la patria y los que edificaron su cultura muchas veces son desconocidos o se nos oculta su verdadero perfil de grandeza (en muchos casos su catolicismo); basta con observar que en los textos escolares jamás se nombra la labor de los grandes misioneros, muchos de ellos mártires que han sembrado de fe, de cultura y de civilización, nuestras tierras. Afortunadamente en nuestra patria hemos contado con grandes historiadores que han hecho un verdadero trabajo de revisionismo buscando desentrañar la verdad en una historia tejida de sutiles invenciones ideológicas. Deberíamos tener presentes los grandes trabajos de Vicente Sierra, Federico Ibarguren, Rómulo Cárbia, Enrique Díaz Araujo, Guillermo Furlong, Cayetano Bruno, etc.; lamentablemente muchos de estos estudios no llegan al gran público, quedan estancados en las bibliotecas de los más cultos, mientras en las escuelas, colegios y universidades, se sigue bebiendo en las fuentes turbias de la historia falsificada.

No es la intención de estas páginas –ni competencia de su autor– refutar ninguna de las referidas leyendas antihistóricas. Hasta sería infructuoso pretender siquiera una somera presentación de las principales falsificaciones (aunque algunas hayamos mencionado). Me basta con prevenir tu inocente inteligencia de este peligro y sugerirte que forjes en ti un verdadero espíritu crítico. Espíritu crítico no quiere decir mente “criticona” sino una inteligencia capaz de discernir un gato de una liebre. ¿Cómo podrás lograrlo? Estudiando seriamente; no te quedes con lo oficial; estudia a los autores serios, especialmente a aquellos de los que puedes forjarte un juicio de su probidad y honestidad intelectual. Estudia libros documentados y ve a las fuentes. Lee, si puedes, los libros de los contemporáneos de estos sucesos. Y sobre todo no “formes” tu inteligencia en panfletos, revistas, libros de divulgación masiva y textos de enseñanza puramente vulgar. Y ¡cuídate de las ideologías!


4. Modernos enemigos de la verdad

Hoy en día los peligros de una formación falsificada han aumentado de modo formidable a causa de algunas fuentes que los enemigos de la verdad han descubierto como verdaderas “minas” de la tergiversación; quiero mencionarte tres: la literatura barata, el cine e Internet.

