Les comparto otra pequeña obra propia.
Creo que la escribi un viernes, como hoy, que estaba quemado del laburo.
El escritor
Hoy se que es el día. Lo presiento
Tengo esa sensación dentro mió, que me incita a liberar todos mis sentimientos y pensamientos. Una explosión espontánea, que me obliga a sentarme delante de la computadora y tipear todas las palabras, que surgen como un fuego incontrolable desde la boca de un dragón.
Pero debo contenerme. No todo es mágico ni perfecto. Tengo que encontrar la estructura de mis ideas. Encontrar el inicio y el fin.No basta con una sola idea para conformar y sostener todo un mundo mágico creado solo desde la imaginación.
El estomago se me revuelve. La ansiedad me genera picazón en las manos, y los ojos lloran de desesperación. Acelero el paso, me olvido del mundo que me rodea.
Unos instantes después, podrían haber sido horas que no me hubiera percatado, llego agitado a mi hogar. Enciendo la computadora. Escucho su ronquido, su lento despertar luego de años de inactividad. Pero por fin, ahora me ha vuelto la inspiración del escritor.
Me dirijo a un armario y extraigo una pequeña imagen del niño Jesús. Siempre en la angustia de los momentos culminantes de una historia, me aferro a él; para no perder el rumbo, ni para desvariar o perderme para siempre en mi mundo inventado. Eso es real. Es la fe en mi mismo.
Por fin. La pantalla blanca rodeada de botones y funcionalidad “cut&paste”, “font” y otras, aparecen ante mi, y me siento confortado.
Dejo la imagen del Cristo a un costado, detrás del monitor y me siento pausadamente en la silla con ruedas. Se queja de mi peso, por no haberle prestado atención todo este tiempo. Pero es así. De vez en cuando debo volver a la realidad. Debo transitar entre los normales.
Y observo la pantalla blanca, la W flotando a un costado superior. Y me trabo. Siento que pierdo la chispa, el instante. Que las ideas se esfuman.
Aprieto mis manos contra el escritorio, hasta el punto de volverse blancas, rechino los dientes, pataleo; y súbitamente encuentro el punto de partida.; y me tranquilizo.
Ya se como comenzar, en que basarme. Ya encuentro el pequeño agujero que, a medida que pase el tiempo, crecerá y liberara toda esa inventiva latente.
Debo escribir de mi, del traspaso del mundo real, al mundo imaginario.
Y comienzo a tipear, primero lento y luego rápidamente, hasta terminar las primeras ideas.
Me relajo y apoyo la espalda contra el respaldo de la silla, sabiendo que es un buen comienzo. Releo con lentitud las primeras oraciones.
“Hoy se que es el día. Lo presiento” Y por fin, sonrío.
Creo que la escribi un viernes, como hoy, que estaba quemado del laburo.
El escritor
Hoy se que es el día. Lo presiento
Tengo esa sensación dentro mió, que me incita a liberar todos mis sentimientos y pensamientos. Una explosión espontánea, que me obliga a sentarme delante de la computadora y tipear todas las palabras, que surgen como un fuego incontrolable desde la boca de un dragón.
Pero debo contenerme. No todo es mágico ni perfecto. Tengo que encontrar la estructura de mis ideas. Encontrar el inicio y el fin.No basta con una sola idea para conformar y sostener todo un mundo mágico creado solo desde la imaginación.
El estomago se me revuelve. La ansiedad me genera picazón en las manos, y los ojos lloran de desesperación. Acelero el paso, me olvido del mundo que me rodea.
Unos instantes después, podrían haber sido horas que no me hubiera percatado, llego agitado a mi hogar. Enciendo la computadora. Escucho su ronquido, su lento despertar luego de años de inactividad. Pero por fin, ahora me ha vuelto la inspiración del escritor.
Me dirijo a un armario y extraigo una pequeña imagen del niño Jesús. Siempre en la angustia de los momentos culminantes de una historia, me aferro a él; para no perder el rumbo, ni para desvariar o perderme para siempre en mi mundo inventado. Eso es real. Es la fe en mi mismo.
Por fin. La pantalla blanca rodeada de botones y funcionalidad “cut&paste”, “font” y otras, aparecen ante mi, y me siento confortado.
Dejo la imagen del Cristo a un costado, detrás del monitor y me siento pausadamente en la silla con ruedas. Se queja de mi peso, por no haberle prestado atención todo este tiempo. Pero es así. De vez en cuando debo volver a la realidad. Debo transitar entre los normales.
Y observo la pantalla blanca, la W flotando a un costado superior. Y me trabo. Siento que pierdo la chispa, el instante. Que las ideas se esfuman.
Aprieto mis manos contra el escritorio, hasta el punto de volverse blancas, rechino los dientes, pataleo; y súbitamente encuentro el punto de partida.; y me tranquilizo.
Ya se como comenzar, en que basarme. Ya encuentro el pequeño agujero que, a medida que pase el tiempo, crecerá y liberara toda esa inventiva latente.
Debo escribir de mi, del traspaso del mundo real, al mundo imaginario.
Y comienzo a tipear, primero lento y luego rápidamente, hasta terminar las primeras ideas.
Me relajo y apoyo la espalda contra el respaldo de la silla, sabiendo que es un buen comienzo. Releo con lentitud las primeras oraciones.
“Hoy se que es el día. Lo presiento” Y por fin, sonrío.