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Skrillex el hombre más odiado del techno



Sin lugar a dudas, Sonny Moore es la gran estrella actual de la música de club. Es el artista que garantiza un lleno en cualquier festival -el pasado año Sonar alcanzó récords de asistencia haciendo coincidir a Skrillex con los veteranísimos Kraftwerk en la misma noche del viernes, con varias horas de separación, eso sí-, el que más ha facilitado la entrada de una nueva generación de ravers al ritual de la fiesta de cada fin de semana. Quienes le odian y le discuten su calidad tienen razones para hacerlo, ya que la música propia de Skrillex se distingue por rasgos como la simplicidad, la energía en bruto, el populismo y la ausencia de riesgo: es un productor de brocha gorda y previsible en un mundo en el que también se premia la experimentación. Pero es imposible discutirle su importancia, porque en un momento en el que la música de baile parecía condenada a encontrarse en un callejón sin salida, demasiado consciente de su historia y del peso de la tradición, agotados la mayoría de estilos habituales en una cita respetuosa a sus mayores, los productores americanos han llegado para inyectarle sangre y juventud a un circuito con demasiadas temporadas a sus espaldas. Con Skrillex ha entrado un público nuevo que no tiene ganas de rock ni de hip hop, que no está al corriente de la historia legendaria y extensa del techno, y que sólo quiere lo mismo que buscaban los ravers originales: fiesta.

Sólo con esto, Skrillex estaría condenado a ser un músico comercial -como lo son otros ídolos de la escena EDM, como el canadiense Deadmau5 o el sueco Avicii- en un nuevo panorama en el que Estados Unidos ha entrado en el negocio de los clubes y las raves para refundar los principios económicos de la música de baile, hinchando los cachés de los DJs -hasta el punto de que podrían estar creando una burbuja al estilo de las start-ups del año 2000- y haciendo cotizar en bolsa a festivales organizados en Las Vegas como si fueran funciones del Cirque du Soleil. Skrillex sería, entonces, el sumo sacerdote de un clubbing superficial y populista en el que sólo se busca el beneficio económico y en el que la música no tiene entidad propia: sólo una colección de impactos y flashes para provocar la locura en el público. El odio original hacia Skrillex estaba basando en esta misma premisa: era alguien que estaba vulgarizando algo que debía tomarse en serio. Era el enemigo.


La etiqueta más ridícula de todos los tiempos

La vida, sin embargo, da muchas vueltas y hoy Skrillex se observa con ojos muy distintos. Quizá le haya ayudado ser el mal menor -comparado con él, el grueso de la música comercial norteamericana englobada dentro de la etiqueta EDM (electronic dance music, la etiqueta más ridícula y obvia de todos los tiempos) provoca el doble de vergüenza ajena, suena el doble de fácil y predecible-, pero las razones que le han ayudado a lavar su imagen y refundar su prestigio sobre nuevos cimientos son distintas. Probablemente, el cambio de actitud hacia Skrillex recaiga en que, a pesar de que su música no es particularmente innovadora ni deslumbrante en su complejidad, tampoco suena falsa. Su imagen 'emo' pudo dañarle al principio: sonaba como un rebotado del punk y el hardcore melódico intentando hacerse un hueco en una escena que no le pertenecía. Pero Skrillex siempre ha explicado que se metió en la música electrónica tras descubrir a Aphex Twin de adolescente, y que el punk fue un amor posterior. Unos diez años atrás entró como cantante en el grupo hardcore From First To Last -que grabó tres discos en el sello Epitaph-, y lo abandonó tras un problema con sus cuerdas vocales. Y entonces recuperó el viejo interés por los sonidos electrónicos para ya no soltarlo.

La segunda epifanía fue, según Skrillex, ver a Daft Punk en gira en 2006, con el ya mítico espectáculo de la pirámide luminosa. Las bases estéticas de la EDM -neón, fogonazos, grandiosidad faraónica, masas complacidas con música de impacto inmediato- estaban en aquel acontecimiento, al cual muchos productores norteamericanos llegaron sin sentir sobre su espalda el peso y la responsabilidad de la historia. Lo siguiente fue descubrir el sonido duro del dubstep inglés, el de productores como Skream, Caspa o Rusko, y doblarlo en intensidad, en tensión y nitidez: del sonido chaterrero de los británicos nació una estética luminosa, digital y violenta genuinamente norteamericana. Los primeros maxis de Skrillex -'My name is Skrillex EP' (2010), 'Scary monsters and nice sprites' (2010)- se convirtieron en carnaza para DJs intensos como Diplo, uno de sus principales padrinos, y para alimentar sus propias sesiones, que eran como experiencias punk-rock en las que Skrillex se lanzaba en plancha al público en cada momento culminante de la noche.

Es difícil encontrar un personaje de la música de baile que haya sido más odiado que Skrillex. Entre 2011 y 2012, a medida que iba incrementándose su fama, todo lo que recibió este californiano de rostro picado de viruelas y pelo imposible fueron ataques crueles y muy poco aprecio: se le tachó de arribista y advenedizo, de tener productores fantasma que le hacían todo el trabajo, de DJ lamentable, de mono de feria. Su sonido, que originalmente transformaba el dubstep inglés -ese estilo lento, frío, oscuro, como una operación de cirugía del ritmo a corazón abierto- en una masa musculosa que emanaba testosterona, se le tachó de corruptor del underground.