La literatura que se “vende” a un público superficial (¡por algo el principal calificativo que hoy se usa es el de best seller, “el más vendido”!) ha canalizado sus esfuerzos ideológicos a través del género de la “novela histórica”, que, en realidad no es tal ya que, en la mayoría de los casos, el calificativo de histórico sólo quiere decir que las situaciones descritas han sido ambientadas en el pasado; pero histórico no tiene el significado de “verídicos” (¡aunque lo pretenda!); al contrario, bajo este género se transmiten mentiras, falsificaciones, distorsiones de la realidad, calumnias descomunales sobre instituciones, hechos y personajes. Se trata, por tanto, de novelas de “historia-ficción”. Tómese como ejemplo muy actual algunos de los escritos que se autoproclaman “investigaciones históricas”, como, por ejemplo, los libros de Margaret Starbird: María Magdalena y el Santo Grial. La mujer con el frasco de alabastro°11; La Diosa en los evangelios°12; los de Picnett y Prince, La revelación de los templarios°13, y Enigma de la Sábana Santa°14; el conocido de Baigent, Leight y Lincoln, El enigma sagrado (en inglés Holy Blood, Holy Grail)°15 , y el actualmente famoso de Dan Brown Código Da Vinci. En una nota al comienzo de este último libro, el autor declara descaradamente que “todas las descripciones de arte, arquitectura, documentos y rituales secretos en esta novela son fidedignas”. Sin embargo quienes se han tomado el trabajo de leerlo críticamente han publicado páginas enteras con listas de errores, invenciones, tergiversaciones y simples patrañas que abundan –con marcada mala intención– por todo el libro; basta examinar la bibliografía que Brown ha usado para darse cuenta de que los libros serios de historia o arte no son los que componen su biblioteca personal y menos aún su bagaje intelectual; por el contrario, sus fuentes de información son las paraciencias, libros esotéricos y pseudohistorias conspirativas, etc°16. Para que se vea hasta qué punto hay una “trama” contra la verdad, basta leer las críticas literarias de algunos periódicos que, no obstante las mentiras del libro, lo han catalogado de “trabajo histórico”, “historia fascinante y documentada especulación que vale varios doctorados”, o simplemente como “investigación impecable”°17. Todos estos libros, califican su empeño como un retorno a la verdad histórica, reivindicando la imagen “gnóstica” de Jesucristo (el tema de los evangelios gnósticos es hoy en día uno de los estribillos más entonados) como la “verdad original” sobre Jesucristo, y el hecho de que la Iglesia católica de los primeros siglos alteró y borró la verdadera figura de Jesús creando un Jesús antifeminista, fundador de un movimiento religioso, célibe, sufrido y divino. Pero esto no es más que una proyección hacia el pasado de un fenómeno que es estrictamente moderno: “el lavado cerebral de masas”. Al pretender que los “jefes eclesiásticos” junto al poder político del siglo IV fueron capaces de borrar por completo la imagen real de Cristo imponiendo la imagen divinizada que ha prevalecido hasta nuestros días, suponen en el mundo antiguo una capacidad de mentira (y una capacidad de engaño) que sólo hemos conocido (con poder real) en la última centuria. Es nuestro tiempo el que ha puesto a punto –y en marcha– el mayor aparato de “lavado de cerebro” a través de los medios de comunicación manejados por intereses espurios°18. Pero el mismo hecho de que contando con semejante aparato no hayan logrado todavía su objetivo (después de medio siglo de trabajo) demuestra que esto no fue posible en el pasado: la Iglesia no podría haber logrado en los primeros tiempos imponer la imagen legendaria de Cristo por el simple hecho de que en la actualidad, con un poder casi infinitamente superior de comunicación y técnicas de convencimiento (prensa, televisión, internet, cine, imprenta, etc.), no han logrado los medios de comunicación masiva imponer la imagen contraria.

Ni siquiera lo explica la credulidad de los antiguos. Es cierto que en los primeros siglos de nuestra era cristiana tiene que haber existido un número grande de gente poco seria y de crédulos (este es un fenómeno humano que comenzó cuando Eva creyó al primer reportero de la creación: aquella serpiente que pregonó en el paraíso su “versión de los hechos” divinos); sin embargo, más crédulos son los hombres de nuestro tiempo que aceptan con entusiasmo acrítico todo cuando se les vende diariamente a pesar de constatar –también casi a diario– la adulteración de información fundamental.

La realidad de lo ocurrido es, en cambio, la contraria de esta teoría de la imposición de una imagen falsificada de Cristo: lo que ocurrió fue el fracaso del intento de defraudar la verdad sobre Cristo. Los escritos gnósticos (que no fueron tampoco tantos como pretenden autores como D. Brown) fueron el primer ensayo de introducir un Cristo “desnaturalizado”. La tentativa fracasó rotundamente no por manejos políticos sino porque la verdad sobre Jesucristo estaba rubricada con la sangre de los mártires que no dieron la vida –ni se les hubiese ocurrido darla– por el “compañero sentimental” de la Magdalena (como es el Jesús de las feministas), ni por el atormentado Jesús de Kazanzakis, ni por el libidinoso Jesucristo superstar. Si los actuales defensores de la teoría del Cristo mitificado, piensan que los cristianos de los primeros siglos pusieron el cuello bajo las garras de los leones por un Cristo como éste, entonces suponen que los primeros cristianos eran tan necios como lo son ellos. Pero ni aquellos de entonces eran tontos, ni estos de ahora son mártires cristianos.

