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Porque repite la mala costumbre de desperdiciar situaciones propicias para convertir, como sucedió a nivel nacional e internacioanl frente a Quilmes, Unión y Tigres de México, River se trajo solamente un punto de un partido disputado sobre una superficie poco apta para jugar y con un viento que aumentó las dificultades. De local deberá recuperarse matemáticamente para superar la fase de grupos.

Apenas cinco minutos le demandó a River acomodarse al partido, entender cómo había que moverse ante un viento que frenaba la pelota y sobre un piso de carpeta que aumentaba la velocidad de la pelota cuando transitaba por abajo. Durante ese lapso, más rápido aún entendió Barovero de qué se trataba esa superficie sintética: a los 10 segundos, un disparo de Tejada picó de un modo diabólico y lo obligó a acomodar el cuerpo de un modo diferente al que lo hace habitualmente.





Pasado ese tramo inicial, River se golpeó el pecho y le mostró al local la chapa de equipo rodado y superior. Eligió jugar lejos de Barovero y nuevamente con ese medio campo que sale de memoria -Sánchez, Kranevitter, Rojas y Pisculichi de enganche- calibró la mira y empezó a apuntar a Gallese.

Desde la media distancia de Pisculichi anunció que estaba en sus planes ponerse en ventaja. Con una aparición de Mora dentro del área mandó el mensaje de que sus atacantes andaban con apetito en la ventosa noche de Chiclayo.

Cuando el partido ya se disputaba en un escenario favorable para el conjunto argentino, llegó el gol. Que unió la precisa pegaba de Pisculichi -como es habitual en la pelota detenida-, el vigor de Maidana para atacar ese centro y la soledad de Alvarez Balanta, increíblemente liberado de su marcador, para cabecear hacia la apertura del marcador.