El Museo del Führer (en alemán: Führermuseum) fue un proyecto, nunca realizado, de museo que Adolf Hitler planeó en 1938 construir en la ciudad austriaca de Linz. En él se pretendía reunir la gran colección de arte apropiada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El edificio del museo formaba parte de un conjunto muy ambicioso diseñado por Albert Speer y otros arquitectos que incluía un gran teatro, una sala de ópera y el Hotel Adolf Hitler, todo rodeado por bulevares y una gran explanada para actos multitudinarios. El museo se proyectó con una gran fachada columnada de 150 metros, de diseño parecido a la de la Haus der Deutsche Kunst erigida en Múnich por el arquitecto Paul Ludwig Troost. El emplazamiento del Museo del Führer coincidía con el de la estación de ferrocarril de Linz, que se pensaba trasladar unos cuatro kilómetros hacia el sur.
Los actos de pillaje cometidos en los países ocupados corrieron a cargo de las fuerzas especiales de diversos movimientos nacionalsocialistas, pero también fueron obra de algunos dirigentes nazis, como Goering, que se apropiaron de todo aquello que estimaron valioso.
Stalin acabaría exhibiendo el mismo comportamiento una vez cambió el curso de la guerra, pues se apoderó de innumerables piezas de arte procedentes de colecciones alemanas.
Colección del Museo
El 21 de junio de 1939, Hitler creó en Dresde la Sonderauftrag Linz (Comisión Especial de Linz), compuesta por historiadores de arte expertos en pintura y vinculados a la Galería de Dresde para formar la colección del Museo del Führer y nombró a Hans Posse (director de la Galería de Dresde) enviado especial. Entre los miembros de la Comisión figuraban historiadores como Robert Oertel y Gottfried Reimer. Posse murió en diciembre de 1942 de cáncer y sus responsabilidades fueron asumidas en marzo de 1943 por Hermann Voss, historiador del arte y director del Museo de Wiesbaden.
Los métodos para adquirir obras iban desde la confiscación hasta la compra: para ello, se usaron fondos de los beneficios del libro Mein Kampf o de la venta de retratos de Hitler. Las compras se almacenaron en su mayor parte en el Führerbau de Múnich, mientras que las obras de arte confiscadas se guardaron en Austria. Desde febrero de 1944 y ante el peligro de destrucción que suponía el incremento de los bombardeos aliados, todo este patrimonio artístico se trasladó a varios refugios seguros, entre otros a las minas de sal de Altaussee, habilitadas como almacenes subterráneos.
Los libros de registro de toda la colección se conservaban en Dresde y después fueron trasladados a Schloss Weesenstein, donde fueron confiscados al final de la guerra por los soviéticos. En 2008, el Museo Histórico Alemán de Berlín publicó una completa relación de las pinturas que el Tercer Reich destinó al Museo del Führer y a otros museos alemanes. La fuente más importante para reconstruir tales colecciones son los álbumes de fotos que la Sonderauftrag Linz creó entre otoño de 1940 y otoño de 1945. Cada navidad y cada cumpleaños de Hitler (20 de abril) se presentaba a Hitler estos álbumes, que alcanzaron el número de treinta y uno, aunque actualmente sólo se conservan diecinueve.
Adolf Hitler y Albert Speer en junio de 1942. Speer fue uno de los arquitectos favoritos de Hitler y participó en el diseño del Museo del Führer.
Ernst Gall, Adolf Hitler y Albert Speer en la Haus der Deutschen Kunst de Múnich en 1936. La columnata de este edificio era similar a la diseñada para el Museo del Führer.
Hitler observa su proyecto de ciudad para Linz, 1938.
1950 era la fecha estimada por Hitler para la inauguración del museo, pero el rumbo de la guerra con la derrota de Stalingrado y la muerte de Poose en 1943 comenzaron a truncar sus planes. Hermann Voos, el director del Museo de Wiesbaden tomó el relevo en la dirección artística del proyecto.
Ante el avance de las tropas aliadas, los nazis decidieron almacenar miles de obras de arte expoliadas en las minas de la ciudad austriaca de Altaussee, bajo una enorme montaña, debido a las condiciones climáticas del lugar y su idoneidad para la conservación de las obras. Dentro de la estrategia de la contraofensiva aliada se desarrollaba el laborioso trabajo de recuperación de las obras de arte expoliadas para reponerlas a sus legítimos dueños.
Cuando los dos hombres del ejército de EEUU se adentraron en la oscuridad de las minas de Altausse, Austria, con lámparas de acetileno, sabían que más que una explotación de sal estaban a punto de descubrir la mayor guarida del arte expoliado por los nazis. No podían imaginar, sin embargo, la enormidad de aquella cueva del tesoro.
Casi a semejanza del relato de Las mil y una noches, el complejo subterráneo de 138 túneles custodiaba un impresionante almacén, escondido bajo tierra, repleto de piezas de arte, robadas de más de media Europa, de incalculable valor, entre ellas la escultura de “La Virgen de Brujas” de Miguel Ángel, los doce paneles del ”Políptico de Gante” de Jan Van Eyck o “El Astrónomo” de Vermeer.
Políptico de Gante
George Stout con el Políptico de Gante.
Aunque llevaban uniforme del ejército de EEUU, no eran soldados al uso, de hecho, no combatían con armas. Se trataba en realidad de un arquitecto, el capitán Robert Posey y el escritor y coreógrafo Lincoln Kirstein, que formaban parte de una diminuta sección del Ejército conocida como Monuments Men, los hombres de los monumentos, un apodo típicamente americano para describir a los integrantes del MFAA -Monuments and Fine Art and Archives-. Lo que ambos contemplaban apilados en diversas cámaras era el museo de Hitler, el frustrado Furhermuseum del expolio.
