¿Esta bien hacer trampa?, Supongamos una situación en la cual, todas las opciones conduzcan a una tragedia, ¿Es correcto patear el tablero y romper las reglas a favor?. Lo que a continuación se desarrolla es la conocida "prueba del Kobayashi Maru", un ejercicio de lógica nacido de la vieja serie "Star Trek" y que durante medio siglo a llamado a debates si esta bien o no hacer trampa.
Fecha estelar 8130.3. La nave estelar Enterprise al mando de la teniente Saavik se encuentra en misión de adiestramiento. De repente recibe una transmisión de emergencia procedente del carguero Kobakahsi Maru, que se encuentra en situación crítica. Las coordenadas sitúan al carguero en la Zona Neutral, una región prohibida para las naves de la Federación. El capitán ha de tomar una decisión difícil: atravesar la Zona Neutral arriesgándose a un ataque klingon, o respetar los tratados y asistir impasible a la muerte de 381 personas y la pérdida de una nave.
El capitán no lo duda: entramos en la Zona Neutral. La Enterprise se prepara para rescatar a los supervivientes… y de repente la señal del Kobayashi Maru se desvanece de sus pantallas. Tres naves klingon aparecen de la nada y atacan de forma despiadada, diezmando a la tripulación. A pesar de los esfuerzos desesperados del capitán y de sus oficiales, la nave resulta totalmente destruida. En ese momento, el almirante James T. Kirk aparece por una puerta y los oficiales del puente de mando resucitan. Resulta que todo forma parte de un ejercicio de entrenamiento, y el Kobayashi Maru no existe realmente.
El Kobayashi Maru, que aparece por primera vez en la película Star Trek II, la ira de Kahn, representa el escenario invencible, y por tanto ha de entenderse una prueba de carácter. El propósito del ejercicio es comprobar cómo reaccionarán los futuros capitanes frente a una situación sin esperanza. “Enfrentarse a la muerte es tan importante como enfrentarse a la vida,” le dice Kirk a la teniente Saavik cuando ésta falla la prueba.
Creo que la prueba del Kobayashi Maru es útil en nuestros días igual que en el siglo XXIII. Vale, es poco probable que nos encontremos frente a una flota klingon, pero tampoco hay que ir tan lejos para encontrar un escenario invencible. Puede ser un jefe que cierra el proyecto en el que llevamos años trabajando, una deuda que nos obliga a cerrar EL NEGOCIO que sustenta a nuestra familia, un médico que asiste impotente a la agonía de un paciente sin poder hacer nada para evitarlo, un gobierno que se empecina en llevar a cabo un proyecto cuando ya se ha comprobado su falta de viabilidad, un ejército que lucha cuando ya está vencido, una empresa que vuelca millones y más millones en una filial que pierde dinero a chorros.
Sí, el Kobayashi Maru es una contundente prueba de carácter.
El problema llega cuando nos damos cuenta de que mucha gente se niega a creer en el escenario invencible. A menos que el puente de mando esté lleno de oficiales muertos y la nave se cruja bajo los golpes de los torpedos klingon, pocas veces tenemos el coraje y la claridad de miras necesario para darnos cuenta de que ha llegado el momento de tirar la toalla. La reacción natural es buscar una solución mágica, y acabamos engañándonos a nosotros mismos, porque esa solución puede que no exista, y si existe puede llegar tarde o resultar demasiado cara.
Un caso típico es el de la persona que va a perder su casa debido a las deudas, sean hipotecarias o de una financiera de esas que te “unifican” las deudas. Enfrentado a lo inevitable, la opción más favorable sería aceptar la realidad del escenario invencible, vender el piso mientras se pueda, pagar las deudas y rehacerse con el dinero restante. Para muchos eso no es una opción válida, sea porque no tienen donde ir o porque “si la vendo ahora le pierdo dinero.” No se dan cuenta de que, cuanto más tiempo pase, más dinero deberán y peor será su situación. Para cuando el propietario cede y decide poner en venta su piso, resulta que las deudas superan el valor de éste. El escenario invencible, que durante todo este tiempo había pensado que no lo era, le cae encima con toda su crudeza, y pocos estamos preparados para un golpe así.
