Durante la Guerra Civil los mineros de Asturias trabajaban todos los días una hora gratis para que el calor del carbón, en aquellos días de invierno, llegara a todas las casas. Es la historia que Hilario oyó contar a su abuelo minero cientos de veces. Luego le hablaba de los años 60, cuando en plena dictadura, los mineros de Asturias iniciaron una huelga indefinida que duró tres meses.
Muchos de ellos permanecieron semanas encerrados en los pozos. Las familias subsistían gracias a la solidaridad de los vecinos. Fue una huelga dura y silenciosa, porque media España no se enteró hasta mucho tiempo después, pero con secuelas difíciles de borrar. El pulso al dictador, Francisco Franco, hizo que muchos mineros fueran encarcelados, torturados y otros se vieran obligados a exiliarse. Pero lograron que el trabajo fuera algo menos duro.
Hilario Gutiérrez no entró en la mina, aunque a su abuelo le hubiera gustado. Estudió fuera y regresó años después. Su abuelo le transmitió el orgullo que era ser minero y reconoce que siempre le admiró. "Creo que hay que tener un cuajo especial para levantarte cada día y bajar a trabajar a cientos de metros bajo tierra, en total oscuridad, en medio de polvo y constantes cambios de temperatura con 3 o 4 kilos siempre encima, porque no pueden desprenderse del casco, la lámpara, la batería y el autorrescatador, necesario en caso de que se produjese una explosión de grisú".
"Están hechos de una pasta especial", dice Hilario. "¿Cómo si no te explicas que la viuda o el hijo de un minero entre a trabajar en un pozo, porque en esos casos tienen preferencia absoluta en cualquier convocatoria, cuando sabe que su marido o su padre perdió la vida allí? Hay que comer, sí, pero se puede comer también fregando portales".
Ahora ven peligrar no sólo su futuro laboral, sino su identidad. Se sienten víctimas de un desahucio forzoso no de su trabajo, sino de su forma de vida. Las comarcas mineras de los valles del Nalón, el Caudal y el Suroccidente asturiano, además de las de Castilla y León, Aragón y Andalucía, han estado históricamente dominadas por la industria del carbón. Falta tradición empresarial, el suelo industrial es escaso y los intentos por diversificar la actividad y generar nuevos empleos a base de ayudas no han dado los frutos deseados.
Además, en los últimos años el cierre de explotaciones ha asestado un duro golpe a la actividad industrial generada en torno a la minería. Es una de las conclusiones del estudio sobre el proceso de ajuste de la industria del carbón elaborado por CCOO. Por ello el problema de la minería no es sectorial sino social y afecta, directa o indirectamente a miles de familias y al modo de vida de zonas enteras. Lo reconocía también esta misma semana el portavoz del Gobierno del Principado, Guillermo Martínez.
Hace casi un mes que las comarcas mineras están en huelga y el conflicto parece que se enquista. Por eso han decidido emprender una marcha a pie hasta Madrid y rememorar al personaje de Fidel, protagonizado por Antonio Resines, que en 1999, tras el cierre del pozo en el que trabajaba se echa la mochila al hombro y decide irse a la capital a pedir cuentas al Rey. Sólo que ahora son cientos y las cuentas, que no les cuadran, se las van a pedir a Mariano Rajoy.
Quieren que el Gobierno dé marcha atrás al recorte de ayudas a la producción previsto para este año, de 703 millones de euros a 253 millones, y sin las que, según los sindicatos CCOO y UGT y la patronal del sector Carbunión, las explotaciones estarían abocadas al cierre, acelerando la eutanasia impuesta por la UE para 2018 con el fin de las ayudas a las explotaciones no rentables que, en caso de seguir, deberían devolver las ayudas recibidas.
Los sindicatos esperaban que Bruselas, llegado el momento, fuera flexible al cierre, logrando que el carbón, única fuente de energía relativamente abundante que tenemos en España, se convirtiera en reserva estratégica, dado que dependemos de lo que compramos, fundamentalmente gas y petróleo de fuera. Un buen aliado para lograrlo sería Alemania, que se está planteando reabrir sus minas ante los problemas ocasionados por las centrales nucleares.
Los detractores del carbón dicen en cambio que contamina y que ya no es negocio. El carbón que viene de fuera es más barato y con más poder calorífico, pero los sindicatos mineros aseguran que habría que analizar las condiciones laborales de los lugares de donde se extrae. Algunas de estas imágenes muestran la dureza de esas condiciones en Asturias. "¿A que en esos países no os enseñan las fotos?", espetan.
