A 100 días... cuando todo Brasil lloró
Para muchos, la derrota por 7 a 1 frente a Alemania, fue la peor en la historia de la selección brasileña. A 100 días de aquella tragedia futbolística, varios protagonistas la siguen sufriendo y padeciendo.


Pasaron 100 días, pero las heridas no cierran, permanecen abiertas, tan abiertas que aún el dolor de la derrota está a flor de piel, una piel sensible, expuesta a cualquier traspié.
La goleada que le propinó Alemania a Brasil en "su" Copa del Mundo, cumplió 100 días. Y el recuerdo está intacto en cada uno de los protagonistas de aquella tragedia futbolística que hizo llorar a todo un país.
El Mineirao estaba preparado para vivir una fiesta. Tribunas llenas, rostros felices, pero en menos de 30 minutos, esa felicidad cambió por desazón y amargura.
Müller abrió la cuenta cuando corrían 11 minutos de juego. Ese fue el primer golpe. Pero no fue el único. Klose aumentó a los 22, Kroos sacudió el alma de los brasileños a los 25 y 26 minutos, y Khedira le puso un manto de luto y vergüenza al partido en el minuto 29. Alemania vapuleaba a Brasil, en su casa, en "su" Copa del Mundo, por 5 a 0. Nadie lo podía creer. Lo que siguió en el segundo tiempo sobró y bastó para concretar la mayor derrota de todas con esos dos goles de Schürrle, a los 69 y 79 minutos. El gol de la honra, anotado por Oscar a los 90, ni siquiera sirvió para calmar y aplacar tanta amargura.
"Todavía es difícil reanudar la vida. Juzgando que la selección ocupa un lugar importante en la mayoría de los hogares brasileños, la sensación es que toda la familia perdió algo muy valioso. No hay vuelta atrás. Se perdió el encanto, y los hinchas se dan cuenta de que la inocencia se ha ido. Después de 100 días del vergonzoso 7-1, el alma sigue herida y mantiene un complejo alemán que asusta el imaginario nacional", recordó el periodista Pedro Motta Gueiros en una nota de O Globo.
Aquella fatídica jornada del 8 de julio "fue como el grito de una catástrofe que afectó a todos los brasileños. Muy triste", recuerda O Globo.
Aunque la pérdida es irreparable, el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, José María Marin, manifestó que era jugar un amistoso con Alemania "para ajustar cuentas con sus rivales". La reacción es sintomática de un hecho post-traumático, escribe el diario paulista.
"Sólo sabe del dolor quién acepta la derrota. El que dice lo contrario, no lo supera", dice Lucy Arantes, terapeuta especialista en luto, pareja y familia.
"La tristeza es parte sana del duelo, son señales de que la pérdida ha sido aceptada y está siendo superada. Lo malo es cuando se muestra ira", agrega la psicóloga a O Globo.
La derrota caló hondo. Demasiado, en algunos protagonistas de aquella trágica jornada. Scolari no quiere hablar, sin embargo, cuando el barco se mecía en un mar de lágrimas y en medio de las incertidumbres del desequilibrio táctico y emocional de Brasil en la Copa Mundial, el entrenador se reunió con periodistas en busca de ayuda. Aquel pacto fue roto por la invasión alemana. Según allegados a Felipao, "todavía conserva un gran dolor en el corazón porque aquella derrota decretó el final de su carrera".
"Parece que los únicos que jugamos la Copa fuimos Scolari y yo", dice con un dejo de bronca Fred, el delantero que estuvo bajo la mira durante el Mundial de todos los medios brasileños. Junto al entrenador, apareció como el "gran culpable" de la hecatombre brasileña.
En lugar de hablar de las heridas, el coordinador de selecciones, Carlos Alberto Parreira, prefiere hablar de esperanza. "Me siento un miserable. Pensé que no habría más vida en nuestro fútbol tras el 7-1, pero hoy me doy cuenta de que el sentimiento por el fútbol no se perdió. Tengo cinco nietos, y el tema de una reciente fiesta en el colegio era sobre el equipo brasileño. Aquí viene una nueva generación para endulzar todo. La derrota fue amarga", sostiene aún hoy.
Después de la humillación, ni siquiera Scolari pudo encontrar una explicación: "fueron diez minutos fatales", repitió una y otra vez ante los medios de prensa. "Alemania estaba mejor preparada, ganó y punto", sostuvo el entrenador por aquellos días.
Fue un partido que, obviamente, nunca se repetirá aún si participan los mismos jugadores. Ni Alemania era la última maravilla ni Brasil era peor que cualquier equipo de tercera categoría. "Sirvió como un mensaje, el paso del tiempo ya transmite una imagen diferente en el campo de juego, en la selección, los jugadores son más humildes", asegura Parreira.
Para muchos, la ausencia de Neymar (tras la agresión del colombiano Zúñiga) ante los alemanes fue determinante. No por su fútbol, sino por todo lo que se vivió tras su lesión. Golpeó duro en el ánimo de los norteños, que ya habían mostrado flaquezas ante tanta presión. Lloraban después de cada partido como si nada.
