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Fanfic basado en la gran saga de Bethesda Softworks




Capítulo 8


Alrededores del Trono de la Sangría,
Skyrim, Provincia imperial,
Morndas, 20-21 de Estrella Vespertina, Año 173 4E.



Valarian observaba cómo se desarrollaba la emboscada. Su expresión, nula como siempre, no dejaba entrever qué pensaba en ese momento. Y eso era bueno, porque de otro modo, el capitán Thalmor que estaba a su lado se habría percatado de que estaba preocupada. Cada flecha que abandonaba un arco la ponía nerviosa. Pensó que con la tormenta que había invocado, no se recurrirían a las flechas. Pero el capitán no quería arriesgar a sus hombres y pensaba provocar el máximo de daño posible antes de tener que pasar al cuerpo a cuerpo.



A ella los soldados Thalmor la traían sin cuidado. Podría haberles ordenado que saltaran directo a la confrontación, tenía la autoridad como para hacer eso, pero no quería levantar más sospechas. Ya bastantes suspicacias había traído que ella estuviese a cargo de la operación. Sabía bien que, desde los soldados, pasando por el capitán y hasta el mismísimo consejo Thalmor, sentían desprecio hacia su persona. Pero la sola mención de la palabra Direnni al principio y la habilidad de su hermano después, habían logrado ponerlos en lugares importantes entre las altas esferas Thalmor, a pesar de su sangre mestiza, desde que llegaron desde las Islas de Balfiera.

Estar apadrinados por la familia Direnni les había ahorrado muchos inconvenientes. Pero también les había acarreado envidias y resentimientos. Después de todo, ellos no eran Direnni. Siempre, de algún modo u otro, de manera más cortés o no, se les recordaba que no eran Altmer de pura sangre. A ellos, eso no les importaba. Y pronto, no le importaría a nadie tampoco. El chasquido de la flecha al clavarse en el árbol y la maldición del capitán la alejaron de sus pensamientos.

-¿Algún problema, capitán Kalalas? -le preguntó.

El capitán la miró con enojo. No había ironía en sus palabras y no encontró la sonrisa que esperaba en el rostro de su interlocutora. Eso lo irritó aún más.

-Vamos a tener que enviar a los espadachines. Con la tormenta los arqueros no pueden hacer blanco y a pesar de que causamos algunas bajas, esos malditos imperiales han conseguido ponerse a resguardo. Incluso nos han lanzado flechas y un par de hechizos, aunque sin éxito.

Valarian optó por pasar por alto la falta de respeto del capitán de no dirigirse a ella, ya no sin el título, sino directamente sin su nombre.

-Proceda como deba, por la gloria del Dominio -se limitó a decirle.

El capitán masculló algo entre dientes e impartió la orden.





Ertius gritaba intentando poner orden entre los imperiales, que frente a la emboscada lo mejor que habían atinado a hacer era ponerse a resguardo. Al menos, aquellos que no habían sido alcanzados por las flechas. No había señales del Legado Vero, y Jonna aún estaba adentro del bastión. La situación era pésima. Y se pondría mucho peor si alguien no hacía algo. Echó un vistazo rápido. Los caballos corrían desbocados, o el temor los había hecho romper sus ataduras, o los putos elfos se habían movido a sus anchas alrededor de ellos sin que lo notaran.

Su vista se detuvo en donde se encontraban los prisioneros. La mayoría estaban tirados en la nieve, algunos por voluntad propia, otros a causa de las flechas que seguían cayendo contra ellos. No había nada que hacer por ellos. El único curso de acción que se le ocurría era replegarse al bastión. Escuchó la voz del mago a su lado que, mientras sostenía una barrera mágica que apenas si desviaba las saetas, repetía incesantemente la palabra “mierda”. No estaba muy errado, estaban con la mierda hasta el cuello. Y eso siendo positivos.

De pronto recordó a Yglar. Volteó y lo vio haciendo lo que él le había dicho. El muchacho presionaba la herida que una de las flechas élficas le había producido al otro mago imperial en la garganta. A diferencia del mago que aún vivía, éste se había afanado en lanzar bolas de fuego hacia la nada. El intento fue vano y el mago ahora yacía sin vida.

-Está bien muchacho -le dijo, acercándose-. Ya no hay nada que hacer. Levanta. -Y tomándolo por el brazo lo puso de pie. El muchacho se quedó mirándose las manos ensangrentadas.

-¡Yglar! -lo llamó Ertius. Era como si el muchacho no escuchara nada del caos a su alrededor-. ¡Yglar! -le gritó Ertius por segunda vez. El muchacho reaccionó y lo miró-. Ven aquí. Ayúdame con “cabeza de trapo”.

