¿Quién fue Monseñor Romero?
Oscar Arnulfo Romero nació en el seno de una familia humilde, en El Salvador, el 15 de agosto de 1917. Siendo ya pequeño manifestó deseos de ser sacerdote, e ingresó al seminario menor de los padres claretianos, para luego pasar a los jesuitas. Fue elegido para completar sus estudios en Roma, y allí en 1942, se ordenó sacerdote a la edad de 25 años. Continuó sus estudios teológicos hasta que debió regresar a El Salvador a causa de la segunda guerra mundial.
Sacerdote entregado al servicio de la gente, no aceptaba obsequios que no necesitara para su vida personal. Ejemplo de ello fue la cómoda cama que un grupo de señoras le regaló en una ocasión, la cual regaló y continuó ocupando la sencilla cama que tenía.
Fue designado Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador y ocupó el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de América Central. En 1970, fue ordenado obispo, eligiendo como lema para su ministerio “Sentir con la Iglesia”. Su primera misión episcopal la ejerció como auxiliar de la arquidiócesis de San Salvador. Más tarde, en 1974, fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María, la más nueva del país.
Por aquel entonces, la situación de violencia en El Salvador iba en aumento, mientras la Iglesia comenzaba a experimentar persecución.
En junio de 1975 se produjo el suceso de “Las Tres Calles”, donde un grupo de campesinos que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado sin compasión alguna, incluso a criaturas inocentes. El informe oficial hablaba de supuestos subversivos que estaban armados; las ‘armas’ no eran más que las biblias que los campesinos portaban bajos sus brazos.
En vistas a este suceso, los sacerdotes más jóvenes de la diócesis pidieron al obispo Romero que hiciera una denuncia pública y acusara a los culpables, que eran las mismas autoridades militares. Romero no podía comprender que detrás de estas autoridades civiles y militares, y del mismo Presidente de la República, Arturo Armando Molina que era su amigo personal, existía una estructura de terror, que eliminaba todo lo que pareciera atentar contra los intereses de “la patria”, que no eran más que los intereses de los sectores más acomodados de la nación.
En un ambiente creciente de injusticia, violencia y temor, Mons. Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el 22 del mismo mes, en una ceremonia muy sencilla. Tenía 59 años de edad y su nombramiento fue para muchos una gran sorpresa, el seguro candidato a la Arquidiócesis era el auxiliar por más de dieciocho años en la misma, Mons. Arturo Rivera Damas: “la lógica de Dios desconcierta a los hombres”.
El 12 de marzo de 1977, se conoció la terrible noticia del asesinato del padre Rutilio Grande, un gran sacerdote, muy abierto en sus ideas, consciente, activo y sobre todo comprometido con la fe de su pueblo. La muerte de un amigo duele, Rutilio fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió mucho, podemos decir que un mártir dio vida a otro mártir.
A partir del asesinato del padre Rutilio, el clero se unió en torno al nuevo Arzobispo, y los fieles sintieron el llamado y la protección de una Iglesia que les pertenecía; así, la “fe” de los hombres se convirtió en el arma más potente, capaz de desafiar a las cobardes armas del terror.
La situación del país se tornó más complicada aún con el fraude electoral que impuso al general Carlos Humberto Romero en la Presidencia. La protesta generalizada muy pronto se hizo escuchar.
El arzobispo Romero pasó a ser un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos; de hecho emprendió una actitud de denuncia contra la violencia, animándose a enfrentar cara a cara a los regímenes del mal.
Sus homilías dominicales se convirtieron en algo sumamente esperado, puesto que desde allí la situación del país con la luz del Evangelio, al tiempo que despertaba esperanza para transformar la estructura de terror reinante.
La acción pastoral de Romero encontró marcadas oposiciones entre los sectores económicos de mayor poder y en las estructuras de gobierno. Pero también sumó descontento entre las nacientes organizaciones político-militares de izquierda, empeñadas en conducir al país hacia una revolución.
De esta manera, Monseñor Romero comenzó a sufrir una muy dura y agobiante campaña en su contra. Eran frecuentes las publicaciones en los periódicos más importantes, y otros espacios editoriales pagados o anónimos, donde se insultaba, calumniaba, y hasta se amenazaba su integridad física de Mons. Romero.
Al asesinato del padre Rutilio Grande, se sucedieron otros más: el de los sacerdotes Alfonso Navarro y su amiguito Luisito Torres, el padre Ernesto Barrera, el padre Octavio Ortiz y cuatro jóvenes más asesinados en una casa de retiros. Por último fueron muertos también, los padres Rafael Palacios y Alirio Napoleón Macias. La Iglesia sintió duramente y en carne propia el odio irascible de la violencia que se había desatado en el país.
Era difícil entender en el ambiente salvadoreño, cómo un hombre tan sencillo y tímido como Mons. Romero pasara a ser un “implacable” defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara las fronteras nacionales por el hecho de ser: “voz de los sin voz”.
Tampoco faltaron quienes desde dentro mismo de la Iglesia intentaron manchar su nombre, llegando hasta los oídos del Vaticano. A finales de 1979 Romero supo del inminente peligro que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en Dios: los pobres.
Un frustrado atentado se produjo en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, que de haberse perpetrado hubiese acabado no sólo con la vida de Monseñor Romero, sino además con la de muchos fieles que se encontraban dentro de dicha Basílica.
El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía , la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, CESE LA REPRESION”.
Ese 24 de marzo de 1980 Monseñor OSCAR ARNULFO ROMERO GALDAMEZ fue asesinado de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús.
Sus funerales fueron el 30 de marzo, una imponente manifestación popular donde todos se dieron cita: sus queridos campesinos, las viejecitas de los cantones, los obreros de la ciudad, algunas familias adineradas que también lo querían, todos estaban frente a la catedral para darle el último adiós, prometiéndole que nunca lo iban a olvidar. El pueblo tuvo certeza que a quien despidieron no era otro que su padre, el que los cuidó y amó hasta el extremo.
PROCESO DE CANONIZACION
Con ocasión del XIII aniversario de su asesinato, en 1993, se presentó ante el entonces arzobispo Rivera Damas, la solicitud de introducción de la Causa de Canonización de Mons. Oscar A. Romero Galdámez. A partir del mismo, se instruyó el proceso informativo sobre su vida y martirio.
Después de tres años, se clausuró la etapa diocesana del proceso, enviándose todo el material a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos. La causa fue aceptada como válida e ingresó en estudio, a la espera de un dictamen definitivo favorable a su canonización.
Esta es la última homilia que llegó a dar, tremenda por cierto, al día siguiente fue asesinado dando misa de un disparo de francotirador.
link: https://www.youtube.com/watch?v=IM7MTfJVYwM
Un tipo que dió todo (incluída su vida) por su gente y por intentar hacer conocer la verdad que vivía su pueblo.
Ni el Vaticano le dio bola a sus reclamos.
Un tipo cuya lucha debe ser reivindicada.
Ni el Vaticano le dio bola a sus reclamos.
Un tipo cuya lucha debe ser reivindicada.