LA HISTORIA DE LA VENDÉE

En 1793, después de soportar tres años y medio de la persecución desmedida a la Iglesia por los financistas de la Revolución Francesa (masones anticatólicos), un pequeño grupo de campesinos y nobles fieles iniciaron una "contrarrevolución". Esta es la historia, en gran parte ocultada y desconocida, de la valiente lucha de seis años de los habitantes de una pequeña sección del oeste de Francia, para defender su Religión y su Rey.
Impregnados de la espiritualidad inspirada por San Luis de Montfort, y vestidos con sus rosarios y emblemas del Sagrado Corazón, sus sacrificios dieron como resultado un sinnúmero de mártires.
Los historiadores han dejado al margen o minimizado este genocidio, a veces (como sucede con Michelet) hasta han culpado a las víctimas. ¿Por qué? Porque esto no encaja con el mito ateo – de que los católicos son los perseguidores, mientras que los ateos y liberales son los tolerantes. La historia del genocidio Vandeano es incluso muy necesaria para corregir el interminable vitoreo ofrecido desde 1989 por causa del bicentenario de la Revolución Francesa. Hubo una horrible cara oculta de la Revolución, un corazón tenebroso.
La persecución a los sacerdotes católicos llegó hasta el máximo exceso en la Vendée. Esta persecución se suponía que no debía ocurrir porque, bajo el Artículo X de la “Declaración de los Derechos Humanos” (1789), nadie podía ser penalizado por sus creencias religiosas, menos si sus creencias no perturbasen el orden público. Pero el gobernante ateo rápidamente comenzó a perseguir a los sacerdotes y a la Iglesia. Primero confiscaron las propiedades de la Iglesia, incluyendo los colegios y hospitales. Después suprimieron los monasterios y conventos. A continuación ellos eliminaron todas las formas de rentas y redujeron al sacerdocio católico a la dependencia de un salario gubernamental.
A fines del 1790 los sacerdotes fueron forzados incluso a tomar juramento de adhesión a la nueva “Constitución Civil del Clero” bajo la amenaza de si no, perder su trabajo y salario. A comienzos de 1791, 134 obispos franceses condenaron esta “Constitución Civil” y el Papa Pío VI la declaró herética. El anti-catolicismo en París ignoró esto y mantuvo la medida: En agosto de 1792 una nueva ley ordenó que los sacerdotes que mantenían su rechazo al juramento fuesen deportados, y en mayo de 1793 otra ley condenaba a muerte a aquellos sacerdotes deportados que todavía estaban en Francia. De esta manera, la ley se convirtió en un arma para destruir el orden sagrado del sacerdocio y a la Iglesia Católica.
La resistencia a esta persecución estalló en agosto de 1972 cuando 600 campesinos Vandeanos blandiendo herramientas agrícolas intentaron detener a la Guardia Nacional que quería desalojar a las monjas de sus conventos. La mayoría de los campesinos murieron caballerosamente. Ahora, aquellos hombres habían aceptado con beneplácito la Revolución de 1789, hasta que se dieron cuenta del visceral y apasionado anti-catolicismo dirigido por las leyes ateas.Michael Davies plantea la cuestión de por qué la resistencia comenzó en la Vendée, debido a que el más ferviente catolicismo residía en aquella parte de Francia – una región de 12.000 kilómetros cuadrados que incluye parte de Anjou, Brittany, yPoitou. Él responde que justamente es ésa la región donde San Luis María Grignion de Montfort misionó y evangelizó y donde estableció su orden religiosa. Es revelador que los Vandeanos llevaban en sus pechos la insignia roja del Sagrado Corazón introducida por San Luis de Montfort. Sus enemigos los llamaban con desprecio de “soldados de Jesús”.
Cuando la Asamblea Nacional reemplazó a los sacerdotes heroicos que se habían rehusado a jurar la “constitución civil del clero”, los campesinos Vendeanos se negaban rotundamente a ir a la iglesia. Los padres de niños recién nacidos tuvieron que marchar a punta de pistola para ir a bautizarlos a las pilas bautismales. Secher relata una conmovedora anécdota que revela la profundidad de la adhesión que los campesinos tenían a los verdaderos pastores. Un domingo, en Saint-Hilaire-de-Mortagne, un sargento encontró a unos feligreses arrodillados en silencio en el cementerio porque su iglesia había sido cerrada. El sargento le preguntó a un viejo campesino qué era lo que estaban haciendo ahí, y el campesino explicó: “Cuando nuestro cura nos dejó, nos prometió que todos los domingos a esta misma hora diría la Misa por nosotros donde sea que se encontrase”. El sargento reaccionó con desprecio: “¡Imbéciles supersticiosos!” creen que escucharán la Misa desde el lugar en que él esté”. El anciano respondió dócilmente: “La oración viaja más de cien leguas, desde ya que asciende desde la tierra al cielo”.
Muchos de los sacerdotes Vendeanos que se habían rehusado jurar retornaron a sus ciudades natales y vivieron en la clandestinidad entre sus parientes y amigos. Ellos decían Misa en graneros, en áticos o en bodegas. Ellos tenían un precio sobre sus cabezas, pero confiaban en la protección de los campesinos. En virtud a una ley aprobada en agosto de 1792, fueron ofrecidas 50 libras como recompensa por la captura de algún sacerdote no juramentado. Los municipios podían incrementar la recompensa a 100 libras.
Lo que finalmente desencadenó una resistencia generalizada entre los campesinos católicos de la Vendée fue que la Asamblea nacional ordenó a comienzos de 1793 que 300.000 hombres fueran reclutados para el ejército nacional. Esto fue el colmo – los obligaron a unirse a las tropas para que fueran a la caza de sus sacerdotes.
El ejército Vendeano fue llamado en ese tiempo “El Ejército del Sagrado Corazón”. La nobleza de la Vendée había prácticamente desaparecido en 1793, entonces los campesinos fueron convocados en su mayoría por ex oficiales y solados de carrera para llevarlos a para batalla. Estas pintorescas características incluyeron a Charette, un oficial veterano de la Revolución Americana, y al Marqués de Bonchamps, un oficial formado en la India. Tales experimentados soldados sabían que enfrentaban imposibles probabilidades, pero los valerosos campesinos respondieron a la convocatoria. En determinado momento, llegaron a dirigir a cerca de 35.000 campesinos en la batalla, muchos de ellos pobremente equipados. En su auge en 1793, el ejército católico derrotó a los Mayençais, una fuerza de 20.000 veteranos que nunca antes había retrocedido en batalla en Europa. Una ilustración de Thomas Brennan puesta en el libro de Davies muestra la bravura y garbo de los líderes católicos. Ellos eran unos caballeros. El Marqués de Bonchamps, por ejemplo, pidió como último deseo antes de morir a los 33 años, que fuesen liberados los soldados gubernamentales que habían sido capturados. Cerca de 5.000 prisioneros fueron liberados, mientras que por el lado del gobierno, 29 carros de prisioneros católicos fueron ahogados en el depósito de Vihiers. Era difícil para el ejército católico acatar un código de honra frente a las incesantes atrocidades de sus enemigos. Los prisioneros liberados por Bonchamps devastaron La Chapelle, donde habitaban en aquél entonces ancianos, mujeres y niños.
Entre las muchas atrocidades cometidas contra los católicos Vendeanos se encuentra la masacre de un hospital cerca de Yzernay, donde 2.000 soldados heridos, ancianos, mujeres y niños fueron masacrados. Una Capilla para honrar a esos mártires fue levantada en el lugar. Hubo también la masacre de 6.000 prisioneros católicos, muchos de ellos mujeres, después de la batalla de Savenay. También están los Mártires de Avrillé, la mitad de ellos mujeres – recientemente beatificados por Juan Pablo II – quienes fueron sacados de la ciudad en lotes de 400, 50 fueron puesto en línea frente a una zanja y fueron fusilados. También fueron ahogados 5.000 en el río Loira en Nantes – sacerdotes, ancianos, mujeres y niños. Y 3.000 mujeres católicas fueron asesinadas ahogándolas en Pont-au-Baux. Los ahogamientos se transformaron en entrenamiento para los soldados. A los ahogamientos les pusieron nombres burlescos como “matrimonios republicanos” donde jóvenes y jovencitas católicos fueron atados desnudos de a dos y lanzados al agua. También lo llamaban “deportación vertical en la bañera nacional” y “bautismo patriótico”.