Arrojar dinero malo cuando se ha tirado el bueno es un buen ejemplo de “no creo en el escenario invencible.” Bankia lo hizo, y solamente gracias a una carísima intervención estatal sigue en pie. La Armada se ha gastado más de 2.000 millones de euros en construir un submarino que apenas puede flotar, y aunque se enfrenta a un escenario invencible en las circunstancias actuales (se han pulido el presupuesto de todo el programa de submarinos y no les queda más), seguro que confía en que el Estado acabe apareciendo y salvando la situación en el último momento. Pero para los curritos de a pie como usted y yo, el escenario invencible es justamente eso: invencible. En ese momento nos vemos en la encrucijada que tan soberbiamente describió Rudyard Kipling en su poema If (si):
Si puedes apilar todas tus ganancias y arriesgarlas a una sola jugada; y perder, y empezar de nuevo desde el principio… tuya es la Tierra y todo lo que contiene, y lo que es más, serás un hombre hijo mío.
Por su parte, la teniente Saavik no veía claro el objeto de ese ejercicio. Francamente, yo tampoco. Por muy realista que sea la simulación, los participantes en ella saben que realmente no hay peligro de muerte. Es fácil enfrentarse al escenario invencible cuando lo peor que te puede pasar es que tengas que darle al botón de reset e intentarlo otra vez.
En mi opinión, existe una segunda prueba de carácter en el escenario del Kobayashi Maru: los cadetes han de enfrentarse al dilema previo de si irán o no en ayuda del carguero en peligro. Si no lo hacen, asistirán a la muerte de casi cuatrocientos tripulantes sabiendo que podían haberlo evitado; si deciden cruzar la Zona Neutral violando las órdenes, se enfrentan a la posibilidad de una emboscada, por no hablar de una guerra a gran escala contra los klingon. El aspirante a capitán se enfrenta a la dicotomía entre la lealtad a los compañeros y la obediencia a las órdenes, la humanidad y la disciplina, el beneficio a corto plazo y el perjuicio a largo plazo.
El modo en que se plantea el escenario del Kobayashi Maru induce a pensar que la prueba es el comportamiento frente a una situación invencible, no la decisión de actuar o abstenerse. Da la impresión de que Flota Estelar ya tiene asumido que cualquier cadete que se precie escogerá invadir la Zona Neutral y al diablo con las consecuencias. Con una oficialidad tan pendenciera e inconformista, creo que la Federación se va a hacer enemigos hasta en la sopa.
Por otro lado, imbuir a los cadetes el espíritu de grupo, la lealtad a los compañeros, el “nadie se queda atrás, nos apoyamos unos a otros pase lo que pase” es una actitud que da cohesión y esprit de corps a un grupo militar. Lo usaron los Tercios de Frandes, la Legión Extranjera y los Marines USA, así que debe servir de algo; y considerando la larguísima lista de veces en las que el capitán Kirk se salta a la torera las normas y se alza con la victoria, puede que la táctica de “con nuestros compañeros, con razón o sin ella” puede serle útil a la Federación para entrenar a sus oficiales.
Es curioso observar que en la nueva Star Trek (la de 2009) se han cargado ese dilema moral. En esta ocasión, el cadete Kirk recibe del mando de la Flota Estelar la orden de rescatar al Kobayashi Maru. Es una lástima, y me da la impresión de que lo hicieron para simplificar la situación y atraer la atención hacia el dilema del escenario invencible.
El Kobayashi Maru fue un hueso duro de roer para todos los cadetes de la Academia de Flota Estelar, con una excepción: James Kirk. ¿Cómo lo consiguió? Ciertamente, no aprovechó sus conocimientos de la Academia. No luchó mejor, no usó tácticas más eficaces y no llenó de temor los corazones de sus atacantes. Se limitó a reprogramar la simulación. Es decir, Kirk hizo trampa.
Seguro que si entra usted en foros sobre Star Trek encontrará usted bandos enfrentados sobre si era válido que Kirk trampease el sistema o no. Depende de lo que usted considere que significa pasar la prueba. Si eso significa asistir impasible frente a la muerte, obviamente falló; pero si se trata de rescatar a la tripulación del Kobayashi Maru y volver a territorio de la Federación, hemos de reconocer que cumplió con creces. Pero eso me parece irrelevante frente a la cuestión principal: ¿hacer trampas es ética o moralmente válido?
