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Capitulo 1
Comenzó su nueva vida de pie, en medio de la fría oscuridad y del aire viciado y polvoriento. Metal contra metal.
Un temblor sacudió el piso debajo de él. El movimiento repentino lo hizo caer y se arrastró con las manos y los pies hacia atrás. A pesar del aire fresco, las gotas de sudor le cubrían la frente. Su espalda golpeó contra una dura pared metálica; se deslizó por ella hasta que llegó a la esquina del recinto. Se hundió en el rincón y atrajo las piernas firmemente contra su cuerpo, esperando que sus ojos se adaptaran a las tinieblas.
Con otra sacudida, el cubículo se movió bruscamente hacia arriba como si fuera el viejo ascensor de una mina.
Ruidos discordantes de cadenas y poleas, como la maquinaria de una vieja fábrica de acero, resonaron por todo el compartimento, rebotando en las paredes con un chirrido apagado y férreo. El oscuro elevador se mecía de un lado a otro durante la subida, provocándole náuseas; un olor de aceite quemado saturó su olfato, haciéndolo sentir peor. Quería llorar, pero no tenía lágrimas; no le quedaba más que permanecer sentado allí, solo, esperando.
Me llamo Thomas, pensó.
Eso era lo único que recordaba acerca de su vida.
No podía entender lo que estaba ocurriendo. Su cerebro trabajaba perfectamente, tratando de evaluar dónde se hallaba y cuál era su situación. Toda la información que tenía invadió su mente: hechos e ideas, recuerdos y detalles del mundo y su funcionamiento. Se imaginó los árboles cubiertos de nieve, corriendo por un camino tapizado de hojas, comiendo una hamburguesa, nadando en un lago, el reflejo pálido de la luna sobre la pradera, el bullicio de una plaza de ciudad. Sin embargo, no sabía de dónde venía, cómo había terminado adentro de ese sombrío montacargas ni quiénes eran sus padres. Ni siquiera tenía idea de cuál era su apellido.
Imágenes de individuos pasaron fugazmente por su cabeza, pero no reconoció a nadie, y sus caras fueron reemplazadas por siniestras manchas de color. No guardaba en su memoria ningún rostro conocido ni recordaba una sola conversación.
El elevador continuó su ascenso, balanceándose; Thomas se volvió inmune al incesante repiqueteo de las cadenas que lo llevaban hacia arriba. Pasó un largo rato. Los minutos se convirtieron en horas, aunque era imposible saber con certeza el tiempo transcurrido, pues cada segundo parecía una eternidad. No. Él era inteligente. Sus instintos le decían que había estado moviéndose durante casi media hora.
Con sorpresa, sintió que el miedo desaparecía volando como un enjambre de mosquitos atrapados por el viento, y era reemplazado por una profunda curiosidad. Quería saber dónde se encontraba y qué estaba ocurriendo.
El cubículo se detuvo con un crujido; el cambio súbito lo arrojó al duro suelo. Mientras se levantaba con dificultad, sintió que la oscilación disminuía hasta desaparecer. Todo quedó en silencio.
Transcurrió un minuto. Dos. Miró hacia todos lados pero no vio más que oscuridad. Tanteó las paredes otra vez en busca de una salida, pero no encontró nada, sólo el frío metal. Lanzó un gruñido de frustración. El eco se extendió por el aire, como un gemido de ultratumba. El sonido se apagó y volvió el silencio. Gritó, pidió ayuda, golpeó las paredes con los puños.
Nada.
Retrocedió nuevamente hacia el rincón, cruzó los brazos y se estremeció. El miedo había regresado. Sintió un temblor inquietante en el pecho, como si el corazón quisiera escapar del cuerpo.
—¡Ayuda... por favor! —gritó. Las palabras le desgarraron la garganta.
Un fuerte ruido metálico resonó sobre su cabeza. Respiró sobresaltado mientras miraba hacia arriba. Una línea de luz apareció a través del techo del ascensor y se fue expandiendo.
Tras un chirrido penetrante vio un par de puertas corredizas que se abrían con fuerza. Después de estar tanto tiempo en las tinieblas, la luz lo encegueció. Desvió la vista y se cubrió la cara con ambas manos.
Escuchó sonidos que venían de arriba: eran voces. El temor le estrujó el pecho.
—Miren al larcho ese.
—¿Cuántos años tiene?
—Parece un miertero asustado.
—Tú eres el míertero, shank.
—¡Güey, ahí abajo huele a zarigüeya!
—Espero que hayas disfrutado del viaje de ida, Nuevito.
—¡No hay pasaje de vuelta, hermano!
Sintió una ola de confusión mezclada con pánico. Las voces eran extrañas y sonaban con eco. Algunas palabras eran incomprensibles, otras resultaban familiares. Entrecerró los ojos y dirigió la mirada hacia la luz y hacia aquellos que hablaban. Al principio, sólo vio sombras que se movían, pero pronto comenzaron a delinearse los cuerpos: varias personas estaban in-clinadas sobre el hueco del techo, observándolo y apuntando hacia él.
Y luego, como si la lente de una cámara hubiera ajustado el foco, las caras se volvieron nítidas. Eran todos muchachos: algunos más chicos, otros mayores. No sabía qué había esperado encontrar, pero estaba sorprendido. Eran adolescentes. Niños. Algo del miedo que sentía se desvaneció, pero no lo suficiente como para calmar su acelerado corazón.
Alguien arrojó una cuerda con un gran nudo en el extremo. Thomas primero dudó, pero después subió el pie derecho y se aferró a la soga mientras lo izaban hacia el cielo. Varias manos se estiraron hacia él, aferrándolo de la ropa y atrayéndolo hacia la superficie. El mundo parecía un remolino brumoso de rostros, colores y luces. Una avalancha de emociones le desgarró las entrañas; quería gritar, llorar, vomitar. El coro de voces se había apagado pero, mientras lo levantaban sobre el borde afilado de la caja negra, alguien habló. Supo que nunca olvidaría esas palabras.
—Encantado de conocerte, larcho —dijo el chico—. Bienvenido al Área.

CAPITULO 2
Las manos amistosas no dejaron de revolotear alrededor de Thomas hasta que se puso de pie y lograron quitarle el polvo de la camisa y el pantalón. Todavía deslumbrado por la claridad, se tambaleó un poco. Lo consumía la curiosidad, pero aún se sentía muy confundido como para prestar atención a aquello que lo rodeaba. Sus nuevos compañeros se quedaron en silencio mientras él recorría el lugar con la vista, tratando de abarcar todo.
Los chicos lo miraban fijamente y reían con disimulo al verlo girar con lentitud la cabeza; algunos estiraron la mano y lo tocaron. Debían de ser por lo menos unos cincuenta: sudorosos, con la ropa manchada como si hubieran estado trabajando duro; eran de todos los tipos, tamaños y razas, con el pelo de distintos largos. De repente, se sintió mareado por el constante parpadeo de sus ojos, que no dejaban de observar a los chicos ni el extraño sitio al que había llegado.
Se hallaban en un enorme patio, superior en tamaño a una cancha de fútbol, bordeado por cuatro inmensos muros de piedra gris, cubiertos por una enredadera tupida. Las paredes debían de tener más de cien metros de altura y formaban un cuadrado perfecto. En la mitad de cada uno de los lados había una abertura tan alta como los mismos muros que, por lo que pudo ver, conducía a unos pasadizos que se perdían a lo lejos.
—Miren al Novato —dijo una voz áspera, que no pudo distinguir a quién pertenecía— Se va a romper su cuello de garlopo por inspeccionar su nueva morada.
Varios chicos rieron.