Aquellos que dirigieron dichas atrocidades fueron obviamente fanáticos en su odio al catolicismo, pero eran ellos los que acusaban al catolicismo de “fanatismo”. Para ser considerado culpable del supuesto “crimen” de fanatismo, bastaba que el católico ocultase a un sacerdote, escuchara Misa en secreto, o rezara el Rosario. Cuando las guillotinas no daban más a vasto con el número de “fanáticos” condenados, la legislación atea buscó métodos más eficientes para matar a las multitudes. Ellos deliberaron intoxicarlos en pozos con arsénico e inventaron “gases tóxicos”. Sólo faltaba la tecnología, ya que la voluntad había para aquello, tanto así que Auschwitz no superó a 1790. Así fue que, una vez desatado el terror entre 1794 a 1796, Davies observa que, esto “fue un hecho sin precedentes hasta el advenimiento deStalin t Hitler”. El General Westermann, el carnicero de la Vendée, informó al Comité De Seguridad Pública después de la batalla de Savenay en diciembre de 1793: “Siguiendo las órdenes que me dieron, yo aplasté a los niños debajo de las patas de los caballos, masacré mujeres… No tomé ni un sólo prisionero… los exterminé a todos…” Noten sus palabras: siguiendo las órdenes que ustedes me dieron.
El genocidio de los católicos Vendeanos no puede ser registrado como hecho por un ejército que se volvió loco. Fue un programa de aniquilación ordenado por los líderes del ateísmo dogmático. La Convención Nacional tomó la fría decisión de que los católicos Vendeanos “deben ser exterminados de la faz de la tierra”. Ordenaron a las tropas nacionales a dividirse en columnas y marchar a través de la región oeste de Francia destruyendo a todos y a todo – ancianos, mujeres y niños, incluso a los “patriotas” (así denominaron los revolucionarios gubernamentales a aquellos que en la Vendée se les opusieron) quienes incluso imaginaban que estarían a salvo mostrando sus certificados de lealtad otorgados por el gobierno. La región se transformó en un cementerio nacional que sirve como lección para todos los católicos en Francia. Ninguna persona, ninguna propiedad fue perdonada. Incluso los bosques intentaron incendiarlos. Esto no ocurrió debido a la incesante lluvia.
Nadie que haya leído las horribles descripciones detalladas por Secher sobre el genocidio de la Vendée puede atreverse a negar la existencia del Pecado Original. Aquí nos enfrentamos al corazón de lo más obscuro en el hombre. Un oficial de policía llamado Gannet escribió cómo vio como eran arrojados mujeres y niños dentro de hornos y cómo sus llantos eran “causa de entretención” para los soldados de Turreau que quería “continuar con sus placeres” incluso corriendo detrás de las victimas católicas para atraparlas. Entonces ellos procedieron a arrojar a 23 esposas de “patriotas verdaderos” dentro[/size] del fuego. Otro entretenimiento monstruoso consistía en lanzar a las mujeres por las ventanas para que cayeran sobre las bayonetas. En Angers las pieles de 32 víctimas fueron utilizadas para fabricar monturas para los oficiales, y en Meudon, se hizo la comparación entre la elasticidad de la piel de los hombres y de las mujeres.
El dogmatismo anti-católico prevalece en las universidades de hoy. Desde no hay príncipes que proporcionen entrañas para el entrenamiento de los ateos dogmáticos, les queda sólo estrangular al sacerdocio católico de otra manera
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El Genocidio de La Vendée
No sería de extrañar que muchos ni siquiera hayan escuchado hablar que durante la Revolución Francesa casi 120.000 habitantes de La Vendée, la mayoría campesinos del norte de Francia fueron asesinados y arrasadas decenas de miles de viviendas, sin contar con un sin fin de atrocidades que les fueron hechas por el único motivo de que eran católicos y que querían practicar su religión.
Me parece de suma importancia sacar a la luz estos episodios de la historia que son ocultados en la enseñanza moderna, por el simple hecho de que esta tiene un claro enfoque anticatólico. Generalmente por falta de información hasta en círculos católicos no se conocen estos episodios de la historia, y este no es el único ejemplo pues tenemos también la Cristiada y muchos otros episodios históricos que son estudiados sin nada de objetividad, como la relación entre ciencia e Iglesia y las cruzadas.
Hasta hoy en día muchos católicos no son conscientes de la persecución que se vive actualmente en países como India, Oriente Medio y el Norte de África, donde la iglesia obtiene cientos de mártires al año. Es hora de que los católicos despierten y comiencen a conocer y difundir esta parte de la historia.
Situación religiosa
Hace unos doscientos años que Francia dejó de reconocerse a sí misma como La fille aînée de l’Eglise —La hija primogénita de la Iglesia—. No era injusto ese título, ni mucho menos, porque la nación más extensa, más moderna y la más culta del continente europeo tenía una sociedad católica. De los 26 millones de franceses, sólo 40.000 eran judíos y 500.000 protestantes. Sí, se sabían parte de la Iglesia universal, pero conscientes de su peso específico: 139 diócesis y 40.000 parroquias, en 1789; 135 obispos, alrededor de 70.000 sacerdotes seculares —un cura por cada 364 feligreses—, unos 30.000 religiosos y 40.000 religiosas. Con razón escribió François Furet que Francia, en vísperas de la Revolución Francesa, tenía un paisaje católico, pues iglesias, ermitas, santuarios y monasterios integraban y, no pocas veces, modelaban pueblos y ciudades.
El estallido de la Revolución Francesa, 14 de julio de 1789, lleva a la creación de un nuevo concepto de Estado y sociedad, bajo el lema: “libertad, igualdad, fraternidad o muerte”. En el nuevo régimen los estamentos propios del orden natural deben desaparecer en beneficio de la nación francesa –ente subversivo-; comienza así el ataque sistemático contra la Iglesia Católica, institución vital en la sociedad gala y pilar fundamental para el sostenimiento de la Monarquía. Surgen así los adoradores de la diosa Razón, de la diosa Libertad y de la diosa Humanidad, que buscan reemplazar la fe católica.
Con la finalidad de desmantelar la Iglesia Católica, se van sucediendo cronológicamente las siguientes disposiciones revolucionarias:
• 4 de agosto de 1789: se produce la abolición de los derechos feudales por la Asamblea nacional.
• 24 de agosto de 1789: se vota por la supresión de los diezmos.
• 2 de noviembre de 1789: se produce la nacionalización de los bienes del clero y su conversión en bienes nacionales para su posterior venta en beneficio del Estado.
Estas medidas que anulan en definitiva el poder de la Iglesia Católica en Francia tienen diversas consecuencias como la separación Iglesia-Estado y la formación del primer Estado aconfesional, la desaparición del patrimonio artístico francés, la asunción por el Estado de la educación y la asistencia social por el desmantelamiento de la red educativa y asistencia de la Iglesia y la manutención del clero por el Estado. Esta última a consecuencia de la desamortización de los bienes de la Iglesia que contrae la pérdida de su independencia económica.
• Febrero de 1790: se prestó el primer juramento de obediencia a la Constitución; se trataba de una simple declaración de fidelidad a la nación, al monarca y a las decisiones de la Asamblea Constituyente. La totalidad del clero prestó su juramento, con la excepción del obispo de Narbona, Mons. Dillon
• 13 de febrero de 1790: se produce la abolición de los votos religiosos, lo que significa la supresión de las órdenes regulares. Se exclaustra a monjas y frailes, se incautan o incendian muchos conventos.
• 18 de agosto de 1791: se suprimen las congregaciones seculares.
Estas medidas reducen los efectivos de la Iglesia Católica a los curas diocesanos, pero para ellos también hay una medida de reorganización que les pondrá a las órdenes directas del Estado.
• 12 de julio de 1790: se aprueba la Constitución Civil del Clero, que es la base angular de la instauración de una nueva iglesia y la destrucción total de la vigente hasta entonces. Esta reordenación consiste en diseñar de nuevo las diócesis que deben coincidir con los limítrofes de los departamentos. Sin embargo, esta medida significa la supresión de 53 diócesis. Al mismo tiempo la reordenación parroquial, en realidad consiste en la supresión de cuatro mil parroquias. En cuanto al personal de la nueva iglesia, la elección de los obispos y párrocos por una asamblea de electores (ciudadanos activos), pero que por el censo está reducido a las clases más acomodadas de la sociedad. Además la ordenación de los curas será por los obispos, pero estos serán por el metropolitano y no por el Papa, es la ruptura con Roma. Se reorganiza la Iglesia Francesa, sin contar con Roma. Se introduce el culto a la Diosa Razón. Se obliga a jurar la «Constitución» a obispos, sacerdotes y religiosos, con lo cual se origina un cisma (juramentados y refractarios). Se persigue (muerte o deportación) a quienes no juran. La enseñanza, antes muy dirigida por la Iglesia, ahora es pública y laica. La Primaria queda abandonada.