Tuvo mucho que ver el abuso que hacía Skrillex de ese recurso impactante que le ha hecho popular: el 'drop', un momento de máxima tensión en el que, tras un segundo de silencio y expectativa, el track se organiza a partir de una línea de bajo estruendosa sobre la que se acumula una montonera de ruido digital, perfecto para mover la cabeza como en un concierto de heavy metal o hacerse unos pogos en la pista. Muchos cuellos han acabado con tortícolis tras una sesión suya. En definitiva, los puristas de la música electrónica nunca han soportado el estilo primario y fácil de Skrillex (servidor es el primero en levantar la mano). Ha sido el objeto de todas las iras en un mundo que de vez en cuando necesita su chivo expiatorio -que otras veces han sido Tiësto, The Prodigy o Paul Oakenfold-, mientras las masas le adoraban como un dios.

Skrillex se distingue por rasgos como la simplicidad, la energía en bruto, el populismo y la ausencia de riesgo

Sin lugar a dudas, Sonny Moore es la gran estrella actual de la música de club. Es el artista que garantiza un lleno en cualquier festival -el pasado año Sonar alcanzó récords de asistencia haciendo coincidir a Skrillex con los veteranísimos Kraftwerk en la misma noche del viernes, con varias horas de separación, eso sí-, el que más ha facilitado la entrada de una nueva generación de ravers al ritual de la fiesta de cada fin de semana. Quienes le odian y le discuten su calidad tienen razones para hacerlo, ya que la música propia de Skrillex se distingue por rasgos como la simplicidad, la energía en bruto, el populismo y la ausencia de riesgo: es un productor de brocha gorda y previsible en un mundo en el que también se premia la experimentación. Pero es imposible discutirle su importancia, porque en un momento en el que la música de baile parecía condenada a encontrarse en un callejón sin salida, demasiado consciente de su historia y del peso de la tradición, agotados la mayoría de estilos habituales en una cita respetuosa a sus mayores, los productores americanos han llegado para inyectarle sangre y juventud a un circuito con demasiadas temporadas a sus espaldas. Con Skrillex ha entrado un público nuevo que no tiene ganas de rock ni de hip hop, que no está al corriente de la historia legendaria y extensa del techno, y que sólo quiere lo mismo que buscaban los ravers originales: fiesta.

Sólo con esto, Skrillex estaría condenado a ser un músico comercial -como lo son otros ídolos de la escena EDM, como el canadiense Deadmau5 o el sueco Avicii- en un nuevo panorama en el que Estados Unidos ha entrado en el negocio de los clubes y las raves para refundar los principios económicos de la música de baile, hinchando los cachés de los DJs -hasta el punto de que podrían estar creando una burbuja al estilo de las start-ups del año 2000- y haciendo cotizar en bolsa a festivales organizados en Las Vegas como si fueran funciones del Cirque du Soleil. Skrillex sería, entonces, el sumo sacerdote de un clubbing superficial y populista en el que sólo se busca el beneficio económico y en el que la música no tiene entidad propia: sólo una colección de impactos y flashes para provocar la locura en el público. El odio original hacia Skrillex estaba basando en esta misma premisa: era alguien que estaba vulgarizando algo que debía tomarse en serio. Era el enemigo.
La etiqueta más ridícula de todos los tiempos

Se metió en la música electrónica tras descubrir a Aphex Twin de adolescente. El punk fue su amor posterior

La vida, sin embargo, da muchas vueltas y hoy Skrillex se observa con ojos muy distintos. Quizá le haya ayudado ser el mal menor -comparado con él, el grueso de la música comercial norteamericana englobada dentro de la etiqueta EDM (electronic dance music, la etiqueta más ridícula y obvia de todos los tiempos) provoca el doble de vergüenza ajena, suena el doble de fácil y predecible-, pero las razones que le han ayudado a lavar su imagen y refundar su prestigio sobre nuevos cimientos son distintas. Probablemente, el cambio de actitud hacia Skrillex recaiga en que, a pesar de que su música no es particularmente innovadora ni deslumbrante en su complejidad, tampoco suena falsa. Su imagen 'emo' pudo dañarle al principio: sonaba como un rebotado del punk y el hardcore melódico intentando hacerse un hueco en una escena que no le pertenecía. Pero Skrillex siempre ha explicado que se metió en la música electrónica tras descubrir a Aphex Twin de adolescente, y que el punk fue un amor posterior. Unos diez años atrás entró como cantante en el grupo hardcore From First To Last -que grabó tres discos en el sello Epitaph-, y lo abandonó tras un problema con sus cuerdas vocales. Y entonces recuperó el viejo interés por los sonidos electrónicos para ya no soltarlo.

