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Sucedió en el tren

Invadido de pensamientos miraba por la ventana de mi asiento, espiando a través del reflejo de mi rostro, como si quisiera evitarlo. Una vez más la vergüenza me asechaba desde el fondo del vagón, humedecía mi espalda y de lejos me miraba el alma y se burlaba de mi intranquilidad. Había agotado ya todas las posibilidades que me quedaban para tener una vida digna, llegué a un punto sin retorno de pensar que la vida era una especie de mano que controlaba todo desde el poderío de su omnipresencia e invisibilidad con el único objetivo de, por más que no tuviera ojos, verme fracasar. Al pensar aquello, la luz de positividad que nunca muere en ninguno de nosotros, se encendió en mí después de muchos años y, como aquella mano, llegué a la conclusión de que a veces uno ve más con los ojos cerrados.
Cerré los ojos, me dejé llevar por el mecer constante del tren y me propuse pensar en algo lindo, dejando morir aquella sensación de sentirme observado. Cuando menos lo esperaba una imagen de lo que había sido mi felicidad infantil apareció a mi lado, allí estaba mi hermano mayor, regalándome su sonrisa sanadora, la que siempre tuvo hasta entonces. Estábamos ambos, como correspondía por nuestra edad, en la parte trasera de un auto. Recuerdo que ese día partíamos de vacaciones a Brasil, las que fueron sin duda alguna las mejores vacaciones en familia de mi vida.
Lo abracé estoy seguro que sintió sorpresa, por más que él no haya demostrado sentimiento alguno, las demostraciones afectivas no existían en mí. Él susurró mi nombre con una frialdad estremecedora. Extrañeza recorrió mi cuerpo, ya no eran más las palabras tranquilizadoras de hermano mayor. Mientras continuaba abrazándolo con mi mejilla en su pecho, buscando en mí los recuerdos para revivir la sensación de cuando él me tranquilizaba y con solo decir mi nombre, sabía que todo iba a estar mejor, sentí algo húmedo en el costado derecho de mi cara. Cuando me aparté para observar qué era aquello que mojaba mi rostro… ¡Lo vi, era él otra vez! Esa figura espantosa de nuevo con sangre inocente en mi cuerpo y esos malditos ojos, los únicos capaces de mirarme hasta el alma. Grité asustado y de un salto me aparté lo más lejos que pude, golpee mi cabeza con la ventanilla y lo que había sido el espectro ensangrentado fue convirtiéndose poco a poco en mi mochila, que tenía encima la ya derramada botella de agua.
Me sequé con las manos y me tranquilice, no sabía cuánto tiempo había pasado, así que me dispuse calmo a mirar el paisaje desértico pensando en lo que me depararía la vida en mi lugar de destino, donde las vías terminasen. Cerré los ojos e imploré a la mano de la vida buena suerte, éxitos y que aquello desapareciera, los abrí pero lo único que vi fue arena… Aunque había algo más, lo que parecía una señal allá muy lejos, pensé que esa era la respuesta a mis súplicas, el símbolo de confianza que la mano ponía en mi camino para informarme de que mis súplicas habían sido escuchadas, ilusionado me acerque a la ventana aún más para mirar, era un cactus que con sus ramificaciones buscaba imitar a una mano haciendo fuck-you. A veces el destino toma tonos burlescos pero depende de cada uno dejarse entristecer o reírse también. Esbocé lo que habría intentado ser una sonrisa y el paisaje con su sol rajante se mezcló con el reflejo de mi rostro en la ventana. Pude verme sonreír y me contentó poder volver hacerlo. Ignorando el cactus ya no tan distante me quedé mirando aquel reflejo de mi rostro recordando sonreír, hasta que algo me interrumpió, noté en la ventana que había algo distinto en mi rostro, una sensación de calor se apoderó de mí, ese calor que uno siente cuando está incomodo, cuando lo observan. Mi frente lloraba gotas de transpiración como si mi cabeza tratara de deshacerse de aquel espectro que me perturbaba. Me acerqué incrédulo al vidrio para verme mejor y darme cuenta de qué se trataba, pero en vez de mirarme a mí, vi al cactus sin mirarlo, fuera de foco. Llamó mi atención que esa figura que suponía era el cactus, ya no tenía más sus ramificaciones con forma de mano, entonces desconcentré el foco de