CAPITULO11
Thomas pensó que Ben no se había recuperado del todo desde la última vez que lo había visto en la Finca. Vestía sólo pantalones cortos y su piel blanquísima se tensaba sobre sus huesos, como una fina hoja de papel envolviendo un puñado de ramitas. Esas venas verdosas, que latían a lo largo de su cuerpo como si fueran cuerdas, estaban menos marcadas que el día anterior.
De repente, sus ojos inyectados en sangre se posaron en Thomas, como si se tratara de su cena. El pobre lunático se agachó, listo para un nuevo ataque, empuñando un cuchillo en su mano derecha.
A Thomas lo embargó un miedo repugnante; no podía creer lo que estaba sucediendo. -¡Ben!
Miró hacia el lugar de donde provenía la voz y divisó con sorpresa la figura de Alby al borde del cementerio, como un fantasma en medio de las luces que se extinguían. El alivio invadió su cuerpo. El líder sujetaba un gran arco y apuntaba directamente al niño con una flecha lista para matar.
-Ben —repitió-. Detente ahora mismo o éste será tu último día.
Volvió la vista a su atacante, que observaba ferozmente a Alby, mientras se humedecía los labios con la lengua, con movimientos frenéticos. ¿Qué problema tendrá este chico?, pensó. Se había convertido en un monstruo. ¿Por qué?
—Si me matas —chilló, escupiendo baba tan lejos que alcanzó a Thomas en la cara—, tendrás al tipo equivocado —y volvió bruscamente la mirada hacia él—. Este es el larcho al que debes matar —anunció. Su voz era la de un demente.
—No seas estúpido —dijo Alby, con voz calma, mientras seguía apuntando la flecha—. Thomas acaba de llegar, no tienes que preocuparte por él. Todavía estás mal por la Transformación. No debiste abandonar la cama.
-¡Él no es uno de nosotros! -gritó—. Yo lo vi, es... malo. ¡Tenemos que matarlo! ¡Déjame arrancarle las tripas!
Thomas dio un paso hacia atrás sin pensarlo, horrorizado ante las palabras del chico. ¿Qué quería decir con que lo había visto? ¿Por qué pensaba que era malo?
Alby seguía sin mover el arma, con los ojos clavados en Ben.
—Deja que los Encargados y yo decidamos qué hacer, shank —le dijo, mientras sus manos continuaban sosteniendo el arco con total firmeza, como si estuviera apoyado sobre una rama—.Trae tu cuerpo esquelético en este instante hacia aquí y ve a la Finca.
—Él querrá llevarnos a casa -exclamó—.Y sacarnos del Laberinto. ¡Para eso es mejor que nos arrojemos todos por el Acantilado o que nos destrocemos el cráneo unos a otros!
—¿Qué estás diciendo...? —comenzó a decir Thomas.
—¡Cállate! —chilló el niño—. ¡Cierra esa boca asquerosa y traicionera!
-Ben —intervino Alby, pausadamente—.Voy a contar hasta tres.
-Él es malo, malo, malo —susurró, como si rezara, mientras se mecía, y pasaba el cuchillo de una mano a la otra, con los ojos fijos en Thomas.
-Uno...
—Malo, malo, malo, malo, malo... —Ben sonrió. Sus dientes tenían un brillo verdoso bajo la luz pálida.
Thomas quería mirar hacia otro lado, irse de allí, pero estaba hipnotizado por el miedo y no se podía mover.
—Dos... -exclamó Alby, enfatizando con su voz la advertencia,
—Ben –dijo Thomas, tratando de razonar—. Yo no voy... Ni siquiera sé qué...
Con un aullido bestial, el chico dio un salto mientras agitaba la hoja de su cuchillo.
—¡Tres! exclamó Alby.
Se escuchó el chasquido de una cuerda, el silbido de un objeto zumbando por el aire y, por último, un sonido húmedo y nauseabundo que confirmaba que la flecha había dado en el blanco.
