Un Barça sin alma ni discurso

Aquel Barça de Guardiola es irrepetible. El club no compraba los Balones de Oro, sino que los fabricaba, y desde ese principio, el equipo trabajó hasta sublimar la herencia de Cruyff y alcanzar la excelencia. Ese Barça fue la coreografía elevada a su máxima expresión, un equipo para la eternidad. La perfección hecha pelota. Hoy, el Barça vive atrapado en ese recuerdo, martirizado porque esa gloria hoy parece una pintura rupestre. Nadie podría pedir a este Barça repetir aquel equipo de Guardiola, ni alcanzar la perfección. Sin embargo, el pecado capital de este Barça es haber olvidado que debe aspirar a serlo. No podrá ser aquel Barça, pero morirá de inanición si sigue sin trabajar para acercarse a aquella perfección y excelencia. Aquel Barça fue único, pero pretender cerrar ese recuerdo en un arcón y tirar la llave al mar es matar el futuro del club, porque, con esa política, el equipo actual se ha convencido a sí mismo de que jamás volverá a tener ese nivel. Al Barça más vulgarizado de los últimos años le está faltando trabajo, ambición y liderazgo. Y peor, le está faltando discurso. Ha pasado de referencia mundial a crónica de sucesos, y de fabricar Balones de Oro, a comprarlos.
Tras el bofetón del Bernabéu, el Barça se ha instalado en la duda. Sigue siendo líder, pero tiene más puntos que juego y deja la sensación de estar un peldaño por debajo de los rivales de su tamaño. Arriba tiene a Messi, más Neymar y Suárez, dinamita. La mejor que el dinero puede comprar. Pero más allá de los solistas del gol, mucho frente abierto y poco esperanzador. Iniesta antes era capital y hoy parece irrelevante; a Piqué le culpan hasta cuando no es culpable; Alves ha pasado de lanza a broma; Busquets está muy mermado, Xavi no está con confianza, lo que se ha fichado no mejora lo que había y la portería no es lo que era. Pero más allá de consideraciones individuales – la moda es la de los jugadores señalados, suena feo-, la realidad es que el tumor culé pasa por deficiencias colectivas. Al punto que este Barça, al trote o al galope, evoca al Madrid de Los Galácticos, un elenco de estrellas que se olvidó de ser un equipo y ganaba cuando no requería esfuerzo hacerlo. En aquel equipo blanco, una constelación de estrellas, todos eran un conjunto de maravillosos tenores, donde cada uno cantaba lo que le daba la gana. Justo como este Barça.
Ese ramalazo galáctico alcanza para competir en la competición doméstica, pero se antoja insuficiente para intimidar a rivales de idéntico presupuesto y estatura. La sensación es que, en los duelos de altura, este Barça, como el del Tata, dispara sus defectos. En primer lugar, el viejo vicio de siempre: toque retórico y ausencia de profundidad. Más: laterales que ni defienden ni atacan, desidia en la presión, lagunas de concentración y un factor determinante que pasa por o bien una forma física deficiente o bien una falta de ambición galopante. Ambas cuestiones, gravísimas. De propina, la pelota parada. El Barça ni sabe defender su área, ni atacar la contraria. Por último, el defecto más irritante para cualquier equipo que quiera ser campeón: la falta de carácter y rebeldía ante la adversidad. Este equipo baja los brazos demasiado pronto y en cada partido vital, juega con el corazón del tamaño de un guisante. Nadie podría discutir su calidad, pero un equipo que llega tarde siempre, retira el pie en cada pelota dividida y no muere en cada partido, está condenado.
Al entrenador, al que imputan una personalidad aún no revelada y un gobierno todavía no demostrado, le conviene tomar decisiones. Tener discurso propio. Su camino pasa por buscar la perfección o morir en el intento. Y a su Barça, de momento, no se le ve dejarse la vida en intentarlo. Sin trabajo, ni rebeldía, ni alma, ni discurso, el destino es La Nada. Nadie puede pedirle a este Barça ser el equipo perfecto de Guardiola, pero nadie debería perdonarle que no aspire a esa perfección y se acomode. El Barça necesita volver a pisar la tierra, saber que ahora mismo no es el mejor y ponerse a trabajar. Recuperar la cultura del esfuerzo, retomar el discurso de la cantera y poner el alma en cada pelota. Puede que el Barça no vuelva a ser perfecto, pero no tiene perdón haber renunciado a intentarlo.
Tras el bofetón del Bernabéu, el Barça se ha instalado en la duda. Sigue siendo líder, pero tiene más puntos que juego y deja la sensación de estar un peldaño por debajo de los rivales de su tamaño. Arriba tiene a Messi, más Neymar y Suárez, dinamita. La mejor que el dinero puede comprar. Pero más allá de los solistas del gol, mucho frente abierto y poco esperanzador. Iniesta antes era capital y hoy parece irrelevante; a Piqué le culpan hasta cuando no es culpable; Alves ha pasado de lanza a broma; Busquets está muy mermado, Xavi no está con confianza, lo que se ha fichado no mejora lo que había y la portería no es lo que era. Pero más allá de consideraciones individuales – la moda es la de los jugadores señalados, suena feo-, la realidad es que el tumor culé pasa por deficiencias colectivas. Al punto que este Barça, al trote o al galope, evoca al Madrid de Los Galácticos, un elenco de estrellas que se olvidó de ser un equipo y ganaba cuando no requería esfuerzo hacerlo. En aquel equipo blanco, una constelación de estrellas, todos eran un conjunto de maravillosos tenores, donde cada uno cantaba lo que le daba la gana. Justo como este Barça.
Ese ramalazo galáctico alcanza para competir en la competición doméstica, pero se antoja insuficiente para intimidar a rivales de idéntico presupuesto y estatura. La sensación es que, en los duelos de altura, este Barça, como el del Tata, dispara sus defectos. En primer lugar, el viejo vicio de siempre: toque retórico y ausencia de profundidad. Más: laterales que ni defienden ni atacan, desidia en la presión, lagunas de concentración y un factor determinante que pasa por o bien una forma física deficiente o bien una falta de ambición galopante. Ambas cuestiones, gravísimas. De propina, la pelota parada. El Barça ni sabe defender su área, ni atacar la contraria. Por último, el defecto más irritante para cualquier equipo que quiera ser campeón: la falta de carácter y rebeldía ante la adversidad. Este equipo baja los brazos demasiado pronto y en cada partido vital, juega con el corazón del tamaño de un guisante. Nadie podría discutir su calidad, pero un equipo que llega tarde siempre, retira el pie en cada pelota dividida y no muere en cada partido, está condenado.
Al entrenador, al que imputan una personalidad aún no revelada y un gobierno todavía no demostrado, le conviene tomar decisiones. Tener discurso propio. Su camino pasa por buscar la perfección o morir en el intento. Y a su Barça, de momento, no se le ve dejarse la vida en intentarlo. Sin trabajo, ni rebeldía, ni alma, ni discurso, el destino es La Nada. Nadie puede pedirle a este Barça ser el equipo perfecto de Guardiola, pero nadie debería perdonarle que no aspire a esa perfección y se acomode. El Barça necesita volver a pisar la tierra, saber que ahora mismo no es el mejor y ponerse a trabajar. Recuperar la cultura del esfuerzo, retomar el discurso de la cantera y poner el alma en cada pelota. Puede que el Barça no vuelva a ser perfecto, pero no tiene perdón haber renunciado a intentarlo.