Como el nuevo clero depende del Estado en su organización y manutención y cumplen una función pública, como el resto de los funcionarios del Estado deben jurar ser fieles a la nación y apoyar con todo su poder la constitución decretada por la asamblea nacional. No obstante, estas medidas que eliminan a la Iglesia Católica francesa cuenta con la total oposición del Papa Pío VI, con lo que se da comienzo al cisma de una iglesia galicana subordinada al poder civil, al margen de la autoridad pontificia, de estructura episcopalista y presbiteriana, donde los obispos y los párrocos eran elegidos por el pueblo y los nombramientos episcopales serían solamente notificados a Roma. Entre los miembros del episcopado únicamente cuatro renegaran de la fidelidad a Roma: Talleyrand, obispo de Autun; Loménie de Brieme, Cardenal arzobispo de Sens; Jarente, obispo de Orleans y Lafont, obispo de Viviers. Entre los miembros del clero se calcula en un 53 % los refractarios al juramento y reconocimiento de la ruptura con Roma. En cuanto al pueblo creyente, este se suma a la oposición del clero oficial y asiste a ceremonias clandestinas.
El Papa Pío VI prohibió el juramento y excomulgó a los sacerdotes que lo prestaran
El rechazo a la reorganización eclesial es respondido por las autoridades con fuertes medidas como las siguientes:
• 29 de noviembre de 1791: el clérigo que no jure en ocho días será puesto bajo vigilancia.
• 27 de mayo de 1792: se vota un decreto que sometía a la deportación más allá de las fronteras a cualquier eclesiástico al que veinte ciudadanos denunciaran como no juramentado y al que el distrito reconociera como tal.
• 10 de agosto de 1792: es aprueba la famosa ley de sospechosos, donde el clero refractario forma uno de los colectivos considerados enemigos declarados de al revolución.
• 26 de agosto de 1792: se redacta la ley de deportación general de todos los miembros del clero que se hayan opuesto al juramento.
• 2 de septiembre de 1792: una banda de revolucionarios sacó del carruaje en que se conducía a la prisión a tres sacerdotes refractarios y los colgó; comienzan así las Matanzas de Septiembre. Más de mil monárquicos –aproximadamente unos doscientos cincuentas sacerdotes- y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados; es el primer asesinato colectivo.
• 3 de septiembre de 1792: se redacta un nuevo juramento en el cual se debe comprometer el juramentado a mantener la libertad, la igualdad, seguridad de las personas y propiedades.
• Marzo de 1793: los sacerdotes que se negaron a jurar la Constitución Civil del Clero – llamados curas refractarios- persistentes en territorio francés quedan condenados a muerte. Estas medidas causan la salida de más de cuarenta mil exiliados de condición religiosa, seis mil de los cuales recalan en España y ayudarán a acrecentar desde el catolicismo español un sentimiento contrario al revolucionario francés que se materializará en 1808 en la lucha contra Napoleón
En esas fechas es el inicio de la Epopeya de La Vendée, cuyos campesinos sublevados llevan prendidos escarapelas del Sagrado Corazón y se autodenominan como ejército católico y real. Esta región evangelizada un siglo atrás por San Luis María Grignion de Montfort, terciario dominico, que insistía en la devoción filial a Nuestra Señora, fue tan inmunizada contra el virus de la Revolución, que se levantó en armas contra el gobierno republicano y anticatólico de Paris. Tenía en la Santísima Virgen la devoción más ardiente y, hasta compuso en su alabanza el “Tratado de la Verdadera Devoción”, que constituye hoy el fundamento más fuerte de toda la piedad mariana profunda. Por otro lado, con sus misiones aproximaba al pueblo a los sacramentos, lo enfervorizaba en la devoción al Rosario. También la sagrada insignia difundida por el santo, el Sagrado Corazón en tela roja, encuadrado por las iniciales de Jesús y María, fue colocado por los combatientes sobre sus chalecos, blusas, o dispuesto como escarapelas en los sombreros de amplias alas. El día de la beatificación de este apasionado apóstol, el ilustre obispo de Angers, Mgr. Freppel, lo proclamaba solemnemente ante 20.000 vendeanos en St.-Laurent-Sur-Sèvre, lugar donde reposan los restos del extraordinario conmovedor de almas : fue por Montfort y sus hijos espirituales, los Misioneros de San Lorenzo, por quienes corrió el flujo fecundo de savia cristiana en los campos del Oeste durante todo el siglo XVIII. Si ese siglo fue en otros lugares un tiempo de decadencia moral, en el Oeste, por el contrario, salvo en las grandes ciudades, fue una época de vivificación cristiana durante la cual el pueblo de esta región, dice Mgr. Freppel, “estuvo como lleno de dos sentimientos igualmente apropiados para engendrar el heroísmo : la Fé religiosa y la Fidelidad al poder legítimo. Por ello es que, cuando en un día de odio y de obcecación se llegó a atacar a los ungidos del Señor, a todo lo que representaba Cristo en el estado y en la Iglesia, este pueblo se estremeció y se levantó para defender todo lo que amaba y todo lo que respetaba.
Fue un levantamiento popular, que forzó a los titubeantes clérigos a tomar partido y produjo la salida de incógnito de muchos nobles temerosos de comprometerse. Rebelión religiosa frente al feroz volterianismo ideológico que se imponía a sangre y fuego desde París. Una insurrección en defensa del cristianismo, que constituye un hecho único en la historia por sus proporciones y el alcance de su represión.
Sin embargo, en este momento el gobierno revolucionario inicia una etapa descristianizadora al considerar a la revolución como una nueva era de civilización y al cristianismo como algo periclitado y unido al antiguo régimen.
La política religiosa del nuevo régimen y las medidas de excepción contra los sacerdotes no juramentados, trajeron una consecuencia cuya trascendencia iba a ser considerable: la sublevación del oeste de Francia, no solamente la Vendée, sino más a o menos todo el país que se extiende desde el norte del Poitu hasta la Bretaña y a los confines de Normandía: en los territorios actuales de los cuatro obispados de Poitiers, Angers, Lucon y Nantes.
Si bien la adhesión a la causa realista intervendría también es su estallido, la fidelidad a la Iglesia Católica y Romana constituye sin duda el móvil mayor de aquella epopeya.
La guerra campesino-monárquica de Francia
Las dificultades comenzaron con la Constitución del clero y su juramento; apenas uno de entre cuatro o cinco sacerdotes estuvo dispuesto a jurar. La resuelta hostilidad de los paisanos de la Vendée para con el clero constitucional se empezó a manifestar: en mayo de 1792 los alcaldes y oficiales municipales de treinta y cuatro comunas de las Mauges se reunieron para tratar esta situación; en agosto, en Chantillón hubo una revuelta de unos seis a diez mil hombres, reprimida por la guardia nacional. Los sacerdotes juramentados, muy mal recibidos, debían apelar a la guardia nacional para mantenerse; la mayoría de los feligreses deseaban y preferían quedarse sin cura que tener a un constitucional al que no conocen.
La ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, conmocionó a toda Europa. Ello, unido a la política anexionista de la Convención, hizo que la hostilidad exterior contra la Revolución aumentara. La Francia entusiasmada declaró la guerra a Inglaterra y Holanda (1 de febrero, 1793), a España (7 de marzo) y a los Estados italianos. La Francia revolucionaria estaba en guerra contra toda Europa (excepto Suiza y los países escandinavos); por ello decreta el 24 de febrero de 1793 la movilización de 300.000 hombres.
Inicio
Las primeras proscripciones de sacerdotes habían comenzado en otoño, y la noticia de las matanzas de septiembre llegó hasta las más apartadas aldeas; a fines de enero, la de la ejecución del Rey, causó peor impresión. El 3 de marzo, en el mercado de Cholet, se supo que los funcionarios de Paris habían decidido que los jóvenes entre dieciocho y veinticinco años fueran alistados y enviados al ejército; aproximadamente unos quinientos jóvenes juraron públicamente no aceptar jamás la milicia revolucionaria.
Las autoridades locales, desconociendo el clima que se vivía, ordenaron el sorteo de los alistados en los centros de distrito, lo que suponía la reunión de ellos en grandes grupos; en muchísimos lugares estallaron incidentes, señalándose aproximadamente que seiscientas parroquias habían entrado en acción.
• El 11 de marzo, en Machecoul, los guardias nacionales intentaron imponer el sorteo, lo que costó la vida a treinta de ellos.
• El 12 de marzo, en Saint-Florent, se dispersaban los soldados del gobierno, abandonando un cañón en manos de los insurrectos.
• El buhonero Jacques Cathelineau, ocupaba el 13 de marzo la población de Chemillé; el 14 de marzo, Cholet.
Así, al grito de “¡Viva la Religión!”, se levantaba en armas toda la Vendée.
El clima de los ejércitos vendeanos fue profundamente religioso: las columnas avanzaban rezando el rosario; lanzábanse al asalto cantando el Vexilla Regis; los capellanes impartían la absolución antes de que se trabara el combate. Ese espíritu religioso se daba también entre aquellos jefes salidos del pueblo, como el buhonero Cathelineau, llamado el “”Santo de Anjou” y el leñador Stofflet. Entre los nobles, a quienes los campesinos buscaron en sus propias mansiones y castillos para ponerlos al frente de sus fuerzas, esa religiosidad fue menos espontánea al principio; pero una vez tomada la decisión, todos ellos: D`Elbée, Lescure, Bonchamp, Charette y Henri de la Rochejaquelein, se mostraron dignos de la fe sólida y simple de sus hombres.