La cabeza de Ben se inclinó bruscamente hacia la izquierda y su cuerpo se retorció hasta que aterrizó sobre el estómago. Luego quedó en silencio.
Thomas dio un brinco y caminó con dificultad hasta el cuerpo inmóvil: de la larga asta de la flecha clavada en la mejilla, brotaba sangre, una cantidad mucho menor que la que él había imaginado. En la oscuridad parecía negra, como el aceite. El último movimiento que vio fue un ligero reflejo nervioso del dedo meñique derecho.
Hizo un esfuerzo por no vomitar. ¿Acaso Ben había muerto por su culpa?
—Vamos —dijo Alby-. Los Embolsadores se ocuparán de él mañana.
¿Qué acaba de pasar?, pensó, sintiendo que el mundo daba vueltas a su alrededor. ¿Alguna vez le habré hecho algo a este chico?
Levantó la vista buscando respuestas, pero Alby ya se había ido y sólo quedaba el temblor de una rama como única señal de que alguna vez había pasado por allí.
Al emerger del bosque, apretó los ojos ante la luz enceguecedora del sol. Rengueaba al caminar; el tobillo le dolía terriblemente, aunque no recordaba habérselo lastimado. Apoyaba con cuidado una mano sobre la zona de la mordida, y la otra sujetaba su estómago como si eso fuera a detener las irrefrenables ganas de vomitar. La imagen de la cabeza de Ben apareció en su mente: estaba ladeada de forma antinatural y la sangre brotaba por el asta de la flecha a borbotones, desparramándose por el suelo...
Esa visión fue la gota que faltaba.
Cayó de rodillas junto a uno de los árboles raquíticos en las afueras del bosque y devolvió, en medio de arcadas y escupidas, hasta el último resto de bilis que había en su estómago. Le temblaba todo el cuerpo y parecía que el vómito no acabaría nunca.
Luego, como si su cerebro se estuviera burlando de él, tratando de empeorar las cosas, lo asaltó un pensamiento.
Ya llevaba en el Área unas veinticuatro horas, un día entero. Sólo eso. Y cuántas cosas terribles habían sucedido. Era seguro que a partir de ahora todo empezaría a mejorar.
Esa noche, acostado bajo el cielo estrellado, se preguntó si volvería a dormir alguna vez. Cuando cerraba los ojos, veía el cuerpo monstruoso de Ben saltando sobre él, con el rostro enajenado. Pero aun con los ojos abiertos, seguía escuchando el ruido húmedo de la flecha al incrustarse en la mejilla del niño.
Sabía que no olvidaría nunca esos breves minutos en el cementerio.
-Di algo —insistió Chuck por quinta vez desde que habían dispuesto las bolsas de dormir.
—No —respondió nuevamente.
—Todos saben lo que pasó. Ya ocurrió un par de veces: algún larcho picado por un Penitente se delira y ataca a alguien. No creas que eres especial.
Por primera vez pensó que el chico había pasado de ser ligeramente irritante a intolerable.
—Chuck, puedes estar contento de que no tenga el arco de Alby a mano.
-Sólo estoy jug...
-Cállate y duérmete ya -le exigió. En ese momento, no estaba como para lidiar con él.
Finalmente, el sueño venció a su "amigo" y, a juzgar por el estruendo de ronquidos a través del Área, a los demás también. Algunas horas después, en lo profundo de la noche, él era el único que seguía despierto. Quería llorar, pero no lo hizo. Quería buscar a Alby y darle
un golpe, sin ninguna razón en especial, pero no lo hizo. Quería gritar y patear y escupir y abrir la Caja y saltar en la oscuridad. Pero tampoco lo hizo.
Cerró los ojos, trató de ahuyentar los pensamientos lúgubres y, en un momento dado, se durmió.
A la mañana, Chuck tuvo que llevarlo a rastras de la bolsa de dormir hasta las regaderas y de allí, al vestuario. Se sentía desanimado e indiferente, le dolía la cabeza y el cuerpo le reclamaba seguir durmiendo. El desayuno transcurrió en una nebulosa y, una hora después, no podía recordar que había comido. La acidez de estómago lo estaba matando.