Muchos de ellos permanecieron semanas encerrados en los pozos. Las familias subsistían gracias a la solidaridad de los vecinos. Fue una huelga dura y silenciosa, porque media España no se enteró hasta mucho tiempo después, pero con secuelas difíciles de borrar. El pulso al dictador, Francisco Franco, hizo que muchos mineros fueran encarcelados, torturados y otros se vieran obligados a exiliarse. Pero lograron que el trabajo fuera algo menos duro.
Hilario Gutiérrez no entró en la mina, aunque a su abuelo le hubiera gustado. Estudió fuera y regresó años después. Su abuelo le transmitió el orgullo que era ser minero y reconoce que siempre le admiró. "Creo que hay que tener un cuajo especial para levantarte cada día y bajar a trabajar a cientos de metros bajo tierra, en total oscuridad, en medio de polvo y constantes cambios de temperatura con 3 o 4 kilos siempre encima, porque no pueden desprenderse del casco, la lámpara, la batería y el autorrescatador, necesario en caso de que se produjese una explosión de grisú".
"Están hechos de una pasta especial", dice Hilario. "¿Cómo si no te explicas que la viuda o el hijo de un minero entre a trabajar en un pozo, porque en esos casos tienen preferencia absoluta en cualquier convocatoria, cuando sabe que su marido o su padre perdió la vida allí? Hay que comer, sí, pero se puede comer también fregando portales".
Ahora ven peligrar no sólo su futuro laboral, sino su identidad. Se sienten víctimas de un desahucio forzoso no de su trabajo, sino de su forma de vida. Las comarcas mineras de los valles del Nalón, el Caudal y el Suroccidente asturiano, además de las de Castilla y León, Aragón y Andalucía, han estado históricamente dominadas por la industria del carbón. Falta tradición empresarial, el suelo industrial es escaso y los intentos por diversificar la actividad y generar nuevos empleos a base de ayudas no han dado los frutos deseados.
Además, en los últimos años el cierre de explotaciones ha asestado un duro golpe a la actividad industrial generada en torno a la minería. Es una de las conclusiones del estudio sobre el proceso de ajuste de la industria del carbón elaborado por CCOO. Por ello el problema de la minería no es sectorial sino social y afecta, directa o indirectamente a miles de familias y al modo de vida de zonas enteras. Lo reconocía también esta misma semana el portavoz del Gobierno del Principado, Guillermo Martínez.
Hace casi un mes que las comarcas mineras están en huelga y el conflicto parece que se enquista. Por eso han decidido emprender una marcha a pie hasta Madrid y rememorar al personaje de Fidel, protagonizado por Antonio Resines, que en 1999, tras el cierre del pozo en el que trabajaba se echa la mochila al hombro y decide irse a la capital a pedir cuentas al Rey. Sólo que ahora son cientos y las cuentas, que no les cuadran, se las van a pedir a Mariano Rajoy.
Quieren que el Gobierno dé marcha atrás al recorte de ayudas a la producción previsto para este año, de 703 millones de euros a 253 millones, y sin las que, según los sindicatos CCOO y UGT y la patronal del sector Carbunión, las explotaciones estarían abocadas al cierre, acelerando la eutanasia impuesta por la UE para 2018 con el fin de las ayudas a las explotaciones no rentables que, en caso de seguir, deberían devolver las ayudas recibidas.
Los sindicatos esperaban que Bruselas, llegado el momento, fuera flexible al cierre, logrando que el carbón, única fuente de energía relativamente abundante que tenemos en España, se convirtiera en reserva estratégica, dado que dependemos de lo que compramos, fundamentalmente gas y petróleo de fuera. Un buen aliado para lograrlo sería Alemania, que se está planteando reabrir sus minas ante los problemas ocasionados por las centrales nucleares.
Los detractores del carbón dicen en cambio que contamina y que ya no es negocio. El carbón que viene de fuera es más barato y con más poder calorífico, pero los sindicatos mineros aseguran que habría que analizar las condiciones laborales de los lugares de donde se extrae. Algunas de estas imágenes muestran la dureza de esas condiciones en Asturias. "¿A que en esos países no os enseñan las fotos?", espetan.