Consecuencias
Como bien nos señala Daniel Rops, “A decir verdad, dos Francias se enfrentaron en aquella lucha fraticida. La una, católica y tradicionalista, en la que se confundían convicciones cristianas y realistas hasta el punto de borrar en ella el sentido de la comunidad nacional y aceptar el lanzarse a una revuelta en el instante en que la Patria era invadida por todas partes”; al tomar las armas contra un gobierno al que consideraban ilegítimo y tiránico, no pensaban en absoluto en “traicionar a Francia”. “La otra, la Francia “de la montaña”, vagamente deísta, violentamente anticlerical, que no tenía en el fondo otra religión que la de la Patria”. Si San Luis María Grignion de Montfort hubiese extendido su acción misionera a toda Francia, probablemente habría sido otra su historia, y otra la historia del mundo.
Las memorias jamás reivindicadas de tres mil curas asesinados, de cientos de religiosas violadas y torturadas hasta morir y de decenas de campesinos descuartizados por no querer renunciar a su religión toca directamente a la misión pastoral del Papa y al encargo recibido del mismo Cristo de confirmar a sus hermanos.
Martirios
El 21 de febrero de 1794 se abrió en Angers el proceso contra el R.P. Noel Pinot. Las acusaciones fueron: presunta colaboración con los insurrectos, negación de juramento a la constitución civil, presunta cooperación para la reposición de la monarquía y sobre todo el prohibido ejercicio de la profesión de sacerdote. Lo último, junto con el hecho de haber celebrado la Santa Misa, era suficiente para dictar sobre el padre Pinot la pena de muerte y ejecutarlo el mismo día. El candidato a muerte fue irónicamente preguntado si quería morir con el alba puesta, proposición que aceptó con entusiasmo porque así pudo vivir todavía la más bella satisfacción: hasta el último momento ser sacerdote. El suplicio sería como la celebración de su última Misa, su ofrenda final. Así subió el padre Pinot al patíbulo, vestido con alba y casulla. Momentos antes de su decapitación tuvo que quitarse la casulla, pero los fieles le pusieron más tarde el ornamento después de la consumación del sacrificio. El 21 de octubre de 1926, el Papa Pío XI beatificó a este valiente sacerdote diciendo: “Noel Pinot atestiguó, llevando hasta el momento de su ejecución la casulla, que la tarea primordial, más importante y más sagrada del sacerdote es la celebración de la Santa Eucaristía según el encargo del Señor: “Haced esto en memoria mía”.
El Terror desatado por la Revolución Francesa ha producido miles de víctimas en Anjou. La Causa de Beatificación, introducida en 1905, comprendía a 99 personas : 15 que fueron guillotinadas en Angers, y 84 que fueron fusiladas en Champ-des-Martyrs d’ Avrillé, entre el 30 de octubre de 1793 y el 14 de octubre de 1794. “Nos, acogiendo el deseo de nuestros hermanos Jean Orchampt, obispo de Angers, (…), así como de otros muchos hermanos en el Episcopado y de numerosos fieles cristianos, después de haber escuchado el parecer de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra Autoridad Apostólica establecemos que los venerables Siervos de Dios Guillermo Repin y compañeros (…), de ahora en adelante llamados Beatos y que su fiesta pueda celebrarse todos los años en los lugares y del modo establecido por el derecho, el día del tránsito para el cielo : el 1 de febrero para los Beatos Guillermo Repin y compañeros (…). En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; con esta fórmula el Papa, declaró Beatos al R.P. Guillaume Repin y 98 mártires franceses (11 sacerdotes, 3 religiosas y 84 -4 varones y 80 mujeres- seglares que murieron por la Fe en Angers en 1793-94, durante la Revolución Francesa). La ceremonia tuvo lugar en la basílica de San Pedro, Roma, el domingo 19 de febrero de 1984.
Cada vez más historiadores hablan de este acontecimiento como el “Primer Genocidio de la Historia Moderna”. En él, los jacobinos pusieron en práctica lo que se puede considerar un ensayo general de “Solución Final”.
Un repaso a la historia de la “Tolerancia de la Revolución”
El 7 de agosto de 1790, en plena euforia de la Revolución francesa, el diario Mercure de France aseguraba: “El primer autor de esta gran revolución que asombra a Europa es, sin duda, Voltaire. Él no ha visto todo lo que ha hecho, pero él ha hecho todo lo que nosotros vemos. Es él quien ha abatido la primera y más formidable barrera del despotismo”.
Pocos meses después, sus restos mortales, que habían sido enterrados casi en el silencio trece años antes en Ferney, entraban triunfalmente en el Panteón de Hombres Ilustres de París, entre aclamaciones de multitudes.
Quizá el juicio de aquel diario parisino fuera exagerado respecto a la influencia de Voltaire –el famoso Patriarca de la tolerancia– en la Revolución francesa, pero no cabe duda de que fue el principal demoledor de las formas anteriores, y quien abrió paso a Rousseau, que proporcionaría a la Revolución francesa su base intelectual.
Rousseau, con su obra Contrato Social, creó el concepto de Voluntad General –la suma de voluntades de los hombres–, reconocida como “santa”, “inviolable” y “absoluta”. Desencadenó la revolución en busca del Estado perfecto, fundado en la supuesta unidad entre moral civil y decisión soberana, pero que acabó –era previsible– en el Estado totalitario vestido con las galas de la legalidad de una Voluntad General. La idea inicial del hombre autónomo acabó por desembocar en un Estado totalitario.
Junto a ello, y como señala Paul Hazard, se abrió un proceso como jamás lo hubo: el proceso contra Dios. El 13 de abril de 1790, la Asamblea Nacional rechazó el catolicismo como religión nacional. El 12 de julio se decretó la expropiación de los bienes eclesiásticos. El 27 de noviembre se exigió a todos los dignatarios eclesiásticos jurar acatamiento a la nueva ordenación legal del clero.
Los sacerdotes y religiosos hubieron de refugiarse en la clandestinidad, como en tiempos de las catacumbas, y más de 40.000 –unos dos tercios del clero francés– fueron deportados o guillotinados: desde todos los lugares de Francia, cargados en carretas de caballos o de bueyes, encerrados en jaulas, muchos eran conducidos, ayunos durante un viaje de días y aun semanas, a Burdeos, Brest y Nantes para ser allí embarcados con destino a la Guayana; tan solo la mitad aproximadamente llegarían con vida a su destierro.
El 8 de junio de 1793, mientras el populacho saqueaba los templos por todas partes y entronizaba en ellos a meretrices como expresiones de la diosa Razón, Robespierre proclamó la “Religión del Ser Supremo”. Se abolió el calendario, los nombres de los santos, e incluso las campanas de los edificios religiosos.
Las carretas atestadas de víctimas de la guillotina serían un espectáculo incesante y habitual por las calles de París. Pero el cuadro del horror alcanzaría su punto culminante con los asesinatos de septiembre y las bárbaras torturas y vejaciones a que se recurrieron para aplastar la reacción de los campesinos católicos de La Vendée.
La historia conocía ya abundantes ejemplos de guerras y represiones por motivo de religión, que han sido terribles muestras de las crueldades a que a veces ha llegado a lo largo de los siglos la intolerancia religiosa. Pero aquella bestial represión de los católicos deLa Vendée fue, como ha dicho Pierre Chaunu, la más cruel entre todas las hasta entonces conocidas, y el primer gran genocidio sistemático por motivo religioso. Y quizá lo más lamentable fuera que –también por primera vez en la historia– esta masacre se llevó a cabo bajo la bandera de la tolerancia.
El asunto no quedó en el frenético y sangriento sube y baja de la rasuradora nacional que en su día inventara Guillotin. Al primer asalto en masa siguió una fría organización del genocidio.
En agosto de 1793, la Convención de París expidió un decreto disponiendo que el Ministerio de la Guerra enviase materiales inflamables de todo tipo con el fin de incendiar bosques, cultivos, pastos y todo aquello que arder pudiera en la comarca. “Tenemos que convertir La Vendée en un cementerio nacional”, exclamó el general Turreau, uno de los principales responsables de la matanza.
Como narra Hans Graf Huyn, fueron violadas las monjas; cuerpos vivos de muchachas soportaron el descuartizamiento; se formaron hileras con los niños para ahogarlos en estanques y pantanos; mujeres embarazadas se vieron pisoteadas en lagares hasta morir, y en aldeas enteras los vecinos perecieron por beber agua que había sido envenenada. Casi 120.000 habitantes de La Vendée fueron asesinados, y arrasadas decenas de miles de viviendas.
La cuestión de fondo de aquel enfrentamiento –como observa Jean Meyer– no estuvo en la disyuntiva entre monarquía o república, ni fue un conflicto entre estamentos, sino que consistió más bien en la decidida intención de extirpar esas creencias sin reparar en medios.