Por lo que pudo ver, la siesta estaba muy mal vista dentro de la actividad en la granja del Área.
Al poco rato, ya se encontraba con Newt frente al establo del Matadero, preparado para su primera sesión de entrenamiento con un Encargado. A pesar de la dura mañana, estaba muy entusiasmado con la idea de aprender más cosas y por la posibilidad de poner su mente en algo que no fuera Ben ni el cementerio. Las vacas mugían, las ovejas balaban y los cerdos gruñían a su alrededor. En algún lugar cercano, un perro ladró. Deseó que Sartén no le diera un nuevo significado a la expresión "perros calientes". Hot dogs, pensó. ¿Cuándo fue la última vez que comí uno? ¿Y con quién?
—Tommy, ¿me estás escuchando?
Despertó de golpe de su aturdimiento y prestó atención a Newt, que hablaba desde hacía quién sabe cuánto tiempo. —¿Eh? Perdona. No pude dormir anoche. El chico esbozó una sonrisa patética.
—En eso tienes razón. Lo de ayer fue gran tortura para ti. Seguramente piensas que soy un larcho cabrón por pretender que te mates trabajando después de un episodio así.
Thomas se encogió de hombros.
—Creo que trabajar es lo mejor que puedo hacer. Lo que sea, con tal de pensar en otra cosa. Esa vez, la sonrisa de Newt fue más genuina.
—Tienes aspecto de ser un tipo inteligente, Tommy. Ésa es una de las razones que nos llevan a mantener este lugar activo y en buen estado. Si estás de vago, te viene la tristeza y empiezas a desmoronarte. Es así de fácil.
Asintió distraídamente, al tiempo que pateaba una piedra por el piso polvoriento y agrietado del Área.
-¿Hay novedades de la chica de ayer? —preguntó fingiendo indiferencia. Si algo había penetrado la niebla de su extensa mañana, había sido pensar en ella. Quería saber más, entender la extraña conexión que los unía.
—Sigue en coma, durmiendo. Los Docs le dan de comer en la boca las sopas que hace Sartén, controlan sus signos vitales y esas cosas. Parece estar bien, sólo que, por ahora, está muerta para el mundo.
—Eso sí fue muy raro —comentó.
De no haber sido por el incidente de Ben, estaba seguro de que tampoco hubiera podido dormir; se habría pasado toda la noche pensando en ella. Quería saber quién era y si realmente la conocía de algún lado.
—Sí —repuso Newt—. Raro es una buena palabra para definirlo, supongo.
Levantó la vista sobre el hombro del muchacho hacia el establo de pintura roja descolorida, dejando a un lado los pensamientos sobre la chica.
-Bueno, ¿por dónde empezamos? ¿Ordeñamos vacas o matamos a algún pobre cerdito?
Newt estalló en una carcajada. Thomas no había escuchado un sonido semejante desde que estaba allí.
—Siempre hacemos empezar a los Novatos por los malditos Carniceros. No te preocupes, cortar las provisiones de Sartén es sólo una parte. Ellos también se ocupan de todo lo que tiene que ver con las bestias.
—Qué lástima que no pueda recordar mi vida anterior. Tal vez me encantaba matar animales.
Era un chiste, pero su compañero no pareció captarlo.
Newt hizo una señal con la cabeza hacia el establo.
—Lo sabrás muy bien para cuando el sol se haya puesto esta noche. Ven, vamos a conocer a Winston. Él es el Encargado.
Winston era bajo y musculoso, con la cara cubierta de acné. Thomas tuvo la sensación de que el chico disfrutaba demasiado de su trabajo. Quizás lo enviaron aquí por ser un asesino serial, pensó.
El Encargado le mostró el lugar durante la primera hora, explicándole qué corral le correspondía a cada animal, dónde estaban los gallineros y todo lo que ocurría dentro del establo. El perro, un molesto labrador negro llamado Ronco, se encariñó de inmediato con él y lo siguió durante toda la visita. Intrigado, le preguntó a Winston de dónde había venido la mascota, y éste le contestó que siempre había estado allí. Parecía que su nombre había sido puesto irónicamente, porque tenía unos ladridos muy agudos que destrozaban los oídos.