—Cierra el hocico, Gally —respondió una voz más profunda. Se concentró nuevamente en las decenas de extraños que lo contemplaban. Sabía que tenía aspecto de estar aturdido, pues se sentía como si lo hubieran drogado. Un chico alto, de pelo rubio y mandíbula cuadrada, se acercó a él con rostro inexpresivo y lo olió. Otro, bajo y regordete, se movía nerviosamente, mirándolo con los ojos muy abiertos. Un muchacho de aspecto asiático, fornido y musculoso, se cruzó de brazos mientras lo examinaba, con la playera arremangada para mostrar sus bíceps. Otro, de piel oscura, el mismo que le había dado la bienvenida, frunció el entrecejo. Una infinidad de caras lo observaba atentamente.
—¿Dónde estoy? —preguntó, sorprendido al escuchar su voz por primera vez desde la pérdida de memoria. Le sonó algo extraña, más aguda de lo que hubiera imaginado.
—En un lugar no muy bueno —dijo el muchacho de piel oscura—. Relájate y descansa.
—¿Qué Encargado le va a tocar? —gritó alguien al fondo de la multitud.
—Ya te lo dije, larcho —respondió una voz chillona—. Es un miertero, así que será Fregón, ni lo dudes —agregó, y lanzó vina risita tonta, como si acabara de decir la cosa más graciosa del mundo.
Al escuchar tantas palabras y frases sin sentido, volvió a sentir que el desconcierto presionaba su pecho. Larcho. Miertero. Encargado. Fregón. Brotaban tan naturalmente de las bocas de todos que le resultaba extraño no entenderlas. Estaba desorientado: parecía que la memoria perdida también se hubiera llevado parte de su lenguaje.
En su mente y en su corazón se había desencadenado una batalla de emociones. Confusión. Curiosidad. Pánico. Miedo. Pero mezclada con todo eso, había una oscura sensación de absoluta desesperanza, como si el mundo se hubiera acabado, borrado de su cabeza, y hubiese sido reemplazado por algo terrible. Quería correr y esconderse de esa gente.
El chico de la voz áspera estaba hablando.
—...ni siquiera hizo tanto. Te apuesto lo que quieras que así es.
Aún no podía ver su cara.
—¡Dije que cerraran el hocico! —gritó el muchacho de piel oscura—. ¡Sigan así y se quedarán sin recreo!
Ése debe ser el líder, concluyó Thomas, al tiempo que sentía odio al ver cómo todos lo admiraban. Luego se dedicó a estudiar la zona, a la que el chico había llamado el Área.
El piso del patio parecía estar hecho de grandes bloques de piedra. Muchos de ellos tenían grietas llenas de hierba y malezas. Cerca de una de las esquinas del cuadrado había un edificio extraño y ruinoso de madera, que contrastaba con la piedra gris. Estaba rodeado de unos pocos árboles, cuyas raíces parecían garras que perforaban la roca en busca de alimento. En otro sector se encontraban las huertas. Desde donde se hallaba, podía distinguir plantas de maíz, de jitomate, y árboles frutales.
Al otro lado del recinto había corrales de ovejas, cerdos y vacas. Un gran bosque ocupaba el último recodo. Los árboles cercanos parecían secos y sin vida. El cielo era azul y no había ni una nube; sin embargo, a pesar de la claridad, no alcanzó a ver ninguna huella del sol. Las sombras que se arrastraban por los muros no revelaban la hora ni la ubicación: podía ser temprano en la mañana o la última hora de la tarde. Mientras respiraba profundamente tratando de calmarse, fue atacado por una combinación de olores: tierra recién trabajada, abono, pino, algo podrido y algo dulce. Por alguna razón desconocida, él sabía que así debía oler una granja.
Volvió la vista hacia sus captores, sintiéndose raro pero, al mismo tiempo, desesperado por hacer preguntas. Captores, pensó. ¿Por qué habrá aparecido esa palabra en mi cabeza? Examinó sus rostros, analizando cada expresión, evaluándolos. La mirada de un chico, encendida por el odio, lo sobresaltó. Parecía tan enojado que no le habría resultado extraño si se le hubiera acercado con un cuchillo. Tenía pelo negro y, cuando hicieron contacto visual, sacudió la cabeza y se dirigió hacia un asta grasienta de hierro junto a una banca de madera. Una bandera multicolor colgaba sin vida de la punta: no había viento que la hiciera flamear para revelar su dibujo.
Impresionado por la actitud del muchacho, miró fijamente su espalda hasta que éste dio media vuelta y se sentó. Entonces apartó la vista rápidamente.
De pronto, el líder del grupo, que tendría unos diecisiete años, se adelantó. Llevaba ropa normal: una playera negra, jeans, tenis, un reloj digital. A Thomas le resultó extraña la forma en que vestían pues imaginó que tendrían que usar ropa más amenazante, como un uniforme de prisión. El chico de piel oscura tenía el pelo muy corto y la cara bien rasurada. Pero más allá de su constante ceño fruncido, no había nada en él que infundiera temor.
—Es una larga historia, shank —dijo, finalmente—. Irás conociéndola poco a poco. Mañana harás conmigo la Visita Guiada. Hasta entonces, trata de no romper nada —estiró su brazo-. Soy Alby.
Estaba claro que quería que le diera la mano.
Thomas, en forma instintiva, se negó a hacerlo. Sin decir nada, se alejó del grupo, caminó hasta un árbol cercano y se sentó con la espalda apoyada contra la corteza rugosa. El pánico se desató nuevamente en su interior, casi imposible de tolerar. Pero respiró profundamente e hizo un esfuerzo por tratar de aceptar la situación. Cálmate, pensó. No resolverás nada si te dejas dominar por el miedo.
—Cuéntamela entonces —le gritó, luchando por no quebrar la voz—. La larga historia.
Alby echó una mirada a los amigos que tenía más cerca y puso los ojos en blanco. Thomas estudió otra vez a la multitud. Su cálculo original había sido bastante acertado: eran unos cincuenta o sesenta chicos que iban desde la plena adolescencia hasta jóvenes casi adultos como Alby, que parecía ser uno de los mayores. En ese momento, se dio cuenta de que no tenía idea de su propia edad y, ante ese descubrimiento, se le cayó el alma a los pies: estaba tan perdido que ni siquiera sabía cuántos años tenía.
—En serio —dijo, abandonando esa máscara de valentía—. ¿Dónde estoy?
Alby caminó hacia él y se sentó con las piernas cruzadas. La tropa lo siguió y se agrupó detrás. Las cabezas asomaban aquí y allá para ver mejor.
—Si no estás asustado —dijo—, no eres humano. Si actúas de otra manera, te voy a arrojar por el Acantilado porque eso querría decir que eres un enfermo.
—¿El Acantilado? —preguntó, mientras sentía que la sangre desaparecía de su cara.
—Carajo -exclamó Alby, restregándose los ojos—. No hay forma de empezar esta conversación, ¿entiendes? Te prometo que aquí no asesinamos a larchos como tú. Sólo trata de evitar que te maten. Sobrevive... haz lo que puedas.
Se detuvo unos segundos y Thomas tuvo la impresión de que se había puesto todavía más pálido al escuchar los últimos comentarios.
—Escucha —dijo, y luego se pasó las manos por el pelo corto mientras dejaba escapar un suspiro prolongado—. No soy bueno para estas cosas: eres el primer Novato desde que mataron a Nick.
Los ojos de Thomas se agrandaron. Un chico se acercó al líder y le dio unas palmadas amistosas en el hombro.
—Espera hasta la maldita Visita Guiada, Alby —bromeó, con un acento extraño—. Al pichoncito le va a dar un infarto brutal, todavía no escucha nada —agregó, luego se inclinó y le extendió la mano-. Nuevito, me llamo Newt, y todos aquí nos sentiremos muy bien si perdonas a nuestro nuevo líder con cerebro de garlopo aquí presente.
Thomas le dio la mano. Parecía mucho más agradable que Alby y también era más alto que él, pero aparentaba ser un año menor. Era rubio y llevaba el pelo largo, que le caía sobre la playera. Tenía brazos musculosos con las venas muy marcadas.