En 1793, después de soportar tres años y medio de la persecución desmedida a la Iglesia por los financistas de la Revolución Francesa (masones anticatólicos), un pequeño grupo de campesinos y nobles fieles iniciaron una "contrarrevolución". Esta es la historia, en gran parte ocultada y desconocida, de la valiente lucha de seis años de los habitantes de una pequeña sección del oeste de Francia, para defender su Religión y su Rey.
Impregnados de la espiritualidad inspirada por San Luis de Montfort, y vestidos con sus rosarios y emblemas del Sagrado Corazón, sus sacrificios dieron como resultado un sinnúmero de mártires.
Los historiadores han dejado al margen o minimizado este genocidio, a veces (como sucede con Michelet) hasta han culpado a las víctimas. ¿Por qué? Porque esto no encaja con el mito ateo – de que los católicos son los perseguidores, mientras que los ateos y liberales son los tolerantes. La historia del genocidio Vandeano es incluso muy necesaria para corregir el interminable vitoreo ofrecido desde 1989 por causa del bicentenario de la Revolución Francesa. Hubo una horrible cara oculta de la Revolución, un corazón tenebroso.
La persecución a los sacerdotes católicos llegó hasta el máximo exceso en la Vendée. Esta persecución se suponía que no debía ocurrir porque, bajo el Artículo X de la “Declaración de los Derechos Humanos” (1789), nadie podía ser penalizado por sus creencias religiosas, menos si sus creencias no perturbasen el orden público. Pero el gobernante ateo rápidamente comenzó a perseguir a los sacerdotes y a la Iglesia. Primero confiscaron las propiedades de la Iglesia, incluyendo los colegios y hospitales. Después suprimieron los monasterios y conventos. A continuación ellos eliminaron todas las formas de rentas y redujeron al sacerdocio católico a la dependencia de un salario gubernamental.
A fines del 1790 los sacerdotes fueron forzados incluso a tomar juramento de adhesión a la nueva “Constitución Civil del Clero” bajo la amenaza de si no, perder su trabajo y salario. A comienzos de 1791, 134 obispos franceses condenaron esta “Constitución Civil” y el Papa Pío VI la declaró herética. El anti-catolicismo en París ignoró esto y mantuvo la medida: En agosto de 1792 una nueva ley ordenó que los sacerdotes que mantenían su rechazo al juramento fuesen deportados, y en mayo de 1793 otra ley condenaba a muerte a aquellos sacerdotes deportados que todavía estaban en Francia. De esta manera, la ley se convirtió en un arma para destruir el orden sagrado del sacerdocio y a la Iglesia Católica.
La resistencia a esta persecución estalló en agosto de 1972 cuando 600 campesinos Vandeanos blandiendo herramientas agrícolas intentaron detener a la Guardia Nacional que quería desalojar a las monjas de sus conventos. La mayoría de los campesinos murieron caballerosamente. Ahora, aquellos hombres habían aceptado con beneplácito la Revolución de 1789, hasta que se dieron cuenta del visceral y apasionado anti-catolicismo dirigido por las leyes ateas.Michael Davies plantea la cuestión de por qué la resistencia comenzó en la Vendée, debido a que el más ferviente catolicismo residía en aquella parte de Francia – una región de 12.000 kilómetros cuadrados que incluye parte de Anjou, Brittany, yPoitou. Él responde que justamente es ésa la región donde San Luis María Grignion de Montfort misionó y evangelizó y donde estableció su orden religiosa. Es revelador que los Vandeanos llevaban en sus pechos la insignia roja del Sagrado Corazón introducida por San Luis de Montfort. Sus enemigos los llamaban con desprecio de “soldados de Jesús”.
Cuando la Asamblea Nacional reemplazó a los sacerdotes heroicos que se habían rehusado a jurar la “constitución civil del clero”, los campesinos Vendeanos se negaban rotundamente a ir a la iglesia. Los padres de niños recién nacidos tuvieron que marchar a punta de pistola para ir a bautizarlos a las pilas bautismales. Secher relata una conmovedora anécdota que revela la profundidad de la adhesión que los campesinos tenían a los verdaderos pastores. Un domingo, en Saint-Hilaire-de-Mortagne, un sargento encontró a unos feligreses arrodillados en silencio en el cementerio porque su iglesia había sido cerrada. El sargento le preguntó a un viejo campesino qué era lo que estaban haciendo ahí, y el campesino explicó: “Cuando nuestro cura nos dejó, nos prometió que todos los domingos a esta misma hora diría la Misa por nosotros donde sea que se encontrase”. El sargento reaccionó con desprecio: “¡Imbéciles supersticiosos!” creen que escucharán la Misa desde el lugar en que él esté”. El anciano respondió dócilmente: “La oración viaja más de cien leguas, desde ya que asciende desde la tierra al cielo”.
Muchos de los sacerdotes Vendeanos que se habían rehusado jurar retornaron a sus ciudades natales y vivieron en la clandestinidad entre sus parientes y amigos. Ellos decían Misa en graneros, en áticos o en bodegas. Ellos tenían un precio sobre sus cabezas, pero confiaban en la protección de los campesinos. En virtud a una ley aprobada en agosto de 1792, fueron ofrecidas 50 libras como recompensa por la captura de algún sacerdote no juramentado. Los municipios podían incrementar la recompensa a 100 libras.
Lo que finalmente desencadenó una resistencia generalizada entre los campesinos católicos de la Vendée fue que la Asamblea nacional ordenó a comienzos de 1793 que 300.000 hombres fueran reclutados para el ejército nacional. Esto fue el colmo – los obligaron a unirse a las tropas para que fueran a la caza de sus sacerdotes.
El ejército Vendeano fue llamado en ese tiempo “El Ejército del Sagrado Corazón”. La nobleza de la Vendée había prácticamente desaparecido en 1793, entonces los campesinos fueron convocados en su mayoría por ex oficiales y solados de carrera para llevarlos a para batalla. Estas pintorescas características incluyeron a Charette, un oficial veterano de la Revolución Americana, y al Marqués de Bonchamps, un oficial formado en la India. Tales experimentados soldados sabían que enfrentaban imposibles probabilidades, pero los valerosos campesinos respondieron a la convocatoria. En determinado momento, llegaron a dirigir a cerca de 35.000 campesinos en la batalla, muchos de ellos pobremente equipados. En su auge en 1793, el ejército católico derrotó a los Mayençais, una fuerza de 20.000 veteranos que nunca antes había retrocedido en batalla en Europa. Una ilustración de Thomas Brennan puesta en el libro de Davies muestra la bravura y garbo de los líderes católicos. Ellos eran unos caballeros. El Marqués de Bonchamps, por ejemplo, pidió como último deseo antes de morir a los 33 años, que fuesen liberados los soldados gubernamentales que habían sido capturados. Cerca de 5.000 prisioneros fueron liberados, mientras que por el lado del gobierno, 29 carros de prisioneros católicos fueron ahogados en el depósito de Vihiers. Era difícil para el ejército católico acatar un código de honra frente a las incesantes atrocidades de sus enemigos. Los prisioneros liberados por Bonchamps devastaron La Chapelle, donde habitaban en aquél entonces ancianos, mujeres y niños.
Entre las muchas atrocidades cometidas contra los católicos Vendeanos se encuentra la masacre de un hospital cerca de Yzernay, donde 2.000 soldados heridos, ancianos, mujeres y niños fueron masacrados. Una Capilla para honrar a esos mártires fue levantada en el lugar. Hubo también la masacre de 6.000 prisioneros católicos, muchos de ellos mujeres, después de la batalla de Savenay. También están los Mártires de Avrillé, la mitad de ellos mujeres – recientemente beatificados por Juan Pablo II – quienes fueron sacados de la ciudad en lotes de 400, 50 fueron puesto en línea frente a una zanja y fueron fusilados. También fueron ahogados 5.000 en el río Loira en Nantes – sacerdotes, ancianos, mujeres y niños. Y 3.000 mujeres católicas fueron asesinadas ahogándolas en Pont-au-Baux. Los ahogamientos se transformaron en entrenamiento para los soldados. A los ahogamientos les pusieron nombres burlescos como “matrimonios republicanos” donde jóvenes y jovencitas católicos fueron atados desnudos de a dos y lanzados al agua. También lo llamaban “deportación vertical en la bañera nacional” y “bautismo patriótico”.