El cine, en muchos casos, es el segundo paso que transitan estas modernas fabulaciones. Mencionemos sólo algunas de las películas que pretenden contener elementos históricos: “Jesucristo Superstar” (de Norman Jewison, 1973), “La última tentación de Cristo” (Martin Scorsese, 1988), “Priest” (“Sacerdote”; de Antonia Bird, 1995), “Godspell” (de David Greene, 1973), “El cuerpo” (del año 2001, sobre el presunto descubrimiento del cuerpo de Cristo y por tanto contra su resurrección), “Estigma” (del año 1999; en la que aparece el descubrimiento del evangelio apócrifo de Tomás, que sería anterior a los que integran el canon de la Biblia cristiana y que pondría a la Iglesia católica en peligro de derrumbe), “Amén” (film de Costra Gavras, del año 2002, contra el Papa Pío XII y su supuesta connivencia con la persecución nazi a los judíos), etc.°19 También en estos casos se recurre al mismo proceso: anunciar que los hechos allí descriptos son “estrictamente verdaderos e históricos” o dejándolo entender a través de la propaganda. “Calumnia, calumnia, que algo siempre queda”, decía Voltaire, un especialista en esta táctica. Y tenía razón, pues al menos siempre queda la duda (“si lo dijeron, por algo será”). Sobre la campaña del cine contra el catolicismo puede verse con mucho fruto un estudio documental de 1996, titulado “Hollywood Vs. Catholicism”°20.

Internet también se ha convertido en una de las herramientas por las que puede lograrse la tergiversación de la historia. Particularmente este medio aporta su anonimato, la capacidad de publicar una enorme masa de información sin soporte documentado... y sobre todo su gigantesco potencial para “captar” a un gran número de hombres y mujeres que buscan información sin ningún tipo de exigencia científica; en este caso no sólo merece el nombre de “red” sino podría incluso compararse con una tela de araña que captura a los “hombres-mosca” (los que revolotean husmeando donde no deben, superficiales en sus exigencias y frágiles en su principios intelectuales). Estos son los que persiguen datos, no importa el grado de certeza de los mismos, su valor científico o hipotético o su simple carácter de chisme. Muchísimas de estas personas buscan información pero no formación. Internet es el reino del “corta y pega”, del “todo hecho”; ...y de la trivialidad. Muchas veces, por mi trabajo, he debido perseguir algún dato por esta vía encontrándome con la desagradable sorpresa de que siendo abundantes los lugares donde se habla del tema... en realidad todos se copian unos a otros, textualmente, sin añadir nada... y sin ningún soporte serio. Tampoco hay que exagerar en contra de Internet; puede hallarse por este medio bastante información seria, e incluso páginas de verdadera índole científica, con estudios, artículos y libros de mucho valor documental, casi imposible de obtener por otra vía. El problema consiste en que están perdidos en tal maremágnum de falsificaciones que se hace difícil para quien no tiene una buena dosis de discernimiento evitar caer en las redes de mitificadores (es decir, “fabricantes de mitos”). Mi trabajo particular me ha colocado a menudo en contacto con personas buenas pero ingenuas que han sido víctimas de enormes confusiones por ponerse al tiro de locos, fanáticos, sectarios e incluso pervertidos, navegando por cualquier página de Internet buscando información prefabricada para evitar el trabajo de leer cosas serias... pero largas o duras de digerir; pidiendo al mágico mundo de Internet, como Aladino al genio escondido en su lámpara, que nos consiga ya hecho lo que necesitamos para nuestro trabajo, nuestro estudio o nuestra profesión, eludiendo el trabajo de hacerlo nosotros mismos. ¡De cuántos he recibido consultas y pedidos de ayuda para tapar los agujeros que estos corruptores han dejado en su fe, en su confianza en la verdad, en la Iglesia, en sus convicciones culturales!