—Calladito, shank —gruñó Alby, tomando a su amigo del hombro para que se sentara a su lado—.Al menos él puede entender la mitad de lo que digo —se oyeron algunas risas y luego todos se agruparon detrás, listos para escuchar lo que ellos iban a decir.
Alby abrió los brazos con las palmas de las manos hacia arriba.
-Este lugar es el Área, ¿de acuerdo? Es donde vivimos, comemos y dormimos. Nos llamamos a nosotros mismos los Habitantes del Área. Eso es todo lo que...
-¿Quién me envió aquí? —preguntó Thomas, una vez que el miedo dejó paso a la ira—. ¿Cómo...?
Antes de que pudiera terminar la frase, Alby se estiró y lo sujetó de la playera con la mano, apoyándose hacia delante sobre las rodillas.
—¡Vamos, larcho, levántate! —Alby se puso de pie, mientras continuaba aferrándolo de la ropa.
Thomas finalmente logró incorporarse con esfuerzo, y el temor lo inundó otra vez. Retrocedió contra el árbol, tratando de alejarse del líder, que se mantenía justo delante de él.
-¡Se acabaron las interrupciones! -gritó—. No te hagas el matón. Si te contáramos todo caerías muerto aquí mismo justo después de larcharte los pantalones. Los Embolsadores se harían cargo de ti y ya no nos servirías para nada.
—No sé de qué estás hablando —repuso lentamente, asombrado ante la firmeza de su voz.
Newt extendió la mano y tomó a Alby de los hombros.
—Güey, cálmate un poco. Así no lograrás nada, ¿no ves?
El chico soltó la playera de Thomas y retrocedió, respirando aguadamente.
—No hay tiempo para amabilidades, Nuevito. La vida anterior se terminó. Aprende pronto las reglas, escucha y no hables. ¿Me captas?
Thomas dirigió la mirada hacia Newt en busca de ayuda. En su interior, todo era convulsión y dolor. Las lágrimas, que pugnaban por salir, le quemaban los ojos.
Newt sacudió la cabeza.
—Nuevito, entendiste, ¿no?
Estaba furioso, quería golpear a alguien, pero apenas masculló un "sí" en voz baja.
—Va —dijo Alby—. El Primer Día. Eso es lo que hoy es para ti, larcho. Se acerca la noche, los Corredores están por venir. La Caja llegó tarde hoy, no hay tiempo para la Visita
Guiada. La dejamos para mañana por la mañana, justo después del despertar —agregó, y se volteó hacia su amigo—. Consíguele una cama y haz que se duerma.
—Va —repuso Newt.
Alby miró a Thomas y entornó los ojos.
—En pocas semanas, estarás feliz de hallarte aquí. El Primer Día, ninguno de nosotros tenía la más remota idea de dónde se encontraba. Tú tampoco. Mañana empieza la nueva vida.
Dio media vuelta y, abriéndose paso entre la multitud, se encaminó hacia el edificio de madera de la esquina. La mayoría de los chicos se alejó, echándole al recién llegado una mirada persistente antes de desaparecer.
Thomas cruzó los brazos, cerró los ojos y respiró profundamente. El vacío que sentía en su interior pronto fue reemplazado por una gran tristeza. Todo eso era demasiado. ¿Dónde se encontraba? ¿Qué era ese lugar? ¿Sería una especie de prisión? De ser así, ¿por qué lo habían enviado allí y por cuánto tiempo? El idioma era raro y a ninguno de los chicos parecía preocuparle si él vivía o moría. Las lágrimas amenazaron de nuevo, pero se negó a dejarlas salir.
—¿Qué hice? —susurró, aunque sus palabras no estaban dirigidas a nadie—. ¿Por qué me habrán mandado aquí?
Newt le dio una palmada en el hombro.
-Nuevito, todos pasamos por lo mismo. Nosotros también tuvimos nuestro Primer Día y salimos de esa caja oscura. Las cosas están mal, es cierto, y pronto se pondrán mucho peor. Esa es la verdad. Pero en poco tiempo estarás peleando en serio. Puedo ver que no eres un marica.
—¿Acaso esto es una cárcel? —preguntó, mientras hurgaba en la oscuridad de sus pensamientos, tratando de encontrar alguna conexión con su pasado.
—¿Ya terminaste con las preguntas? —repuso el muchacho—. No hay buenas respuestas para ti. Por lo menos, no todavía. Mejor no hables y acepta el cambio, que ya llegará la mañana.
Thomas no dijo nada y permaneció con la cabeza baja y los ojos fijos en el piso rocoso y agrietado. Una hilera de hierbas de hojas pequeñas se extendía por el borde de uno de los bloques de piedra. Unas diminutas florecitas amarillas asomaban como buscando el sol, que hacía rato había desaparecido detrás de los enormes muros del Área.
-Chuck será perfecto para ti -dijo Newt-. Es un enanito regordete, pero buena persona en el fondo. Quédate aquí. Ahora regreso.
No bien hubo terminado la frase, un aullido inhumano atravesó el aire. Agudo y penetrante, el grito resonó por el patio de piedra y todos los chicos que estaban a la vista giraron la cabeza hacia el lugar donde se había originado. Sintió que la sangre se le congelaba al descubrir que el horrible sonido provenía del edificio de madera.
Hasta Newt había saltado del susto, con una expresión de gran preocupación en su rostro.
—Carajo —exclamó—. ¿Acaso los Docs no pueden controlar a ese larcho durante diez minutos sin mi ayuda? —sacudió la cabeza y pateó ligeramente el pie de Thomas-. Habla con Chucky, dile que tiene que buscarte un lugar para dormir —dio media vuelta y corrió hacia el edificio.
Thomas se deslizó por el tronco del árbol hasta caer otra vez en el suelo. Se restregó contra la corteza y cerró los ojos, deseando poder despertar de esa horrorosa pesadilla.

CAPITULO 3
Permaneció sentado durante un rato, demasiado agobiado como para moverse. Finalmente, se obligó a examinar el edificio derruido. Un grupo de chicos que se había amontonado afuera observaba con ansiedad las ventanas superiores, como esperando que una espantosa bestia saltara al suelo en medio de una explosión de vidrios y maderas.
Un chasquido metálico, que venía de las ramas más altas del árbol, llamó su atención. Miró hacia arriba y alcanzó a ver un destello de luz plateada y roja que desaparecía por el tronco hacia el otro lado. Se puso de pie y caminó alrededor del árbol, buscando una señal de aquello que había oído, pero sólo encontró ramas desnudas, grises y cafés, que se abrían en bifurcaciones, similares a los dedos de un esqueleto.
—Eso fue uno de los escarabajos —dijo alguien.
Giró hacia la derecha y se encontró con un niño bajito y gordinflón, que lo miraba fijamente. Era muy joven, quizás el menor de todos los que había visto hasta ese momento: tendría unos doce o trece años. El pelo café le cubría el cuello y las orejas, rozando los hombros. Sólo sus ojos azules brillaban en medio de una cara triste, fofa y colorada.
Thomas puso una expresión de asombro.
—¿Un qué?
—Un escarabajo —repuso, señalando la copa del árbol—. No te hará daño, a menos que seas tan estúpido como para tocarlo... shank.
La última palabra no le salió de forma muy natural, como si aún no hubiera comprendido bien la jerga del Área.
Otro alarido, esta vez largo y escalofriante, rasgó el aire. El corazón de Thomas se estremeció. El miedo era como un rocío helado sobre su piel.
— ¿Qué está pasando allí? —preguntó, apuntando hacia el edificio. —Ni idea —respondió el chico, que conservaba la voz aguda de la infancia—. Ben está ahí adentro, muy enfermo. Ellos lo tienen. —¿Ellos? —repitió. No le agradó el tono malicioso que utilizó. -Sí.
—¿Quiénes son ellos?