Aquellos que dirigieron dichas atrocidades fueron obviamente fanáticos en su odio al catolicismo, pero eran ellos los que acusaban al catolicismo de “fanatismo”. Para ser considerado culpable del supuesto “crimen” de fanatismo, bastaba que el católico ocultase a un sacerdote, escuchara Misa en secreto, o rezara el Rosario. Cuando las guillotinas no daban más a vasto con el número de “fanáticos” condenados, la legislación atea buscó métodos más eficientes para matar a las multitudes. Ellos deliberaron intoxicarlos en pozos con arsénico e inventaron “gases tóxicos”. Sólo faltaba la tecnología, ya que la voluntad había para aquello, tanto así que Auschwitz no superó a 1790. Así fue que, una vez desatado el terror entre 1794 a 1796, Davies observa que, esto “fue un hecho sin precedentes hasta el advenimiento deStalin t Hitler”. El General Westermann, el carnicero de la Vendée, informó al Comité De Seguridad Pública después de la batalla de Savenay en diciembre de 1793: “Siguiendo las órdenes que me dieron, yo aplasté a los niños debajo de las patas de los caballos, masacré mujeres… No tomé ni un sólo prisionero… los exterminé a todos…” Noten sus palabras: siguiendo las órdenes que ustedes me dieron.
El genocidio de los católicos Vendeanos no puede ser registrado como hecho por un ejército que se volvió loco. Fue un programa de aniquilación ordenado por los líderes del ateísmo dogmático. La Convención Nacional tomó la fría decisión de que los católicos Vendeanos “deben ser exterminados de la faz de la tierra”. Ordenaron a las tropas nacionales a dividirse en columnas y marchar a través de la región oeste de Francia destruyendo a todos y a todo – ancianos, mujeres y niños, incluso a los “patriotas” (así denominaron los revolucionarios gubernamentales a aquellos que en la Vendée se les opusieron) quienes incluso imaginaban que estarían a salvo mostrando sus certificados de lealtad otorgados por el gobierno. La región se transformó en un cementerio nacional que sirve como lección para todos los católicos en Francia. Ninguna persona, ninguna propiedad fue perdonada. Incluso los bosques intentaron incendiarlos. Esto no ocurrió debido a la incesante lluvia.
Nadie que haya leído las horribles descripciones detalladas por Secher sobre el genocidio de la Vendée puede atreverse a negar la existencia del Pecado Original. Aquí nos enfrentamos al corazón de lo más obscuro en el hombre. Un oficial de policía llamado Gannet escribió cómo vio como eran arrojados mujeres y niños dentro de hornos y cómo sus llantos eran “causa de entretención” para los soldados de Turreau que quería “continuar con sus placeres” incluso corriendo detrás de las victimas católicas para atraparlas. Entonces ellos procedieron a arrojar a 23 esposas de “patriotas verdaderos” dentro[/size] del fuego. Otro entretenimiento monstruoso consistía en lanzar a las mujeres por las ventanas para que cayeran sobre las bayonetas. En Angers las pieles de 32 víctimas fueron utilizadas para fabricar monturas para los oficiales, y en Meudon, se hizo la comparación entre la elasticidad de la piel de los hombres y de las mujeres.
El dogmatismo anti-católico prevalece en las universidades de hoy. Desde no hay príncipes que proporcionen entrañas para el entrenamiento de los ateos dogmáticos, les queda sólo estrangular al sacerdocio católico de otra manera
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El Genocidio de La Vendée
No sería de extrañar que muchos ni siquiera hayan escuchado hablar que durante la Revolución Francesa casi 120.000 habitantes de La Vendée, la mayoría campesinos del norte de Francia fueron asesinados y arrasadas decenas de miles de viviendas, sin contar con un sin fin de atrocidades que les fueron hechas por el único motivo de que eran católicos y que querían practicar su religión.
Me parece de suma importancia sacar a la luz estos episodios de la historia que son ocultados en la enseñanza moderna, por el simple hecho de que esta tiene un claro enfoque anticatólico. Generalmente por falta de información hasta en círculos católicos no se conocen estos episodios de la historia, y este no es el único ejemplo pues tenemos también la Cristiada y muchos otros episodios históricos que son estudiados sin nada de objetividad, como la relación entre ciencia e Iglesia y las cruzadas.
Hasta hoy en día muchos católicos no son conscientes de la persecución que se vive actualmente en países como India, Oriente Medio y el Norte de África, donde la iglesia obtiene cientos de mártires al año. Es hora de que los católicos despierten y comiencen a conocer y difundir esta parte de la historia.
Situación religiosa
Hace unos doscientos años que Francia dejó de reconocerse a sí misma como La fille aînée de l’Eglise —La hija primogénita de la Iglesia—. No era injusto ese título, ni mucho menos, porque la nación más extensa, más moderna y la más culta del continente europeo tenía una sociedad católica. De los 26 millones de franceses, sólo 40.000 eran judíos y 500.000 protestantes. Sí, se sabían parte de la Iglesia universal, pero conscientes de su peso específico: 139 diócesis y 40.000 parroquias, en 1789; 135 obispos, alrededor de 70.000 sacerdotes seculares —un cura por cada 364 feligreses—, unos 30.000 religiosos y 40.000 religiosas. Con razón escribió François Furet que Francia, en vísperas de la Revolución Francesa, tenía un paisaje católico, pues iglesias, ermitas, santuarios y monasterios integraban y, no pocas veces, modelaban pueblos y ciudades.
El estallido de la Revolución Francesa, 14 de julio de 1789, lleva a la creación de un nuevo concepto de Estado y sociedad, bajo el lema: “libertad, igualdad, fraternidad o muerte”. En el nuevo régimen los estamentos propios del orden natural deben desaparecer en beneficio de la nación francesa –ente subversivo-; comienza así el ataque sistemático contra la Iglesia Católica, institución vital en la sociedad gala y pilar fundamental para el sostenimiento de la Monarquía. Surgen así los adoradores de la diosa Razón, de la diosa Libertad y de la diosa Humanidad, que buscan reemplazar la fe católica.
Con la finalidad de desmantelar la Iglesia Católica, se van sucediendo cronológicamente las siguientes disposiciones revolucionarias:
• 4 de agosto de 1789: se produce la abolición de los derechos feudales por la Asamblea nacional.
• 24 de agosto de 1789: se vota por la supresión de los diezmos.
• 2 de noviembre de 1789: se produce la nacionalización de los bienes del clero y su conversión en bienes nacionales para su posterior venta en beneficio del Estado.
Estas medidas que anulan en definitiva el poder de la Iglesia Católica en Francia tienen diversas consecuencias como la separación Iglesia-Estado y la formación del primer Estado aconfesional, la desaparición del patrimonio artístico francés, la asunción por el Estado de la educación y la asistencia social por el desmantelamiento de la red educativa y asistencia de la Iglesia y la manutención del clero por el Estado. Esta última a consecuencia de la desamortización de los bienes de la Iglesia que contrae la pérdida de su independencia económica.
• Febrero de 1790: se prestó el primer juramento de obediencia a la Constitución; se trataba de una simple declaración de fidelidad a la nación, al monarca y a las decisiones de la Asamblea Constituyente. La totalidad del clero prestó su juramento, con la excepción del obispo de Narbona, Mons. Dillon
• 13 de febrero de 1790: se produce la abolición de los votos religiosos, lo que significa la supresión de las órdenes regulares. Se exclaustra a monjas y frailes, se incautan o incendian muchos conventos.
• 18 de agosto de 1791: se suprimen las congregaciones seculares.
Estas medidas reducen los efectivos de la Iglesia Católica a los curas diocesanos, pero para ellos también hay una medida de reorganización que les pondrá a las órdenes directas del Estado.
• 12 de julio de 1790: se aprueba la Constitución Civil del Clero, que es la base angular de la instauración de una nueva iglesia y la destrucción total de la vigente hasta entonces. Esta reordenación consiste en diseñar de nuevo las diócesis que deben coincidir con los limítrofes de los departamentos. Sin embargo, esta medida significa la supresión de 53 diócesis. Al mismo tiempo la reordenación parroquial, en realidad consiste en la supresión de cuatro mil parroquias. En cuanto al personal de la nueva iglesia, la elección de los obispos y párrocos por una asamblea de electores (ciudadanos activos), pero que por el censo está reducido a las clases más acomodadas de la sociedad. Además la ordenación de los curas será por los obispos, pero estos serán por el metropolitano y no por el Papa, es la ruptura con Roma. Se reorganiza la Iglesia Francesa, sin contar con Roma. Se introduce el culto a la Diosa Razón. Se obliga a jurar la «Constitución» a obispos, sacerdotes y religiosos, con lo cual se origina un cisma (juramentados y refractarios). Se persigue (muerte o deportación) a quienes no juran. La enseñanza, antes muy dirigida por la Iglesia, ahora es pública y laica. La Primaria queda abandonada.
