Nada alcanza si no es por los puntos. Un amistoso se tiene que transformar en un duelo encarnizado. Todo partido de fútbol debe tener su impacto obligado en una tabla de posiciones. Ganar ó perder debe dejar en evidencia algo más que el mero placer de sentarse frente a la pantalla para ver fútbol porque sí. El hincha argentino, especialmente cuando juega su seleccionado, precisa que el partido tenga una intencionalidad. En definitiva, que sea oficial. ¿Sucede lo mismo en otros países donde el fútbol es el deporte número uno?

La gira por China del seleccionado de Gerardo Martino tuvo un punto de inflexión : antes y después del partido con Hong Kong. Un rival menor para un equipo mayor. El choque contra Brasil tuvo vida propia y real trascendencia. Las corridas de Neymar (imposible de parar) y la buena “pesca” de Tardelli, dejaron mucho material para analizar del lado argentino. Hubo desacoples en el mediocampo y errores defensivos como para que el flamante técnico trabaje para solucionar lo que ya parece un dilema estructural del seleccionado conforme pasan los años: cómo lograr el equilibrio defensivo sin que eso signifique desarticular el poder ofensivo del equipo.
Pero el 7-0 contra Hong Kong pone de relieve cual es la relación del espectador argentino con el fútbol como show. Algo que en estos tiempos el fútbol también es. Llevar a la Argentina y a Brasil de gira por mercados exóticos, como si fueran bandas de rock y de pop que agotan tickets ni bien se las anuncia, es hoy parte de la industria del entretenimiento. Ese concepto es difícil de asimilar por el hincha argentino. Precisa todo el tiempo que el partido del seleccionado tenga algún sentido que capte su atención. Ver a Leo Messi por el simple placer de hacerlo, por la sola diversión de disfrutar de su talento, es insuficiente. La comparación es arbitraria y forzada con toda intención: un show de Messi con su equipo, como un espectáculo de Lady Gaga, en ocasiones no tienen un sentido posterior. Simplemente suceden por el impacto que generan en el momento. No hay un después.
Es por eso que Messi comprende perfectamente al invasor del campo de juego y le dispensa el trato que se le da a un fan cuando se encuentra con su estrella favorita. No era un partido “de verdad”. Pero Messi si lo es y el fanático lo es aún más. Condensa el deseo y la admiración de todo un planeta hacia uno de los mayores artistas del juego. En la Argentina este tipo de partidos no tienen mayor atractivo. Tampoco ayuda que se elija un rival como Hong Kong. El espectáculo futbolístico, para que brille, necesita de cierta tensión competitiva. Fue marcada contra Brasil. Fue nula en el segundo amistoso. Cuidar eso también es cuidar a Lionel Messi y sus compañeros. Aunque el show sea para miles de millones de chinos y no tanto para los argentinos que no supieron bien que hacer con ese 7 a 0. Pero que todavía mastican la bronca por la derrota con Brasil. Casi una venganza por haber invadido territorio brasileño durante un mes y sin parar de cantarles en la cara.

Pero el 7-0 contra Hong Kong pone de relieve cual es la relación del espectador argentino con el fútbol como show. Algo que en estos tiempos el fútbol también es. Llevar a la Argentina y a Brasil de gira por mercados exóticos, como si fueran bandas de rock y de pop que agotan tickets ni bien se las anuncia, es hoy parte de la industria del entretenimiento. Ese concepto es difícil de asimilar por el hincha argentino. Precisa todo el tiempo que el partido del seleccionado tenga algún sentido que capte su atención. Ver a Leo Messi por el simple placer de hacerlo, por la sola diversión de disfrutar de su talento, es insuficiente. La comparación es arbitraria y forzada con toda intención: un show de Messi con su equipo, como un espectáculo de Lady Gaga, en ocasiones no tienen un sentido posterior. Simplemente suceden por el impacto que generan en el momento. No hay un después.
Es por eso que Messi comprende perfectamente al invasor del campo de juego y le dispensa el trato que se le da a un fan cuando se encuentra con su estrella favorita. No era un partido “de verdad”. Pero Messi si lo es y el fanático lo es aún más. Condensa el deseo y la admiración de todo un planeta hacia uno de los mayores artistas del juego. En la Argentina este tipo de partidos no tienen mayor atractivo. Tampoco ayuda que se elija un rival como Hong Kong. El espectáculo futbolístico, para que brille, necesita de cierta tensión competitiva. Fue marcada contra Brasil. Fue nula en el segundo amistoso. Cuidar eso también es cuidar a Lionel Messi y sus compañeros. Aunque el show sea para miles de millones de chinos y no tanto para los argentinos que no supieron bien que hacer con ese 7 a 0. Pero que todavía mastican la bronca por la derrota con Brasil. Casi una venganza por haber invadido territorio brasileño durante un mes y sin parar de cantarles en la cara.