—Ojalá nunca lo averigües —respondió, con un aspecto demasiado tranquilo para la situación. Le tendió la mano—. Soy Chuck. Yo era el Novato hasta que llegaste.
¿Y éste es mi guía para la noche?, pensó. No podía sacudirse el terrible malestar, y ahora a eso le sumaba irritación. Todo era absurdo y, además, le dolía mucho la cabeza.
—¿Por qué todos me llaman Nuevito? —preguntó, estrechando la mano de Chuck y soltándola de inmediato.
—Porque eres un recién llegado —contestó con una carcajada. Otro aullido llegó desde la casa, y sonó como el de un animal famélico al que estaban torturando.
-¿Cómo puedes reírte? —comentó, horrorizado por el ruido-. Parece como si tuvieran a un moribundo ahí adentro.
—Él va a estar bien. Nadie muere si regresa a tiempo para recibir el Suero. Es todo o nada. Muerto o vivo. Sólo que duele mucho.
—¿Qué es lo que duele mucho?
Los ojos del niño vagaron un rato, como si no estuviera seguro de la respuesta.
—Humm... ser pinchado por los Penitentes.
—¿Penitentes?
Estaba cada vez más confundido. Pinchado. Penitentes. Las palabras tenían una fuerte carga de terror y, de repente, ya no supo si quería escuchar más.
El gordito se encogió de hombros y luego desvió la mirada, con un gesto de suficiencia.
Thomas lanzó un suspiro de frustración y se recostó contra el árbol.
—Parece que no sabes mucho más que yo —le dijo, pero tenía claro que eso no era cierto. La forma en que había perdido la memoria era muy extraña. Recordaba bien cómo
funcionaba el mundo, pero vacío de lo concreto, de los rostros, los nombres. Como un libro al que le faltaba una palabra de cada doce, lo cual hacía ardua y confusa su lectura. Desconocía un dato tan obvio como su edad.
—Chuck, ¿cuántos... años te parece que tengo?
El chico lo observó de arriba abajo.
—Yo diría dieciséis. Y si andas con la duda... un metro ochenta, pelo castaño. Ah, y feo como una comadreja —aseguró, luego resopló y se rio.
Estaba tan perplejo que apenas escuchó la última parte. ¿Dieciséis? ¿Tenía dieciséis años? Se sentía mucho más viejo.
—¿Estás seguro? —le preguntó y luego hizo una pausa buscando las palabras adecuadas— ¿Cómo...? —y se calló. Ni siquiera sabía qué preguntar.
—No te preocupes. Andarás como atontado durante unos días, pero después te acostumbrarás a este lugar. A mí me pasó. Vivimos aquí, es lo que hay. Es mejor que vivir en una montaña de plopus —entornó los ojos, anticipando la pregunta—. Plopus es otra forma de decir "caca". Es el ruido que hace cuando cae en nuestras letrinas.
Thomas miró a Chuck, sin poder creer el tema de la conversación.
-¡Qué bien! -murmuró. Eso fue todo lo que se le ocurrió.
Luego, se incorporó y se dirigió hacia el viejo edificio. Choza era un nombre más apropiado para esa construcción, que se alzaba delante de los enormes muros de hiedra. Tendría unos tres o cuatro pisos de altura y podría caerse en cualquier momento. Se trataba de un surtido disparatado de troncos, tablas, cuerdas gruesas y ventanas, que aparentemente habían sido colocados juntos al azar. Mientras caminaba por el patio, el inconfundible olor a leña y a carne asándose le produjo ruidos en el estómago. Saber que los gritos provenían de un chico enfermo lo hizo sentir mejor, hasta que pensó en qué los habría causado...
-¿Cómo te llamas? —le preguntó Chuck desde atrás, mientras corría para alcanzarlo.
-¿Qué?
-¿Cuál es tu nombre? Todavía no nos lo has dicho, y yo sé que eso sí lo recuerdas. —Thomas.
Lo pronunció con voz ausente pues sus pensamientos habían tomado otra dirección. Si el chico estaba en lo cierto, él acababa de descubrir una conexión con el resto de los Habitantes. Un patrón común en la pérdida de la memoria. Todos se acordaban de sus nombres. ¿Por qué no de los de sus padres? ¿O el de algún amigo? ¿O de sus apellidos?
-Encantado de conocerte, Thomas -dijo Chuck—. Quédate tranquilo que yo me ocuparé de ti. Hace justo un mes que estoy aquí y conozco el lugar como la palma de mi mano. Puedes contar conmigo, ¿de acuerdo?
Estaba llegando a la puerta delantera de la choza, donde permanecía reunido el grupito de chicos, cuando lo asaltó un súbito arrebato de rabia. Se dio vuelta y enfrentó a Chuck.
-No puedes ni explicarme lo que pasa. Yo no llamaría a eso ocuparse de mí —dijo. Luego le dio la espalda y se dirigió a la puerta, intentando buscar respuestas allí adentro. No tenía idea de dónde habían surgido repentinamente el valor y la determinación.
El niño se encogió de hombros.
—Nada de lo que yo diga te hará sentir mejor —dijo—. En realidad, todavía sigo siendo un Novato. Pero puedo ser tu amigo... —No necesito amigos —lo interrumpió.
Se dirigió a la puerta -una horrible tabla de madera descolorida-, la abrió de un empujón y vio a varios chicos de rostros impasibles al pie de una escalera desvencijada, que tenía los escalones y el barandal retorcidos y ladeados en distintas direcciones. Las paredes del vestíbulo y el pasillo estaban cubiertas con un papel tapiz oscuro, despegado en varias partes. Los únicos adornos a la vista eran un florero polvoriento sobre una mesa de tres patas y la fotografía en blanco y negro de una anciana con un anticuado vestido blanco. Le pareció recordar una casa embrujada de alguna película de terror. Hasta faltaban tablas de madera en el piso.
El lugar apestaba a polvo y moho, un gran contraste con los agradables olores del exterior. Luces fluorescentes parpadeaban desde el techo. Todavía no lo había pensado, pero debía cuestionarse de dónde vendría la electricidad en un lugar como ése. Observó a la vieja mujer de la foto. ¿Habría vivido alguna vez ahí, cuidando a esa gente?
—Hey, miren, llegó el Novato —exclamó uno de los muchachos mayores. Con un sobresalto, descubrió que era el chico de pelo negro que le había echado esa mirada mortífera un rato antes. Tendría unos quince años, era alto y delgado. Su nariz era del tamaño de un puño pequeño y parecía una papa deforme—. Este larcho seguro que se hizo plopus encima cuando escuchó al pequeño Benny chillar como una niña. ¿Necesitas cambiarte el pañal, shank?
—Mi nombre es Thomas.
Debía alejarse de ese tipo. Sin una palabra más, se encaminó hacia la escalera, sólo porque se encontraba cerca y no tenía idea de qué hacer o qué decir. Pero el matón se colocó delante de él, con una mano en alto.
—Detente ahí, garlopo —le advirtió, apuntando el pulgar hacia el piso de arriba—. A los Novatos no se les permite ver a alguien que... fue llevado. Newt y Alby lo prohibieron.
—¿Qué te pasa? —le preguntó, haciendo un esfuerzo por no mostrar miedo en su voz y tratando de no pensar qué había querido decir con llevado—. Ni siquiera sé dónde estoy. Sólo necesito un poco de ayuda.
—Escúchame, Nuevito —agregó el bravucón, mientras arrugaba la cara y se cruzaba de brazos—. Yo te he visto antes. Hay algo que me huele mal de tu llegada aquí y voy a averiguar qué es.
Una oleada de calor corrió por las venas de Thomas.
—Yo no te he visto nunca en mi vida. No tengo idea de quién eres y no me importa en absoluto —le lanzó como una escupida. Pero, francamente, ¿cómo podría saberlo? ¿Y cómo podía ser que ese chico se acordara de él?