Basta ve cualquier informativo de televisión para darse cuenta de que hacer trampas es eficaz, al menos hasta que te pillen, pero hasta ese momento resulta útil para mejorar la propia situación. Un oficial puede engañar al enemigo de muchas formas, y no todas las consideramos éticas. ¿Vale usar tanques de plástico para engañar al enemigo sobre las propias fuerzas? Imagino que usted y yo diríamos que sí. ¿Y usar ambulancias para transportar municiones? Eso ya es más dudoso. ¿Torturar a soldados enemigos capturados para que revelen la posición de sus fuerzas? ¿Envenenar los pozos de agua? ¿Asesinar a civiles y culpar al otro bando?
En algún lugar habrá que fijar un límite, aun cuando sean los impuestos por el propio interés. Usar tanques de plástico es algo que no perjudica a nadie, y se considera una táctica de guerra adecuada. Usar ambulancias para transportar municiones resulta útil para abastecer a nuestras fuerzas con menos riesgo, pero cuando el enemigo se entere atacará nuestras ambulancias, incluidas las que transportan a nuestros heridos. Por eso una prohibición de atacar ambulancias redundará en beneficios de todos, y transgredir esa norma significará un perjuicio superior al beneficio potencial. Las normas están hechas para romperse, reza el dicho, pero se precisa tener sólidos principios éticos para calibrar cuándo romper las reglas es una estrategia conveniente.
Usar una táctica que no está reconocida por las normas puede ser incluso deseable cuando son otros los que han impuesto esas normas. Cuando aceptamos una elección con dos opciones, como si fuesen las únicas posibles, estamos cayendo en lo que se conoce con el nombre de falacia de tercio excluso. Un padre que desee que su hija se vaya a la cama le dará a escoger si prefiere irse a dormir con el osito de peluche con la muñeca; en ambos casos, la niña “escoge” ir a la cama, ¿verdad?. Claro que cuando crezca, si la chica es una buena detectora de falacias, le podrá devolver la pelota a papi: “Me voy con mis amigas, ¿prefieres que vuelva de la fiesta a la una o a las dos?”
Al reprogramar el simulador, Kirk se negó a aceptar la partida tal y como se le presentaba. Planteó una tercera vía de acción para zafarse de la falacia de tercio excluso y salió técnicamente victorioso.
A un precio: nunca se enfrentó al escenario invencible. Esa laguna en su aprendizaje le pasó factura en Star Trek II [Alerta: a partir de aquí, spoilers]. En su primer enfrentamiento con Kahn, un confiado Kirk se deja sorprender y como resultado es derrotado ante una fuerza inferior. Lo único que puede hacer es ofrecer su rendición, en un intento desesperado de ganar algo de tiempo, y sólo un afortunado truco le permite escapar. Sus hombres mueren, su nave está dañada, él mismo está entre la espada y la pared, pero sigue obstinándose en afirmar que no cree en el escenario invencible, con argumentos infantiles tipo “no me gusta perder.” Pero el caso es que nunca se enfrentó a la muerte, y se nota. Finalmente, Kirk reconoce la verdad:
Es posible. No me he enfrentado a la muerte. La he engañado. Me he apartado de su camino y me ha dado palmaditas en el hombro por su astucia. Pero no sé nada.
Kirk sigue vivo porque alguien se enfrentó a la muerte en su lugar. Poco antes, el señor Spock sacrificó su vida para poner la nave a salvo. Resulta difícil encontrar una pareja más diferente. Kirk se creía invencible, y no sabía enfrentarse a la muerte. Spock creía en la lógica, y cuando tuvo que entrar a la zona letal para reparar la nave, lo hizo sin vacilación. Sus últimas palabras desvelan la actitud de alguien que se comprendió y superó la prueba de carácter del Kobayashi Maru:
¿La nave está fuera de peligro? No se enoje, almirante. Es lógico. El bienestar de la mayoría supera (al bienestar de la minoría). O al de uno solo. Yo nunca hice la prueba del Kobayashi Maru hasta ahora. ¿Qué opina de mi solución? He sido y siempre seré su amigo. Que viva largo tiempo y prósperamente.
