¿Conoces la mítica serie de videojuegos “Assassin’s Creed”?, un mundo complejo de acción y aventura donde no está exenta cierta dosis de violencia. Tiene un aire elegante, a la vez que sanguinario, ahí donde su protagonista nos enseña un mundo a medio camino entre el realismo y la fantasía, y en el cual los crímenes, los asesinatos, parecen ser el principal motor estratégico.
Pero, ¿existieron realmente esos personajes enigmáticos? ¿Fue habitada nuestra historia pasada por los llamados “Assassins”?
¿Existieron de verdad los “Assassins”?
Efectivamente, los Assassins existieron. Pero para entenderlo, primero hemos de ponernos en contexto. En un complejo e interesante contexto: El Ismailismo. Se trata de una corriente del islamismo chiita, y sus adeptos, conciben el Corán de un modo muy particular al resto de musulmanes, se trata en esencia de un texto donde se haya un mensaje oculto, que a su vez es metáfora de otro más oculto. Un compendio de peculiar esoterismo que adquirió gran relevancia en el año 1094.
Cuando el Califa del ismailismo falleció se alzó una guerra de sucesión entre sus hijos. Uno de los grupos enalteció al mayor de sus hijos, Nizar, y aunque éste acabó falleciendo encendió una mecha para que se originara a su vez otro grupo paralelo. Los llamados nizaries, a quienes sus enemigos los conocían por otro nombre: los “Assassins”. Una secta minoritaria del Ismailismo, disidente, herética y como no, perseguida.
Su líder era Hasan-i Sabbah, hombre culto y enigmático a quien llamaban “El Viejo de la Montaña”. Este hombre estableció su poder precisamente en una montaña del norte Irán, donde alzó una fortaleza conocida como “Alamut”. Era un construcción increíble e inexpugnable de 2.000 metros de altura donde se hallaba su “nido de águilas”, un nombre que estableció el propio Marco Polo, tras conocerlos en uno de sus muchos viajes.
La vida de los Assassins
Los Assassins se entrenaban y estudiaban en este lugar emblemático, siguiendo una férrea instrucción a base de iniciaciones religiosas, adquisición de conocimientos científicos, astronómicos, y ceremoniales. Todo un legado de saberes excepcionales dentro de su rama de la religión Islámica, donde no se excluía la magia o el esoterismo.
Eran muy hábiles en el uso del puñal y el mimetismo. Cuando terminaba su iniciación, los Assassins, se infiltraban en la población y en las altas esferas como espías, esperando a recibir órdenes para dar muerte a sus objetivos. Eran sagaces y hábiles ejecutores. La señal que recibían para “eliminar a un objetivo”, era un pan caliente o una daga que aparecía súbitamente en sus aposentos. Siempre sobre una mesilla.
Se contaba que dentro de esa inmensa fortaleza, poseían unos espectaculares jardines. Un modo para “entrenar” e iniciar a los Assassins consistía nada más y nada menos que en drogarles a base de hachís y belladona. Una vez sumidos en este mundo onírico de las drogas, se les vestía con ricas ropas, para después, dejarles despertar en alguna parte de esos fabulosos jardines.
Cuando volvían a la realidad, despertaban al lado de un escenario evocador, con árboles increíbles, pájaros, flores bellísimas…Se les dejaba unas horas allí, para después, volverlos a drogarlos y vestirles de nuevo con su uniforme habitual de capa blanca y cinto rojo. Una vez despiertos en sus humildes habitaciones, se les explicaba que habían estado en compañía de Mahoma, en su jardín paradisíaco. Un modo de manipulación psicológica donde se les convencía de que morir, era algo hermoso y plácido. La muerte significaba estar de nuevo en ese rincón paradisíaco.
Los Assassins se alzaron con un poder inusitado. Solo con pronunciar su nombre la gente temblaba, eran sagaces ejecutores con la habilidad de una sombra para entrar a cualquier sitio, con la rapidez del viento, la elegancia de una pluma y la frialdad de un filo de un cuchillo.
Mataron a soldados y sultanes, a políticos y militares… a todo aquel que supusiera un interés estratégico. Mataron y mataron a lo largo de 200 años, hasta que llegó el momento en que tuvieron que medirse con otros poderosos enemigos: los mamelucos y los mongoles. Estas dos culturas lograron derruir todas las fortalezas que habían levantado a lo largo del tiempo, aniquilando sus bibliotecas y todo el peculiar conocimiento del Ismailismo.
Los Assassins fueron masacrados. Los pocos que quedaron se dispersaron hasta desaparecer, dejando solo la estela de su recuerdo, de su leyenda, flotando en la inmensidad de los desiertos y en las mentes de quienes les temieron una vez. Permitiendo que su dominio del miedo quedara en suspensión a lo largo de los siglos hasta que de pronto, han podido volver a la vida.