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Los 'Dendrogramma' son pequeños animales con forma parecida a las setas y las medusas, que podrían haber vivido de forma aislada durante 500 millones de años.

Tienen forma de setas pero son animales, viven en el fondo del mar pero no son moluscos ni medusas... Son nuevos para la ciencia pero posiblemente habitan la Tierra, inalterables, desde hace 500 millones de años.

En 1986, el zoólogo Jean Just, investigador del Museo de Historia Natural de Copenhague (Dinamarca) descubrió en una muestra recogida en aguas profundas la costa sureste de Australia un total de 18 especímenes de unos seres minúsculos de difícil catalogación.

Según afirma el equipo formado por Jean Just, Reinhardt Mobjerg Kristensen y Jorgen Olesen, los ejemplares encontrados forman parte de un género y una familia de seres vivos totalmente desconocido hasta ahora para la ciencia.

El nuevo género ha sido bautizado científicamente como Dendrogramma (familia Dendrogrammatidae) y, a partir de las muestras analizadas, cuenta con dos especies diferentes. El nombre Dendrogramma hace una referencia a los dendrogramas, diagramas en forma de árbol utilizados en biología para ilustrar las relaciones evolutivas entre los organismos.

Estos son animales pluricelulares, de forma asimétrica y tienen una capa gelatinosa entre el interior y exterior del cuerpo. Las muestras recogidas fueron conservadas en formol y alcohol, lo que hace muy difícil la extracción y análisis de su ADN -de momento no se ha conseguido-, pero los expertos consideran que podría tratarse de un grupo de animales que evolucionó hace unos 500 millones de años y que ha permanecido aislado hasta la actualidad. Los parientes más cercanos a los dendrogramas serían las medusas y los ctenóforos.

Los investigadores también han encontraron similitudes morfológicas entre los nuevos dendrogramas y un grupo de animales con forma de medusa que vivió hace 600 millones de años, en el periodo conocido como Ediacara, y del que solo se tiene información a través de restos fósiles.

En el trabajo publicado en la revista Plos One, el coautor del estudio Jorgen Olesen, afirma que “descubrir algo así es extremadamente raro, quizás sólo ha pasado cuatro veces en los últimos 100 años”.