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El día que Facebook me reveló la noticia más dolorosa de mi vida





Me desperté cegado por una luz blanquísima que entraba por las rendijas de la persiana. Aunque esa habitación me resultaba familiar no sabía exactamente donde estaba. Todavía llevaba la ropa de la noche anterior puesta. La camisa estaba empapada. Instintivamente palpé los bolsillos del pantalón. El móvil y la cartera estaban en su sitio. Bien. ¿Por qué me pitaban tantos los oídos?

Saqué el teléfono para llamar a mi novia. No había señal. Miré a la pantalla y entonces fue cuando me di cuenta que tenía 173 mensajes de WhatsApp sin leer. No había tenido tantos en toda mi vida. Pulsé el logotipo verde en mi pantalla pero la aplicación no se abría. Salí de la habitación en busca de cobertura. En busca de respuestas. ¿Qué había pasado la noche anterior?



No había nadie en la casa. Nunca había estado ahí. Pero las paredes estaban llenas de fotografías de gente que conocía. Amigos. Familiares. Compañeros de trabajo. ¿De quién era ese apartamento? ¿Porqué tenía esas fotografías? Grité un “¡hola!” ahogado entre el miedo y la esperanza. Pero no hubo respuesta.

Intenté volver a llamar. Nada. La pantalla me decía que tenía cobertura que pero el móvil no respondía. Intenté entrar en Facebook. Pero la aplicación no se abría. Tampoco Instagram. Tampoco Snapchat. Estaba incomunicado con el mundo.

Apagué el teléfono con la esperanza que un reset me permitiera volver a la realidad. Cuando lo volví a encender una cascada de notificaciones de Instagram inundó mi pantalla. ¿Por qué de pronto a la gente le gustaban tanto mis fotos? Pulsé el logotipo de la aplicación pero tampoco se abría



Tenía que salir de ese lugar.

Busqué la puerta de la calle. Pero los pasillos me llevaban a otros pasillos. Y por cada puerta que abría se cerraba otra. ¿Qué era ese lugar?

Cuando empezaba a sentirme asfixiado escuché una voz de niña. “Ven, es por aquí”. No llegué a ver quién lo había dicho. Pero el rastro de sus palabras me permitió escapar de ahí.

Bajé las escaleras de tres en tres. De pronto me encontré en una calle que conocía. Era la calle dónde había crecido. ¿Como podía ser? Pero si ahora vivía en Barcelona. A más de 300 kilómetros de distancia. ¿Cómo había llegado ahí?



Sentí la necesidad de andar. Giré la esquina y de pronto estaba en la calle dónde viví durante mi primer año de universidad. Empecé a asustarme. Me costaba respirar. Andaba deprisa sin saber a dónde dirigirme. Necesitaba respuestas pero mi cabeza estaba demasiada revolucionada. Y el maldito pitido seguía punzando mis oídos.

La calle estaba atestada de gente. Empecé a temer que se dieran cuenta de que me pasaba algo extraño. ¿Debía esconderme? Había demasiada luz y no podía pensar con claridad. Pero nadie me miraba en realidad. Era como si no existiera para ellos.



Seguía intentando llamar. Pero el mundo al otro lado del teléfono parecía haberse esfumado.

Necesitaba un ordenador. Necesitaba Internet para recuperar el contacto con mi vida.


Entonces recordé que detrás de mi casa había un locutorio. Giré una esquina y ahí estaba. En ese momento no cuestioné cómo podía haber llegado ahí tan deprisa. Estaba demasiado desesperado por encontrar respuestas como para preguntármelo.

Entré en el locutorio. El chico del mostrador hizo como si no me viera. Siempre había tenido la sensación de que no se enteraba de nada. Le hice una señal para indicarle que me ponía en el ordenador número 7 y me senté.

Lo primero que hice fue intentar entrar Facebook. Pero no pude. “Por favor, vuelve a introducir tu contraseña”. Lo probé otra vez. Y otra. Y otra. “La contraseña no es válida. Por favor, asegúrate que el bloqueo de mayúsculas no está activado e inténtalo de nuevo”. Lo probé una vez más pero seguía sin funcionar. ¿Quién me había cambiado la contraseña? ¿Por qué?



Se me ocurrió entrar directamente a mi perfil sin hacer login. Quizá alguien me ha escrito algo que me ayude a entender qué demonios está pasando. Pero mis configuraciones de privacidad no me permitían ver el muro sin estar registrado. Mierda.

Intenté entrar mi correo. Tampoco pude.

Probé de entrar en la versión web de Instagram. Nada. Repetí la estrategia de buscar mi perfil sin registrarme. Bingo. De pronto era como si pudiera ser testigo de mi vida pero hubiese perdido la capacidad de intervenir en ella.

Vi la última foto y me costó recordar cuando la había colgado. “14h”. Aparecía con tres amigos. Los cuatro sonreíamos. Uno de ellos sostenía una botella. Lo estábamos pasando bien. La foto tenía 142 likes. Nunca había tenido tantos likes en una foto. ¿A qué venía eso?



Intenté volver a llamar pero seguía sin tener línea. Le pedí al chico del locutorio si me dejaba llamar por el teléfono fijo. Pero no me hizo ni caso.

WhatsApp seguía sin funcionar.

Le pedí al tipo del ordenador de al lado si me dejaba usar su teléfono. Ni siquiera me miró.

¿Qué le pasaba a esa gente?


En ese momento empecé a perder la cabeza. Me puse a gritar en medio del locutorio. “¿Qué mierda les pasa. Por qué actuan como si no estuviera aquí?”




Me senté de nuevo para intentar calmarme. En ese momento tuve la idea. Caí en la cuenta de que tenía la contraseña de Facebook de mi novia. Nos las habíamos intercambiado al principio de nuestra relación como señal de confianza. En su momento me pareció una chorrada pero ahora podía salvarme la vida. Si entrase en su perfil podría hablar por chat con alguien y avisar de lo que me estaba sucediendo.

Recé para que que la contraseña siguiese siendo la misma. Tecleé con los dedos temblorosos. Arrastré el ratón hasta la casilla “Entrar”. Apreté el botón izquierdo con los ojos cerrados. Cuando los abrí estaba dentro. Bien.


Ví que tenía un montón de notificaciones y mensajes sin leer. El chat estaba desactivado. Antes de activarlo busqué mi perfil en el buscador. Fue una reacción instintiva.

Apreté sobre mi nombre y entré en mi muro. El primer mensaje que leí me dejó helado. Era de mi mejor amigo:

“Lamentamos comunicar que Adrián ha fallecido esta madrugada en un accidente de tráfico. El funeral será mañana a las 12 del mediodía en el Tanatorio de les Corts. Muchas gracias a todos por las muestras a de apoyo. Como pueden imaginar, están siendo unos momentos muy duros. Un abrazo”.



''Te vas, pero Internet se queda''


Fin del post.