Sólo citaré un ejemplo que conozco de cerca porque quien se tomó el trabajo de refutarlo ha sido un gran amigo nuestro, el P. Juan Carlos Sack, licenciado en exégesis bíblica y director de una de las páginas de apologética católica más serias que conozco. Se trata de la “leyenda negra” de las Taxa camarae. Las Taxa Camarae (cuyo nombre completo es Taxa Camarae seu Cancellariae Apostolicae) es el nombre latino de un supuesto documento pontificio, atribuido al Papa León X (1513-1521), en el cual se formularía una lista detallada de pecados graves, a la vez que se estipula una tarifa determinada para poder recibir la absolución de cada uno de esos pecados. Se trataría de una simple venta de absoluciones sacramentales, es decir, un pecado de simonía organizado por el mismo Papa. Según este documento, el dinero establecido varía según el pecado, y debe pagarse al tesoro pontificio. El documento –hecho público en nuestros días por el periodista español Pepe Rodríguez, conocido por sus constantes campañas contra la Iglesia, contra los evangelios y en general contra la fe católica– consta de treinta y cinco ítems (unas tres páginas). El supuesto documento ha sido catalogado como “punto culminante de la corrupción humana”; y a decir verdad, lo sería... si fuese auténtico. En realidad, lo que el Sr. Pepe Rodríguez publicó en su sitio web no es más que una sarta de disparates muchos de los cuales tienen el sabor inconfundible de las mentiras proclamadas con bombo y platillos, como afirmar que la Taxa Camarae está conservada en un lugar oculto de los archivos secretos vaticanos, y custodiada por seis estrictos controles de seguridad, tres de ellos con guardias suizos armados con metralletas, razón por la cual sería inaccesible, etc. Ya con esto bastaría para que una persona sensata se dé cuenta de la burla; sin embargo, la mayoría de las personas que caen en este tipo de páginas no tienen el suficiente grado de sensatez como para gambetear las invenciones del referido Rodríguez (dicho sea de paso, entre los documentos que cita Pepe Rodríguez a su favor hay algún libro que también habla de las Taxa Camarae... ¡pero que precisamente recoge su información de los escritos de Pepe Rodríguez! Es como si dijera: “esto es verdad no sólo porque lo digo yo sino también otros autores..” ¿Y ellos de dónde lo han sacado? “Pues ¡lo leyeron en mis libros!”). El P. Sack se tomó el trabajo no sólo de pedirle al Sr. Rodríguez que le muestre los documentos en que se basa para afirmar cosas tan graves (sin ningún resultado, como era de esperar), sino que ha tratado de recorrer el espinel de los autores que afirmaría la autenticidad del documento, para terminar concluyendo que “de toda la literatura que hemos visto no hemos dado con ninguna fuente documental del escrito que presenta Rodríguez”. Así se maneja este tipo de campañas. ¿Qué interés persiguen las personas comprometidas en estos proyectos de denigración? ¿son fanáticos anticlericales; responden a intereses particulares o mundiales, etc.? El diablo lo sabrá... pues sólo a él lo benefician. Sólo quiero subrayar aquí que debemos tener mucho cuidado, y en particular los estudiantes que manejan Internet como una fuente de documentación. Internet sirve para investigar, pero debemos ver a este monstruo de datos como una gigantesca biblioteca donde hay algunas cosas buenas y útiles, rodeadas de muchas otras (que las superan en número y atracción) que son realmente corruptoras no sólo de la moral sino de la inteligencia (y como dice un amigo nuestro: con un bibliotecario que quiere que veas las cosas malas que él ofrece). Sólo he puesto un ejemplo porque lo conozco bien y puedo ofrecer las fuentes ciertas de documentación°21; pero los ejemplos podrían multiplicarse hasta el cansancio.


