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Braulio, tenía un sueño; era su sueño, no el de otros, sino el suyo.
Cada mañana lo recordaba y al acostarse se preguntaba: qué había hecho por alcanzarlo.
Sentía que los días pasaban y su frustración lo acechaba.
Hasta que llegó ese día tan especial, tan especial y mágico en el cual pudo sentir y, mejor aún darse cuenta de la realidad en aquellos ojos de mujer.
Era su sueño, su alma al fin se permitía: el amor.