

Un equipo de investigadores afirma que la diversidad del rostro humano pudo haber evolucionado para que resulte más sencillo reconocer a las personas.
Ojos saltones, narices aguileñas, mandíbulas prominentes, hoyuelos… Todos esos rasgos nos hacen diferentes y permiten que no haya dos caras iguales. Ahora, un nuevo estudio afirma que la forma y configuración del rostro humano cambia más que cualquier otra parte del cuerpo. De hecho, los genes relacionados con la estructura de la cara varían más que los de otras zonas del cuerpo.

«Se trata de un rasgo que nos beneficia enormemente», comenta el director de la investigación Michael Sheehan, de la Universidad de California. «Es como llevar una etiqueta identificativa».
También es el caso de las llamadas avispas del papel (Polistes fuscatus), unos insectos altamente sociales que pueden distinguirse unos a otros gracias a sus patrones distintivos faciales y corporales.
Para el nuevo estudio, publicado en Nature Communications, Sheehan y sus compañeros analizaron una base de datos del ejército de Estados Unidos que incluía docenas de mediciones de rostro y cuerpo de miles de miembros del servicio, desde la distancia entre los ojos a la longitud de la pantorrilla.

El equipo descubrió así que para la mayoría de las partes del cuerpo las medidas guardan relación; por ejemplo, si la mano de alguien es ancha, normalmente también es larga. Sin embargo, en el rostro no ocurre lo mismo. «Hay todo tipo de combinaciones, es como jugar con Mr. Potato», bromea Sheehan.
Los investigadores estudiaron las secuencias de los genomas de 836 personas con ascendencia europea, africana y asiática, centrándose en 59 segmentos de ADN previamente relacionados con rasgos faciales. Así, descubrieron que estos son más variables que el resto del genoma y más variables también que los de regiones relacionadas con la altura de las personas.

Además, para averiguar cuándo surgió esta diversidad, compararon el ADN moderno con el neandertal y el del homínido de Denisova. En ambos, el moderno y el antiguo, dos genes (uno relacionado con la distancia entre la barbilla y la nariz y otro con la forma de la nariz) mostraron niveles similares de variabilidad, sugiriendo que la diversidad facial evolucionó antes que los humanos modernos.

Según los autores, probablemente ese elevado nivel de variabilidad genética signifique que las fuerzas evolutivas juegan un importante papel a la hora de dar forma a los rostros. Imaginemos que un gen determina que la nariz sea larga o pequeña en función de las variaciones del ADN. Si la nariz larga resultara ser un inconveniente, esas variaciones desaparecerían con el tiempo. Sin embargo, si la utilidad de la nariz larga dependiera del contexto, tanto los variantes de la nariz larga como los de la corta permanecerían en el genoma, dando lugar a una mayor diversidad de genes.
Saludos de JD