5. Observaciones

Volviendo a las tergiversaciones de la historia, el Cardenal Giacomo Biffi, cuando todavía era Arzobispo de Bolonia escribió el Prefacio de un libro muy interesante de Vittorio Messori (Leyendas negras de la Iglesia). Allí el erudito teólogo que es Biffi comenzaba diciendo una enorme verdad: “Cuando un muchacho, educado cristianamente por la familia y la comunidad parroquial, a tenor de los asertos apodícticos de algún profesor o algún texto empieza a sentir vergüenza por la historia de su Iglesia, se encuentra objetivamente en el grave peligro de perder la fe. Es una observación lamentable, pero indiscutible”. Y añadía a continuación algunas observaciones de enorme valor. Quisiera aprovechar algunas de ellas para unas reflexiones finales.

La primera es que lo que se está en peligro en nuestro tiempo es no sólo la fe sino la misma razón. El mundo moderno, con sus múltiples ataques a las instituciones fundamentales no sólo busca demoler la fe y descristianizar nuestra sociedad (lo que ha conseguido en parte) sino llevarnos a la pérdida de la razón y a que nos resignemos al absurdo (lo que ha conseguido más ampliamente). La tergiversación de la historia es parte de esta doble campaña: no sólo contra la fe (leyendas falsas sobre la Iglesia) sino contra nuestra cultura bimilenaria; o sea, contra nuestra razón y sensatez.

La segunda cosa es que todas estas leyendas hacen mella principalmente en quien no tiene “ojos de fe” para mirar la Iglesia. Para quien tiene fe sabe que la Iglesia es, como decía san Ambrosio, ex maculatis immaculata, una realidad intrínsecamente santa pero constituida por hombres todos ellos, en grado y medida diferente, pecadores. No necesitamos que nos presenten una Iglesia integrada sólo por santos para que creamos en ella; sabemos que entre sus hijos todos son pecadores; lo que aspiramos es a que sean pecadores arrepentidos. Por eso no nos escandalizaremos cuando se nos hablen de los pecados cometidos por los hombres del pasado... ni necesitaremos forjar leyendas áureas para poder apuntalar nuestra fe. Nos basta con la verdad. Ya dije que magro servicio se presta a la verdad cuando se contrapone a la falsedad denigratoria otra falsedad (tal vez mucho más cercana a la verdad, pero falsedad en parte) más idealizada. Leamos los escritos y cartas de los primeros misioneros de América como José de Acosta, Jerónimo Mendieta, Toribio Motolinía, Antonio Ruíz de Montoya, y veremos que no hace falta pintar conquistadores y encomenderos idealizados para demostrar la grandeza de esta epopeya única. Fue una epopeya, a pesar de las miserias que podamos encontrar.

La última cosa que resalto, con Biffi, es que algo fundamental de toda leyenda negra (me refiero a las que tienen por objeto responsabilizar a la Iglesia por las culpas del pasado) nos prestan un servicio indirecto, que por supuesto sus autores no han advertido. Se trata del hecho de que al hablar de “culpas históricas de la Iglesia”, se está confesando que ésta es la única realidad que permanece idéntica en el curso de los siglos, razón por la cual acaba siendo también la única llamada a responder de los errores de todos. Decía Biffi: “¿A quién se le ocurre preguntarse, por ejemplo, cuál fue, en la época del caso Galileo, la posición de las universidades u otros organismos de relevancia social respecto a la hipótesis copernicana? ¿Quién le pide cuentas a la actual magistratura por las ideas y las conductas comunes de los jueces del siglo XVII? O, para ser aún más paradójico, ¿a quién se le ocurre reprochar a las autoridades políticas milanesas (alcalde, prefecto, presidente de la región) los delitos cometidos por los Visconti y los Sforza? Es importante observar que acusar a la Iglesia viva hoy en día de sucesos, decisiones y acciones de épocas pasadas, es por sí mismo un implícito pero patente reconocimiento de la efectiva estabilidad de la Esposa de Cristo, de su intangible identidad que, al contrario de todas las demás agrupaciones, nunca queda arrollada por la historia; de su ser casi-persona y por lo tanto, sólo ella, sujeto perpetuo de responsabilidad. Es un estado de ánimo que –precisamente a través de las actitudes de venganza y la vivacidad de los rencores– revela casi un initium fidei (comienzo de fe) en el misterio eclesial: lo que, posiblemente, provoca la hilaridad de los ángeles en el Cielo”.


