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Importante, determinante, único. Los modismos de este gentilhombre, giros léxicos de español afrancesado, se ajustaron históricamente a cualquiera de sus dinastías coyunturales. Pero a ninguno como a la actual.

Porque es importante ganar un Mundial, es determinante hacer el gol de oro en una final de Eurocopa, es único (estrafalario) jugar al fútbol a tribuna pelada, a merced de dos o tres jeques, quizá cuatro. Pero este momento de David Trezeguet en River (el gentilhombre del gol, sí, señor, señora: adivinó) es integral. Es importante, determinante, único. Importante: es el nuevo capitán de la Banda. Determinante: le dio el ascenso en el partido cumbre. Unico: está en el club del que es hincha, vecino de sus amigos, esos atorrantes de Florida. Pero es importante, determinante y único, todo articulado, porque la coyuntura lo deja naturalmente en la cresta de la ola del fútbol argentino, ese pequeño océano mansito, de marea baja, pileta para hacer la plancha. Trezeguet es un maremoto para el caso. ¿Cuál es el caso? Un fútbol argentino sin jugadores franquicia, que casi que queda acéfalo después del trance desertor de Riquelme y el retiro de Verón. Y David, ya en Primera, ocupa ese lugar vacío.

Pasa como con ese triunvirato de latiguillos que encabezan esta nota: el delantero siempre fue su majestad. Faraón, el Rey David, Oh Rei, David le roi. Siempre fue rey, pero ahora es el Rey. El Rey del fútbol argentino. De eso se tratará su aventura, como también le gusta decir a él, en esta temporada que lo encuentra a sus 34 años, brillante sobre el mic. Es cierto que volvió al país Maxi Rodríguez, otro de linaje europeo, y que Mauro Camoranesi, su compinche y también campeón del mundo, sigue vigente y en un grande como Racing. Pero David despunta. Y todos le tiran flores. Todos lo admiran, todos quieren ser como él. Si no preguntale a medio plantel de San Telmo, que el martes, después del amistoso, lo embadurnaron de flashes alegóricos.

Es que es distinto el francés. Y no sólo dentro de una cancha de fútbol, su hábitat natural. Es el nueve de River -sí-, el goleador -también-, el capitán -desde ya-, pero también es el pensador, erudito del fuchibol, el líder, el jugador modélico, ejemplo de canteranos y grandes, el formador, educador y educado. El jugador integral. Que sus goles no tapen ese bosque: son sólo una parte del todo que lo lleva sin querer (porque, ah, también es humilde) a ocupar la silla más empinada. Ma qué silla, trono. Con el kit: corona, cetro, alhajas de Primera. Porque David es el nuevo Rey de estas pampas. Porque a Reyes retirados o idos, Rey puesto. Ido el Rey, ¡viva el Rey!