El muchacho rio con disimulo. Una carcajada corta, más un resoplido lleno de flema. Luego su cara se puso seria y juntó las cejas.
—Te he... visto, miertero. No muchos por aquí pueden decir que fueron pinchados —le advirtió, apuntando hacia arriba—. Yo puedo. Sé por lo que está pasando el pequeño Benny. Yo estuve en su lugar y te vi durante la Transformación.
Se estiró y le dio un codazo en el pecho.
-Y te apuesto la primera comida que te dé Sartén que Benny dirá que también te vio.
Thomas le sostuvo la mirada pero decidió no decir nada. El pánico lo consumió de nuevo. ¿En algún momento las cosas dejarían de empeorar?
-¿Ya te mojaste los pantalones con esto de los Penitentes? -continuó el chico con una sonrisita sarcástica—. ¿Estás un poco asustado ahora? No quieres que te pinchen, ¿verdad?
Otra vez esa palabra. Pinchar. Trató de no pensar en eso y señaló hacia arriba de la escalera, de donde venían los gemidos del enfermo que resonaban por todo el edificio.
-Si Newt está allá arriba, quiero hablar con él.
El muchacho no dijo nada. Lo miró atentamente durante varios segundos y después sacudió la cabeza.
-¿Sabes qué? Tienes razón, Tommy. No debería ser tan malo con los Novatos. Ve nomás. Estoy seguro de que Alby y Newt te van a poner al tanto de todo. En serio, sube. Lo siento.
Le dio un golpecito en el hombro y luego retrocedió apuntando hacia arriba. Pero él sabía que el chico tramaba algo. Perder parte de tu memoria no te convertía en un idiota.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Thomas, haciendo tiempo mientras decidía si debía subir o no.
-Gally. Y no te dejes engañar. Yo soy el verdadero líder aquí y no los dos larchos viejos de arriba. Yo. Si quieres, puedes llamarme Capitán Gally.
Sonrió por primera vez. Los dientes hacían juego con la nariz: le faltaban dos o tres y ninguno era ni remotamente blanco. Lanzó una bocanada de aire y el aliento alcanzó a Thomas. El olor le trajo un horrible recuerdo que no pudo precisar y le vinieron náuseas.
—Muy bien —dijo, tan harto del tipo que sentía ganas de gritar y darle un golpe en la cara-. Será Capitán Gally, entonces.
Hizo un saludo exagerado, sintiendo una ola de adrenalina, ya que sabía que acababa de traspasar un límite.
Unas risitas escaparon del grupo de chicos y Gally se puso colorado. Cuando Thomas desvió la vista hacia él, notó que tenía el entrecejo fruncido y la nariz arrugada por el odio.
—Ya sube y aléjate de mí, shank —le advirtió, señalando hacia las escaleras, pero sin quitarle la mirada.
—Perfecto —exclamó Thomas.
Echó un vistazo a su alrededor una vez más. Estaba avergonzado, confundido y enojado. Sintió que la sangre le inundaba el rostro. Nadie hizo nada para impedir que acatara el pedido de Gally excepto Chuck, que tenía una expresión de temor.
—No deberías hacerlo —intervino—. Eres un Novato, no puedes ir con ellos.
—Vamos -dijo Gally con una sonrisita burlona—, sólo sube.
Ya estaba arrepentido de haber entrado en el edificio, pero sí quería volver a hablar con ese tipo llamado Newt.
Comenzó a subir las escaleras. Los peldaños crujían bajo su peso. De no ser por la situación tan violenta que estaba dejando atrás, seguramente se habría detenido por temor a caerse de esas viejas maderas. Pero siguió ascendiendo, sobresaltándose a cada paso. Los escalones terminaban en un descanso. Dobló a la izquierda y se encontró con un pasillo con barandal que conducía a varias habitaciones. Sólo una de ellas dejaba pasar luz por debajo de la puerta.
—La Transformación —gritó Gally desde abajo-. ¡Te llegará en cualquier momento, garlopo!
Como si de repente la burla le hubiera disparado la valentía, se dirigió hacia la puerta iluminada, sin prestar atención a los ruidos de las tablas ni a las risas que venían de abajo. Ignorando también la avalancha de palabras que no entendía y sofocando los espantosos sentimientos que le provocaban, estiró la mano, presionó la manija de bronce y abrió la puerta.
Dentro de la habitación, Newt y Alby estaban inclinados sobre alguien tendido en una cama.
Se acercó para descubrir qué era todo ese escándalo, pero cuando pudo ver bien el estado del paciente, el corazón se le congeló. Tuvo que reprimir las ganas de vomitar.
La imagen fue rápida —sólo unos pocos segundos—, pero suficiente para que se le fijara en su memoria para siempre. Una figura pálida y agonizante, con el pecho descubierto y enfermo, se retorcía de dolor. Las venas verdosas tejían una red a través de su cuerpo, como cuerdas debajo de la piel. Estaba lleno de moretones color púrpura y de arañazos. Los ojos inyectados en sangre se movían con desesperación de un lado a otro.
La visión ya había quedado impresa en la mente de Thomas cuando Alby, de un salto, bloqueó su mirada pero no los gemidos y los aullidos. Lo empujó fuera de la habitación y luego cerró la puerta de un golpe detrás de ellos.
—¡¿Qué estás haciendo aquí arriba, Nuevito?! —le gritó, hecho una furia.
El valor se desvaneció.
—Yo... eh... quería algunas respuestas —murmuró, pero no logró darle fuerza a sus palabras. Ya no podía más. ¿Qué le pasaba a ese chico? Se apoyó contra el barandal del pasillo y miró al piso, sin saber qué hacer.
—¡Saca tus sucios pies de aquí ahora mismo! —le ordenó el líder—. Chuck te ayudará. Si te veo otra vez antes de mañana, eres hombre muerto. Yo mismo te arrojaré por el Acantilado, ¿captaste?
De pronto se sintió humillado y asustado, como si tuviera el tamaño de una rata. Sin decir una palabra, pasó delante del chico y bajó las escaleras ruinosas tan rápido como pudo. Evitando las miradas de todos los que estaban abajo especialmente la de Gally—, tomó a Chuck del brazo y atravesó la puerta.
Detestaba a toda esa gente, excepto a Chuck.
—Sácame de aquí —le dijo. En ese momento se dio cuenta de que él era, posiblemente, su único amigo.
—No hay problema —contestó con voz alegre, fascinado de que alguien lo necesitara—. Pero primero tenemos que visitar a Sartén.
—No sé si podré volver a comer alguna vez. No después de lo que acabo de ver.
-Sí podrás. Ve al mismo árbol de antes. Nos encontraremos allí en diez minutos.
Feliz de alejarse de la casa, Thomas se marchó hacia el lugar convenido. Sólo había estado en el Área un corto tiempo y ya quería irse. Deseó fervientemente poder recordar algo de su vida anterior. Cualquier cosa. Su mamá, su papá, un amigo, la escuela, algún pasatiempo. Una chica.
Parpadeó varias veces con fuerza, tratando de sacarse de la cabeza la imagen de lo que había visto en la choza.
La Transformación. Gally lo había llamado así.
Aunque hacía calor, sintió nuevamente un escalofrío.

CAPITULO 4
Thomas se recostó contra el árbol mientras esperaba a Chuck. Recorrió con la vista el recinto del Área, ese nuevo espacio de alucinación donde parecía destinado a vivir. Las sombras de los muros se habían alargado notablemente, y ya trepaban por los bordes de las fachadas cubiertas de hiedra del otro lado.
Al menos, eso lo ayudó a orientarse: el edificio de madera se ubicaba en la esquina noroeste, entre las tinieblas que se oscurecían cada vez más. El bosquecillo se encontraba al suroeste.
La zona de la granja, donde todavía se veía a unos pocos trabajadores entre los cultivos, se extendía por toda la parte noreste del Área. Los animales estaban en el rincón sureste, mugiendo, aullando y cacareando.