Durante la segunda hora, ya entraron de lleno en el trabajo con los animales: darles de comer, limpiar, arreglar un cerco, levantar plopus. Descubrió que usaba cada vez más el vocabulario de los Habitantes del Área.
La tercera hora fue la más difícil para él. Tuvo que observar cómo Winston mataba a un puerco y preparaba las distintas partes para la comida. Cuando llegó el momento de almorzar, se hizo dos promesas: la primera, que su carrera no estaría relacionada con los animales; y la segunda, que nunca más volvería a comer nada que saliera de adentro de un cerdo.
El Carnicero le había dicho que siguiera solo, porque él tenía que continuar trabajando dentro del Matadero, lo cual le pareció bien. Mientras se dirigía a la Puerta del Este, no podía quitarse de la cabeza la imagen de Winston en un rincón oscuro del establo, mordiendo las patas de un cerdo crudo. Ese tipo le ponía la piel de gallina.
En el instante en que pasaba delante de la Caja, vio que alguien ingresaba al Área desde el Laberinto, por la Puerta del Oeste. Era un chico de aspecto asiático, con brazos musculosos y pelo negro corto; parecía ser un poco mayor que él. El Corredor se detuvo, se inclinó y apoyó las manos en las rodillas, respirando con gran esfuerzo. Daba la impresión de que acababa de correr treinta kilómetros: la cara roja, la piel cubierta de sudor y la ropa empapada.
Thomas lo miraba fijamente. Sentía mucha curiosidad, pues todavía no había visto de cerca a un Corredor ni había hablado con ninguno de ellos. Además, basado en lo que había ocurrido en los dos últimos días, éste había regresado varias horas antes de lo habitual. Se aproximó a él, ansioso por conocerlo y hacerle preguntas. Antes de que pudiera armar una frase, el chico se desplomó en el piso.
CAPITULO
12
E1 Corredor estaba tendido en el suelo como un muñeco roto, inmóvil. Thomas se quedó quieto durante unos segundos. La indecisión lo había paralizado: ¿y si le pasaba algo malo? ¿O había sido... picado? ¿Y si...?
Después de un momento, reaccionó de golpe. El muchacho necesitaba ayuda urgente.
—¡Alby! -gritó-. ¡Newt! ¡Que alguien los llame!
Corrió hacia el chico y se arrodilló a su lado.
—Hey, ¿te encuentras bien? —le preguntó. Tenía la cabeza sobre los brazos extendidos y respiraba con dificultad. Estaba consciente, pero se le veía completamente agotado.
—Estoy bien —replicó con balbuceos— ¿Quién eres tú, shank?
—Soy nuevo aquí —repuso. En ese momento se le ocurrió que los Corredores pasaban el día en el Laberinto y no habían presenciado los últimos sucesos. ¿Estaría enterado de lo de la chica? Era probable... seguramente alguien le había contado-. Soy Thomas. Hace sólo dos días que llegué.
El Corredor se irguió hasta quedar sentado, con el pelo negro pegoteado por el sudor.
—Ah, sí —dijo con un resoplido— El Novato. Tú y la chica.
Alby apareció a toda prisa, claramente molesto.
—¿Por qué estás de vuelta, Minho? ¿Qué pasó?
—Tranquila, nena -contestó, recuperándose con rapidez—. Sirve para algo y consígueme un poco de agua. La mochila se me cayó por ahí afuera, en algún lado.
Pero Alby no se movió. Le dio una patada en la pierna, demasiado fuerte para ser en broma.
—¿Qué pasó?
-¡Apenas puedo hablar, miertero! —gritó Minho con voz áspera-. ¡Tráeme algo de beber!
El líder desvió la vista hacia Thomas. Tenía una levísima sombra de sonrisa en su cara, que al instante se convirtió en una mueca de enojo.
