
Mis únicas dos creencias: el símbolo de Antahkarana y el rock and roll. Nací en Uruguay, en 1975. Ya hacía dos años que estaba instaurada la dictadura. Tengo padres biológicos a los que nunca conocí, y padres adoptivos. Me dijeron que a la percanta la engañó el pretendiente, y que no podía hacerse cargo de mí, y me dio en adopción.
No se si sea por cuestiones de la genética, vaya dios a saber, o si por intuición, o por el hecho de haberme formado dentro de alguien, esa simple cuestión. Pero algo me dice que las cosas no fueron así. Lo presiento así.

Yo siento dentro de mi que hubo una muchacha muy joven e inocente, que se enamoró, que confío, que amó, y que quedó embarazada. Y presiento que en la casa donde ella vivía había muchas viejas serpientes, arpías, escorpiones, arbitrarias, controladoras, manipuladoras, que no tenían un mal pasar económico, pero que no querían a ese bebé como un nuevo miembro de la familia, ya sea porque mi padre biológico si de veras se tomó las de Villadiego, o porque no fue tan así pero no les simpatizaba por algún motivo, o porque era de una clase social más baja, o porque lo consideraban un inepto de mierda o vaya a saber que. Y a ese bebé había que darlo a alguien. Las viejas eran escorpiones avezados y mi pobre madre biológica era muy tierna y cándida, y débil frente a éstas viejas cuervo, y además, encima, no tenía donde mierda irse conmigo en el mejor de los casos. Ni con que mantenerme. Siento que a las viejas cuervo el que dirán les importaba muchísimo. Siento que no eran contrarias al régimen de facto. No se si lo apoyaban, pero no tenían me parece nada en contra. O tenían miedo, no sé.

Y pasaron nueve meses, y todas las esperanzas se esfumaron, no había vuelta atrás, el mal capricho de alguien se cumpliría. Y fui separada de mi madre biológica. Y durante tres días no tuve ninguna madre. Ésto que comienzo a relatar ya no es presentimiento mío, es la realidad, o supuestamente la realidad, ya que me madre adoptiva me lo contó así. Nadie me daba el pecho. Nadie me decía cuchi-cuchi porque quedé bajo la vigilancia-vigilancia, no cuidado amoroso- de unas enfermeras, que me mantenían escondida. Y que por supuesto habían cobrado por ello, y no sé quien más haya sacado dinero de todo esto. Pero lo cierto es que el temor a la irrupción de las llamadas Fuerzas Conjuntas de aquella época, estaba. Por si todos mis presentimientos quizás fueran falsos, y que en realidad por allí yo fuera hija de desaparecidos, me contacté con la organización de las Madres de Plaza de Mayo en Buenos Aires. Me hicieron el examen de ADN mitocondrial en el Hospital Duran, creo, se hizo el cruce, pero el resultado fue negativo.
Nunca dejo de pensar en mi madre biológica, ni en mi madre adoptiva tampoco, que ya murió hace muchos años.
Mi madre adoptiva cargaba con muchas tristezas y odios, e ira. Dice que nunca conoció a mi madre biológica, ni siquiera por fotografías. Pero siempre hablaba mal de ella. Siempre la trataba de puta miserable, tiradora de hijos a la basura, decía todo eso, la juzgaba así, pero nunca la conoció. Mi padre adoptivo nunca la apoyó en mi adopción. No quería hijos. Él sentía que los hijos son un compromiso y una responsabilidad muy grandes que el no quería asumir. Mi madre adoptiva hizo entonces el trámite sola, sin el consentimiento de mi padre. Cuando mi madre me trajo a casa, mi padre desapareció por unos cuantos días. esto último mi madre se lo recriminaría toda la vida. Cada vez que podía, todas las veces que tuviera la oportunidad.