La segunda epifanía fue, según Skrillex, ver a Daft Punk en gira en 2006, con el ya mítico espectáculo de la pirámide luminosa. Las bases estéticas de la EDM -neón, fogonazos, grandiosidad faraónica, masas complacidas con música de impacto inmediato- estaban en aquel acontecimiento, al cual muchos productores norteamericanos llegaron sin sentir sobre su espalda el peso y la responsabilidad de la historia. Lo siguiente fue descubrir el sonido duro del dubstep inglés, el de productores como Skream, Caspa o Rusko, y doblarlo en intensidad, en tensión y nitidez: del sonido chaterrero de los británicos nació una estética luminosa, digital y violenta genuinamente norteamericana. Los primeros maxis de Skrillex -'My name is Skrillex EP' (2010), 'Scary monsters and nice sprites' (2010)- se convirtieron en carnaza para DJs intensos como Diplo, uno de sus principales padrinos, y para alimentar sus propias sesiones, que eran como experiencias punk-rock en las que Skrillex se lanzaba en plancha al público en cada momento culminante de la noche.

Algunos movimientos posteriores de Skrillex no sirvieron para hacerle ganar el favor de las elites del dance de calidad -donde, por ejemplo, no se considera adecuado producirle un disco a la banda metal Korn ni colaborar con el hijo de Bob Marley, Damian-, pero fueron decisivos para envolverle en un aura de nuevo Rey Midas para la industria americana: en 2012 ganó tres premios Grammy (mejor remix, mejor canción dance y mejor álbum electrónico), y volvió a repetir en las mismas categorías un año después. El negocio tenía nueva cara visible. Skrillex era sinónimo de mainstream, el hombre que le tomaba el relevo a David Guetta y Calvin Harris.

Dos años después, sin embargo, Skrillex goza de un prestigio que no comparte ninguno de los artistas que más venden ni más sold outs garantizan en garitos de Ibiza, Miami y Las Vegas. Evidentemente, no está al nivel de su ídolo de infancia Aphex Twin, pero ya no se le identifica unilateralmente con el Anticristo. ¿Razones? Básicamente, perseguir el underground (aunque fuera con cierta torpeza, como en su maxi "Leaving EP de 2013, donde imitaba con poca gracia el sonido de Burial) en vez de fomentar su imagen de gran estrella. Al fin y al cabo, Skrillex es un joven que arrastra una infancia difícil -no le gusta hablar al respecto, pero sufrió acoso permanente en la escuela- y su aspecto de 'emo' no es forzado, e incluso su peinado característico, el de la media cabellera rapada, se ha vuelto icónico, imitado en momentos puntuales por futbolistas como Zlatan Ibrahimovic, modelos de alta gama como Alice Dellal, o el personaje de Rooney Mara en la adaptación al cine de la serie de novelas "Millennium" de Stieg Larsson. Quienes le conocen de verdad describen a alguien honesto que vive la música con intensidad y a quien no le preocupa la fama. De hecho, parece como si evitara el estrellato, de ahí que prefiera salir de fiesta con Diplo antes que con Kanye West (con quien no se le ha visto), y aceptar proyectos musicales interesantes como la banda sonora de la película 'Spring Breakers' (junto a Cliff Martinez) en vez de una gira mundial multimillonaria. Formas originales de ganarse el aprecio de quien antes sólo le guardaba desprecio.

Skrillex en Barcelona

En los últimos meses Skrillex ha preferido producir temas a raperos minoritarios como A$AP Rocky o Chance The Rapper antes que inundar el mercado de hits facilones o remixes lucrativos. A la hora de comunicarse con sus fans, lo hace básicamente por Instagram, transmitiendo una imagen próxima y normal en vez de fardar de estilo de vida de millonario. Y cuando se va de gira, en vez de buscar los festivales que mejor pagan, prefiere hacerse fines de semana largos en diferentes ciudades -los llamados 'takeovers'- pinchando en cuatro clubes distintos de miércoles a sábado acompañado de amigos suyos desconocidos y artistas locales: una manera de convertir sus actuaciones en citas especiales, minoritarias, sin ostentación. Esta semana, tras haber pasado por San Francisco, Brooklyn y Amsterdam, Skrillex 'ocupará' Barcelona: el miércoles en el club Moog (¡Con capacidad para 300 personas!), el jueves en la fiesta The Bus de Razzmatazz, el viernes en BeCool (otro club pequeño) y el sábado en KER, todo con las entradas agotadas, con una altísima expectación y de la mano de Advanced Music, la promotora que organiza cada año el festival Sónar.

En efecto, hubo un tiempo en el que Skrillex era el hombre más odiado en la música de baile, y lo normal es que ese odio creciera y se enquistara -David Guetta nunca se podrá quitar de encima su imagen de fenicio-. Es por eso que el caso de Skrillex es extraño: aunque su música siga siendo más simple que el mecanismo de un grifo, ha conseguido revertir en poco más de un año una imagen deteriorada por la fama para reconstruirla como un símbolo de la nueva música de club. Es el mismo caso de The Prodigy -acusados de 'matar' la música rave para al poco tiempo ser coronados como ídolos de la escena- que se repite 20 años después.



Fuente: http://www.tusdj.com/?p=9032