Justo a la mitad del patio, el enorme agujero de la Caja seguía abierto, como invitándolo a saltar en él e irse a su casa. Cerca de allí, unos seis metros hacia el sur, había un edificio bajo, de toscos bloques de concreto, sin ventanas y con una amenazadora puerta de hierro como única entrada. Tenía una gran manija redonda que parecía una rueda de acero, como las que hay en los submarinos. A pesar de lo que había visto hacía un rato, no sabía qué sensación era más fuerte: la curiosidad por saber qué había adentro o el miedo de descubrirlo.
Estaba por examinar las enormes aberturas en la mitad de las paredes del Área, cuando llegó Chuck con sandwiches, manzanas y dos vasos metálicos con agua. Una profunda sensación de consuelo se apoderó de él: no estaba totalmente solo en ese lugar.
—Sartén no se mostró muy feliz al verme asaltar la cocina antes de la hora de la cena —aclaró, sentándose al lado del árbol y haciéndole una seña para que lo imitara. Tomó un sandwich pero luego dudó al recordar la imagen espeluznante y monstruosa de lo que había visto en la choza. Sin embargo, pronto el hambre ganó la partida y le dio un gran mordisco. El maravilloso gusto del jamón, el queso y la mayonesa inundaron su paladar.
—Ay, güey —masculló con la boca llena—. Estaba muerto de hambre.
—Te lo dije —repuso Chuck, y atacó su propio sandwich.
Después de un par de bocados, Thomas por fin se atrevió a hacer la pregunta que lo estaba atormentando.
—¿Cuál es realmente el problema del tal Ben? Ya ni siquiera tiene aspecto humano.
—No sé —murmuró el gordito distraídamente—. No lo vi.
Se dio cuenta de que el chico no era sincero, pero decidió no presionarlo.
—Bueno, créeme, es mejor que no lo veas.
Siguió comiendo, mordisqueando una manzana, mientras analizaba las grietas profundas de los muros. Aunque no podía ver bien desde donde se encontraba, había algo raro en los bordes de las piedras que estaban en las salidas hacia los pasillos del exterior. Tuvo una inquietante sensación de vértigo al mirar las altísimas paredes, como si estuviera suspendido arriba de ellas en vez de estar sentado en la base.
-¿Qué hay allí afuera? -preguntó-. ¿Acaso esto es parte de un gran castillo o algo parecido?
Chuck titubeó. Se le veía incómodo.
—Humm, yo nunca salí del Área.
Thomas se mantuvo en silencio durante algunos segundos.
—Estás escondiendo algo -repuso por fin, mientras terminaba el último bocado y bebía un largo trago de agua. La frustración de no recibir respuestas de nadie comenzaba a destrozarle los nervios. Y saber que, aun si realmente le contestaran, podrían no estar diciéndole la verdad sólo lo hacía sentirse peor—. ¿Por qué son tan misteriosos?
—Lo que ocurre es que las cosas son muy extrañas por aquí, y la mayoría de nosotros no sabe todo. Ni la mitad de todo.
Le molestaba que Chuck no pareciera preocupado por lo que acababa de decir, que le resultara indiferente que le hubiesen arrebatado su propia vida. ¿Qué problema tenía esa gente? Se puso de pie y comenzó a caminar hacia la abertura del este.
—Bueno, nadie dijo que no podía dar una vuelta por los alrededores.
Tenía que averiguar algo o se volvería loco.
—¡Hey, espera! —gritó Chuck, corriendo tras él—.Ten cuidado, que están por cerrarse —agregó, muy agitado. —¿Cerrarse? —repitió—. ¿Qué estás diciendo? —Las Puertas, larcho. —¿Puertas? No veo ninguna puerta.
Se dio cuenta de que Chuck no estaba inventando nada. Había algo obvio que se le estaba escapando. Una rara inquietud lo embargó y, sin pensarlo, redujo el paso. Ya no estaba tan interesado en llegar hasta los muros.
—¿Cómo llamarías a esas grandes aberturas? —preguntó Chuck, señalando los enormes huecos de gran altura de las paredes. Se encontraban a sólo diez metros de distancia.
—Yo las llamaría grandes aberturas -respondió Thomas, buscando contrarrestar su inquietud con sarcasmo, aunque sabía que no le estaba dando resultado.
—Bueno, son Puertas y se cierran todas las noches.
Se detuvo, creyendo que Chuck estaba equivocado. Miró hacia arriba, hacia cada lado, examinó los inmensos bloques de piedra, y entonces el desasosiego se convirtió en terror.
—¿Qué quieres decir con eso de que se cierran?
—Puedes comprobarlo por ti mismo en un minuto. Los Corredores regresarán pronto, y entonces esos grandes muros se van a mover hasta que los huecos queden cerrados.
—Estás enfermo de la cabeza —exclamó Thomas. No se imaginaba cómo esas gigantescas paredes pudieran ser movibles. Se sentía tan seguro de eso que se relajó, pensando que Chuck le estaba haciendo una broma.
Llegaron al inmenso hueco que conducía al exterior.
—Ésta es la Puerta del Este —explicó Chuck, como quien muestra con orgullo una obra de arte de su creación.
Thomas apenas lo escuchaba; estaba sorprendido por las dimensiones que tenía todo eso, visto de cerca. La abertura en la pared tendría unos seis metros de ancho y se elevaba hasta una gran altura. Los bordes eran lisos, a excepción de un extraño diseño que tenía en ambas partes. En el lado izquierdo de la Puerta del Este había profundos orificios de varios centímetros de diámetro cavados en la roca, dispuestos a treinta centímetros de distancia entre sí. Comenzaban cerca del suelo y seguían hasta arriba de todo.
En el lado derecho, unos conos, también de varios centímetros de diámetro y unos treinta de largo, sobresalían del borde del muro, situados de la misma forma que los agujeros que se encontraban en el lado de enfrente. La finalidad era obvia.
—¿No estás bromeando? —preguntó, sintiendo que el miedo lo invadía nuevamente—. ¿Entonces no te estabas burlando de mí? ¿Los muros se mueven de verdad?
—¿Por qué iba a inventar algo así?
Le resultaba muy difícil imaginar algo semejante.
—No sé. Yo creí que habría una puerta que se cerraba o una pequeña pared que se deslizaba desde adentro de la grande. ¿Cómo puede ser que estas paredes se muevan? Son inmensas y dan la impresión de llevar aquí miles de años.
La idea de que esas moles se cerraran y lo dejaran atrapado dentro del Área era totalmente aterradora.
Chuck levantó los brazos en señal de clara frustración.
-Qué sé yo. Se mueven y listo. Hacen un chirrido que te rompe los oídos. Lo mismo ocurre afuera, en el Laberinto: esos muros también se deslizan todas las noches.
Sorprendido ante el nuevo dato, se volteó bruscamente.
-¿Qué acabas de decir?
-¿Eh?
—Acabas de llamarlo Laberinto. Dijiste: "lo mismo ocurre afuera, en el Laberinto".
Chuck se puso todo colorado.
—No hablo más contigo. Se acabó la charla.
Caminó de regreso hacia el árbol en donde estaban antes.
Thomas lo ignoró. Estaba más interesado que nunca en lo que sucedía afuera del Área. ¿Un Laberinto? Delante de él, a través de la Puerta del Este, podía divisar pasadizos que se dirigían hacia la izquierda, hacia la derecha y hacia delante. Las paredes de los pasillos eran similares a las que rodeaban al Área y el piso estaba hecho de los mismos enormes bloques de piedra del patio. La hiedra parecía mucho más densa allá afuera. A la distancia, más huecos en los muros conducían a otros senderos y más lejos, a unos cien metros, el pasadizo que iba hacia delante terminaba en un callejón sin salida.
