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Londres es una ciudad que destaca por muchas cosas pero una de ellas no es la comida, al igual que el resto del país. Es su punto débil. Y más si tenemos en cuenta que el plato estrella es el fish & chips, un amalgama grasiento servido en recipiente de cartón del que es difícil distinguir qué es patata y qué es pescado. A pesar de ello, siempre es posible encontrar un rayo de luz, un sitio secreto que apenas cuenta para los circuítos turísticos habituales. Uno de ellos es Brick Lane.

Brick Lane es una larga calle que toma su nombre de las antigüas fábricas de ladrillos que en ella se ubicaban. Algunos de esos edificios todavía se mantienen en pie, pero reconvertidos en usos muy distintios a aquellos para los que fueron ideados. Sobre el mapa, Brick Lane se sitúa al este de Londres, en el límite entre la zona 2 y la zona 3. Pero ese límite también sirve para mostrar una gran diferencia urbanística. A lo largo de las calles adyacentes a Brick Lane, los altos y poderosos edificios de la City londinense dan paso a la zona suburbial que representa el distrito de Whitechapel. A Brick Lane se accede fácilmente desde la estación de Liverpool, en su salida por A10 Norton Folgate y girando poco después a la derecha, adentrándose por Brushfield St. y continuándo por Fornier St. hasta que el cartel de una de las calles que se cruzan nos avise que ya hemos llegado a Brick Lane.

Varias son las caras que tiene una calle como Brick Lane. La de la ajetreada vida nocturna que representan los bares de copas y discotecas que se ubican en las antigüas fábricas de ladrillos, y a donde acuden los londinenses para divertirse, cansados seguramente de mezclarse con el turismo que inunda el centro de la ciudad. También es la calle de las compras cotidianas, de hortalizas, verduras, frutas y otros alimentos frescos, cara representada por los puestos callejeros que marcan su trozo de suelo en las calles cercanas a Brick Lane. El arte también tiene su cabida a través de las galerías que ofrecen su visión del arte desde los escaparates y ventanales. El mercadillo de los domingos es otro de sus rasgos más característicos. Es un mercadillo de cachibaches, de cosas raras que ya no tienen su sitio en casa, de ropa de segunda o quizás tercera mano. Todo sirve para ponerse en venta. Son rarezas que harán las delicias de los que busquen más allá de las vanalidades de Candem Town o del pijerío de Notting Hill. Pero ninguna de esas caras es la que nos ha traído hasta Brick Lane. Es más bien su cara gastronómica, esa que nos dice que en ésta calle se encuentran algunos de los mejores restaurantes de la ciudad de comida árabe, blangladesí para ser más concretos. Y son los mejores porque no pierden su esencia en pro de las masas, porque su comida se cocina de la forma tradicional y porque sus precios no parecen incluir el invisible impuesto para el turismo, que hace engordar los precios en pro del dinero fácil.

A partir de aquí, una sucesión de restaurantes se entremezclan con tiendas de barrio y pequeños supermercados. En los restaurantes no hay mucha variedad para la elección, ya que aquí la gran mayoría de ellos ofrecen comida india y blangladesí. No es difícil adivinar que la especialidad en ésta calle es el curry, pues en algunos de los restaurantes se lucen orgullosamente los galardones obtenidos como “mejor curry de Brick Lane del año xxxx“. Desde las puertas de los restaurantes sus camareros nos invitan a entrar, ofreciéndonos las especialidades de la carta para convencernos. Aparentemente todos ofrecen platos muy similares y a un precio parecido, por lo que la elección tiene un componente intiutivo, motivado además en gran parte por el desconocimiento de éste tipo de comida que teníamos e incluso por el idioma, pues el vocabulario habitual que usamos en inglés no suele ser tan específico como para entender una carta de un restaurante de comida india.

Una vez decidido en qué restaurante disfrutar de una aventura gastronímica (Clipper, 104 Brick Lane, Londres), el siguiente paso es llevar a cabo la difícil elección de qué comer. El restaurante no se encuentra muy lleno en éstos momentos, por lo que el ejercicio de comparación con lo que están comiendo en otras mesas hace más difícil la elección. Guiados por lo llamativo que nos puedan parecer los nombres de los platos elegimos algunos de ellos de entre la aparentemente variada carta del local. En ese punto nos llama la atención que de uno de los platos el camarero nos sugiera que no lo tomemos, y que cojamos uno algo más caro, que acabamos aceptando, no con cierto recelo, pues acostumbrados a los locales españoles, nos tememos que intenten aprovecharse para que el importe de la cuenta sea mayor. El menú elegido parece aparentemente típico, sopa, arroz y ‘carne con salsa’, todo ello aderezado con especias y picante, sin saber a ciencia cierta qué es lo que hemos pedido, aunque eso es lo de menos, pues lo importante es la aventura de descubrir éste tipo de cocina. Acompañados por una cerveza local, cuyo sabor no hace más que resultar extraño, acostumbrados a la cerveza de elaboración europea, plato a plato conocemos parte de esa cocina india y bangladesí hasta ese momento desconocida, picante y especiada, pero cocinada para que a pesar de ello cada uno de los ingredientes no pierda su exencia. Para los que disfrutamos comiendo, saboreando sabores y texturas, se trata de una agradable experiencia.. Por sorpresa, en el momento de conocer el plato que el camarero nos había sugerido descubrimos un plato más elaborado y con más cantidad que el que habíamos elegido, y sólo por un incremento mínimo de precio, por lo que nos alegramos al caer en la cuenta que la sugerencia había sido hecha porque merecía la pena el cambio por el salto cualitativo más que por el salto económico.

Tras una agradable y tranquila velada, complementada con comentarios sobre la comida, intrascendentes conversaciones y el observar el comportamiento de otros comensales cercanos, más por curiosidad y aprendizaje que por chismorreo, damos por finalizada la estancia en el local, despidiéndonos charlando y riendo con el camarero, que nos acompaña hasta la puerta. A partir de aquí continuaremos paseando por Brick Lane, observando sus fachadas de ladrillo oscurecido por el paso del tiempo, sus tiendas y restaurantes, o las antiguas fábricas que expulsan sonidos electrónicos a través de sus puertas y ventanas. El final de la calle, el ruido de los trenes nos devuelve a la realidad del moderno y bullicioso Londres, cuyo cielo aquí aparece iluminado por la luz que sale de las oficinas de los rascacielos de la City.

Brick Lane es uno de esos sitios que parecen ser posible que existan sólo en Londres. Londres es una ciudad que tiene algo que la hace distinta, se siente al caminar por sus calles, avenidas o monumentos, aunque es difícil de explicar y expresar esa sensación sobre la marcha, pero que es inevitable pensar ‘ésto, ésto es lo que tiene de especial Londres‘ al encontrar rincones como Brick Lane.

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