Este futbolista de origen judío defendió con orgullo los colores de la selección alemana durante su juventud, sin saber que años más tarde sus propios compatriotas de las SS acabarían con su vida en el campo de concentración de Auschwitz.
Hirsch fue el séptimo hijo de un comerciante judío, y se unió a Karlsruher FV a la edad de diez. A la edad de 19 años representó a Alemania a nivel internacional. Junto con Fritz Förderer y Gottfried Fuchs formó un tridente ofensivo. Apodado "Juller" era mejor conocido por su estilo de ataque y su duro disparo. Después de unirse a SpVgg Fürth en 1913 y ganar otro campeonato alemán el año siguiente, con su nuevo club. Regresó a KFV después de la guerra y se retiró en 1923, sin embargo. permaneció en el club como entrenador de juveniles.
Fue deportado a un campo de concentración de Auschwitz en 01 de marzo 1943. Su fecha exacta de su muerte es desconocida. En 1950, un tribunal alemán le declaró muerta a la fecha de la muerte situado en 08 de mayo 1945.
En Auschwitz (sur oeste de Polonia) murieron cuatro millones de personas. Cuando los rusos liberaron el campo de concentración, el 27 de enero de 1945, tan sólo encontraron 2,819 sobrevivientes, entre los que el personaje de esta historia, desgraciadamente, no está incluido.
Juller, como le llamaban todos, era más alemán que el mismo Hitler porque nació en Achern, al sur del país, el 7 de abril de 1892, a las nueve de la mañana con treinta minutos. Fue el más chico de seis hermanos, en una familia de notables comerciantes. Su afición desde pequeño por el fútbol le llevó a entrar diez años después en la cantera de uno de los clubes alemanes más poderosos de comienzos de siglo, el Karlsruher FV. El Kfv ganó 5 torneos del sur de Alemania consecutivos entre 1901 y 1905, demostrando así su tremenda superioridad en la zona.
La vida en Alemania era insoportable para Hirsch y los suyos. Intentaban huir de las garras de las SS y lo consiguieron durante varios años, pero en 1943 la Gestapo logró contactar con él. Su destino, el campo de concentración de Auschwitz.
Nunca más se volvió a saber nada de él, aunque años más tarde se confirmó que se encontraba entre los cientos de miles de fallecidos en aquel tétrico lugar. Imagine que para uno de los mejores futbolistas alemanes de principios de siglo no debía ser fácil asumir que tras haber dado todo por una camiseta y por unos colores, su recompensa iba a ser aquella.
Juller se despidió en un tren con un pasaje de ida al infierno, en los llamadas "Trenes de la Muerte" en uno de estos viajó Juller en 1943. Tenía 52 años. Nadie lo reconoció. De nada sirvió su pasado porque desde antes los clubes en donde jugó le dieron la espalda. Al entrar a Auschwitz, desapareció. Lo exterminaron.
Recordar a un futbolista cuando se habla del holocausto estremece y obliga a tomar conciencia de la esencia de un juego que siempre busca incluir, ser universal, tolerante y respetuoso.
En los últimos años se ha creado en Alemania un trofeo para las personas que luchen contra la xenofobia y el racismo en el deporte, con el nombre de Julius Hirsch. Su vida es una más de las miles de historias de personas anónimas que sufrieron en sus carnes la crueldad de una guerra que cambió el mundo. Al menos su experiencia sirvió para conocer más de cerca las injusticias que se cometieron en la época.
Hirsch fue el séptimo hijo de un comerciante judío, y se unió a Karlsruher FV a la edad de diez. A la edad de 19 años representó a Alemania a nivel internacional. Junto con Fritz Förderer y Gottfried Fuchs formó un tridente ofensivo. Apodado "Juller" era mejor conocido por su estilo de ataque y su duro disparo. Después de unirse a SpVgg Fürth en 1913 y ganar otro campeonato alemán el año siguiente, con su nuevo club. Regresó a KFV después de la guerra y se retiró en 1923, sin embargo. permaneció en el club como entrenador de juveniles.
Fue deportado a un campo de concentración de Auschwitz en 01 de marzo 1943. Su fecha exacta de su muerte es desconocida. En 1950, un tribunal alemán le declaró muerta a la fecha de la muerte situado en 08 de mayo 1945.

En Auschwitz (sur oeste de Polonia) murieron cuatro millones de personas. Cuando los rusos liberaron el campo de concentración, el 27 de enero de 1945, tan sólo encontraron 2,819 sobrevivientes, entre los que el personaje de esta historia, desgraciadamente, no está incluido.
Juller, como le llamaban todos, era más alemán que el mismo Hitler porque nació en Achern, al sur del país, el 7 de abril de 1892, a las nueve de la mañana con treinta minutos. Fue el más chico de seis hermanos, en una familia de notables comerciantes. Su afición desde pequeño por el fútbol le llevó a entrar diez años después en la cantera de uno de los clubes alemanes más poderosos de comienzos de siglo, el Karlsruher FV. El Kfv ganó 5 torneos del sur de Alemania consecutivos entre 1901 y 1905, demostrando así su tremenda superioridad en la zona.

La vida en Alemania era insoportable para Hirsch y los suyos. Intentaban huir de las garras de las SS y lo consiguieron durante varios años, pero en 1943 la Gestapo logró contactar con él. Su destino, el campo de concentración de Auschwitz.
Nunca más se volvió a saber nada de él, aunque años más tarde se confirmó que se encontraba entre los cientos de miles de fallecidos en aquel tétrico lugar. Imagine que para uno de los mejores futbolistas alemanes de principios de siglo no debía ser fácil asumir que tras haber dado todo por una camiseta y por unos colores, su recompensa iba a ser aquella.

Juller se despidió en un tren con un pasaje de ida al infierno, en los llamadas "Trenes de la Muerte" en uno de estos viajó Juller en 1943. Tenía 52 años. Nadie lo reconoció. De nada sirvió su pasado porque desde antes los clubes en donde jugó le dieron la espalda. Al entrar a Auschwitz, desapareció. Lo exterminaron.
Recordar a un futbolista cuando se habla del holocausto estremece y obliga a tomar conciencia de la esencia de un juego que siempre busca incluir, ser universal, tolerante y respetuoso.
En los últimos años se ha creado en Alemania un trofeo para las personas que luchen contra la xenofobia y el racismo en el deporte, con el nombre de Julius Hirsch. Su vida es una más de las miles de historias de personas anónimas que sufrieron en sus carnes la crueldad de una guerra que cambió el mundo. Al menos su experiencia sirvió para conocer más de cerca las injusticias que se cometieron en la época.