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Ver porno no determina la forma de tener sexo de los jóvenes

El año pasado, el Gobierno de Hamás prohibió el acceso al porno en la franja de Gaza y Rick Santorum prometió acabar con la epidemia pornográfica en EEUU si era elegido presidente. Hace pocos meses se supo que el Gobierno islandés estaba estudiando estrategias para acabar con este tipo de contenidos en internet. Es difícil encontrar amenazas que puedan poner de acuerdo a un islamista radical, un fundamentalista cristiano y un socialdemócrata de los países nórdicos, pero el peligro del porno es una de ellas. Ahora, un estudio publicado en The Journal of Sexual Medicine puede, si no eliminar, matizar el miedo a la industria que hizo famosos a John Holmes y Sasha Grey.

Según el artículo, firmado por un grupo de investigadores liderados por Gert Martin Hald, de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), ver imágenes sexualmente explícitas puede estar relacionado con el comportamiento sexual de adolescentes y jóvenes, pero solo un poco. “Nuestros datos sugieren que otros factores como las tendencias personales —específicamente la búsqueda de sensaciones sexuales— más que el consumo de material sexualmente explícito pueden desempeñar un papel importante en una serie de comportamientos sexuales de los adolescentes y los jóvenes, y que los efectos del material sexualmente explícito en el comportamiento sexual en la realidad debe considerarse en conjunción con esos factores”, afirma Hald.

Este estudio rebate, al menos en parte, otros anteriores que habían atribuido una influencia mayor al consumo de sexo por parte de adolescentes. Un estudio realizado en 2011 por Elizabeth Morgan, de la Universidad Estatal de Boise (EEUU), encontró una asociación significativa entre la visualización de pornografía con la preferencia por las prácticas sexuales que aparecen en ese tipo de películas. Además, el estudio de Morgan afirmaba que los que hacían mucho uso del porno tenían menor satisfacción sexual y peores relaciones. Otro artículo con resultados similares, publicado en 2009 por investigadores de la Escuela de Medicina del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, concluía que los jóvenes que veían sexo en internet tenían más probabilidades de tener sexo con varias personas a lo largo de su vida, de haber tenido sexo con más de una persona durante los últimos tres meses, de haber usado drogas o alcohol durante su última relación sexual y de haber practicado sexo anal.

Para realizar su estudio, el equipo de Hald encuestó a través de internet a 4.600 jóvenes de entre 15 y 25 años residentes en Holanda. De ellos, un 88% de los chicos y un 45% de las chicas habían visto material sexualmente explícito en internet. Entre ellos, un 13,1% consumía este tipo de material diariamente y un 25,6% lo hacía varias veces a la semana, unas cifras muy superiores a las de ellas, con un 1,5% y un 3,3% respectivamente. También se encontraron diferencias en el tipo de contenidos preferidos dependiendo del sexo, con más hombres aficionados al porno duro y más mujeres favorables al blando.

Los autores encontraron una asociación directa entre ver contenidos sexualmente explícitos y comportamientos sexuales más arriesgados o que incluían intercambio de dinero. Sin embargo, tanto para chicos como para chicas, la variación adicional a este tipo de comportamientos sexuales que se puede atribuir a la frecuencia de consumo de porno sería modesta, de entre un 0,3% y un 4%. Esto indicaría que el consumo de estos contenidos “es solo un factor entre muchos que pueden influir en el comportamiento sexual de los jóvenes”, según los responsables del artículo.

Estos resultados son similares a los de otros estudios anteriores, que relacionaban consumir imágenes de sexo explícito con comportamientos sexuales arriesgados y una mayor exposición a enfermedades venéreas, pero atribuían al porno una influencia pequeña en el comportamiento de los jóvenes una vez que su efecto se había separado de otras variables como la búsqueda de sensaciones sexuales.

El artículo refleja que ver porno puede incrementar la búsqueda de sensaciones sexuales, pero que esa relación también puede funcionar en la otra dirección. Sería posible, por ejemplo, que una persona que tiene menos reparos para consumir drogas o tener sexo anal, tampoco los tenga para buscar sexo explícito en internet. Es posible que los islamistas de Hamás, el ala derecha del partido republicano de EEUU y los socialdemócratas islandeses hayan dado su veredicto sobre la influencia del porno en la sociedad hace tiempo, pero en opinión de Hald y sus colegas aún es necesario estudiar en mayor profundidad esa relación para elaborar unas políticas tan ajustadas a la realidad como sea posible.




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