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Messi y CR7 otra vez frente a frente y con morbo: que Leo sea récord en la casa del luso, el Bernabéu.


Alguna vez lo extrañaremos: pondremos cara de viejo interesante, ojitos entornados, voz cascada, y contaremos a nietos aburridos aquellos tiempos en que los dos mejores jugadores del mundo, que jugaban en dos de los mejores equipos del mundo, se enfrentaban tres o cuatro veces por año. Ahora nos parece –casi– normal; no es probable que vuelva a pasar mucho. Va a pasar, por lo pronto, esta tarde.

Y será, como todos, un partido raro: el Real Madrid empezó bajo y ahora viene arrasando, el Barcelona gana y gana pero no convence. El Madrid hizo 30 goles en estas ocho fechas –3,75 por partido–; el Barsa metió sólo 22 pero no le metieron ninguno. El portugués Cristiano lleva casi dos por partido; el chileno Bravo no sabe lo que es ir a buscarla adentro en catalán.

La llegada de Luis Enrique convirtió al Barsa en un equipo más aguerrido y más vulgar, que controla menos y contraataca más. Aunque en los últimos partidos el regreso de Xavi lo volvió a acercar a su viejo estilo. No se sabe si hoy juega: en España las alineaciones de los equipos son verdaderos secretos de estadio. Pero es probable que, con él, Rakitic, Iniesta y Busquets –o, si no se recupera, Mascherano– el Barcelona pueble el mediocampo e intente tener la pelota. A menos que se decida por la opción atómica y ponga desde el principio al canibalito charrúa, que ya puede volver tras cumplir sus cuatro meses de sanción tras el mordiscón a Chiellini: sería una maniobra osada pero tan atractiva, que obligaría al técnico contrario a defenderse de un esquema que no conoce. Pero es más probable que Luis Suárez espere su momento en el banco.

El Madrid, por su lado, cambió mucho con el despido de Xabi Alonso y Di María: en una semana –en un capricho de su presidente Florentino– desarmó el mediocampo que le había costado años consolidar y el equipo se partió en dos. Ancelotti tenía que poner a todos los caros, y no era fácil. Arriba la BBC –Benzema, Bale y Cristiano– hacía estragos; al medio Kroos, Modric y James se estragaban porque ninguno tiene el gen del marcador. Hasta que la lesión de Bale le permitió equilibrar: con un cuarto volante –Isco–, el Madrid es menos brutal pero controla más.

Todo lo cual sería casi banal –fútbol, solo fútbol– sin el duelo que no cesa: las dos bestias. Cristiano está tremendo; Messi, para contrarrestarlo, se reinventa: hace menos goles pero se los da hechos a Neymar. Aunque esta tarde todos esperarán los suyos: si mete uno empatará el récord histórico de goles de la Liga Española –Telmo Zarra, 1940-55, 251–; si mete dos lo pasará. La discusión está servida y sirvió toda la semana: si cae la marca, ¿se para el juego para celebrarlo? ¿El Bernabéu va a aplaudir a su verdugo? Los socios del Madrid –salvo la barra levemente fascista de los Ultrasur– siempre quisieron pensarse como señores elegantes; es posible que, si llega la ocasión, para mantener esa idea de sí mismos intenten un aplauso displicente. Siempre, claro, que ese gol no sea el 2 a 1 en el minuto 90 para definir el derby, porque incluso la vanidad de creerse un caballero –sobre todo la vanidad de creerse un caballero– tiene un límite.