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Son muy pocos los que tienen claro desde el principio cuales son los objetivos de la revolución americana en marcha. Uno de ellos es José de San Martín. Y así lo dirá desde el día en que volvió a Buenos Aires, tal como lo expresa cabalmente esta anécdota:

En el año 1812 -dice Juan Bautista Alberdi-, en una reunión de patriotas, en que San Martín, recién llegado al país, expresó sus ideas en favor de la monarquía, como la forma conveniente al nuevo gobierno patrio, Rivadavia hubo de arrojarle una botella a la cara, por el sacrilegio.
¿Con qué objeto viene usted, entonces, a la república?, le preguntó a San Martín. Con el de trabajar por la independencia de mi país natal, le contestó, que en cuanto a la forma de su gobierno, él se dará la que quiera en uso de esa misma independencia.

La independencia es para San Martín el objetivo prioritario. El tiempo demostrará que en punto a esto su pensamiento no variará ni en un ápice: no descansará hasta obtener la declaración del 9 de julio de 1816; tras Chacabuco, insistirá ante O'Higgins para que ratifique la de Chile -como se hará a principios de 1817- y se encargará personalmente de realizarlo respecto del Perú apenas liberada Lima. Será consecuente con su pensamiento inicial: Con su natural perspicacia y su natural buen sentido, dice Mitre, había visto claramente que la revolución estaba tan mal organizada en lo militar como en lo político, que carecía de plan, de medios eficaces de acción y hasta de propósitos netamente formulados. Así es que, guardando una prudente reserva sobre los asuntos de gobierno, no excusaba expresarse con franqueza sobre aquel punto en las tertulias políticas de la época, diciendo: Hasta hoy, las Provincias Unidas han combatido por una causa que nadie conoce, sin bandera y sin principios declarados que expliquen el origen y tendencias de la insurrección: preciso es que nos llamemos independientes para que nos conozcan y respeten.

Renuncia al Poder Político

Los renunciamientos de San Martín no se circunscribieron únicamente a los bienes materiales y a la familia. Su amor por la causa libertadora primó por sobre las honras y los cargos que pudo obtener por la grandeza de sus logros.
Prometo a nombre de la independencia de mi patria, no admitir jamás mayor graduación que la que tengo, ni obtener empleo público y, el militar que poseo, renunciarlo en el momento en que los americanos no tengan enemigos.
Estas palabras las pronunció en 1816, mientras preparaba el Ejército de los Andes. Fiel a su palabra, el 26 de febrero de 1817, rechazó el grado de brigadier que le otorgó el Gobierno de las Provincias Unidas después del triunfo de Chacabuco y tampoco aceptó el mismo grado concedido por el Gobierno de Chile. Con ese espíritu, al enterarse que el Congreso y el Director Supremo de las Provincias Unidas fueron disueltos después de la batalla de Cepeda, San Martín creyó que era su deber manifestar esta situación al cuerpo de oficiales del Ejército de los Andes, para que por sí nombren al jefe que debía mandarlos. Los oficiales manifiestan, según el Acta del 2 de abril, que consideraban nulo el fundamento y las razones que se esgrimían, pues la autoridad del general (San Martín), que la recibió para hacer la guerra, no ha caducado ni puede caducar porque su origen, que es la salud del pueblo, es inmutable. En Perú su desapego a los poderes volvió a manifestarse. Allí abdicó al mando supremo, transfiriendo el poder al Congreso General Constituyente que él mismo había convocado, puesto que la presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es temible a los Estados que de nuevo se constituyen (Pueblo Libre, 20 de setiembre de 1822). Con renunciamiento, San Martín se despojó voluntariamente del mando y entregó al pueblo el ejercicio total de la soberanía y, consciente de su gesto, dijo: si algún servicio tiene que agradecerme la América, es la de mi retirada de Lima. Años más tarde, en 1839, ratificó su indeclinable voluntad de cumplir con la promesa hecha en 1816. El 17 de julio de ese año Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, nombró a San Martín ministro plenipotenciario ante el Gobierno de la República del Perú. Sin embargo, el 30 de octubre, desde Grand Bourg, el Libertador renuncia al ofrecimiento y contesta: si sólo mirase mi interés personal, nada podría lisonjearme tanto como el honroso cargo a que se me destina... Pero faltaría a su deber si no manifestara que enrolado en la carrera militar desde los doce años, ni mi educación e instrucción las creo propias para desempeñar con acierto un encargo de cuyo buen éxito bien puede depender la paz. No obstante si una buena voluntad, un vivo deseo de acierto y una lealtad, la más pura, fuesen sólo necesarias para el desempeño de tan honrosa misión, es todo lo que podría ofrecer para servir a la República

Inviolabilidad del Domicilio

Este derecho fue establecido por San Martín en el bando dado en Lima, el 7 de agosto de 1821, y fue modificado parcialmente en un articulado del Estatuto Provisional del 8 de octubre. El concepto de inviolabilidad del domicilio está referido a la defensa de la libertad de intimidad; abarca toda morada destinada a la habitación y al desenvolvimiento de la libertad personal en lo concerniente a la vida privada. Cuando el Libertador llega a Perú, las leyes consideraban legales los allanamientos, y eran los habitantes de la vivienda allanada quienes debían probar que ese allanamiento era injusto o arbitrario. En el artículo primero del bando sanmartiniano se establece que No podrá ser allanada la casa de nadie sin una orden firmada por mí, es decir, firmada por el propio Protector del Perú. Otro artículo señala que de no existir una orden emanada directamente de San Martín, el allanado puede ofrecer resistencia física a la autoridad. La modificación efectuada el 8 de octubre de 1821 establece: La casa de un ciudadano es sagrada, que nadie podrá allanar sin una orden expresa del gobierno, dada con conocimiento de causa. Cuando falte aquella condición, la resistencia es un derecho que legitima los actos que emanen de ella.

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San Martin