¿Estará usted, lector, a la altura cuando llegue el momento? ¿Lo estaré yo?

Fecha estelar 8130.3. La nave estelar Enterprise al mando de la teniente Saavik se encuentra en misión de adiestramiento. De repente recibe una transmisión de emergencia procedente del carguero Kobakahsi Maru, que se encuentra en situación crítica. Las coordenadas sitúan al carguero en la Zona Neutral, una región prohibida para las naves de la Federación. El capitán ha de tomar una decisión difícil: atravesar la Zona Neutral arriesgándose a un ataque klingon, o respetar los tratados y asistir impasible a la muerte de 381 personas y la pérdida de una nave.
El capitán no lo duda: entramos en la Zona Neutral. La Enterprise se prepara para rescatar a los supervivientes… y de repente la señal del Kobayashi Maru se desvanece de sus pantallas. Tres naves klingon aparecen de la nada y atacan de forma despiadada, diezmando a la tripulación. A pesar de los esfuerzos desesperados del capitán y de sus oficiales, la nave resulta totalmente destruida. En ese momento, el almirante James T. Kirk aparece por una puerta y los oficiales del puente de mando resucitan. Resulta que todo forma parte de un ejercicio de entrenamiento, y el Kobayashi Maru no existe realmente.
El Kobayashi Maru, que aparece por primera vez en la película Star Trek II, la ira de Kahn, representa el escenario invencible, y por tanto ha de entenderse una prueba de carácter. El propósito del ejercicio es comprobar cómo reaccionarán los futuros capitanes frente a una situación sin esperanza. “Enfrentarse a la muerte es tan importante como enfrentarse a la vida,” le dice Kirk a la teniente Saavik cuando ésta falla la prueba.
Creo que la prueba del Kobayashi Maru es útil en nuestros días igual que en el siglo XXIII. Vale, es poco probable que nos encontremos frente a una flota klingon, pero tampoco hay que ir tan lejos para encontrar un escenario invencible. Puede ser un jefe que cierra el proyecto en el que llevamos años trabajando, una deuda que nos obliga a cerrar EL NEGOCIO que sustenta a nuestra familia, un médico que asiste impotente a la agonía de un paciente sin poder hacer nada para evitarlo, un gobierno que se empecina en llevar a cabo un proyecto cuando ya se ha comprobado su falta de viabilidad, un ejército que lucha cuando ya está vencido, una empresa que vuelca millones y más millones en una filial que pierde dinero a chorros.
Sí, el Kobayashi Maru es una contundente prueba de carácter.
El problema llega cuando nos damos cuenta de que mucha gente se niega a creer en el escenario invencible. A menos que el puente de mando esté lleno de oficiales muertos y la nave se cruja bajo los golpes de los torpedos klingon, pocas veces tenemos el coraje y la claridad de miras necesario para darnos cuenta de que ha llegado el momento de tirar la toalla. La reacción natural es buscar una solución mágica, y acabamos engañándonos a nosotros mismos, porque esa solución puede que no exista, y si existe puede llegar tarde o resultar demasiado cara.

Un caso típico es el de la persona que va a perder su casa debido a las deudas, sean hipotecarias o de una financiera de esas que te “unifican” las deudas. Enfrentado a lo inevitable, la opción más favorable sería aceptar la realidad del escenario invencible, vender el piso mientras se pueda, pagar las deudas y rehacerse con el dinero restante. Para muchos eso no es una opción válida, sea porque no tienen donde ir o porque “si la vendo ahora le pierdo dinero.” No se dan cuenta de que, cuanto más tiempo pase, más dinero deberán y peor será su situación. Para cuando el propietario cede y decide poner en venta su piso, resulta que las deudas superan el valor de éste. El escenario invencible, que durante todo este tiempo había pensado que no lo era, le cae encima con toda su crudeza, y pocos estamos preparados para un golpe así.