Despues de dos años arrastrándose con el ejército desde el Desembarco de Normandía, evaluando daños, proponiendo reparaciones, evitando, cuando era posible el bombardeo propio de lugares artísticos, e intentando localizar obras desaparecidas, los Monuments Men habían descubierto el lugar más preciado del saqueo sistemático del Tercer Reich, junto al castillo de Neuschwanstein.
Junto a los otros cientos de almacenes hallados por los Monuments Men, eran sólo una parte importante del puzzle en el que el martillo nazi había fracturado las colecciones privadas y nacionales, tanto de los ciudadanos judíos como de los países conquistados de casi toda Europa. El rompecabezas del mayor robo de la historia puede definirse aún hoy como irresoluble, porque está en parte incompleto.
La historia de los Monuments Men, que el actor y director George Clooney estrena en la pantalla sobre el libro del mismo título de Robert M. Edsel, es una aventura de valor y amor por el arte en mitad de una guerra encarnizada que asoló Europa, pero también el relato de una misión incompleta, por las limitaciones con las que contó.
Sólo así se explica que a día de hoy más de ochenta años después del ascenso del Partido nazi en Alemania, el mal con el que impregnaron toda Europa, brote todavía hoy en forma de piezas de arte, que aparecen de sus escondrijos, o lo que es más soprendente, a la vista del público en museos de todo el mundo.
Grabado de Durero, hallado por los Monuments Men en una mina de sal cerca de la localidad alemana de Merker.
Iglesia de Ettlingen, Alemania, en la que un soldado norteamericano contempla las piezas de arte embaladas.
El General Dwight D. Eisenhower inspecciona las obras de arte halladas en Merkers, Alemania.
Uno de los Monuments Men, James Rorimer -sin cuadro- supervisa la recuperación de obras en el castillo de Neuschwanstein, Alemania.
El pasado mes de noviembre, los diarios recogieron la increíble noticia difundida por la fiscalía de Munich de la aparición en un apartamento de esa ciudad de más de 1.500 obras de arte del expolio nazi, entre ellas obras de Picasso, Matisse, Egon Schiele…que habían permanecido escondidas en manos de Cornelius Gurlitt, hijo de Hilldebrant, uno de los marchantes de arte a las órdenes del ministro de propaganda Joseph Goebbels.
Menos atención prestó la prensa, tan sólo una semana antes, al no menos increíble informe que publicó la Asociación de Museos Holandeses, en el que reconocían que al menos 139 obras de las colecciones de sus propios museos podían provenir, asímismo del saqueo del Tercer Reich. Piezas que desde finales de los años treinta y hasta casi el final de la guerra salieron del territorio nazi en subastas en países neutrales.
link: http://www.youtube.com/watch?v=XlRqFnmUxgk
Museo del Führer
link: http://www.youtube.com/watch?v=qeGW8eOe2Ow
Casa del Führer
Los actos de pillaje cometidos en los países ocupados corrieron a cargo de las fuerzas especiales de diversos movimientos nacionalsocialistas, pero también fueron obra de algunos dirigentes nazis, como Goering, que se apropiaron de todo aquello que estimaron valioso.
Stalin acabaría exhibiendo el mismo comportamiento una vez cambió el curso de la guerra, pues se apoderó de innumerables piezas de arte procedentes de colecciones alemanas.
Colección del Museo
El 21 de junio de 1939, Hitler creó en Dresde la Sonderauftrag Linz (Comisión Especial de Linz), compuesta por historiadores de arte expertos en pintura y vinculados a la Galería de Dresde para formar la colección del Museo del Führer y nombró a Hans Posse (director de la Galería de Dresde) enviado especial. Entre los miembros de la Comisión figuraban historiadores como Robert Oertel y Gottfried Reimer. Posse murió en diciembre de 1942 de cáncer y sus responsabilidades fueron asumidas en marzo de 1943 por Hermann Voss, historiador del arte y director del Museo de Wiesbaden.
Los métodos para adquirir obras iban desde la confiscación hasta la compra: para ello, se usaron fondos de los beneficios del libro Mein Kampf o de la venta de retratos de Hitler. Las compras se almacenaron en su mayor parte en el Führerbau de Múnich, mientras que las obras de arte confiscadas se guardaron en Austria. Desde febrero de 1944 y ante el peligro de destrucción que suponía el incremento de los bombardeos aliados, todo este patrimonio artístico se trasladó a varios refugios seguros, entre otros a las minas de sal de Altaussee, habilitadas como almacenes subterráneos.
Los libros de registro de toda la colección se conservaban en Dresde y después fueron trasladados a Schloss Weesenstein, donde fueron confiscados al final de la guerra por los soviéticos. En 2008, el Museo Histórico Alemán de Berlín publicó una completa relación de las pinturas que el Tercer Reich destinó al Museo del Führer y a otros museos alemanes. La fuente más importante para reconstruir tales colecciones son los álbumes de fotos que la Sonderauftrag Linz creó entre otoño de 1940 y otoño de 1945. Cada navidad y cada cumpleaños de Hitler (20 de abril) se presentaba a Hitler estos álbumes, que alcanzaron el número de treinta y uno, aunque actualmente sólo se conservan diecinueve.