Como el nuevo clero depende del Estado en su organización y manutención y cumplen una función pública, como el resto de los funcionarios del Estado deben jurar ser fieles a la nación y apoyar con todo su poder la constitución decretada por la asamblea nacional. No obstante, estas medidas que eliminan a la Iglesia Católica francesa cuenta con la total oposición del Papa Pío VI, con lo que se da comienzo al cisma de una iglesia galicana subordinada al poder civil, al margen de la autoridad pontificia, de estructura episcopalista y presbiteriana, donde los obispos y los párrocos eran elegidos por el pueblo y los nombramientos episcopales serían solamente notificados a Roma. Entre los miembros del episcopado únicamente cuatro renegaran de la fidelidad a Roma: Talleyrand, obispo de Autun; Loménie de Brieme, Cardenal arzobispo de Sens; Jarente, obispo de Orleans y Lafont, obispo de Viviers. Entre los miembros del clero se calcula en un 53 % los refractarios al juramento y reconocimiento de la ruptura con Roma. En cuanto al pueblo creyente, este se suma a la oposición del clero oficial y asiste a ceremonias clandestinas.
El Papa Pío VI prohibió el juramento y excomulgó a los sacerdotes que lo prestaran
El rechazo a la reorganización eclesial es respondido por las autoridades con fuertes medidas como las siguientes:
• 29 de noviembre de 1791: el clérigo que no jure en ocho días será puesto bajo vigilancia.
• 27 de mayo de 1792: se vota un decreto que sometía a la deportación más allá de las fronteras a cualquier eclesiástico al que veinte ciudadanos denunciaran como no juramentado y al que el distrito reconociera como tal.
• 10 de agosto de 1792: es aprueba la famosa ley de sospechosos, donde el clero refractario forma uno de los colectivos considerados enemigos declarados de al revolución.
• 26 de agosto de 1792: se redacta la ley de deportación general de todos los miembros del clero que se hayan opuesto al juramento.
• 2 de septiembre de 1792: una banda de revolucionarios sacó del carruaje en que se conducía a la prisión a tres sacerdotes refractarios y los colgó; comienzan así las Matanzas de Septiembre. Más de mil monárquicos –aproximadamente unos doscientos cincuentas sacerdotes- y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados; es el primer asesinato colectivo.
• 3 de septiembre de 1792: se redacta un nuevo juramento en el cual se debe comprometer el juramentado a mantener la libertad, la igualdad, seguridad de las personas y propiedades.
• Marzo de 1793: los sacerdotes que se negaron a jurar la Constitución Civil del Clero – llamados curas refractarios- persistentes en territorio francés quedan condenados a muerte. Estas medidas causan la salida de más de cuarenta mil exiliados de condición religiosa, seis mil de los cuales recalan en España y ayudarán a acrecentar desde el catolicismo español un sentimiento contrario al revolucionario francés que se materializará en 1808 en la lucha contra Napoleón
En esas fechas es el inicio de la Epopeya de La Vendée, cuyos campesinos sublevados llevan prendidos escarapelas del Sagrado Corazón y se autodenominan como ejército católico y real. Esta región evangelizada un siglo atrás por San Luis María Grignion de Montfort, terciario dominico, que insistía en la devoción filial a Nuestra Señora, fue tan inmunizada contra el virus de la Revolución, que se levantó en armas contra el gobierno republicano y anticatólico de Paris. Tenía en la Santísima Virgen la devoción más ardiente y, hasta compuso en su alabanza el “Tratado de la Verdadera Devoción”, que constituye hoy el fundamento más fuerte de toda la piedad mariana profunda. Por otro lado, con sus misiones aproximaba al pueblo a los sacramentos, lo enfervorizaba en la devoción al Rosario. También la sagrada insignia difundida por el santo, el Sagrado Corazón en tela roja, encuadrado por las iniciales de Jesús y María, fue colocado por los combatientes sobre sus chalecos, blusas, o dispuesto como escarapelas en los sombreros de amplias alas. El día de la beatificación de este apasionado apóstol, el ilustre obispo de Angers, Mgr. Freppel, lo proclamaba solemnemente ante 20.000 vendeanos en St.-Laurent-Sur-Sèvre, lugar donde reposan los restos del extraordinario conmovedor de almas : fue por Montfort y sus hijos espirituales, los Misioneros de San Lorenzo, por quienes corrió el flujo fecundo de savia cristiana en los campos del Oeste durante todo el siglo XVIII. Si ese siglo fue en otros lugares un tiempo de decadencia moral, en el Oeste, por el contrario, salvo en las grandes ciudades, fue una época de vivificación cristiana durante la cual el pueblo de esta región, dice Mgr. Freppel, “estuvo como lleno de dos sentimientos igualmente apropiados para engendrar el heroísmo : la Fé religiosa y la Fidelidad al poder legítimo. Por ello es que, cuando en un día de odio y de obcecación se llegó a atacar a los ungidos del Señor, a todo lo que representaba Cristo en el estado y en la Iglesia, este pueblo se estremeció y se levantó para defender todo lo que amaba y todo lo que respetaba.
Fue un levantamiento popular, que forzó a los titubeantes clérigos a tomar partido y produjo la salida de incógnito de muchos nobles temerosos de comprometerse. Rebelión religiosa frente al feroz volterianismo ideológico que se imponía a sangre y fuego desde París. Una insurrección en defensa del cristianismo, que constituye un hecho único en la historia por sus proporciones y el alcance de su represión.
Sin embargo, en este momento el gobierno revolucionario inicia una etapa descristianizadora al considerar a la revolución como una nueva era de civilización y al cristianismo como algo periclitado y unido al antiguo régimen.
La política religiosa del nuevo régimen y las medidas de excepción contra los sacerdotes no juramentados, trajeron una consecuencia cuya trascendencia iba a ser considerable: la sublevación del oeste de Francia, no solamente la Vendée, sino más a o menos todo el país que se extiende desde el norte del Poitu hasta la Bretaña y a los confines de Normandía: en los territorios actuales de los cuatro obispados de Poitiers, Angers, Lucon y Nantes.
Si bien la adhesión a la causa realista intervendría también es su estallido, la fidelidad a la Iglesia Católica y Romana constituye sin duda el móvil mayor de aquella epopeya.
La guerra campesino-monárquica de Francia
Las dificultades comenzaron con la Constitución del clero y su juramento; apenas uno de entre cuatro o cinco sacerdotes estuvo dispuesto a jurar. La resuelta hostilidad de los paisanos de la Vendée para con el clero constitucional se empezó a manifestar: en mayo de 1792 los alcaldes y oficiales municipales de treinta y cuatro comunas de las Mauges se reunieron para tratar esta situación; en agosto, en Chantillón hubo una revuelta de unos seis a diez mil hombres, reprimida por la guardia nacional. Los sacerdotes juramentados, muy mal recibidos, debían apelar a la guardia nacional para mantenerse; la mayoría de los feligreses deseaban y preferían quedarse sin cura que tener a un constitucional al que no conocen.
La ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, conmocionó a toda Europa. Ello, unido a la política anexionista de la Convención, hizo que la hostilidad exterior contra la Revolución aumentara. La Francia entusiasmada declaró la guerra a Inglaterra y Holanda (1 de febrero, 1793), a España (7 de marzo) y a los Estados italianos. La Francia revolucionaria estaba en guerra contra toda Europa (excepto Suiza y los países escandinavos); por ello decreta el 24 de febrero de 1793 la movilización de 300.000 hombres.
Inicio
Las primeras proscripciones de sacerdotes habían comenzado en otoño, y la noticia de las matanzas de septiembre llegó hasta las más apartadas aldeas; a fines de enero, la de la ejecución del Rey, causó peor impresión. El 3 de marzo, en el mercado de Cholet, se supo que los funcionarios de Paris habían decidido que los jóvenes entre dieciocho y veinticinco años fueran alistados y enviados al ejército; aproximadamente unos quinientos jóvenes juraron públicamente no aceptar jamás la milicia revolucionaria.
Las autoridades locales, desconociendo el clima que se vivía, ordenaron el sorteo de los alistados en los centros de distrito, lo que suponía la reunión de ellos en grandes grupos; en muchísimos lugares estallaron incidentes, señalándose aproximadamente que seiscientas parroquias habían entrado en acción.
• El 11 de marzo, en Machecoul, los guardias nacionales intentaron imponer el sorteo, lo que costó la vida a treinta de ellos.
• El 12 de marzo, en Saint-Florent, se dispersaban los soldados del gobierno, abandonando un cañón en manos de los insurrectos.
• El buhonero Jacques Cathelineau, ocupaba el 13 de marzo la población de Chemillé; el 14 de marzo, Cholet.
Así, al grito de “¡Viva la Religión!”, se levantaba en armas toda la Vendée.
El clima de los ejércitos vendeanos fue profundamente religioso: las columnas avanzaban rezando el rosario; lanzábanse al asalto cantando el Vexilla Regis; los capellanes impartían la absolución antes de que se trabara el combate. Ese espíritu religioso se daba también entre aquellos jefes salidos del pueblo, como el buhonero Cathelineau, llamado el “”Santo de Anjou” y el leñador Stofflet. Entre los nobles, a quienes los campesinos buscaron en sus propias mansiones y castillos para ponerlos al frente de sus fuerzas, esa religiosidad fue menos espontánea al principio; pero una vez tomada la decisión, todos ellos: D`Elbée, Lescure, Bonchamp, Charette y Henri de la Rochejaquelein, se mostraron dignos de la fe sólida y simple de sus hombres.