Arrojar dinero malo cuando se ha tirado el bueno es un buen ejemplo de “no creo en el escenario invencible.” Bankia lo hizo, y solamente gracias a una carísima intervención estatal sigue en pie. La Armada se ha gastado más de 2.000 millones de euros en construir un submarino que apenas puede flotar, y aunque se enfrenta a un escenario invencible en las circunstancias actuales (se han pulido el presupuesto de todo el programa de submarinos y no les queda más), seguro que confía en que el Estado acabe apareciendo y salvando la situación en el último momento. Pero para los curritos de a pie como usted y yo, el escenario invencible es justamente eso: invencible. En ese momento nos vemos en la encrucijada que tan soberbiamente describió Rudyard Kipling en su poema If (si):
Si puedes apilar todas tus ganancias y arriesgarlas a una sola jugada; y perder, y empezar de nuevo desde el principio… tuya es la Tierra y todo lo que contiene, y lo que es más, serás un hombre hijo mío.
Por su parte, la teniente Saavik no veía claro el objeto de ese ejercicio. Francamente, yo tampoco. Por muy realista que sea la simulación, los participantes en ella saben que realmente no hay peligro de muerte. Es fácil enfrentarse al escenario invencible cuando lo peor que te puede pasar es que tengas que darle al botón de reset e intentarlo otra vez.
En mi opinión, existe una segunda prueba de carácter en el escenario del Kobayashi Maru: los cadetes han de enfrentarse al dilema previo de si irán o no en ayuda del carguero en peligro. Si no lo hacen, asistirán a la muerte de casi cuatrocientos tripulantes sabiendo que podían haberlo evitado; si deciden cruzar la Zona Neutral violando las órdenes, se enfrentan a la posibilidad de una emboscada, por no hablar de una guerra a gran escala contra los klingon. El aspirante a capitán se enfrenta a la dicotomía entre la lealtad a los compañeros y la obediencia a las órdenes, la humanidad y la disciplina, el beneficio a corto plazo y el perjuicio a largo plazo.

El modo en que se plantea el escenario del Kobayashi Maru induce a pensar que la prueba es el comportamiento frente a una situación invencible, no la decisión de actuar o abstenerse. Da la impresión de que Flota Estelar ya tiene asumido que cualquier cadete que se precie escogerá invadir la Zona Neutral y al diablo con las consecuencias. Con una oficialidad tan pendenciera e inconformista, creo que la Federación se va a hacer enemigos hasta en la sopa.
Por otro lado, imbuir a los cadetes el espíritu de grupo, la lealtad a los compañeros, el “nadie se queda atrás, nos apoyamos unos a otros pase lo que pase” es una actitud que da cohesión y esprit de corps a un grupo militar. Lo usaron los Tercios de Frandes, la Legión Extranjera y los Marines USA, así que debe servir de algo; y considerando la larguísima lista de veces en las que el capitán Kirk se salta a la torera las normas y se alza con la victoria, puede que la táctica de “con nuestros compañeros, con razón o sin ella” puede serle útil a la Federación para entrenar a sus oficiales.
Es curioso observar que en la nueva Star Trek (la de 2009) se han cargado ese dilema moral. En esta ocasión, el cadete Kirk recibe del mando de la Flota Estelar la orden de rescatar al Kobayashi Maru. Es una lástima, y me da la impresión de que lo hicieron para simplificar la situación y atraer la atención hacia el dilema del escenario invencible.
El Kobayashi Maru fue un hueso duro de roer para todos los cadetes de la Academia de Flota Estelar, con una excepción: James Kirk. ¿Cómo lo consiguió? Ciertamente, no aprovechó sus conocimientos de la Academia. No luchó mejor, no usó tácticas más eficaces y no llenó de temor los corazones de sus atacantes. Se limitó a reprogramar la simulación. Es decir, Kirk hizo trampa.
Seguro que si entra usted en foros sobre Star Trek encontrará usted bandos enfrentados sobre si era válido que Kirk trampease el sistema o no. Depende de lo que usted considere que significa pasar la prueba. Si eso significa asistir impasible frente a la muerte, obviamente falló; pero si se trata de rescatar a la tripulación del Kobayashi Maru y volver a territorio de la Federación, hemos de reconocer que cumplió con creces. Pero eso me parece irrelevante frente a la cuestión principal: ¿hacer trampas es ética o moralmente válido?
