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1_ Retoque Planetario

Qué duda cabe que la ciencia es la mejor herramienta para conocer cómo funciona el mundo. Sin embargo, los científicos ya son otro cantar. Aunque no todos son genios locos como los que salen en las películas, lo cierto es que entre la comunidad científica también hay ególatras, impostores y mentirosos.

A pesar del blanco inmaculado de sus batas, ha habido muchos científicos que han inventado datos, han falsificado resultados, ha amañado experimentos a fin de obtener réditos intelectuales o meramente económicos.



Aunque solemos atribuir la negación del progreso científico al espectro más rancio de la religión (bien lo sabe Galileo Galilei), la verdad es que los astrónomos también han sido reacios a aceptar según qué afirmaciones. E incluso se las han ingeniado para que sus afirmaciones resultaran ciertas aunque todo el universo se empeñara en contradecirles.

Uno caso célebre fue el del famoso astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630), que forzó al máximo los cálculos para ajustar al milímetro su teoría de que los planetas se mueven en órbitas elípticas y no circulares alrededor del Sol.

En el libro en que describe la idea, que data de 1609, decía que su teoría estaba confirmada por cálculos independientes de las posiciones de los planetas. En realidad, Kepler obtuvo los datos mediante cálculos basados en la propia teoría.

2_ Las plumas de mentira

Incluso a prestigiosas revistas como National Geographic les pueden dar gato por liebre. O pluma falsa por pluma verdadera.

Es lo que pasó por allá el año 2000, cuando anunció el sorprendente descubrimiento en China de un fósil de Archeoraptor, considerado el eslabón perdido de la evolución entre dinosaurios y aves.
Un mes después, la publicación se vio obligada a rectificar, pues había sido víctima de un engaño. Los fósiles eran verdaderos y habían sido sacados clandestinamente de China, pero no pertenecían al animal intermedio que aseguraban.



3_ El Rotulador de piel.

¿Qué mejor manera hay para que algo que no existe exista? Píntalo. Y dile al mundo que es verdad.

Es lo que hizo en 1973 el jefe de inmunología de trasplantes del Instituto Sloan-Kettering de Nueva York, William T. Summerlin. Dijo haber obtenido el injerto de piel sin rechazo en unos ratones.
Y a primera vista así parecía ser. Sin embargo, bastó que su ayudante de laboratorio limpiara a los animales con alcohol para que los trozos de piel injertados, de color negro, se borraran. Summerlin simplemente había pintado los ratones para simularles piel injertada.



4_ Gravedad inventada



Hasta personajes de la talla de Isaac Newton se sintieron tentados por el lado oscuro de la ciencia.
Newton estaba tan obsesionado con la idea de que sus cálculos de la velocidad del sonido y de los equinoccios encajaran para formular su teoría gravitatoria que… se los inventó, amañando los resultados.

¿También le dio una patada al árbol del que cayó la manzana que le dio en la cabeza?

5_ La ecuación robada



Robar está mal.

Robarle a un padre, está peor.

Pero robarle a un hijo ya roza la obscenidad. Sobre todo cuando el robo se centra en un simple puñado de ecuaciones.

Es lo que hizo el matemático suizo Johann Bernoulli (1667-1748), que se apropió de las ecuaciones de su hijo Daniel, pionero de la hidrodinámica y de la teoría cinética de los gases.

Por si esto no fuera suficiente oprobio, Bernoulli fechó la publicación de tal forma que su hijo, y no él, pareciera el plagiador.


6_ Estrellas Plagiadas.



Otro plagiador cazado fue el astrónomo Ptolomeo (90-150).

Cuando los astrónomos del siglo XIX estudiaron su catálogo de 1.025 estrellas, descubrieron que algo fallaba, algo sospechosamente casual. Y es que el catálogo reflejaba las estrellas que se observaban desde Rodas, pero faltaban las que sólo se pueden observar desde Alejandría.

Lo cual era un poco raro porque Ptolomeo vivía en Alejandría. Así que cabe suponer que el astrónomo se limito a plagiar el catálogo de otro astrónomo que trabajaba en Rodas, Hiparco de Nicea. Y como aún no existía la SGAE, se salvó de la multa.


7_ Reaidad Pintada.

De nuevo otro científico que, al desear tanto que algo existiera, optó por simplemente pintarlo.
Se trata del zoólogo de principios del siglo XX Paul Kammerer, del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Viena. El tipo en cuestión era un defensor de la teoría de Lamarck (que los rasgos adquiridos se transmiten a los descendientes, así que si uno hace muchas pesas en su vida, su hijo saldrá también más musculado).



Para demostrar que esto era cierto, presentó que los sapos parteros macho nacidos de una pareja que había sido obligada a aparearse en el agua presentaban cepillos copuladores, unas callosidades en los antebrazos y manos.

El problema es que estas callosidades no las heredaban los vástagos de los sapos a través de herencia lamarckiana. Lo hacían porque el bueno de Kammerer pintaba las callosidades de los sapos con tinta china.


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