Adolf Hitler y Albert Speer en junio de 1942. Speer fue uno de los arquitectos favoritos de Hitler y participó en el diseño del Museo del Führer.

Ernst Gall, Adolf Hitler y Albert Speer en la Haus der Deutschen Kunst de Múnich en 1936. La columnata de este edificio era similar a la diseñada para el Museo del Führer.

Hitler observa su proyecto de ciudad para Linz, 1938.
1950 era la fecha estimada por Hitler para la inauguración del museo, pero el rumbo de la guerra con la derrota de Stalingrado y la muerte de Poose en 1943 comenzaron a truncar sus planes. Hermann Voos, el director del Museo de Wiesbaden tomó el relevo en la dirección artística del proyecto.
Ante el avance de las tropas aliadas, los nazis decidieron almacenar miles de obras de arte expoliadas en las minas de la ciudad austriaca de Altaussee, bajo una enorme montaña, debido a las condiciones climáticas del lugar y su idoneidad para la conservación de las obras. Dentro de la estrategia de la contraofensiva aliada se desarrollaba el laborioso trabajo de recuperación de las obras de arte expoliadas para reponerlas a sus legítimos dueños.
Cuando los dos hombres del ejército de EEUU se adentraron en la oscuridad de las minas de Altausse, Austria, con lámparas de acetileno, sabían que más que una explotación de sal estaban a punto de descubrir la mayor guarida del arte expoliado por los nazis. No podían imaginar, sin embargo, la enormidad de aquella cueva del tesoro.
Casi a semejanza del relato de Las mil y una noches, el complejo subterráneo de 138 túneles custodiaba un impresionante almacén, escondido bajo tierra, repleto de piezas de arte, robadas de más de media Europa, de incalculable valor, entre ellas la escultura de “La Virgen de Brujas” de Miguel Ángel, los doce paneles del ”Políptico de Gante” de Jan Van Eyck o “El Astrónomo” de Vermeer.