Basta ve cualquier informativo de televisión para darse cuenta de que hacer trampas es eficaz, al menos hasta que te pillen, pero hasta ese momento resulta útil para mejorar la propia situación. Un oficial puede engañar al enemigo de muchas formas, y no todas las consideramos éticas. ¿Vale usar tanques de plástico para engañar al enemigo sobre las propias fuerzas? Imagino que usted y yo diríamos que sí. ¿Y usar ambulancias para transportar municiones? Eso ya es más dudoso. ¿Torturar a soldados enemigos capturados para que revelen la posición de sus fuerzas? ¿Envenenar los pozos de agua? ¿Asesinar a civiles y culpar al otro bando?
En algún lugar habrá que fijar un límite, aun cuando sean los impuestos por el propio interés. Usar tanques de plástico es algo que no perjudica a nadie, y se considera una táctica de guerra adecuada. Usar ambulancias para transportar municiones resulta útil para abastecer a nuestras fuerzas con menos riesgo, pero cuando el enemigo se entere atacará nuestras ambulancias, incluidas las que transportan a nuestros heridos. Por eso una prohibición de atacar ambulancias redundará en beneficios de todos, y transgredir esa norma significará un perjuicio superior al beneficio potencial. Las normas están hechas para romperse, reza el dicho, pero se precisa tener sólidos principios éticos para calibrar cuándo romper las reglas es una estrategia conveniente.
Usar una táctica que no está reconocida por las normas puede ser incluso deseable cuando son otros los que han impuesto esas normas. Cuando aceptamos una elección con dos opciones, como si fuesen las únicas posibles, estamos cayendo en lo que se conoce con el nombre de falacia de tercio excluso. Un padre que desee que su hija se vaya a la cama le dará a escoger si prefiere irse a dormir con el osito de peluche con la muñeca; en ambos casos, la niña “escoge” ir a la cama, ¿verdad?. Claro que cuando crezca, si la chica es una buena detectora de falacias, le podrá devolver la pelota a papi: “Me voy con mis amigas, ¿prefieres que vuelva de la fiesta a la una o a las dos?”
Al reprogramar el simulador, Kirk se negó a aceptar la partida tal y como se le presentaba. Planteó una tercera vía de acción para zafarse de la falacia de tercio excluso y salió técnicamente victorioso.
A un precio: nunca se enfrentó al escenario invencible. Esa laguna en su aprendizaje le pasó factura en Star Trek II [Alerta: a partir de aquí, spoilers]. En su primer enfrentamiento con Kahn, un confiado Kirk se deja sorprender y como resultado es derrotado ante una fuerza inferior. Lo único que puede hacer es ofrecer su rendición, en un intento desesperado de ganar algo de tiempo, y sólo un afortunado truco le permite escapar. Sus hombres mueren, su nave está dañada, él mismo está entre la espada y la pared, pero sigue obstinándose en afirmar que no cree en el escenario invencible, con argumentos infantiles tipo “no me gusta perder.” Pero el caso es que nunca se enfrentó a la muerte, y se nota. Finalmente, Kirk reconoce la verdad:
Es posible. No me he enfrentado a la muerte. La he engañado. Me he apartado de su camino y me ha dado palmaditas en el hombro por su astucia. Pero no sé nada.
Kirk sigue vivo porque alguien se enfrentó a la muerte en su lugar. Poco antes, el señor Spock sacrificó su vida para poner la nave a salvo. Resulta difícil encontrar una pareja más diferente. Kirk se creía invencible, y no sabía enfrentarse a la muerte. Spock creía en la lógica, y cuando tuvo que entrar a la zona letal para reparar la nave, lo hizo sin vacilación. Sus últimas palabras desvelan la actitud de alguien que se comprendió y superó la prueba de carácter del Kobayashi Maru:
¿La nave está fuera de peligro? No se enoje, almirante. Es lógico. El bienestar de la mayoría supera (al bienestar de la minoría). O al de uno solo. Yo nunca hice la prueba del Kobayashi Maru hasta ahora. ¿Qué opina de mi solución? He sido y siempre seré su amigo. Que viva largo tiempo y prósperamente.
¿Estará usted, lector, a la altura cuando llegue el momento? ¿Lo estaré yo?