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En la filosofía griega la tierra pasó de ser un principio cosmogónico a convertirse en un elemento más entre otros. En el devenir del pensamiento presocrático está en juego el pasaje de las explicaciones mitológicas a las científicas para describir la naturaleza; junto con la caída del culto a las deidades femeninas, la fertilidad y la madre-tierra (Deméter), que fueron reemplazados por la asunción de los dioses del Olimpo con Zeus a la cabeza. A pesar de haber perdido su status, la tierra continuará apareciendo y ocupando un lugar central en la constitución del universo. Porque, a través de la concepción cosmológica de un remolino turbular que somete a todo el cosmos al movimiento, le corresponde a la tierra naturalmente el centro. Y esto puede deberse a que, al haber perdido como principio toda capacidad vital, también se quedó sin posibilidad de movimiento. La tierra yacerá inerte en el centro del cosmos, inánime, hasta que con el inicio de la modernidad recupere el movimiento, aunque ya sin la capacidad “maternal” de los cultos agrarios. Sólo en algunos planteos residuales de la ciencia moderna la tierra tendrá aquel lugar de “origen de la vida” que poseía en la antigüedad, cuando se acepta transitoriamente, por ejemplo, la idea de “generación espontánea” en el barro[1]. Pero esto quedará completamente desechado luego de los cambios tecnológicos por la incorporación de elementos ópticos (el microscopio) y el posterior descubrimiento de la acción de los microorganismos.

Entre los primeros filósofos griegos, quienes hacían de la tierra un principio cosmogónico la ubicaban junto a otros principios que actuaban en conjunto. Estos pensadores primitivos asociaban el elemento tierra con una deidad femenina de la mitología griega. Entre ellos se encuentran Hesíodo, Ferécides y Empédocles. En el caso de Hesíodo, Gigon sostiene que fue el primer filósofo al ocuparse de los principios ontológicos de la Verdad, el Origen y el Todo. A diferencia de Homero, no escribió poemas de eventos verosímiles y circunstanciales, como la epopeya de la Ilíada, sino sobre la verdad del origen y sobre cómo se constituyó el todo. Por esto, comenta Gigon que Hesíodo estableció tres principios cosmológicos: el Caos, la Tierra y Eros. Porque el origen estaría dado por un Caos indeterminado, al que acompañaba la Tierra como sustrato; y sobre el cual se desarrolló la generación de dioses, por intermedio de Eros, que es el principio dinámico.

Ferécides de Siro también partió de una tríada de realidades originarias, nada más que, en vez de un principio indeterminado, optó por uno de corte racional. Porque eligió a Krono (Cronos), que se encuentra “desde siempre” con Zas (Zeus) y Ctonia (Tierra). En su organización mitológica, Ferécides relata que Zas se casó con Ctonia y que le regaló un velo con la imagen geográfica de la superficie terrestre y los océanos. Esto se identifica con la idea de que Ctonia es la estructura sobre la cual se desarrollará la vida; y en la que Zas actuó de modo similar al Eros de Hesíodo, al dar origen al mundo a través de pares de opuestos (en griego, la partícula ‘zen’, que aparece en el nombre de Zeus, significa vida). Tanto en Ferécides como en Hesíodo el elemento tierra aparece como un principio sustancial sobre el cual se desenvuelve la vida, y que actúa en paralelo a otros dos principios que lo acompañan.

Durante el siglo -V, Empédocles de Agrigento se opuso al monismo radical impuesto por Parménides e inició una concepción plural del origen del universo. Si bien no podía derivar la pluralidad del Ser único, Empédocles estableció cuatro realidades primarias desde las cuales se generó la multiplicidad de la realidad. Entre estas cuatro raíces, que se asociarán más adelante con los cuatro elementos, se halla la tierra (que está representada por la diosa Hera, ¡dispensadora de vida!), junto al fuego (Zeus), el aire (Hades, porque es invisible) y el agua (Netis). Además de estos cuatro elementos, Empédocles introduce como causa del movimiento los agentes externos de Amor y Discordia. Por primera vez se separa el principio material de la causa eficiente. Porque los antiguos físicos jónicos del siglo -VI, previos a Parménides, hacían del principio material (arché) un único principio constitutivo del todo. Y con el pasaje de esta unidad a la multiplicidad asociaban también el movimiento (que será clausurado por el monismo eleático). Tales fue conocido por elegir el arché agua, Anaximandro el ápeiron, Anaxímenes el aire y Heráclito el fuego. Y se ha querido hacer de Jenófanes como el filósofo que eligió el arché tierra como principio originario, a partir de un fragmento donde dice que “de la tierra viene todo y todo termina en la tierra” (fragm. 27). Pero Aristóteles argumenta que no pudo elegir la tierra como arché porque Jenófanes creía en que el cosmos era eterno (al igual que el Ser parmenídeo), imperecedero; y, además, porque la tierra como principio material no puede ser causa del movimiento. La tierra está asociada con lo inerte, que yace muerto y sin el calor vital, que es dador de vida y movimiento.

