

Como dijo Pellegrino, River con los planetas alineados.
El invicto de River, de otra galaxia, es producto de una idea que bajó de la comisión directiva, cristalizó Gallardo y pusieron en práctica los jugadores. Y todo equipo que juega a lo campeón a veces liga.
Ya doblegado por esa materia palpable e inapelable llamada realidad y magullado como a quien se le cae un asteroide encima, Mauricio Pellegrino lanzó al espacio una de esas frases que alimentan nuestro cosmos futbolero. “River, además de su poderío, tiene los planetas alineados”, puso en órbita el entrenador de Estudiantes una vez que comprobó que el de Marcelo Gallardo es un equipo que va en contra de la ley de gravedad. Nunca se cae.
Ahora, si bien es cierto que River ya hace un tiempo parece gozar de ese estado de dulce bienestar en el que todo lo que puede salir bien sale mejor, injusto sería reducir al antojo de los astros una racha de 29 partidos invicto. Ocho le corresponden al cometa RD, que voló hacia la nebulosa una vez alcanzadas las estrellas del torneo pasado y la Superfinal, y el resto van a la cuenta del Muñeco y sus Gallácticos.
Justamente, fue con el cambio de entrenador que realmente comenzó el proyecto futbolístico de la gestión D’Onofrio, que en menos de un año ya cosechó esos dos títulos mencionado con el técnico heredado y ahora apunta a la doble corona con el elegido. River busca lo que sólo River pudo hasta ahora entre los clubes argentinos: ganar Copa y campeonato en un mismo semestre (la otra vez fue con Ramón Díaz, Apertura y Supercopa 97) y, de paso, claro, desembarazarse del karma continental. Lo hace con una convicción que asombra, con un fútbol que a menudo enamora, con el coraje que se necesita para sostener la audacia a rajatabla, con números que apabullan y con una mentalidad de acero para no haber perdido ninguna de las siete veces que empezó perdiendo. La robustez psíquica y física, por ende, son pilares en donde se sostiene la ambición de un plantel que es más rico que amplio. La armonía que trajo la vuelta olímpica y la seguridad que significa la dinámica de triunfos generaron un escenario más que ameno para que los pibes cubran huecos y no que los huecos cubran a los pibes.
Así como D’Onofrio asegura que “el hallazgo de Gallardo es un éxito de Francescoli”, sumar a Pisculichi, recuperar a Sánchez y a Mora y sacar lo mejor de Teo es un mérito del Muñeco que fortifica la política de evitar los refuerzos falopa. Este mandato que asumió en diciembre del año pasado, y no perdió ante Boca ni ninguno de los otros grandes, tuvo tantas incorporaciones como derrotas: apenas cuatro. Y si por Julio Chiarini debió desembolsar una suma que lejos anduvo de sacudir la tesorería del Monumental, tanto Cavenaghi como Urribarri y Pisculichi desembarcaron con los pases en su poder.
El campeón, además de su técnico, perdió al cerebro (Ledesma), al acelerador (Lanzini), al revulsivo (Carbonero) y al goleador (Cavenaghi). El campeón, a pesar de dichos pesares, se potenció por la frescura de una idea renovadora, por la aparición de Kranevitter hasta que se lesionó, por un Sánchez recargado, por un Mora que volvió con sed de revancha, por un Pisculichi que es mucho más que una zurda exquisita y por un Teo que a veces parece estar solo en su galaxia pero que es, en definitiva, lo que le termina dar sentido a la definición de planeta River: un cuerpo sólido que gira alrededor de una estrella.
El cabezazo de Funes Mori para silenciar a la Bombonera y el penal que Chichizola le atajó a Saja aún con Ramón en el banco, el Pezzellazo como 9 ante Boca y, si se quiere, el corte de luz que iluminó a la Gallardeta en Asunción, pueden ser casos aislados de la fortuna que acompaña a la determinación de un equipo que juega a lo campeón. Quizá River tenga los planetas alineados. No está mal: venía de sufrir un colapso planetario.

