Ni el más pesimista de los aficionados españoles podía imaginar que España -invicta hasta ahora en el campeonato con seis triunfos consecutivos- podía caer en cuartos de final de su Mundial. Y menos de la forma lastimosa en que lo hizo, mancillando su historia y arrastrando su prestigio con un partido infame, impropio de un equipo que en los últimos 13 años ha subido nueve veces al podio. Impensable en un campeón mundial, subcampeón olímpico por partida doble y ganador de dos de los tres últimos Europeos.
La España que se arrastró por el parqué del Palacio de los Deportes fue una caricatura de la ÑBA, un equipo irreconocible, despistado a más no poder en defensa y espeso como nunca en ataque. Los 52 puntos -la peor anotación de la selección española desde 1968- lo dicen todo. O casi todo. Su porcentaje de tiros de tres puntos (2/22) fue propio de un equipo de niños de primaria en su primer año de entrenamientos. Circuló el balón a cámara lenta, cada uno quiso resolver por su cuenta y fueron demasiado previsibles para los franceses, que jugaron a lo que quisieron.

La España que se arrastró por el parqué del Palacio de los Deportes fue una caricatura de la ÑBA, un equipo irreconocible, despistado a más no poder en defensa y espeso como nunca en ataque. Los 52 puntos -la peor anotación de la selección española desde 1968- lo dicen todo. O casi todo. Su porcentaje de tiros de tres puntos (2/22) fue propio de un equipo de niños de primaria en su primer año de entrenamientos. Circuló el balón a cámara lenta, cada uno quiso resolver por su cuenta y fueron demasiado previsibles para los franceses, que jugaron a lo que quisieron.