mi vista de mi cara y lo concentré en el cactus. Ese cactus, era mi hermano parado en un costado de las vías. Me contenté mucho de verlo, pero poco a poco fue transformándose en algo que no era, veía que iba adquiriendo otra forma y no podía hacer nada para evitarlo, otra vez el espectro apareció y robó mi cordura, estaba de nuevo estremeciéndome y llenándome de miedo y locura. Absorto y muy asustado, adquirí una posición fetal, agarré mi voluminosa mochila y me tapé con ella lo más rápido que pude intentando protegerme de lo que sea que fuera. Me sequé la transpiración de la frente con mis manos y al verme me di cuenta de lo que suponía era sudor, era sangre. Cerré los ojos lo más fuerte que pude como si la fuerza con la que los cerraba fuera proporcional a la rapidez con la que deseaba mi sufrimiento terminar. Pero al cabo de unos segundos, imaginé al espectro con su perversidad a máximo esplendor, en ese momento me di cuenta de que había sido despojado de mi razón. Todas las posibilidades de miedo se hacían presentes en mi situación: ‘’Si permanezco con los ojos cerrados, el espectro se apoderará de mi mente usando mi propia imaginación para fortalecerse y convertirse en algo aún más terrible, por más imposible que parezca lograr aquello. Pero si los abro, se apoderará de lo qué es real, me asechará desde las sombras de lo tangible e incomodará el resto de mi existencia, eliminando la excusa tranquilizadora de pensar que era algo imaginario. ’’ Al cabo de unas horas de permanecer con los ojos cerrados, me dormí.
Tuve un sueño sin sueño en el mismo vagón, estábamos el espectro y yo de igual a igual, solos en mi mente, donde las censuras desaparecen, donde la imaginación me pertenece, donde mis miedos nacen o mueren. Me le acerqué sigiloso, estaban de espalda en el asiento de en frente, todas mis sensaciones de inferioridad hechas espectro, hechas cuerpo. Después de sufrir pensando en si iba a poder o no hacerlo y sin que pudiera advertirme atravesé su pecho con una daga, cayó muerto e inerte al piso. Aquel espectro para bien o para mal había sido eliminado y ahora yacía a mi lado sin vida cual trofeo de cazador exitoso. Atrapado aún en el vagón, me recosté, como un león junto a su presa para demostrar superioridad, junto al puñado sin vida de miedos apuñalados y me sentí sacudido, el movimiento del tren me hacia despertar, pero yo no quería, evitaba volver a la realidad, quería quedarme junto a mi presa, en el tren de mi mente donde por fin había ganado. Pero las sacudidas eran demasiado fuertes. A medida que me iba despertando el espectro se transformaba en mi mochila, ahora con un hueco de puñal del cual también caía el resto del agua de la botella perforada, y de nuevo la sensación de vergüenza me invadió observándome con esos ojos que hacían mojarme la espalda y se apoderó de todo mi ser. No podía creer lo que había hecho. Me sentía inmensamente culpable y sin razones.
Un poco cansado, decidí beber whisky de los que podemos tener acceso aquellos que pagamos por un boleto en primera fila. Directamente hice que la azafata del tren dejara la botella de Chivas 18, apoye la espalda en la mochila y comencé a beber. Trago tras trago, lo que parecía el botón para llamar a la azafata resultó ser un seguro de puerta, lo que creía que era un trozo de plástico, resultó ser un levanta cristales y una sensación húmeda se hizo presente en mi espalda. Sabía que iba a tener que cargar con la vergüenza hasta que solo quedara tiempo en mi lugar, pero no sabía por qué. Quizás no era la vergüenza quien me mojaba la espalda en el tren. Quizás esa vergüenza era yo haciendo lo último que un hombre puede hacer para pagarse un plato de comida y pertenecer a un grupo. Quizás esa vergüenza era nada más ni nada menos que el cadáver de una víctima que yacía junto a mí en este, el auto de mi hermano lleno de historias de sicarios y que nunca jamás como cualquier otro trabajo dejaría de mirarme desde el espacio más oscuro y recóndito de mi inconsciencia con aquellos ojos desesperanzados, aterrados y netamente perturbadores con los que me apuñalaron sus últimas miradas. Quizás esa victima nunca debió ser mi hermano.
Fabrizzio Rostagnotto