"El fútbol doméstico sufre de la falta de una política deportiva para formar las estrellas que la naturaleza y la cultura local dejó de producir con la fuerza de la edad", agrega Parreira.
"Lo que tenemos aquí es aún muy embrionario y no quiero detenerme en el discurso de tierra quemada, porque tenemos materia prima, nuestro fútbol es muy fuerte, pero tenemos que dedicarnos a la formación de los entrenadores, jugadores y cuerpo técnico", dice como autocrítica.
Parreira ya ve una evolución en la mentalidad aunque todavía la mayor parte del país sigue ocupado de la derrota: "No hubo caza de brujas, no era como sucedió en el Mundial de 1950, hoy tenemos otra conciencia. Aunque el fútbol es una parte importante de nuestra identidad, la vida del país no cambia a causa de ella", asegura.
Pedro Motta Gueiros escribe que "lo que ocurrió en el Mineirao fue sólo fútbol. Y sin embargo, fue tocar fondo en el alma nacional. Cien días después del 7-1 sólo hay un sentimiento de pérdida y el misterio sobre el destino del espíritu victorioso de marras. Por más que la fe en el renacimiento lleve al consuelo, en términos de fútbol, la vida eterna debe ser celebrada. Sólo entonces, la selección y los aficionados tendrán derecho a sentirse de nuevo en el cielo".
Pasaron 100 días, y las heridas siguen abiertas, la piel del torcedor brasileño sigue expuesta a la derrota.
Scolari no habla. Fred fue desterrado de la selección, y Dante, que fue otro de los protagonistas de aquella humillación, quiere quedarse a vivir en Alemania. "Sé que no voy a volver más a la selección. Con el pasaporte alemán (juega en el Bayern Münich) me encantaría quedarme a vivir acá después de terminar mi carrera", dijo.
El 7-1 caló hondo, tan hondo que Brasil sigue en un pozo. Ni Dunga, ni sus victorias en los últimos amistosos, ni el regreso a todo gol de Neymar han servido como aliciente a tanto dolor.
Pasaron 100 días, pero parece que hubiese sido ayer.
SCOLARI / NO HABLA
“Ahora toca seguir con la vida normal, que no será la misma, nada será igual”, explicó Scolari tras la derrota. Se mantiene en silencio.
CLAVE / MÜLLER
El tempranero gol de Müller (a los 11 minutos) fue el principio del fin. “Tuvimos seis, siete minutos fatales”, dijo después Scolari.
COPA / ADIÓS ILUSIÓN
Esta foto recorrió el mundo. Todo un símbolo de la derrota. Los brasileños seguían aferrados a la Copa, la ilusión se había esfumado.
GOLEADA / VERGÜENZA
“Vergüenza, vejámen, humillación”, fue el título de O Globo tras el 7-1. “La mayor derrota en cien años”, tituló Lance. Tremendo.
La goleada que le propinó Alemania a Brasil en "su" Copa del Mundo, cumplió 100 días. Y el recuerdo está intacto en cada uno de los protagonistas de aquella tragedia futbolística que hizo llorar a todo un país.
El Mineirao estaba preparado para vivir una fiesta. Tribunas llenas, rostros felices, pero en menos de 30 minutos, esa felicidad cambió por desazón y amargura.
Müller abrió la cuenta cuando corrían 11 minutos de juego. Ese fue el primer golpe. Pero no fue el único. Klose aumentó a los 22, Kroos sacudió el alma de los brasileños a los 25 y 26 minutos, y Khedira le puso un manto de luto y vergüenza al partido en el minuto 29. Alemania vapuleaba a Brasil, en su casa, en "su" Copa del Mundo, por 5 a 0. Nadie lo podía creer. Lo que siguió en el segundo tiempo sobró y bastó para concretar la mayor derrota de todas con esos dos goles de Schürrle, a los 69 y 79 minutos. El gol de la honra, anotado por Oscar a los 90, ni siquiera sirvió para calmar y aplacar tanta amargura.
"Todavía es difícil reanudar la vida. Juzgando que la selección ocupa un lugar importante en la mayoría de los hogares brasileños, la sensación es que toda la familia perdió algo muy valioso. No hay vuelta atrás. Se perdió el encanto, y los hinchas se dan cuenta de que la inocencia se ha ido. Después de 100 días del vergonzoso 7-1, el alma sigue herida y mantiene un complejo alemán que asusta el imaginario nacional", recordó el periodista Pedro Motta Gueiros en una nota de O Globo.
Aquella fatídica jornada del 8 de julio "fue como el grito de una catástrofe que afectó a todos los brasileños. Muy triste", recuerda O Globo.
Aunque la pérdida es irreparable, el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, José María Marin, manifestó que era jugar un amistoso con Alemania "para ajustar cuentas con sus rivales". La reacción es sintomática de un hecho post-traumático, escribe el diario paulista.
"Sólo sabe del dolor quién acepta la derrota. El que dice lo contrario, no lo supera", dice Lucy Arantes, terapeuta especialista en luto, pareja y familia.
"La tristeza es parte sana del duelo, son señales de que la pérdida ha sido aceptada y está siendo superada. Lo malo es cuando se muestra ira", agrega la psicóloga a O Globo.
