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erlín, 29 agosto. Dpa).- Parece ámbar, algo inofensivo, pero puede representar un peligro extremo. A las orillas de la isla de Usedom, que actualmente pertenece en parte a Alemania y en parte a Polonia, siguen llegando pequeños trozos de fósforo blanco, vestigio de las bombas arrojadas en la región durante la Segunda Guerra Mundial. El material es autoinflamable y, como tal, un verdadero peligro para quien lo toque.

El equipo del doctor Peter Hinz, del hospital de la ciudad alemana de Greifswald, atiende entre uno y dos casos por año. “Llegan con quemaduras de segundo grado”, cuenta mientras enseña imágenes de manos y piernas lastimadas.

“El pánico que se siente en el momento en que el fósforo se enciende mientras uno lo tiene en la mano o en el bolsillo del pantalón es enorme”, señala. Y el susto puede ser incluso mayor al constatar que no puede apagarse con agua.

Se estima que los pedacitos de fósforo llegaron a las costas de Usedom en 1943, año en el que los aliados lanzaron un fuerte bombardeo contra la fábrica de armas Peenmünde, en el norte de la isla. Parte de las bombas fueron a dar al mar, y desde entonces, se mecen en sus fondos y reaparecen de cuando en cuando desde las aguas.

Pero los restos de fósforo en Usedom son sólo unos más dentro del conjunto de rastros que ha dejado la Segunda Guerra. En Alemania se reportan casi todos los días hallazgos de munición que debe ser desactivada. Y pese a todo, no se ha llevado a cabo un registro exhaustivo al respecto.

Especialistas como Robert Mollitor, director del servicio de recuperación de munición de la región en la que se encuentra Usedom, parten de la base de que entre un diez y un 20 por ciento de las bombas lanzadas sobre territorio alemán continúan allí sin haber detonado.



“A través de los archivos sabemos dónde y qué bombardeos se realizaron”, explica Mollitor. “Pero nos faltan informaciones importantes relacionadas con la remoción de munición durante los últimos años de guerra y los primeros diez, 20 años de posguerra”, señala.

A eso se suman, según dice, cantidades desconocidas de munición y de armas oxidadas que permanecen en bosques o en pozos después de ser rápidamente tiradas y tapadas con tierra tras la guerra. “Es un gran problema no poder decir cuántas bombas siguen aquí“, advierte.

Los aviones británicos y estadounidenses arrojaron unas 1,35 millones de toneladas de bombas sobre territorio alemán. Según el Museo Histórico de Dresde, las ciudades más afectadas por este tipo de ataques fueron Berlín, sobre la que cayeron 68.285 toneladas, Colonia (48.014 toneladas) y Hamburgo (38.319 toneladas).

En Colonia, Dortmund y Düsseldorf más de dos tercios de las viviendas quedaron destrozadas, comenta el historiador Jens Wehner en Dresden.

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