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Dejadlos; son ciegos guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo.

Mt. 15: 14-24


Se tiene la idea de que algunos de los grandes artistas plásticos de la Historia del Arte eran casi o totalmente ciegos. Quizá por la figura mítica del sabio griego, a quien se tenía en un lugar exclusivo del tejido social por tener capacidades que los otros no poseían. Esta condición de exclusividad se condensa muy bien en la figura de Tiresias, quien aparece recurrentemente en las tragedias griegas como una especie de mediador entre los hombres y el Olimpo. La función social del ciego en la Grecia clásica, entonces, extralimitaba el terreno de lo evidente a los ojos. Se les tenía en un espacio especial no sólo por ser alguien cercano al Oráculo —o a los dioses—, sino por las capacidades de videncia que los dioses les habían concedido.



Entonces la función del sabio iba más allá de la de ser sólo un guía moral: se les consultaba en las decisiones de Estado en términos bélicos, por lo que también se convertían en actores importantes de la política en las polis griegas. Por otra parte, se les encargaba el cultivo de las artes, en particular de la poesía, como en el caso de la figura de Homero. Se dice que le dictó a su aprendiz la Ilíada y la Odisea completas, pues no sabía escribir porque no conocía sus manos; era ciego. Con todo esto, resulta natural que la figura del artista a lo largo de la Historia del Arte se tenga como en un espacio aparte, y se pueda ligar directamente con la ceguera que caracterizaba a los sabios de la antigüedad griega.




Si bien es cierto que ha habido grandes artistas en diferentes disciplinas que no han tenido el sentido de la vista, la concepción de que la mayoría de las grandes figuras del arte fueron ciegas es falsa. No se tiene registro de que exponentes del Renacimiento hayan si quiera usado lentes, pues la tecnología de la época no se los permitía. Sí se sabe, en el caso específico de Miguel Ángel Buonarroti, por ejemplo, que eventualmente perdió la vista por estar expuesto durante mucho tiempo a los pigmentos al pintar la Capilla Sixtina. Después de recibir el encargo de Julio II para pintar la bóveda, se encomendó a la tarea durante cuatro años. En ese tiempo, se sabe que pintó gran parte acostado sobre un andamio para estar más cómodo. Seguro los residuos de los materiales alcanzaron a metérsele a los ojos, y el daño le afectó tiempo después.




En la misma época se pueden rastrear a otros con padecimientos similares. Leonardo inventó los anteojos porque los necesitaba por la vista cansada que sufrió en la vejez. En el otro extremo, Rafael de Sanzio nació con estrabismo, y a pesar de esto se le considera también como uno de los grandes exponentes del arte renacentista. Esto se sabe porque existen distintas representaciones en las que los personajes tienen un ojo un poco desviado, no simétrico con su par homólogo. Tal es el caso del Retrato del cardenal Tommaso Inghimari (1510–14), en el que el personaje parece absorto en sus pensamientos, como el gran intelectual que era; sin embargo, es indiscutible que hay un parecido casi intencional con la manera en la que la enfermedad se manifiesta en los ojos; quizás a manera de representar su mal.






Aunque si de representar la ceguera se trata, la obra de Pieter Brueghel es perfecta. Gran parte de su producción artística estuvo dedicada a hacer alegorías a los pasajes bíblicos más representativos. Su trabajo se destaca de otras representaciones de la Biblia por el toque irónico con el que las escenas se llevan a cabo, así como por la sordidez que muchas veces predomina en sus composiciones, que de manera extraña resulta en una comicidad oscura. Esto se ilustra muy bien con La parábola de los ciegos (1568), en la que se ven claramente los daños oculares que cada uno de los personajes tiene. El detalle minucioso con el que la obra fue realizada parece aludir a los padecimientos de la vista que estaban presentes en la época, a manera de una especie de catálogo histórico. Los ciegos se siguen uno tras otro sin saber a dónde van; sin embargo, el líder los conduce a un agujero con un final seguro, en el cual caerán uno por uno.






De la misma manera, se tiene registro de diversos artistas —en específico pintores— que perdieron la vista con la edad. Uno de los casos más paradigmáticos es el de los impresionistas, a quienes de entrada se les descalificó como imitadores fallidos de la realidad. A pesar de que la intención era justo desviarse de la línea tradicional de una representación fiel del entorno, lo cierto es que se tiene evidencia de cambios paulatinos de estilo en los años más tardíos de algunos de ellos por afectaciones en la vista. La condena de los críticos se cumplió para Monet, pues padeció de cataratas en sus últimos años en Giverny, pintando lirios cada vez más desdibujados y puentes que ya parecían una extensión más del follaje. Algunos interpretan esto como el paso al expresionismo; otros como el resultado de afecciones graves en los ojos.




No puede hacerse una generalización extensible a todas las figuras importantes en las diferentes disciplinas que al arte atañen; sin embargo, es cierto que puede hablarse de casos específicos, como lo que se mostraron anteriormente. La selección de artistas en este caso fue arbitraria, pero da cuenta de casos icónicos en los que se hace manifiesta la manera en la que la ceguera permeó en distintos niveles de la Historia del Arte: como temáticas recurrentes, como evidencia histórica de los males de época, que aquejaron a los artistas en sus últimos años. En fin: Tiresias se diversifica en maneras misteriosas.