Yglar se acercó y entre los dos lo pusieron de pie. El mago los cubría con su guardia a pesar que las flechas habían disminuido su intensidad. Ertius notó eso y le pareció un momento tan bueno como cualquier otro. Al menos era mejor que hacía unos segundos.

-¡Al bastión! -gritó con toda su voz-. ¡Repliéguense! ¡Al bastión, ya!

Los imperiales agradecieron la voz de mando en medio del caos y se dispusieron a cumplir la orden que ésta impartía. Todos los que estaban en condiciones comenzaron a replegarse. Los heridos lo hacían como podían, algunos ayudados por sus compañeros, otros solos. Algunos ya estaban demasiado cerca de la muerte como para intentar nada. Fue en ese momento que las flechas cesaron. Fue en ese momento que pudieron verle la cara a su enemigo. Los Thalmor arremetieron con sus armas en alto contra los imperiales que se replegaban. Ertius maldijo por lo bajo, y sin perder el tiempo se dirigió a Yglar.



-¡Muchacho! Llévate a “cabeza de trapo” dentro del bastión. Encuentra a Jonna y a los otros y ponlos sobre aviso. -El muchacho asintió repetidas veces con velocidad.

-¡Y tú, ocúpate de que lleguen! -le dijo al mago imperial.

-Sí, sí... -logró articular el mago sin mirarlo y con la guardia aún en alto, como si no pudiese creer que las flechas ya no volaban.

Ertius se volteó hacia el campo de batalla. Algunos imperiales, los que se habían retrasado para ayudar a sus compañeros heridos, ya chocaban sus aceros contra las armas Thalmor. Apuró su marcha y sintió un dolor en la pierna derecha. Aún tenía la flecha clavada. La tomó con la mano y la quebró, y a pesar del dolor comenzó a trotar hacia los enemigos. Los imperiales que continuaban su repliegue se detuvieron al verlo, sin saber muy bien qué hacer. El trote se convirtió en carrera. Alzó la espada apuntando a los Thalmor. Ya estaban a pocos pasos.

-¡Por el Imperio! ¡Por el Emperador! ¡Por nuestros hermanos caídos! -rugió, más que gritó.
El resto de los imperiales lo siguió con las armas en alto. No les importó que estuvieran completamente superados en número.





Yglar guiaba al prisionero seguido de cerca por el mago. Sentía miedo y estaba shockeado. Una persona había muerto en sus manos. Nunca había visto la muerte tan de cerca. ¿Su padre habría sufrido de esa manera cuando murió? Pensar en eso le hizo un nudo en la garganta. Tenía ganas de llorar. Merreck tenía razón, no eran más que niños... Ya estaba casi en la puerta del bastión cuando una tormenta de fuego se abalanzó contra ellos desde el interior.







Valarian aún seguía en el mismo lugar desde que la emboscada había empezado. Desde allí tenía una buena perspectiva de lo que pasaba, aunque había perdido de vista su objetivo por culpa de la tormenta. Miró al capitán. Estaba unos cuantos pasos adelante suyo.

-Mafre vasha1- dijo casi en un murmullo mientras con su mano derecha realizaba un movimiento como si corriese una cortina delante suyo.

La tormenta de nieve comenzó a amainar. Buscó con la vista aquello que le importaba. Lo encontró. Lo estaban llevando dentro del bastión. Un mago lo cubría con una barrera mágica. Al final los imperiales parecían más interesados en su salud que los propios Thalmor. Miró mejor al que lo llevaba. ¿Se trataba de un niño? Su intriga fue interrumpida por el resplandor que salió del bastión y que pareció llevarse consigo a su objetivo y a los que estaban con él. Un frio peor que la ventisca más helada de Skyrim le recorrió la espalda.

-Ja, la fortuna se pone de nuestro lado -dijo el capitán Kalalas con una sonrisa-. La tormenta amaina y un atronach de fuego ataca a los imperiales por la espalda. Es el momento de rematarlos. ¡Arqueros! -llamó el capitán al pequeño contingente que estaba próximo a él-. Elijan sus blancos, no desperdicien sus flechas, ¡mátenlos a todos!

Valarian no podía pensar con claridad, no veía a su objetivo. Era una estatua de piedra por fuera, pero por dentro estaba temblando. Aquello que había salido del bastión no era un atronach como había dicho el estúpido capitán. Ella sabía lo que era, se había cruzado con un par en Salto de la Daga. Había perdido preciosos segundos, tendría que haber evitado que Kalalas envié a los arqueros, no servirían de nada contra la gárgola. Pero estos ya se adelantaban.

