
Más allá del mito, detrás de la formal figura de Sarmiento se escondía un hombre que gustaba mucho de las mujeres. Según se cuenta, los arrebatos amorosos del prócer lo condujeron a desilusiones constantes y sufrimientos repetidos por amor, ya que si bien era un hombre que poseía un excelente poder de oratoria, algo que atraía a las jovencitas idealistas de la época, lo cierto es que su apariencia no lo ayudaba demasiado.
La vida amorosa del Padre del Aula se inicia alrededor de 1831, cuando Sarmiento parte exiliado hacia Chile. En su nueva residencia, comienza a trabajar como maestro en San Francisco del Monte, donde conoce a una joven chilena llamada Jesús del Canto. El fugaz amor de la pareja dejó una marca indisoluble en el tiempo, ya que tuvieron una hija, quien fuera bautizada como Faustina.
La pareja no volvió a verse jamás, y la pequeña niña fue criada y educada por Doña Paula Albarracín, la madre de Sarmiento, con la ayuda de sus hermanas en la humilde casa de San Juan. Aquella pequeña se convertiría con el transcurrir de los años en la única compañía de Sarmiento durante sus últimos días de vida en el Paraguay.
Más de una década después de su primer amor, precisamente en 1845, y luego de un largo viaje por Europa, Estados Unidos y África, Sarmiento regresa a Chile, esta vez a Valparaíso, donde comienza una relación clandestina con Benita Martínez de Pastoriza (imagen der.) , una mujer casada.
Por aquella época, Benita da a luz a su único hijo, del cual siempre se ha dudado la identidad de su padre biológico, ya que muchos aseguran que se trata del hijo legítimo de Sarmiento. Lo cierto es que en 1848 el Padre del Aula regresa a Valparaíso con el objetivo de contraer matrimonio con Benita, además de adoptar al pequeño niño y darle su apellido, quien pasa a llamarse Domingo Fidel Sarmiento.
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No obstante, los celos constantes de Benita hacen que la pareja comience a tener problemas, que conducen al matrimonio al fracaso inevitable, por lo Sarmiento decide alejarse durante un tiempo.
Así es que Sarmiento regresa a su patria, y en Buenos Aires encuentra a una joven que había conocido de niña, pero que el paso de los años la habían convertido en una adolescente hermosa, inteligente, y amante de la política: Aurelia Vélez Sársfield, hija de Dalmácio Vélez Sársfield, quien fuera amigo de Sarmiento. Aquella era la mujer ideal para él, pero lamentablemente aún estaba casado, y Aurelia también, ya que había contraído matrimonio con su primo Pedro Ortíz Vélez.

En 1857 Benita cansada de esperar el regreso de su marido, decidió viajar a Buenos Aires, algo que en realidad fue una mala noticia para el Padre del Aula, por lo que su desprecio por Benita crece, de la misma manera que se acrecienta su amor por Aurelia.
Cuando Sarmiento se muda a San Juan para cumplir con su cargo de Gobernador, comienza a escribir cartas a Buenos Aires, para su esposa Benita, para su hijo Dominguito y para su amada Aurelia. Pero el destino que nada perdona, hizo que una de las cartas de amor destinadas a Aurelia cayera en manos de Dominguito, quien inmediatamente se la mostró a su madre.
Aquello que al principio había sido una mala pasada casual se convirtió en el motivo que permitió a Sarmiento separarse definitivamente de Benita, después de 14 años de matrimonio. Cabe destacar que fue en esa época que Sarmiento se entera de que su mujer lo engañaba, y que además estaba esperando un hijo de otro.
Dos años después, parte a Estados Unidos para desenvolverse como Embajador, y a pesar de seguir enamorado de Aurelia, allí mantiene un romance con una joven profesora de ingles llamada Ida Wickersham, quien también estaba casada.
Aquella aventura perdura por mucho tiempo, incluso mantuvieron el contacto a través de cartas, cuando en 1868 Sarmiento regresa a Argentina siendo elegido Presidente de la República. Mientras tanto, Sarmiento continúa profundamente enamorado de Aurelia Vélez Sársfield.
Los años pasaron, y al cumplir 77 años Sarmiento parte a Paraguay. Una vez allí le escribe a su gran amor para que se reúna con él, a lo que Aurelia, quien también se confesó enamorada del Padre del Aula, responde de manera positiva viajando a Paraguay.
Nuevamente el destino les jugaría una mala pasada, ya que Aurelia no alcanzó a hallarlo con vida a Sarmiento, quien daría su último respiro el 11 de septiembre de 1888.
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