—Parece un Laberinto —susurró Thomas, riéndose en su interior, como si todo no fuera ya suficientemente raro. Habían borrado su memoria y lo habían puesto dentro de un inmenso Laberinto. De tan alucinante que era todo, resultaba gracioso.
El corazón le dio un vuelco cuando vio que un muchacho salía inesperadamente de uno de los callejones de la derecha y avanzaba hacia él por el pasillo principal. Estaba cubierto de sudor, tenía la cara roja y la ropa pegada al cuerpo. Al ingresar al Área, le echó una mirada rápida a Thomas y se dirigió directamente hacia el edificio más bajo, ubicado cerca de la Caja.
Clavó los ojos en el exhausto Corredor, sin saber por qué ese nuevo suceso lo asombraba tanto. ¿Por qué no habrían de salir a explorar el Laberinto? Luego se dio cuenta de que había más chicos entrando por las otras tres aberturas del Área, todos tan agotados como el que acababa de pasar corriendo junto a él. No podía haber nada bueno allá afuera si volvían en esas condiciones.
Observó con curiosidad el encuentro delante de la gran puerta de hierro del pequeño edificio. Uno de ellos giró la manivela oxidada, gruñendo por el esfuerzo. Chuck había dicho antes algo acerca de unos Corredores. ¿Qué habrán estado haciendo allí afuera?, pensó
La puerta finalmente se destrabó y, con un ruido ensordecedor de metal contra metal, el chico la abrió por completo. Desaparecieron en el interior, cerrándola con un gran golpe. Thomas miraba todo mientras su mente se afanaba por encontrar alguna posible explicación a lo que acababa de suceder. No se le ocurrió nada, pero había algo en ese edificio viejo y horripilante que le ponía los pelos de punta y le producía un inquietante escalofrío.
Alguien lo jaló de la manga, sacándolo de sus pensamientos: Chuck había regresado.
Antes de que pudiera reflexionar, las preguntas brotaron de su boca.
—¿Quiénes son esos tipos y qué estaban haciendo? ¿Qué hay dentro de ese edificio? —exclamó sin detenerse, mientras giraba señalando la Puerta del Este—. ¿Y por qué viven todos ustedes dentro de un maldito Laberinto?
La insoportable presión de la incertidumbre le taladraba la cabeza.
—No voy a decir una palabra más —contestó Chuck, con una autoridad desconocida en su voz—. Creo que debes ir a la cama temprano, necesitas dormir. Ah —se detuvo, levantó un dedo y aguzó el oído—, está por ocurrir.
—¿Qué cosa? —preguntó, pensando que era un poco extraño que, de pronto, Chuck actuara como un adulto en vez de ser el niño-desesperado-por-tener-un-amigo de hacía un momento.
Se escuchó un gran estruendo, seguido de horribles chirridos y crujidos. Retrocedió dando traspiés y cayó al suelo. Parecía que la tierra temblaba. Miró a su alrededor con pánico: los muros se estaban cerrando de verdad, dejándolo atrapado dentro del Área. Lo invadió una sensación de claustrofobia que comprimió sus pulmones, como si se llenaran de agua.
—Tranquilo, Nuevito —le gritó Chuck por encima del ruido—. ¡Son sólo los muros!
Estaba tan fascinado y sacudido por el cierre de las Puertas que apenas lo oyó. Se puso de pie y dio unos pocos pasos temblorosos hacia atrás para observar mejor, pues le resultaba muy difícil creer lo que estaba viendo.
La enorme pared de piedra situada a su derecha parecía desafiar tenias las leyes de la física al deslizarse por el suelo lanzando chispas y polvo. El crujido le hizo vibrar los huesos. Descubrió que sólo esa pared se movía; se dirigía hacia la izquierda, lista para cerrarse herméticamente una vez que encajaran los conos en los orificios taladrados de la otra pared. Echó una mirada hacia las otras aberturas. Sentía que su cabeza giraba más rápido que el cuerpo y que su estómago se sacudía por el mareo y el vértigo. En los cuatro lados del Área se movían los muros de la derecha hacia la izquierda, clausurando el hueco de las Puertas.
Imposible, pensó. ¿Cómo pueden hacer eso? Reprimió el impulso de correr hacia allá, deslizarse por los bloques de roca antes de que se cerraran por completo y huir al exterior. Pero el sentido común triunfó: el Laberinto contenía más misterios que el interior del Área.
Trató de imaginarse cómo funcionaba toda esa estructura: gigantescos muros de piedra de cientos de metros de altura se movían como si fueran puertas corredizas de vidrio. Una imagen de su pasado apareció fugazmente en sus pensamientos. Hizo un esfuerzo por retener el recuerdo y completarlo con rostros, nombres, algún lugar, pero se desvaneció en la oscuridad. Una punzada de tristeza se arremolinó junto a sus otras emociones.
Observó que la pared de la derecha llegaba al final de su viaje y las salientes entraban de forma impecable. El estrépito final resonó como un eco a través del Área mientras las cuatro Puertas quedaban cerradas por completo durante la noche. Thomas sintió todavía algo de temor y una ráfaga de vértigo. Luego todo desapareció.
Una asombrosa sensación de calma tranquilizó sus nervios y lanzó un largo suspiro de alivio.
—¡Guau! —exclamó, abrumado por todo lo que había presenciado.
—"No pasa nada", como diría Alby —murmuró Chuck—. Con el tiempo, te acostumbrarás.
Miró a su alrededor una vez más. La atmósfera del lugar había cambiado por completo ahora que los muros ya no mostraban ninguna salida.
Trató de imaginarse la finalidad de semejante cosa, y no supo cuál de las conjeturas era peor: que ellos se habían quedado encerrados allí adentro o que los protegían así de algo que se encontraba en el exterior. La idea acabó con el breve momento de calma, removiendo en su mente un millón de posibilidades —todas ellas terroríficas— sobre lo que podría vivir afuera, en el Laberinto. El temor lo paralizó de nuevo.
—Vamos —le dijo Chuck-. Hazme caso. Cuando llega la noche, no hay nada mejor que estar en la cama.
Thomas comprendió que no tenía otra opción. Hizo todo lo que pudo para liberarse de aquello que lo oprimía y lo siguió.


CAPITULO 5
Terminaron cerca de la parte de atrás de la Finca —así fue como Chuck llamó a esa estructura inclinada de madera y ventanas—, en una sombra oscura entre el edificio y la pared de piedra que estaba detrás.
—¿Adónde vamos? —preguntó Thomas, todavía agobiado por la imagen de aquellos muros cerrándose. Seguía pensando en el Laberinto, lo invadían la confusión y el miedo. Se obligó a serenar la mente o se volvería loco—. Si estás esperando el beso de las buenas noches, más vale que lo olvides —bromeó, creyendo que el humor agregaría algo de normalidad a la situación. Chuck estaba muy atento. -Cállate la boca y quédate cerca.
Respiró con fuerza y levantó los hombros antes de seguir al chico por la parte trasera del edificio. Anduvieron de puntillas hasta que llegaron a una ventana pequeña y llena de polvo, de la cual salía un débil rayo de luz que brillaba sobre la piedra y la enredadera. Escuchó a alguien que se movía en el interior.
—El baño —susurró Chuck.
-¿Y?
Una ola de malestar recorrió su piel.
—Me encanta hacerle esto a la gente. Me produce un gran placer antes de irme a dormir.
—¿Hacer qué? -preguntó, sospechando que Chuck tramaba algo—. Quizás yo debería...
-¡Shh!
Sin hacer ruido, el chico trepó a una gran caja de madera, colocada justo debajo de la ventana y se agachó para que su cabeza no se viera desde el interior. Luego estiró la mano y dio unos golpecitos en el vidrio.
—Esto es una estupidez —murmuró. No podía haber elegido un peor momento para hacer una broma: seguro que Newt o Alby estaban allí adentro—. No quiero meterme en problemas. ¡Acabo de llegar!