La derrota caló hondo. Demasiado, en algunos protagonistas de aquella trágica jornada. Scolari no quiere hablar, sin embargo, cuando el barco se mecía en un mar de lágrimas y en medio de las incertidumbres del desequilibrio táctico y emocional de Brasil en la Copa Mundial, el entrenador se reunió con periodistas en busca de ayuda. Aquel pacto fue roto por la invasión alemana. Según allegados a Felipao, "todavía conserva un gran dolor en el corazón porque aquella derrota decretó el final de su carrera".
"Parece que los únicos que jugamos la Copa fuimos Scolari y yo", dice con un dejo de bronca Fred, el delantero que estuvo bajo la mira durante el Mundial de todos los medios brasileños. Junto al entrenador, apareció como el "gran culpable" de la hecatombre brasileña.
En lugar de hablar de las heridas, el coordinador de selecciones, Carlos Alberto Parreira, prefiere hablar de esperanza. "Me siento un miserable. Pensé que no habría más vida en nuestro fútbol tras el 7-1, pero hoy me doy cuenta de que el sentimiento por el fútbol no se perdió. Tengo cinco nietos, y el tema de una reciente fiesta en el colegio era sobre el equipo brasileño. Aquí viene una nueva generación para endulzar todo. La derrota fue amarga", sostiene aún hoy.
Después de la humillación, ni siquiera Scolari pudo encontrar una explicación: "fueron diez minutos fatales", repitió una y otra vez ante los medios de prensa. "Alemania estaba mejor preparada, ganó y punto", sostuvo el entrenador por aquellos días.
Fue un partido que, obviamente, nunca se repetirá aún si participan los mismos jugadores. Ni Alemania era la última maravilla ni Brasil era peor que cualquier equipo de tercera categoría. "Sirvió como un mensaje, el paso del tiempo ya transmite una imagen diferente en el campo de juego, en la selección, los jugadores son más humildes", asegura Parreira.
Para muchos, la ausencia de Neymar (tras la agresión del colombiano Zúñiga) ante los alemanes fue determinante. No por su fútbol, sino por todo lo que se vivió tras su lesión. Golpeó duro en el ánimo de los norteños, que ya habían mostrado flaquezas ante tanta presión. Lloraban después de cada partido como si nada.
"El fútbol doméstico sufre de la falta de una política deportiva para formar las estrellas que la naturaleza y la cultura local dejó de producir con la fuerza de la edad", agrega Parreira.
"Lo que tenemos aquí es aún muy embrionario y no quiero detenerme en el discurso de tierra quemada, porque tenemos materia prima, nuestro fútbol es muy fuerte, pero tenemos que dedicarnos a la formación de los entrenadores, jugadores y cuerpo técnico", dice como autocrítica.
Parreira ya ve una evolución en la mentalidad aunque todavía la mayor parte del país sigue ocupado de la derrota: "No hubo caza de brujas, no era como sucedió en el Mundial de 1950, hoy tenemos otra conciencia. Aunque el fútbol es una parte importante de nuestra identidad, la vida del país no cambia a causa de ella", asegura.
Pedro Motta Gueiros escribe que "lo que ocurrió en el Mineirao fue sólo fútbol. Y sin embargo, fue tocar fondo en el alma nacional. Cien días después del 7-1 sólo hay un sentimiento de pérdida y el misterio sobre el destino del espíritu victorioso de marras. Por más que la fe en el renacimiento lleve al consuelo, en términos de fútbol, la vida eterna debe ser celebrada. Sólo entonces, la selección y los aficionados tendrán derecho a sentirse de nuevo en el cielo".
Pasaron 100 días, y las heridas siguen abiertas, la piel del torcedor brasileño sigue expuesta a la derrota.
Scolari no habla. Fred fue desterrado de la selección, y Dante, que fue otro de los protagonistas de aquella humillación, quiere quedarse a vivir en Alemania. "Sé que no voy a volver más a la selección. Con el pasaporte alemán (juega en el Bayern Münich) me encantaría quedarme a vivir acá después de terminar mi carrera", dijo.
El 7-1 caló hondo, tan hondo que Brasil sigue en un pozo. Ni Dunga, ni sus victorias en los últimos amistosos, ni el regreso a todo gol de Neymar han servido como aliciente a tanto dolor.
Pasaron 100 días, pero parece que hubiese sido ayer.
SCOLARI / NO HABLA
“Ahora toca seguir con la vida normal, que no será la misma, nada será igual”, explicó Scolari tras la derrota. Se mantiene en silencio.
CLAVE / MÜLLER
El tempranero gol de Müller (a los 11 minutos) fue el principio del fin. “Tuvimos seis, siete minutos fatales”, dijo después Scolari.
COPA / ADIÓS ILUSIÓN
Esta foto recorrió el mundo. Todo un símbolo de la derrota. Los brasileños seguían aferrados a la Copa, la ilusión se había esfumado.
GOLEADA / VERGÜENZA
“Vergüenza, vejámen, humillación”, fue el título de O Globo tras el 7-1. “La mayor derrota en cien años”, tituló Lance. Tremendo.