Entre los pensadores jónicos que propusieron un monismo para explicar la realidad se destaca Anaxímenes por ser el filósofo que intentó dar cuenta cómo se da efectivamente el pasaje del principio único a la multiplicidad. Tal como se mencionó recientemente, Anaxímenes eligió al aire como arché, ya que, por medio de condensaciones y rarefacciones se transforma en los otros elementos. Así, se llegaría a la tierra luego de un ciclo de conversiones y condensaciones del aire, que primero pasó por el estado de agua. Esta línea de pensamiento se revitalizará con la reintroducción del monismo jónico en la segunda mitad del siglo -V, especialmente con Arquelao, el maestro de Sócrates y discípulo de Anaxágoras que, a su vez, fue discípulo de Anaxímenes. Arquelao (y también Diógenes de Apolonia), sostendrá que el aire primero se separa en lo frío y lo caliente; y de ahí continúa en el pasaje al fuego, el agua y, finalmente, la tierra, que yace fría e inmóvil en el centro.

Si se recapitula lo dicho hasta el momento, en la antigua Grecia la tierra era considerada como una deidad dadora de vida (y movimiento). En tanto principio de la naturaleza, los primeros filósofos indicaban que estaba acompañada de otras realidades primarias. Sin embargo, con la introducción del monismo se advirtió su imposibilidad natural de generar el movimiento y comenzó a ocupar un lugar inferior entre los demás elementos. En lo que sigue, se desarrollará brevemente cómo aparece el elemento tierra entre los pares de contrarios y las teorías cosmogónicas que le otorgan un lugar en el centro del universo.

Al hablar de Ferécides se mencionó de pasada que el mundo se creaba por Zas a partir de los contrarios. Aristóteles, al clasificar jerárquicamente la naturaleza, dirá que todo está hecho de los cuatro elementos, los cuales, a su vez, están formados por dos pares de contrarios. Así, a la tierra le corresponde el estar conformada de “lo frío” y “lo seco”, totalmente opuesto al aire, que está compuesto de “lo cálido” y “lo húmedo” (cualidades que se asocian en el pensamiento griego con la vida). Pero en Empédocles hallamos que los cuatro elementos, utilizados para explicar la naturaleza, fueron tomados del pitagórico Alcmeón de Crotona. Porque este filósofo argumentaba que la salud del cuerpo dependía del equilibrio de los cuatro contrarios. Y si bien el hombre se muere, el alma es inmortal porque está en eterno movimiento. Por ello, Empédocles agregará, a los cuatros elementos que tomó de Alcmeón, el Amor y la Discordia como generadores externos del movimiento. La Discordia inicia el movimiento turbular al separar los elementos, por impulso de la rotación, que se encontraban unidos y mezclados en una esfera armónica por fuerza del Amor. Así, el alma estaría viajando por los cuatro elementos, que se mezclan y separan formando los objetos, en un ciclo de reencarnaciones que va de los objetos, las plantas, los animales, los hombres, a los adivinos, poetas y príncipes, hasta llegar a los dioses.

Por otra parte, Anaxágoras manifestará que en un comienzo todo estaba junto y sin discernirse hasta que la Inteligencia inició una causa de movimiento y las cosas comenzaron a separarse mecánicamente. Por acción del movimiento en remolinos, lo más liviano ocupó la periferia y lo más pesado se ubicó en el centro. Y a diferencia de los anteriores pluralistas, Demócrito ya no tiene necesidad de postular una causa externa, y simplemente dirá que todo está en movimiento. Así se salvará de la crítica que se le hace a Anaxágoras de porqué empezó el movimiento en un momento y no en otro. Para los atomistas hay movimiento porque existen átomos y vacío: el vacío condiciona a que los átomos se desplacen. En este sentido, todo estaría en movimiento turbular, en torbellinos donde chocan y se mezclan los átomos para crear universos y mundos. Por supuesto, la tierra ocupa el centro y como opuesta al aire que se expande en la periferia.

En definitiva, notamos que en las concepciones físicas de los antiguos pensadores griegos el elemento tierra deja de poseer gradualmente la capacidad de generar vida, tal como la poseía en los primitivos cultos agrarios; y pasa de ser un principio constitutivo del todo a un elemento incapaz de ser tomado como una arché, si se tiene en cuenta que, por su condición asociada con lo inerte (sin calor vital), no puede generar el movimiento. De este modo, el elemento tierra será ubicado por causa del movimiento en remolinos en el centro, opuesto a su par contrario el aire que se encuentra en la periferia. Y se lo vinculará con el deseo, como el de los animales que sólo pueden mirar hacia abajo, la tierra, y no pueden contemplar los elevados cielos, los movimientos de los astros donde se haya la divinidad, la inteligencia y el origen del alma junto a los dioses bienaventurados.

http://educacion-y-filosofia.blogspot.com.ar/2014/01/el-elemento-tierra-en-la-filosofia.html