Te damos la bienvenida a la comunidad de T!Estás a un paso de acceder al mejor contenido, creado por personas como vos.

O iniciá sesión con
¿No tenés una cuenta?





Fue el tratamiento que necesitaba en un momento crítico de mi vida.

A principios de este año me encontré sumida en la peor crisis de ansiedad de todas, una que durante meses no me abandonó. Estaba siempre ahí conmigo, aunque se hacía más evidente los fines de semana, especialmente los domingos por la tarde donde nada me salvaba de todas las ideas que pasaban por mi cabeza. Intenté de todo: dormir, comer, salir, juntarme con amigos. Pero la verdad es que todo lo que deseaba era volver a como era antes: cuando pasar tiempo a solas me encantaba, cuando mi propia compañía no me aterraba, cuando mi mente no jugaba conmigo.







Intenté diferentes cosas, desde terapias, hasta medicinas naturales, música de relajación… lo que fuese que podía funcionar lo probaba y aunque algunos días servía, pronto llegaban las semanas del terror, donde me sumía en la desesperación de los pensamientos ansiosos. No es sencillo lidiar con ellos, especialmente cuando nosotros mismos sabemos que no son ciertos. Sé que mi familia y seres queridos me aman, sé que nadie se está acordando de ese tonto error que cometí hace dos años, sé que nadie se avergüenza de mí por errores que pueda haber cometido, sin embargo, a la hora de la ansiedad, nuestra mente nos convence de nuestros peores miedos.







Para mí, este miedo era ser abandonada, ser dejada de lado, que me confirmaran que realmente no era importante en la vida de quienes más quería. Sin embargo, ni siquiera escribirlo, ni siquiera decir las palabras en voz alta me ayudaba a comprender que el significado no era real. No había nada que pudiese erradicar este miedo que sentía, independiente de lo que todos los días me dijese al despertar. Desde hacía varios años que me gustaba correr, pero nunca había pensado en usar este espacio, siempre tan competitivo, como una especie de terapia, como un momento para permitirme ser y estar con mis miedos, como un espacio de sanación.







Correr me dio un espacio donde no era necesario esconderme de mis pensamientos porque podía correr físicamente al mismo tiempo que los enfrentaba, incluso si era con timidez al principio. Poco a poco comencé a desafiar estos pensamientos, a preguntarme a mí misma cuál era su significado, a responder con “¿y qué?” ante mis proposiciones de escenarios donde mi mundo terminaba de la peor forma. A través de los kilómetros pude recorrer extensos recuerdos, miedos de infancia y creencias erróneas sobre quién era y lo que merecía, sobre lo que me esperaba y la forma en la que debía comportarme.







Puede ser que al mismo tiempo que solucionaba estos problemas cansaba mi cuerpo, algo que me daba no sólo la opción de volver a dormir por primera vez en meses, sino que de volver a comer con verdadero apetito, con verdadero gusto, disfrutando de las pequeñas cosas que durante mucho tiempo me había perdido. Supongo que no es azaroso que la distancia que haya escogido para entrenar sea la media maratón, no sólo por su duración, sino porque en varias ocasiones me dije que si podía recorrer dicha distancia repetidamente entonces también tendría la fortaleza necesaria para superar mi ansiedad.







Hoy en día sigo corriendo, aunque no para bajar de peso o mantener mi estado físico. Tampoco corro porque quiera vivir más o porque quiera demostrarle algo a alguien: simplemente corro para vivir, para ser feliz y para vivir esta vida al máximo. Descubrí que mis zapatillas eran la mejor arma que tenía contra la ansiedad y no pienso dejarlas ir, porque finalmente he vuelto a estar viva y finalmente he vuelto a vivir por mí misma y no por la ansiedad. Lo que me define hoy es algo completamente diferente y enteramente positivo: la tormenta ha pasado.