* * *



Este capítulo, como podrás ver, no ha gozado de mucho orden. He consignado en estas páginas más bien algunas reflexiones desorganizadas sobre la seriedad en la investigación y la aceptación de lo que nos enseñan desde muchas cátedras; creo que pueden serte muy útiles, a pesar de su desorden. Quedo satisfecho si al menos sacas en claro que no todo cuanto recibes es trigo limpio; que debes tener una inteligencia inquisitiva y capaz de discernir lo que te ponen delante; que no debes –como suele decirse– tragarte cualquier buzón... y que la verdad se conquista al precio de ser profundos y esforzados. No seas un títere de los manipuladores de tu pasado que no buscan otra cosa que adueñarse de tu presente y usufructuar para sus propios intereses tú hermoso futuro.





"Las verdades Robadas" de Miguel Ángel Fuentes.




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Bibliografía para ampliar

–Luis Suárez Fernández, L. García Moreno, J. Orlandis, A. Martín Duque, et altri, Historia universal, Eunsa, volúmenes I-XIII, Bs. As. 1984.
–H. Jedin, Manual de historia de la Iglesia, tomos I-VIII, Herder, Barcelona 1978.
–Llorca, Villoslada, Laboa, Historia de la Iglesia, tomos I-IV, BAC, Madrid 1980.
–A. Caturelli, El Nuevo Mundo, Edamax, México 1991.
–Vicente Sierra, El sentido misional de la conquista de América, Dictio, Bs. As. 1980.
–Cayetano Bruno, Historia de la Iglesia en Argentina, tomos I-XII, Ed. Don Bosco, Bs. As. 1981.
–Rubén Calderón Bouchet, Formación de la Ciudad cristiana, Dictio, Bs. As. 1978.
––––––––––––––––––––, Apogeo de la Ciudad cristiana, Dictio, Bs. As. 1978.
––––––––––––––––––––, Decadencia de la Ciudad cristiana, Dictio, Bs. As. 1979.
––––––––––––––––––––, La ruptura del sistema religioso en el siglo XVI, Dictio, Bs. As. 1980.
––––––––––––––––––––, Esperanza, historia y utopía, Dictio, Bs. As. 1980.
–Hillaire Belloc, Así ocurrió la reforma, (hay numerosas ediciones).
––––––––––––, Europa y la fe, (hay numerosas ediciones).
––––––––––––, La crisis de nuestra civilización, (hay numerosas ediciones).
––––––––––––, El estado servil, (hay numerosas ediciones).