—Él es el único larcho que puede hablarme así, sin que le dé una paliza y termine volando por el Acantilado.
Después, ante la mirada sorprendida de Thomas, dio media vuelta y salió corriendo, aparentemente para traerle el agua.
-¿Alby deja que le des órdenes?
Se alzó de hombros y luego se secó el sudor de la frente.
—¿Le tienes miedo a ese payaso? Güey, te queda mucho por aprender.
Malditos Novatos.
El comentario lo lastimó mucho más de lo esperado, teniendo en cuenta que hacía sólo tres minutos que lo conocía.
—¿Acaso no es el líder?
—¿El líder? —repitió con un gruñido que pretendía ser una carcajada—. Puedes llamarlo como quieras. Tal vez deberíamos decirle presidente. No, mejor Almirante Alby. Eso es perfecto -y se frotó los ojos mientras reía.
Thomas no sabía cómo interpretar la conversación. Era difícil saber cuándo hablaba en serio.
—Entonces, ¿quién es el líder?
-Nuevito, mejor deja de hablar si no quieres aumentar tu confusión -dijo, y comenzó a bostezar; luego habló para sí mismo—. ¿Por qué los garlopos siempre vendrán aquí haciendo preguntas estúpidas? Es realmente molesto.
—¿Y qué esperas que hagamos? —exclamó enojado. Como si tú no hubieras hecho lo mismo cuando llegaste, pensó, pero no se atrevió a expresarlo.
—Haz lo que se te dice y mantén la boca cerrada. Eso es lo que yo espero —contestó, mirándolo por primera vez a la cara.
Thomas, inconscientemente, retrocedió unos centímetros. Pero enseguida se dio cuenta de que había cometido un error: no podía dejar que ese tipo pensara que podía hablarle en ese tono. Dio unos pasos hacia atrás apoyándose en las rodillas y lo miró desde arriba.
—Sí, claro. Seguro que eso fue lo que hiciste cuando eras un Novato.
Minho lo observó unos segundos. Luego, le habló otra vez directo a los ojos.
—Yo fui uno de los primeros Habitantes del Área, miertero. Cierra el hocico hasta que sepas lo que estás diciendo.
Con una mezcla de miedo y hartazgo, Thomas comenzó a incorporarse. El chico estiró la mano y le sujetó el brazo.
—Siéntate, güey. Sólo estaba jugando contigo. Es que es muy divertido. Ya lo verás cuando llegue el próximo Novato... —su voz se apagó y arrugó la frente, desconcertado—. Creo que no habrá otro, ¿verdad?
Él le hizo caso, se calmó y volvió a sentarse. Pensó en la chica y en la nota que decía que ella era la última de todos.
—Creo que no.
El Corredor entornó los ojos, como estudiándolo.
—Tú la viste, ¿no es cierto? Todos andan diciendo que es probable que la conozcas o algo así.
—La vi. No me resulta para nada conocida —contestó Thomas, de manera defensiva.
De inmediato, se sintió culpable por no decir la verdad, aunque no fuera una gran mentira.
—¿Está buena?
No se le había ocurrido pensar en ella de esa forma desde que la había visto enloquecer, entregar la nota y pronunciar aquellas palabras: Todo va a cambiar. Pero recordaba lo bonita que era.
—Sí, supongo que está bien.
El chico se inclinó hacia atrás hasta quedar recostado en el suelo y cerró los ojos.
—Sí, por qué no. Si te atraen las chicas en coma —y volvió a sonreír. —Seguro.
No tenía muy claro si Minho le caía bien o no, dado que su personalidad cambiaba a cada momento. Después de una larga pausa, decidió aventurarse.
—Bueno —arriesgó con cautela—. ¿Encontraste algo hoy?
—¿Sabes, Nuevito? Esa es la estupidez más garlopa que podrías preguntarle a un Corredor -replicó, con los ojos muy abiertos—. Pero no hoy.
