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Nirag es lindo como cualquier otra ciudad de Buenos Aires. De día se puede ver vidrieras con ropa de buena marca y con los típicos carteles de "liquidación", escrito con pintura borrable, en los vidrios de cualquier local que sufre el fin del otoño y el comienzo del invierno. Había que vender las camisetitas de primavera más baratas para darle lugar a los gloriosos camperones invernales . Además de estos locales, también están las clásicas carnicerías que perfuman a la gente con la fragancia "Aroma a carne" cuando pasa por la vereda. Ademas cuenta con un supermercado chino y un par de almacenes más, entre ellos panaderías, quiosquitos, casas de celulares, etc. Pero Nirag era conocido por su gran "contra-cara diaria": De día era, dentro de todo, lindo. Y de noche, todo lo contrario. Se decía que al caer el sol, cerca de las 6 y pico de la tarde invernal, algo horroroso aparecía, y no lo digo por los motochorros fantasmas, sino por ese colectivo que tanto hablan. El último 228, el bondi que solamente el último pasajero y el último chofer sufrieron aquella desgracia psicológica al ver semejante horrorosidad detrás de ellos. Justo en el último asciento. Ahí donde enfoca el espejito del conductor.
Era viernes a la noche. La luna redonda, blanca y brillante como una lámpara china era la única iluminación de las calles de Nirag. Todo estaba muy tranquilo y sereno. La gente ya soñaba desde sus camas con ese tercer mundial que no se pudo conseguir. Los locales estaban detrás de sus cortinas de metal con grafitis tontos y, hasta bizarros. Una luz roja y blanca de algún patrullero paseador se veía muy a lo lejos. El viento me venía de costado y me pegaba en la oreja derecha haciéndome congelar esa parte de la cara. Mi campera y mi gorro de lana gris comprado en la tienda de Chacho eran la única protección de la briza Niragniana. En fin. Después de caminar 6 cuadras, apoyé el traste contra la pared para esperar el bondi. El último del día. Si lo perdía, sonaba. Esa noche no habría juntada con los pibes y tendría que volver a casa a ver la repe de Los Simpsons en el cable. ¡Ni en pedo me vuelvo!
Miré mi reloj aprovechando que la luna alumbraba un poco y ví que eran las 11 de la noche. Y escuchó un -"¡Que colectivo de porquería, siempre lo mismo. Dice que viene menos cuartos, menos veinte y cae cuando se le canta el culo!"-. Era Chacho, el hombre que laburar a Marquez y Panamericana. Se me rompió el ford, pibe. -¡Me quiero matar!-. Seguía protestando. -¿Pero usted no trabajaba a la mañana Chacho?.- Le pregunto. - Si, pero vengo de tomar un par de copas con los muchachos y pasé por casa para decirle algo a mi mujer. Total mañana no creo que labure. Me dijo.-.
Finalmente el ruido del bondi se escuchó y de inmediato nos alumbró la cara ese tal 228. -Siempre lo mismo ¡Eh! ¿Porque no ponen mas colectivos en la linea? ¿Porque no hay choferes como la gente a esta hora?-, dijo Chacho, saludando de esa forma al jóven chofer que debutaba como telonero del recorrido nocturno.
Pasé la sube por el aparatito y la pantalla me marco -10. Ese número tan lindo en el chinchón, pero tan desagradable para el boleto. El boleto de vuelta. Me senté en el primer asiento. Ese que está frente a la puerta de entrada.
Chacho desapareció. Seguro se bajó en la parada anterior. Ni lo salaudé, pobre tipo. Eso es por estar escuchando música con los auriculares a todo lo queda. Yo iba a Saavedraa rumbo a la casa de "El Navi", mi amigo de la secundaría. El único pasajero en ese instante era yo, solamente yo. El chofer me miraba de reojo. No se, capaz pensaba que le iba a afanar, pero nada que ver. Tenía el cuello polar y la gorra de lana para no cagarme de frío. El bondi dobló raro. Eso me llamó la atención. Se metió por otro lado. -¿Porque agarra por acá maestro?-. le dije al muchacho. -" No amigo, doblo porque si agarro panamericana es un quilombo. Me dijeron recién que se hicieron mierda dos en la ruta y esta todo estancado"-. Respondió. Y agarramos colectora.
En ese momento, mientras íbamos por las calles empedradas (mejor dicho agujereadas), el timbre naranja del fondo empezó a sonar. La cara del chofer interpretaba lo que estaba sintiendo yo en ese momento. Una especie de escalofrio que me paralizaba el corazón e hizo que suspire de golpe. El colectivero frenó y me miró haciendome montoncito con su mano derecha mirándome con sus ojos saltones de pánico y diciéndome con sus labios mudos - "¿Que carajo pasa?"-. Moví la cabeza de un lado a otro en forma de negación y subí los hombros. El timbre no sonaba, el colectivo estaba parado. Pero lo peor de todo es que no nos arrancaba. Las luces del interior del 228 prendían y apagaban. El motor no respondía. El timbre no sonaba. Todo era silencio en ese barrio desconocido de Marquez.
Yo miraba por la ventanilla negra y opaca que me reflejaba el interior del colectivo que aparecía y desaparecía por motivo de esas malditas luces que no se quedaban quietas. Cuando me distraje pensando idioteces mirando esa ventana una cara sonriente me apareció en la ventana. Era la de un hombre. La vi media borrosa y blanca. Muy raro, muy loco. Enseguida me levante del cagazo y le dije al chofer de lo que vi. El tipo se reia para no llorar, el estaba más cagado que yo. Seguimos el recorrido. El bondi por fin arrancó.
- Se ve que aflojó el tráfico pibe. Mejor nos metemos de vuelta a Panamericana. Acá esta todo raro.- Dijo Rubén (ya le había preguntado el nombre). Subimos Panamericana y agarramos ruta pensando en que lo peor había pasado y que solamente quedaba pensar en la Play 3 nueva de Navi que usaría esa noche. Pero apenas dejamos colectora el timbre volvió a sonar y el bondi volvió a parar. Nos clavamos en una parada sobre la ruta. Entonces tomamos la decisión errónea de ver para atrás. El hombre de la cara blanca nos miró sonriente, se bajó y se dirigió caminando lentamente hacia delante del colectivo. Había un Ford hecho mierda. Y Rubén... Rubén estaba desmayado con un tajo profundo en su rostro.

Escrito por Pablo Javier Castro.

Espero que lo hayan disfrutado. Abrazo Taringuero. ¡Que terminen bien su día!