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Referencias:
º1 - Cf. Anibal Rottjer, La masonería en la Argentina y en el mundo, Buenos Aires 1972, pp. 296-297.
º2 - Se puede ver el texto en: Real Academia de la Historia. Col. de Muñoz. Indias. 1554-55. T. 87. fª 213-32.
º3 - Todo esto puede leerse en el libro octavo de su obra que afortunadamente ha publicado en Internet la Universidad de Alicante (www.cervantesvirtual.com); lamentablemente sin las notas del autor.
º4 - Este cuento lo leí hace años en la interesante carta de un lector dirigida a un diario porteño; lamentablemente no tengo las referencias del autor, salvo el que lo han trabajado autores como Chesterton y García Márquez.
º5 - Grande Dizionario Enciclopedico UTET , , volumen XV, Turín (1989) p. 557.
º6 - Cf. Gran Enciclopedia Rialp, Madrid (1974) volumen XVIII, p. 35.
º7 - Juan Pablo II, Carta al Cardenal Etchegaray, 15 de junio de 2004.
º8 - Cf. Zenit, ZS04061508.
º9 - Cf. Zenit, ZS04061604.
º10 - Juan Pablo II, discurso del 1 de Septiembre 1999.
º11 - Editorial Planeta 2004. La presentación de editorial Planeta a esta obra dice: “En esta obra, investigada con la mayor seriedad, Starbird nos demuestra que Jesús no murió en la cruz, que María Magdalena fue su esposa y que fue a ella a quién Jesús confió sus enseñanzas. Al restaurar el lugar que corresponde a María Magdalena en la religión cristiana, Starbird recupera una parte de las raíces del cristianismo que hasta ahora se habían ignorado” (cf. la presentación que hacía la Editorial por lo menos hasta noviembre de 2004: http://www.editorial.planeta.es).
º12 - Editorial Obelisco, Barcelona 2000.
º13 - Editorial Martínez Roca 2004.
º14 - Editorial Martínez Roca
º15 - Ed. Martinez Roca, 2000.
º16 - Cf, el minucioso y completo estudio de Carl Olson y Sandra Miesel, The Da Vinci Hoax (el fraude Da Vinci), Ignatius Press, San Francisco 2004. Hay otros libros críticos como los de José Antonio Ullate Fabo, La verdad sobre el Código Da Vinci, Libros Libres, Madrid 2004; Amy Welborn, Descodificando a Da Vinci, Ediciones Palabra, Madrid 2004.
º17 - Cf. los periódicos Chicago Tribune y New York Daily News. Estos datos tan laudatorios pueden verse en la página del autor del libro: http://www.danbrown.com/novels/davinci_code/reviews.html.
º18 - Son los medios de prensa de nuestro tiempo (aliados con la televisión, el cine y la literatura para iletrados) los que llevan a cabo la labor de desinformación de masas más implacable que ha conocido la historia. Es el mundo del periodismo contemporáneo (con grandes excepciones) el que, desde hace varias décadas, vende e inculca (a quienes quieren tragarla) una falsa auto imagen de seriedad, sabiduría y omnisciencia que embadurna el llamado (por sí mismo) periodismo de investigación y los escritores “investigadores” (catalogados como tales por sus propios colegas que se tiran flores e incienso unos a otros para darse una autoridad que no tienen, no pueden tener y ni siquiera saben en qué consiste).
º19 - Otras películas muy conocidas que comparten el encono por tergiversar la doctrina católica son: “The Order” (El Devorador de Pecados, año 2003), una historia de terror sobre un sacerdote renegado que descubre una secta al interior de la Iglesia dedicada a ocultar monstruosos crímenes; “The Magdalene Sisters” (Las Hermanas de la Magdalena, año 2002), que muestra un “reformatorio” equivalente a un campo de concentración nazi; “Sister Mary Explains it All” (año 2001), que cuenta la historia de una macabra monja asesina; “Dogma” (1999), una parodia en la que el último descendiente de José y María trabaja en una clínica abortista y es conducido a salvar a dos ángeles caídos bajo las órdenes de dios (que es una mujer); “La Última Tentación de Cristo” (1988) de Martin Scorsese; “Priest” (1994), que presenta a un sacerdote homosexual que denuncia la corrupción de su parroquia; “Agnes de Dios” (1985), que presenta a una religiosa que asesinó a su hijo recién nacido.
º20 - Hollywood Vs. Catholicism (1996); ISBN 1-56814-151-3; producido y distribuido por Chatham Hill Foundation P.O. Box 7723 Dallas, TX 75209; y Catholic Video Distribution (CVC) (#1705) 7875 Convoy Ct. -- Suite #5 San Diego, CA 92111.
º21 - Puede verse toda la discusión y documentación en la página que dirige el P. Juan Carlos Sack: www.apologetica.org.







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