Chuck se tapó la boca con la mano para reprimir la risa y golpeó la ventana otra vez, ignorando la solicitud de Thomas.
Una sombra pasó delante de la luz y luego la ventana se abrió. Thomas se escondió de un salto, pegándose con fuerza contra el edificio. No podía creer que se había dejado arrastrar por Chuck para burlarse de alguien. Por el momento, estaba fuera del ángulo de visión de la ventana, pero sabía que, si la persona que estaba dentro asomaba la cabeza, estarían perdidos.
—¿Quién anda ahí? -vociferó el chico del baño, con voz áspera e irritada. Thomas tuvo que contener un grito al darse cuenta de que era Gally Ya conocía muy bien esa voz.
Sin aviso previo, Chuck asomó la cabeza por la ventana y gritó con todas sus fuerzas. Un ruido fuerte en el interior confirmó que la broma Había sido un éxito, y la letanía de malas palabras que siguió reveló que la víctima no se había quedado muy feliz con el chiste. Thomas sintió una mezcla de horror y vergüenza.
—¡Te voy a matar, garlopo! —gritó Gally, pero el bromista ya había saltado de la caja y corría hacia el Área.
Thomas se quedó congelado cuando escuchó que el chico abría la puerta y se lanzaba a toda velocidad fuera del baño. Apenas logró salir de su aturdimiento, se encaminó a toda prisa detrás de su nuevo —y único— amigo. En el momento justo de doblar la esquina, surgió Gally de la Finca gritando, como una bestia feroz que anda suelta.
Enseguida lo divisó.
—¡Ven aquí! —le ordenó.
Su corazón sucumbió del susto. Todo indicaba que recibiría un golpe. Yo no fui. Te lo juro —le dijo, aunque, evaluando el tamaño del muchacho, comprendió que no tenía por qué estar tan aterrorizado. Gally no era tan grande después de todo. Podía enfrentarlo si era necesario.
—¿No fuiste tú? —gruñó, acercándose despacio hasta quedar frente a él—. ¿Entonces cómo sabes que hubo algo que no hiciste?
Thomas no respondió. Se sentía muy molesto pero ya no estaba asustado como antes.
—¿Te crees que soy idiota, Nuevito? —le dijo con ferocidad—. Vi la cara regordeta de Chuck en la ventana —y señaló con el dedo hacia el pecho de Thomas—. Pero es mejor que decidas ahora mismo a quiénes quieres como amigos y a quiénes como enemigos, ¿me oyes? Una broma más como ésa, y no me importa que sea idea tuya o no, va a correr sangre. ¿Me captas?
Antes de que pudiera contestar, Gally ya se estaba alejando.
Lo único que Thomas quería era que todo ese episodio terminara de una vez.
—Perdón "-masculló con una mueca de disgusto por lo tonta que había sonado la disculpa.
—Yo te conozco —agregó Gally, sin mirar atrás—. Te vi durante la Transformación y voy a averiguar quién eres.
Observó que el matón desaparecía dentro de la Finca. No podía recordar demasiado, pero algo le decía que nunca alguien le había desagradado tanto. Estaba sorprendido de cuánto odiaba a ese tipo. Realmente lo detestaba. Cuando dio media vuelta para irse, se encontró con Chuck, que miraba fijamente al piso, avergonzado.
—Muchas gracias, amigo.
—Lo lamento. Si hubiera sabido que se trataba de Gally, te aseguro que nunca lo habría hecho.
Entonces Thomas rio, lo cual lo dejó totalmente asombrado. Una hora antes, hubiera jurado que nunca más escucharía semejante sonido salir de su boca.
Chuck lo observó atentamente e hizo una mueca incómoda.
-¿Qué?
Thomas le dio una palmada en la cabeza.
—No lo lamentes. El... larcho se lo merecía, y eso que ni siquiera sé todavía qué es un larcho. Estuvo increíble. —De pronto se sintió mucho mejor,
Un par de horas después, estaba acostado en una bolsa de dormir al lado de Chuck, sobre una cama de hierba cercana a los jardines. Era un vasto terreno con césped que él no había notado antes, y muchos del grupo lo utilizaban como lugar para pasar la noche. Pensó que eso era extraño, pero parecía que no había espacio suficiente dentro de la Finca. Al menos estaba cálido, lo cual hizo que se preguntara por millonésima vez dónde se encontraban. A su mente le resultaba muy difícil recordar nombres de lugares, países, gobernantes o cómo era la estructura del mundo. Ninguno de los Habitantes tenía la menor idea; y si la tenían, no estaban dispuestos a compartirla.
Se quedó allí echado en silencio, mirando las estrellas, arrullado por el suave murmullo de las conversaciones que se escuchaban por el Área. El sueño estaba a kilómetros de distancia y no podía sacarse de encima la desesperanza que consumía su cuerpo y su mente. La alegría pasajera de la broma de Chuck se había desvanecido. Había sido un día extraño e interminable.
Era todo tan... raro. Se acordaba de muchos detalles de la vida: la comida, la ropa, estudiar, jugar, conceptos generales de la organización del universo. Pero cualquier dato específico y personal que conformara un recuerdo real y completo había sido borrado de alguna forma que desconocía. Era como mirar una imagen a través de un vidrio empañado. Más que nada, se sentía triste.
Chuck interrumpió sus pensamientos.
—Bueno, Nuevito, sobreviviste al Primer Día.
—Apenas.
Ahora no, quería decirle, no estoy con ánimo.
Su compañero se incorporó y se apoyó sobre el codo.
—Aprenderás mucho en un par de días y te acostumbrarás al funcionamiento de este lugar. ¿Va?
—Humm... sí, va, supongo. ¿De dónde habrán sacado todas esas frases y palabras extrañas? —parecía que hubieran tomado otro idioma y lo hubieran unido con el propio.
Chuck pareció desmoronarse. No sé. No olvides que hace sólo un mes que estoy aquí.
Se puso a pensar en Chuck, si sabría más de lo que decía. Era un chico peculiar, gracioso y parecía inocente, pero... Era tan misterioso como todo en el Área.
Pasaron unos minutos, sintió que el largo día finalmente lo vencía. Cuando el sueño empezaba a invadirlo, un pensamiento inesperado brotó en su cabeza, como metido a empujones, y no estaba seguro de saber de dónde provenía.
De repente, el Área, los muros, el Laberinto, todo le resultó... conocido. Cómodo. Una ola de calidez se extendió por su pecho y, por primera vez desde su llegada, no sintió que ése fuera el peor lugar del universo. Se calmó, sus ojos se agrandaron, la respiración se detuvo por un momento prolongado. ¿Que acaba de pasar?, pensó. ¿Qué cambió? La sensación de que las cosas iban a estar bien, irónicamente, lo inquietó un poco.
Sin entender bien cómo, sabía lo que tenía que hacer. El descubrimiento era raro y familiar a la vez, y parecía ser lo correcto.
—Quiero ser uno de esos tipos que van allá afuera —dijo en voz alta, sin saber si Chuck estaba todavía despierto-. Adentro del Laberinto.
-¿Qué? —fue la respuesta de Chuck, con un dejo de enojo en la voz.
—Los Corredores —respondió, deseando saber de dónde venía todo eso-. Sea lo que sea que estén haciendo ahí, yo también quiero ser parte de eso.
—No tienes la más mínima idea de lo que estás diciendo -gruñó Chuck, mirando hacia el otro lado—. Duérmete.
Thomas sintió renacer su confianza, aunque realmente no sabía lo que decía.
—Quiero ser Corredor.
Chuck se volteó otra vez y se apoyó en el codo. —Puedes ir olvidándote de esa tontería en este instante. Le sorprendió la respuesta del chico, pero volvió a la carga. —No trates de...
—Thomas. Nuevito. Amigo mío. Olvídalo.
—Mañana le voy a contar a