Aún no decidía qué hacer cuando un rugido bestial le llegó desde la derecha. Giró la cabeza y vio lo que lo producía. Kalalas también lo hizo y casi cayó de espaldas. Una bestia de casi dos metros, de pelaje gris y con zarpas de casi diez centímetros, se lanzó corriendo a cuatro patas contra los arqueros. Sus fauces se cerraron sobre el cuello del primero que alcanzó.

2


-¡Hombre lobo! -gritó Kalalas-. ¡Mátenlo! ¡Mátenlo!

El golpe de adrenalina hizo reaccionar a Valarian y desenvainó su sable de Alinor. Ya sabía qué hacer. Sólo llegó a dar dos pasos cuando algo la embistió por detrás y la derribó.






Casio abrió los ojos. Pensó que no lo había hecho, hasta que se percató de que era la negra oscuridad del cielo lo que observaba. Estaba aturdido y desorientado, sentía frio y le parecía que algo de nieve se había acumulado alrededor de sus ojos y boca. Trató de levantarse, pero algo se lo hacía difícil, como si tuviese un peso muerto encima. No estaba muy equivocado, un cadáver lo miraba con ojos fríos.

Se revolvió con violencia producto de la adrenalina y se lo quitó de encima. El cadáver cayó a un lado y, como era de esperar, no se movió. Casio sintió una punzada en la cabeza. Se tocó la zona con la punta de los dedos. El dolor se expandió por todo el cuerpo. Una piedra lo había recibido en su caída.

Poco a poco, comenzó a recordar. Se miró las piernas expuestas al frio. Maldijo y se acomodó la ropa interior y la armadura. El puto elfo lo había atacado mientras cagaba. ¡Mientras cagaba! Se acercó al cadáver y lo pateó. El cuerpo giró un poco y le vio la daga clavada en la garganta. Se agachó y con un poco de esfuerzo se la quitó. Se la había clavado con ganas, de eso no había duda.

Gracias a Akatosh percibió que se acercaba, pensó mientras se ponía de pie. Eso le dio algo de tiempo para defenderse con la daga que tenía en la mano. Se había puesto de pie en el momento que el elfo se lanzaba contra él, esquivando milagrosamente la estocada. El resto fue pura reacción. La daga subió a la garganta del Thalmor y se enterró hasta la empuñadura. El elfo soltó su espada pero en lugar de morir se arrojó contra él. Lo último que recordaba era ir cayendo hacia atrás.

Miró la daga. La daga que había usado para ahuecar la tierra. Estaba con una sonrisa estúpida en el rostro cuando los sonidos del combate lo trajeron de vuelta a la realidad. Desenvainó la espada y corrió hacia el combate. El tiempo que había estado tirado en la nieve le había entumecido los músculos y se sentía torpe mientras corría. Eso, y la edad, se dijo a sí mismo.

La sinfonía del combate ya estaba encima, llegó por detrás de los elfos y la escena que lo recibió lo dejó con la boca abierta. Un hombre lobo estaba diezmando a los Thalmor. Un hombre lobo. Nunca había visto uno pero esa bestia de pelaje gris no podía ser otra cosa. Nunca había creído que existiesen. Nunca hubiese creído que uno estaría de su lado. Al menos momentáneamente...

Los gritos de dolor de los Thalmor mutilados eran terribles. Por unos segundos pensó en ayudarlos contra la bestia. El capitán de los Thalmor gritaba como una niña desesperada pidiendo que matasen a la bestia. Eso le causo gracia y le hizo olvidar sus dudas. Al fin y al cabo sabía que los Thalmor eran sus enemigos. Con la bestia luego se vería.

Una elfa, que al principio solo miraba la situación, desenvainó su espada para tomar partido. Casio decidió eliminarla primero. Corrió hacia ella, levantó la espada y... tropezó con algo llevándosela por delante. Ambos cayeron al suelo. Ambos perdieron sus espadas. Pero Casio tenía su daga. Forcejearon. La elfa se debatía como un daedroth. La daga derramó sangre otra vez. La sangre de su dueño. Casio se alejó de la elfa, sentado, arrastrándose hacia atrás, sosteniendo con una mano la daga que se clavaba en su estómago. La elfa se puso de pie, miró a su alrededor, encontró su espada y la levantó. Lo miró con odio. Casio vio que su final se acercaba inexorablemente. Lo salvó el rugido feroz del hombre lobo. La elfa se giró y se lanzó al ataque de la bestia. Casio no lo dudó y a pesar del dolor se arrastró lejos de la batalla.


Fin del capítulo 8.



Notas:


1 "La helada se ha ido" traducción no literal del Ayleid.

2 Recorte del Fanart "Blood of the first" by IncaInk (Alex Powell) de Deviantart.

Créditos


Autor : Ariel Albertone @Venatoris

Revisado por
: Rodrigo Jáuregui Ressia @VivaLosComis