—¿Qué quieres decir? -insistió, viendo crecer sus esperanzas de obtener información. Una respuesta, pensó. ¡Por favor, al menos una vez!
-Sólo tienes que esperar que regrese nuestro presumido almirante. No me gusta decir las cosas dos veces. Además, tal vez no quiera que te enteres.
Suspiró. La falta de respuesta ciertamente no lo tomaba por sorpresa.
—Bueno, pero al menos cuéntame por qué estás tan cansado. ¿Acaso no haces esto siempre?
Lanzó un gemido mientras se erguía y cruzaba las piernas.
—Sí, Novato. Salgo a correr todos los días. Digamos que me entusiasmé un poco y aceleré de más para llegar antes.
—¿Por qué?
Thomas estaba desesperado por saber qué había pasado en el Laberinto. Minho levantó las manos hacia arriba.
—Ya te lo dije, shank. Paciencia. Hay que esperar al General Alby. Algo en su voz suavizó el golpe y Thomas tomó una decisión. El tipo le caía bien.
—Está bien, me callo. Sólo asegúrate de que me permita escuchar las noticias a mí también.
—Perfecto, Novato. Tú mandas —repuso después de unos segundos.
Alby apareció al rato, trayendo un tazón de plástico lleno de agua y se lo dio a Minho, que se lo bebió todo sin parar.
—Bueno —dijo—, dispara. ¿Qué pasó?
El Corredor arqueó las cejas y lo señaló.
—Todo bien —contestó—. No me preocupa que este larcho escuche. ¡Habla de una vez!
Esperó en silencio mientras Minho se levantaba con esfuerzo haciendo muecas de dolor, con un aspecto que denotaba agotamiento. Hizo equilibrio contra la pared y les echó una mirada fría.
—Encontré uno muerto.
-¿Cómo? -preguntó Alby-. ¿Un qué muerto?
Minho sonrió.
-Un Penitente muerto.
CAPITULO13
Thomas quedó fascinado ante la sola mención de un Penitente. Esos monstruos desagradables le causaban terror, pero se preguntó por qué encontrar uno muerto era tan importante. ¿Acaso nunca había ocurrido antes?
Alby puso cara de asombro.
—Shuck. No es un buen momento para bromas —repuso.
—Mira —contestó Minho—, yo tampoco lo creería si fuera tú. Pero es cierto, lo vi. Uno bien grande y asqueroso.
Está claro que es la primera vez que sucede, pensó.
—Encontraste un Penitente muerto —repitió el líder.
—Sí —dijo, con irritación en la voz—. A unos tres kilómetros de aquí, cerca del Acantilado.
Dirigió la mirada hacia el Laberinto y luego de vuelta a Minho.
—¿Y por qué no lo trajiste de regreso contigo?
Lanzó de nuevo una sonrisa, mitad gruñido, mitad risita tonta.
—¿Estuviste bebiendo esa salsa irresistible de Sartén? Esas cosas deben pesar media tonelada, hermano. Además, no tocaría uno aunque me dieras un pasaje gratis fuera de este lugar.
Alby insistía con las preguntas.
—¿Qué aspecto tenía? ¿Las púas metálicas estaban dentro o fuera del cuerpo? ¿Hizo algún movimiento? ¿Tenía la piel todavía húmeda?
Thomas estaba repleto de interrogantes: ¿Púas metálicas? ¿Piel húmeda? ¿De qué hablan?, pero se contuvo, para no recordarles su presencia. Y que quizás deberían hablar en privado.
—Tranquilo, hombre —respondió—.Tienes que verlo por ti mismo. Es... extraño.
—¿Extraño? —Alby lo miró confundido.
—Mira, estoy exhausto, muerto de hambre e insolado. Pero si quieres transportarlo ahora, es posible que podamos ir y regresar antes de que las Puertas cierren. Alby miró el reloj.
—Mejor esperemos hasta mañana al despertar.