El estado de ánimo de mi madre siempre era variable. Había días en que era el ser más maravilloso y más maternal del mundo. Había días en que me odiaba, a mí, y a mi madre adoptiva. Había días en que me llevaba a pasear a Montevideo, y me cocinaba cosas ricas, y me cosía ropa y miraba tv conmigo, y me contaba cosas, y me preparaba para el jardín de infantes, y la escuela, y siempre me ayudaba en las tareas escolares. Pero había días en que me odiaba, me insultaba, me castigaba, me maldecía de forma explícita. Porque a pesar de mi cortísima edad, de ser apenas novata en el mundo, ella consideraba que yo era muy mal agradecida y que tenía los genes del alacrán que me tiró. Cuando yo salía con ella, ella disponía del tiempo como me mejor le placía. Cuando llegábamos a casa, mi padre saludaba sin más, sin preguntar siquiera "¿que pasó que demoraron tanto?". Cuando yo salía con mi padre, más de una hora ya significaba una tragedia para mí. Cuando volvía a casa, ya me esperaba un infierno de gritos, llantos, insultos, toma y amenaza con arma blanca, o sea, cuchillos, yo ya me había convertido en la peor mierda del universo, en las peor de las desagradecidas, en una hija de puta, Y apenas tenía cinco, siete, ocho, nueve años. Luego que armaba todo éste circo romano, se acostaba a dormir hasta el otro día. Mi padre siempre acató su ordenes. él miraba tv tranquilo. Como si nada hubiera pasado. Yo me sentía muy sola. Me sentía perdida. Intentaba entender que daño había hecho. Y no había respuesta. Me preguntaba porque otros niños o niñas que también salían con el padre, no les ocurría nada de esto. Y no encontraba respuesta. Yo captaba todo desde los 4 años más o menos, captaba cuando mi madre estaba bien, cuando estaba enfurecida, y empezé de a poco a darme cuenta además, que había muchas cosas que no se podían decir. Que debía tener mucho cuidado con lo que hablara, si quería evitar uno de esos circos romanos. A los cinco años empezó a hablarme del tema de la adopción. Tuve que asumir que nunca tendría hermanos. Tuve que asumir que no estuve en el vientre de ella como los demás niños del barrio, que no fui amamantada como los demás niños del barrio, que no tendría un hermano como los demás niños del barrio, que nunca la vería embarazada como veían a sus madres los otros niños del barrio. Lo de la semilla lo entendí enseguida. No hubo cigüeña ni ocho cuartos. La semilla salía del pene e iba a la vagina de la mujer. Listo. Yo nunca tuve el derecho a hacer ni siquiera una pregunta sobre mi adopción. Ese tema era patrimonio exclusivo de mi madre. Ella hablaba yo callaba. A veces yo no quería oír más hablar del tema. Pero ella insistía e insistía, y me sentía presionada. El día de mi bautismo, cuando tenía 9 años, me sentó en el sillón y me dijo que me tenía que hablar de algo muy importante y muy serio. Me dijo: "Tengo que decirte algo muy importante: vos sos hija adoptada". Yo me quedé dura. De cera. De mármol. De piedra. Sólo pensé: "Estoy desde los cinco años oyendo hablar todos los días de lo mismo y ahora me lo dice como una gran noticia".
LA ESCUELA
La escuela fue una etapa muy dura para mí. En aquella época no se hablaba de bullyng. Pero el bullyng estaba todos los días. Las maestras hijas de puta, y que muchas veces son ellas las mayores generadoras de bullying, porque premian al alcahuete y menoscaban al más lento, aunque veían que te estaban cagando a palos, siempre respondían lo mismo: "Mmm..no veo, no oigo..". Yo para ellas era una niña problemas, lenta, que atrasaba todo el grupo, distraída, evadida, con probable retraso mental y que además debían mandarme mi padres a neurología para que me hicieran un electroencefalograma. No recortaba como los otros niños(soy surda empezamos por ahí). Nunca jamás hasta hace unos meses atrás, había visto una tijera para surdos. A mis 39 años, recién se como es una tijera para surdos. Toda ésta puta mierda es el podrido sistema educativo uruguayo. Sufrí el mismo bullyng que los chicos de ahora: insultos, burlas, soledad, menosprecio, brusquedad, hostilidad en el trato, y cuando llegué a los 10 u 11 años fue peor porque mi cuerpo se estaba desarrollando entonces los varones se metían con mis tetas, mi trasero y me hacían toda clase de gestos obscenos.
EL DESARROLLO
Empezé por desgracia, para mi fue una tragedia, a menstruar a los 10 años. Fue una de las más grandes tragedias de mi vida. Una de las vergüenzas más grandes que pasé. Mientras el 95 % de las mujeres dicen no recordar ni siquiera que pasó ese día, para mi fue una tragedia. La pedí a mi madre que no le contara a mi padre, POR FAVOR LE ROGUÉ!! POR FAVOR!!, ¿Qué hizo? no solo le contó a mi padre sino que además le contó a todas las vecinas del barrio. Y hasta un par de cartas llegó a mandar. Peor aún, le contó a la maestra. Fue tan grande el dolor que yo sentía quería regresar a los 3, 4 años de edad. Pasaba buscando con mi mirada niñas de 3 o 4 años en la calle y me alegraba de su suerte y anhelaba volver a ser como ellas. Pero eso era imposible. Rogaba además que la maestra no le contara a los varones de la clase. Ni a las niñas tampoco. Si los varones de la clase se enteraban, yo ya no aguantaría más, de alguna forma me iba a suicidar, eso seguro, como no sé, pero lo iba a hacer. En una ocasión empezé a menstruar y me negué a usar apósitos de cualquier clase. Manché todo, ropa interior, sábanas, el colchón, piyama, pantalones. Y me sentía culpable y veía una figura en mi mente que tenía un revolver en la mano y que decía me iba a disparar.