Los alimentos sabrosos siempre apetecen en cualquier momento, pero ¿a partir de qué umbral este impulso de darse un atracón rebasa lo normal y entra en un terreno catalogable como enfermedad? En pocas palabras, ¿existe la adicción a la comida?
Una investigación ha explorado esta frontera.
En los experimentos llevados a cabo por el equipo del psicólogo Claus Vögele, profesor en la Universidad de Luxemburgo, se constató que las mujeres con problemas de peso eran más impulsivas que la media en una prueba psicológica relacionada con la comida. En esta prueba, se mostraron fugazmente en una pantalla de ordenador imágenes de comida grasa o dulce (una hamburguesa, un pastel, una pizza, etc.) y objetos que no eran alimentos (una taza, un calcetín, un zapato, etc.).
Las pruebas se hicieron tres horas después de comer o justo después de las comidas. Los investigadores, de la universidad de Luxemburgo y de la de Würzburg en Alemania, encontraron que a varias mujeres con problemas de peso la prueba les había provocado ganas de comer, independientemente de lo poco que hiciera que hubieran comido. Esto es un síntoma de posible adicción a la comida.
Hay indicios, obtenidos en investigaciones anteriores y que siguen sumándose, de que en parte se nace con esta predisposición a la adicción alimentaria y en parte dicha adicción se forja a partir de las experiencias del individuo durante su vida, sobre todo en su infancia y adolescencia. A partir de aquí, la comida sabrosa puede servir para consolar a la persona de otras frustraciones con las que su vida le aflige, y acabar convirtiéndose en una adicción.
Tal como señala Vögele, todas las adicciones se parecen en cuanto a que quien las sufre anhela de una forma excesiva el “colocón” de placer que recibe gracias a los neurotransmisores químicos producidos cuando come alimentos sabrosos, apuesta dinero en un juego de azar y gana, tiene sexo de manera desmedida, fuma, o toma otras drogas.
Una investigación ha explorado esta frontera.
En los experimentos llevados a cabo por el equipo del psicólogo Claus Vögele, profesor en la Universidad de Luxemburgo, se constató que las mujeres con problemas de peso eran más impulsivas que la media en una prueba psicológica relacionada con la comida. En esta prueba, se mostraron fugazmente en una pantalla de ordenador imágenes de comida grasa o dulce (una hamburguesa, un pastel, una pizza, etc.) y objetos que no eran alimentos (una taza, un calcetín, un zapato, etc.).
Las pruebas se hicieron tres horas después de comer o justo después de las comidas. Los investigadores, de la universidad de Luxemburgo y de la de Würzburg en Alemania, encontraron que a varias mujeres con problemas de peso la prueba les había provocado ganas de comer, independientemente de lo poco que hiciera que hubieran comido. Esto es un síntoma de posible adicción a la comida.

Hay indicios, obtenidos en investigaciones anteriores y que siguen sumándose, de que en parte se nace con esta predisposición a la adicción alimentaria y en parte dicha adicción se forja a partir de las experiencias del individuo durante su vida, sobre todo en su infancia y adolescencia. A partir de aquí, la comida sabrosa puede servir para consolar a la persona de otras frustraciones con las que su vida le aflige, y acabar convirtiéndose en una adicción.
Tal como señala Vögele, todas las adicciones se parecen en cuanto a que quien las sufre anhela de una forma excesiva el “colocón” de placer que recibe gracias a los neurotransmisores químicos producidos cuando come alimentos sabrosos, apuesta dinero en un juego de azar y gana, tiene sexo de manera desmedida, fuma, o toma otras drogas.