Políptico de Gante

George Stout con el Políptico de Gante.
Aunque llevaban uniforme del ejército de EEUU, no eran soldados al uso, de hecho, no combatían con armas. Se trataba en realidad de un arquitecto, el capitán Robert Posey y el escritor y coreógrafo Lincoln Kirstein, que formaban parte de una diminuta sección del Ejército conocida como Monuments Men, los hombres de los monumentos, un apodo típicamente americano para describir a los integrantes del MFAA -Monuments and Fine Art and Archives-. Lo que ambos contemplaban apilados en diversas cámaras era el museo de Hitler, el frustrado Furhermuseum del expolio.
Despues de dos años arrastrándose con el ejército desde el Desembarco de Normandía, evaluando daños, proponiendo reparaciones, evitando, cuando era posible el bombardeo propio de lugares artísticos, e intentando localizar obras desaparecidas, los Monuments Men habían descubierto el lugar más preciado del saqueo sistemático del Tercer Reich, junto al castillo de Neuschwanstein.
Junto a los otros cientos de almacenes hallados por los Monuments Men, eran sólo una parte importante del puzzle en el que el martillo nazi había fracturado las colecciones privadas y nacionales, tanto de los ciudadanos judíos como de los países conquistados de casi toda Europa. El rompecabezas del mayor robo de la historia puede definirse aún hoy como irresoluble, porque está en parte incompleto.
La historia de los Monuments Men, que el actor y director George Clooney estrena en la pantalla sobre el libro del mismo título de Robert M. Edsel, es una aventura de valor y amor por el arte en mitad de una guerra encarnizada que asoló Europa, pero también el relato de una misión incompleta, por las limitaciones con las que contó.
Sólo así se explica que a día de hoy más de ochenta años después del ascenso del Partido nazi en Alemania, el mal con el que impregnaron toda Europa, brote todavía hoy en forma de piezas de arte, que aparecen de sus escondrijos, o lo que es más soprendente, a la vista del público en museos de todo el mundo.


Grabado de Durero, hallado por los Monuments Men en una mina de sal cerca de la localidad alemana de Merker.

Iglesia de Ettlingen, Alemania, en la que un soldado norteamericano contempla las piezas de arte embaladas.

El General Dwight D. Eisenhower inspecciona las obras de arte halladas en Merkers, Alemania.

Uno de los Monuments Men, James Rorimer -sin cuadro- supervisa la recuperación de obras en el castillo de Neuschwanstein, Alemania.
El pasado mes de noviembre, los diarios recogieron la increíble noticia difundida por la fiscalía de Munich de la aparición en un apartamento de esa ciudad de más de 1.500 obras de arte del expolio nazi, entre ellas obras de Picasso, Matisse, Egon Schiele…que habían permanecido escondidas en manos de Cornelius Gurlitt, hijo de Hilldebrant, uno de los marchantes de arte a las órdenes del ministro de propaganda Joseph Goebbels.
Menos atención prestó la prensa, tan sólo una semana antes, al no menos increíble informe que publicó la Asociación de Museos Holandeses, en el que reconocían que al menos 139 obras de las colecciones de sus propios museos podían provenir, asímismo del saqueo del Tercer Reich. Piezas que desde finales de los años treinta y hasta casi el final de la guerra salieron del territorio nazi en subastas en países neutrales.
link: http://www.youtube.com/watch?v=XlRqFnmUxgk
Museo del Führer
link: http://www.youtube.com/watch?v=qeGW8eOe2Ow
Casa del Führer