Para Gabriel lo único importante era la inteligencia, lo académico, el éxito económico y el sexo.
Gabriel* conoció la masturbación a los diez años sin tener conciencia de la normalidad de esta práctica. “Nunca tuve direccionamiento ni conversaciones sobre sexo. No había una buena relación con mis padres y con mis hermanos no había fraternidad. Me sentía solo”.
Con doce años y enfrentando la realidad de una familia disfuncional comenzó a conseguir pornografía. “Mi obsesión se notaba. Presionaba a las empleadas del servicio para que se acostaran conmigo. Eso lo hice con varias de ellas, luego empecé a conquistar a las niñas del barrio. El único fin era tener relaciones sexuales”.
Para Gabriel, las personas eran sinónimo de sexo, un objeto que lo liberaba de la necesidad que tenía de sentir placer. “Cuando mi hermano tenía como unos cinco años o más yo lo ponía encima de mí para estimularme. Sabemos que pasó, pero nunca hablamos del tema con nadie”.
A los 18 años su vida social estaba reducida a la mínima expresión. Las únicas dos relaciones que tuvo con mediana estabilidad terminaron con un desenlace fatal y así, en medio de su enfermedad, comenzó su vida laboral. “En 2009 tenía una buena oficina en Bogotá. Como salía mucho empecé a reconocer los sitios clandestinos de prostitución de la calle 76, El Chicó, la calle 116, pero no daba el primer paso para entrar a alguno de esos lugares”.
En 2010 sus ganancias aumentaron y así fue que visitar prostíbulos se convirtió en parte de su rutina. “Empecé con el ‘Don Juanismo’, es decir, a conseguir amigas para seducirlas sin que al final pasara nada. Me gustaba sentir que yo era el pretendido”.
Pero sus deseos sexuales eran más fuertes, entonces Gabriel conseguía trabajadoras sexuales para sostener relaciones.
“Me forzaba a tener buenos polvos con prepagos bonitas, pero luego sentí la necesidad de tener más mujeres y diferentes, en menos tiempo. La adicción me estaba dominando. Cuando mi esposa se dio cuenta mi vida se destruyó, pero gracias a eso me di cuenta de mi problema”.
Los primeros días de tratamiento fueron duros, hoy tiene que luchar con el síndrome de abstinencia para controlar lo que se diagnosticó como un trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad. “Entendí que estaba enganchado en un modelo de vida en que lo único que importaba era la inteligencia, lo académico y el éxito económico. El amor había quedado en un segundo plano. Mis padres fueron pésimos en ese sentido y aunque la familia de mi esposa me dio un gran ejemplo, nunca permití que el amor entrara a mi vida”.
Gabriel combinaba su adicción al sexo con la comida. Su esfuerzo es doble porque también tiene que trabajar en bajar de peso. “Debo pensar en hacer ejercicio, en controlar mi comida. Mi reto es bajar a 80 kilos. Estoy más enamorado de mi esposa que nunca y abrí mi corazón a ella como nunca antes. Estoy enfermo y quiero curarme”.

Gabriel* conoció la masturbación a los diez años sin tener conciencia de la normalidad de esta práctica. “Nunca tuve direccionamiento ni conversaciones sobre sexo. No había una buena relación con mis padres y con mis hermanos no había fraternidad. Me sentía solo”.

Con doce años y enfrentando la realidad de una familia disfuncional comenzó a conseguir pornografía. “Mi obsesión se notaba. Presionaba a las empleadas del servicio para que se acostaran conmigo. Eso lo hice con varias de ellas, luego empecé a conquistar a las niñas del barrio. El único fin era tener relaciones sexuales”.

Para Gabriel, las personas eran sinónimo de sexo, un objeto que lo liberaba de la necesidad que tenía de sentir placer. “Cuando mi hermano tenía como unos cinco años o más yo lo ponía encima de mí para estimularme. Sabemos que pasó, pero nunca hablamos del tema con nadie”.

A los 18 años su vida social estaba reducida a la mínima expresión. Las únicas dos relaciones que tuvo con mediana estabilidad terminaron con un desenlace fatal y así, en medio de su enfermedad, comenzó su vida laboral. “En 2009 tenía una buena oficina en Bogotá. Como salía mucho empecé a reconocer los sitios clandestinos de prostitución de la calle 76, El Chicó, la calle 116, pero no daba el primer paso para entrar a alguno de esos lugares”.

En 2010 sus ganancias aumentaron y así fue que visitar prostíbulos se convirtió en parte de su rutina. “Empecé con el ‘Don Juanismo’, es decir, a conseguir amigas para seducirlas sin que al final pasara nada. Me gustaba sentir que yo era el pretendido”.
Pero sus deseos sexuales eran más fuertes, entonces Gabriel conseguía trabajadoras sexuales para sostener relaciones.

“Me forzaba a tener buenos polvos con prepagos bonitas, pero luego sentí la necesidad de tener más mujeres y diferentes, en menos tiempo. La adicción me estaba dominando. Cuando mi esposa se dio cuenta mi vida se destruyó, pero gracias a eso me di cuenta de mi problema”.
Los primeros días de tratamiento fueron duros, hoy tiene que luchar con el síndrome de abstinencia para controlar lo que se diagnosticó como un trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad. “Entendí que estaba enganchado en un modelo de vida en que lo único que importaba era la inteligencia, lo académico y el éxito económico. El amor había quedado en un segundo plano. Mis padres fueron pésimos en ese sentido y aunque la familia de mi esposa me dio un gran ejemplo, nunca permití que el amor entrara a mi vida”.
Gabriel combinaba su adicción al sexo con la comida. Su esfuerzo es doble porque también tiene que trabajar en bajar de peso. “Debo pensar en hacer ejercicio, en controlar mi comida. Mi reto es bajar a 80 kilos. Estoy más enamorado de mi esposa que nunca y abrí mi corazón a ella como nunca antes. Estoy enfermo y quiero curarme”.