Consecuencias
Como bien nos señala Daniel Rops, “A decir verdad, dos Francias se enfrentaron en aquella lucha fraticida. La una, católica y tradicionalista, en la que se confundían convicciones cristianas y realistas hasta el punto de borrar en ella el sentido de la comunidad nacional y aceptar el lanzarse a una revuelta en el instante en que la Patria era invadida por todas partes”; al tomar las armas contra un gobierno al que consideraban ilegítimo y tiránico, no pensaban en absoluto en “traicionar a Francia”. “La otra, la Francia “de la montaña”, vagamente deísta, violentamente anticlerical, que no tenía en el fondo otra religión que la de la Patria”. Si San Luis María Grignion de Montfort hubiese extendido su acción misionera a toda Francia, probablemente habría sido otra su historia, y otra la historia del mundo.
Las memorias jamás reivindicadas de tres mil curas asesinados, de cientos de religiosas violadas y torturadas hasta morir y de decenas de campesinos descuartizados por no querer renunciar a su religión toca directamente a la misión pastoral del Papa y al encargo recibido del mismo Cristo de confirmar a sus hermanos.
Martirios
El 21 de febrero de 1794 se abrió en Angers el proceso contra el R.P. Noel Pinot. Las acusaciones fueron: presunta colaboración con los insurrectos, negación de juramento a la constitución civil, presunta cooperación para la reposición de la monarquía y sobre todo el prohibido ejercicio de la profesión de sacerdote. Lo último, junto con el hecho de haber celebrado la Santa Misa, era suficiente para dictar sobre el padre Pinot la pena de muerte y ejecutarlo el mismo día. El candidato a muerte fue irónicamente preguntado si quería morir con el alba puesta, proposición que aceptó con entusiasmo porque así pudo vivir todavía la más bella satisfacción: hasta el último momento ser sacerdote. El suplicio sería como la celebración de su última Misa, su ofrenda final. Así subió el padre Pinot al patíbulo, vestido con alba y casulla. Momentos antes de su decapitación tuvo que quitarse la casulla, pero los fieles le pusieron más tarde el ornamento después de la consumación del sacrificio. El 21 de octubre de 1926, el Papa Pío XI beatificó a este valiente sacerdote diciendo: “Noel Pinot atestiguó, llevando hasta el momento de su ejecución la casulla, que la tarea primordial, más importante y más sagrada del sacerdote es la celebración de la Santa Eucaristía según el encargo del Señor: “Haced esto en memoria mía”.
El Terror desatado por la Revolución Francesa ha producido miles de víctimas en Anjou. La Causa de Beatificación, introducida en 1905, comprendía a 99 personas : 15 que fueron guillotinadas en Angers, y 84 que fueron fusiladas en Champ-des-Martyrs d’ Avrillé, entre el 30 de octubre de 1793 y el 14 de octubre de 1794. “Nos, acogiendo el deseo de nuestros hermanos Jean Orchampt, obispo de Angers, (…), así como de otros muchos hermanos en el Episcopado y de numerosos fieles cristianos, después de haber escuchado el parecer de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra Autoridad Apostólica establecemos que los venerables Siervos de Dios Guillermo Repin y compañeros (…), de ahora en adelante llamados Beatos y que su fiesta pueda celebrarse todos los años en los lugares y del modo establecido por el derecho, el día del tránsito para el cielo : el 1 de febrero para los Beatos Guillermo Repin y compañeros (…). En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; con esta fórmula el Papa, declaró Beatos al R.P. Guillaume Repin y 98 mártires franceses (11 sacerdotes, 3 religiosas y 84 -4 varones y 80 mujeres- seglares que murieron por la Fe en Angers en 1793-94, durante la Revolución Francesa). La ceremonia tuvo lugar en la basílica de San Pedro, Roma, el domingo 19 de febrero de 1984.
Cada vez más historiadores hablan de este acontecimiento como el “Primer Genocidio de la Historia Moderna”. En él, los jacobinos pusieron en práctica lo que se puede considerar un ensayo general de “Solución Final”.
Un repaso a la historia de la “Tolerancia de la Revolución”
El 7 de agosto de 1790, en plena euforia de la Revolución francesa, el diario Mercure de France aseguraba: “El primer autor de esta gran revolución que asombra a Europa es, sin duda, Voltaire. Él no ha visto todo lo que ha hecho, pero él ha hecho todo lo que nosotros vemos. Es él quien ha abatido la primera y más formidable barrera del despotismo”.
Pocos meses después, sus restos mortales, que habían sido enterrados casi en el silencio trece años antes en Ferney, entraban triunfalmente en el Panteón de Hombres Ilustres de París, entre aclamaciones de multitudes.
Quizá el juicio de aquel diario parisino fuera exagerado respecto a la influencia de Voltaire –el famoso Patriarca de la tolerancia– en la Revolución francesa, pero no cabe duda de que fue el principal demoledor de las formas anteriores, y quien abrió paso a Rousseau, que proporcionaría a la Revolución francesa su base intelectual.
Rousseau, con su obra Contrato Social, creó el concepto de Voluntad General –la suma de voluntades de los hombres–, reconocida como “santa”, “inviolable” y “absoluta”. Desencadenó la revolución en busca del Estado perfecto, fundado en la supuesta unidad entre moral civil y decisión soberana, pero que acabó –era previsible– en el Estado totalitario vestido con las galas de la legalidad de una Voluntad General. La idea inicial del hombre autónomo acabó por desembocar en un Estado totalitario.
Junto a ello, y como señala Paul Hazard, se abrió un proceso como jamás lo hubo: el proceso contra Dios. El 13 de abril de 1790, la Asamblea Nacional rechazó el catolicismo como religión nacional. El 12 de julio se decretó la expropiación de los bienes eclesiásticos. El 27 de noviembre se exigió a todos los dignatarios eclesiásticos jurar acatamiento a la nueva ordenación legal del clero.
Los sacerdotes y religiosos hubieron de refugiarse en la clandestinidad, como en tiempos de las catacumbas, y más de 40.000 –unos dos tercios del clero francés– fueron deportados o guillotinados: desde todos los lugares de Francia, cargados en carretas de caballos o de bueyes, encerrados en jaulas, muchos eran conducidos, ayunos durante un viaje de días y aun semanas, a Burdeos, Brest y Nantes para ser allí embarcados con destino a la Guayana; tan solo la mitad aproximadamente llegarían con vida a su destierro.
El 8 de junio de 1793, mientras el populacho saqueaba los templos por todas partes y entronizaba en ellos a meretrices como expresiones de la diosa Razón, Robespierre proclamó la “Religión del Ser Supremo”. Se abolió el calendario, los nombres de los santos, e incluso las campanas de los edificios religiosos.
Las carretas atestadas de víctimas de la guillotina serían un espectáculo incesante y habitual por las calles de París. Pero el cuadro del horror alcanzaría su punto culminante con los asesinatos de septiembre y las bárbaras torturas y vejaciones a que se recurrieron para aplastar la reacción de los campesinos católicos de La Vendée.
La historia conocía ya abundantes ejemplos de guerras y represiones por motivo de religión, que han sido terribles muestras de las crueldades a que a veces ha llegado a lo largo de los siglos la intolerancia religiosa. Pero aquella bestial represión de los católicos deLa Vendée fue, como ha dicho Pierre Chaunu, la más cruel entre todas las hasta entonces conocidas, y el primer gran genocidio sistemático por motivo religioso. Y quizá lo más lamentable fuera que –también por primera vez en la historia– esta masacre se llevó a cabo bajo la bandera de la tolerancia.
El asunto no quedó en el frenético y sangriento sube y baja de la rasuradora nacional que en su día inventara Guillotin. Al primer asalto en masa siguió una fría organización del genocidio.
En agosto de 1793, la Convención de París expidió un decreto disponiendo que el Ministerio de la Guerra enviase materiales inflamables de todo tipo con el fin de incendiar bosques, cultivos, pastos y todo aquello que arder pudiera en la comarca. “Tenemos que convertir La Vendée en un cementerio nacional”, exclamó el general Turreau, uno de los principales responsables de la matanza.
Como narra Hans Graf Huyn, fueron violadas las monjas; cuerpos vivos de muchachas soportaron el descuartizamiento; se formaron hileras con los niños para ahogarlos en estanques y pantanos; mujeres embarazadas se vieron pisoteadas en lagares hasta morir, y en aldeas enteras los vecinos perecieron por beber agua que había sido envenenada. Casi 120.000 habitantes de La Vendée fueron asesinados, y arrasadas decenas de miles de viviendas.
La cuestión de fondo de aquel enfrentamiento –como observa Jean Meyer– no estuvo en la disyuntiva entre monarquía o república, ni fue un conflicto entre estamentos, sino que consistió más bien en la decidida intención de extirpar esas creencias sin reparar en medios.