
Horas antes de la descompensación que le causó la muerte, Don Julio mostró toda su bronca por la salida de Sabella, Lio Messi y otras cuestiones.
No hubo señales, tampoco avisos. Llegó, de repente, y casi no dio tiempo a nada. Apenas pudo llegar al Sanatorio Mitre pero ya había poco que hacer. La descompensación era tal que no llegaron ni a operarlo. A los 82 años, Julio Grondona murió por una afección cardíaca. Pero antes de descomponerse en la madrugada del miércoles, el Presidente de la AFA vivió un día cargado de enojos, emociones fuertes y “traiciones”, sin imaginar el desenlace de horas más tarde.
Como cada vez que hay reunión de Comité Ejecutivo, por la tarde del martes llegó al edificio de la calle Viamonte, para la reunión con la mesa chica de dirigentes. Allí, con un tono visiblemente enojado anunció que Alejandro Sabella había terminado su relación con AFA. Pese a terminar segundo detrás de Alemania en la Copa del Mundo no iba a continuar. Don Julio contó la charla que había tenido con Pachorra y empezó a subir el tono, quizás entrando en razones de que había que volver a buscar un técnico. Volaba de bronca, no podía entender como el DT no tenía los huevos para seguir al frente de la Selección. Fue más allá: lo trató de traidor y lo culpó por no haber podido ponerle los puntos a Lionel Messi durante la estadía en Brasil.
No volaba ni una mosca en la sala de reuniones de la zona de Tribunales. La bronca crecía, algo que no es conveniente en su hombre de 82 años y antecedentes cardíacos.

Como era costumbre, sólo hablaba él. Ese puñado de dirigentes escuchaba atentamente a ese hombre que durante 35 años les dio las órdenes y que nadie se animó a contradecir. El de la palabra santa y los modos autoritarios. Pero había más municiones y apuntados. No sólo Pachorra la ligó. También su cuerpo técnico, quien -según el hombre de Sarandí- tampoco pudo manejar al crack rosarino. Lanzó graves acusaciones como que La Pulga no quería entrenar y nadie le decía nada. Ni siquiera lograban que baje en los quince minutos que la práctica era televisada. Le cuestionó a la estrella de Barcelona su carga de enojado permanente. Pasaban los minutos en Viamonte y Grondona no paraba. Su enojo crecía minuto a minuto y todos empezaban a preocuparse.
Fue su último descargo. Disparó municiones gruesas y no se salvó nadie. Atacó a los jugadores porque sin miramientos entregaron tickets a los barras para que puedan ingresar a los partidos. De hecho el día previo a la final, se generó una fuerte discusión con la dirigencia porque los jugadores exigieron más entradas para familiares y amigos, que Don Julio no olvidó en esa última cumbre.
El clima se fue calmando, quizás porque el cuerpo empezó a pasarle la factura a Grondona. Todos cruzaron las miradas y empezaron a preocuparse. Don Julio mostró su dolor, su traición contenida. Cuando se retiró cruzó unas palabras con un amigo muy cercano, quien trató de calmarlo. “Te va a hacer mal”, le dijo, sin imaginar que esa sería su última charla. Después que cayó la noche y la madrugada le ganó al nuevo día llegó el final. Ese que -quizás- se desencadenó por el último enojo de Grondona.