—Es lo más inteligente que has dicho en una semana —concluyó, dándole una palmada en el brazo y dirigiéndose a la Finca con una ligera renguera. Habló por encima de su hombro mientras se arrastraba, con todo el cuerpo adolorido—. Debería volver allá afuera, pero ya no puedo más. Iré a comer un poco del guisado repugnante de Sartén.
Lo invadió la desilusión. Era cierto que Minho realmente merecía un descanso y algo de comer, pero quería saber más. Después Alby se dio vuelta hacia Thomas.
—Si me estás escondiendo algo...
Ya estaba cansado de que lo acusaran de saber cosas. ¿Acaso no era ése el problema? É no sabía nada. Miró al chico directo a los ojos y le hizo una pregunta simple.
—¿Por qué me odias tanto? La reacción fue indescriptible: confusión, enojo, asombro.
—¿Odiarte? Larcho, no has aprendido nada desde que llegaste en esa Caja. Esto no tiene nada que ver con odio, amor, amigos o lo que sea. Lo único que nos importa es sobrevivir. Deja ya tu lado de marica y comienza a usar ese cerebro de garlopo, si es que lo tienes.
Sintió como si hubiera recibido una bofetada.
—Pero,.. ¿por qué sigues acusándome?
—Porque no puede ser una coincidencia, shank. Caes aquí, al día siguiente recibimos a una chica y una nota demente, Ben trata de morderte, apareció un Penitente muerto... Algo está pasando y no voy a descansar hasta que descubra qué es.
—Yo no sé nada -dijo con ardor, sintiendo que le hacía bien descargar el enojo-. Ni siquiera sé dónde estaba hace tres días, mucho menos voy a saber por qué Minho encontró una cosa muerta a la que llaman Penitente. ¡De modo que deja de molestarme!
Alby se inclinó ligeramente hacia atrás y le echó una mirada ausente.
—Tranquis, Nuevito. Madura de una vez y empieza a pensar. Aquí no se trata de acusar a nadie de nada. Pero si te acuerdas de algo, cualquier cosa que te resulte apenas familiar, es mejor que lo digas. Prométemelo.
No lo haré hasta que no tenga una memoria firme, pensó. Y quiera compartirlo.
—Sí, supongo, pero...
-¡Promételo!
Se detuvo, cansado de Alby y de su actitud. —Como quieras —exclamó finalmente-. Lo prometo. Entonces el líder se marchó sin decir una palabra.
Encontró un árbol muy bonito que daba mucha sombra en las Lápidas, al borde del bosque. Sentía terror de volver a trabajar con el Carnicero Winston y sabía que tenía que comer, pero necesitaba estar solo. Se apoyó contra el grueso tronco, deseando que se levantara algo de brisa, pero no ocurrió.
Justo cuando sus párpados comenzaban a cerrarse, apareció Chuck para arruinar la paz y tranquilidad.
—¡Thomas! ¡Thomas! —chilló el niño, corriendo hacia él, con los brazos en alto y la cara iluminada por el entusiasmo.
Se restregó los ojos y refunfuñó. No había nada que quisiera más en el mundo que una siesta de media hora. No levantó la vista hasta que Chuck se detuvo frente a él, con gran agitación.
-¿Qué?
Las palabras brotaron lentamente en medio de su respiración entrecortada. —Ben... no está... muerto.
Cualquier rastro de fatiga que quedara en el organismo de Thomas salió despedido. Se levantó de un salto y lo enfrentó.
—¿Qué?
—No está muerto. Los Embolsadores fueron a buscarlo... la flecha no penetró en el cerebro... y los Docs lo cosieron rápidamente.
Se alejó y miró hacia el bosque, donde apenas la noche anterior había sido agredido por el chico enfermo.
—Tienes que estar bromeando. Yo lo vi...
Lo bombardearon muchas emociones al mismo tiempo: confusión, alivio, miedo de que lo atacara de nuevo...
—Bueno, yo también lo vi —dijo—. Está encerrado en el Cuarto Oscuro con media cabeza vendada.
Volvió a encarar a su amigo.
-El Cuarto Oscuro. ¿Qué quieres decir?
—Es nuestra cárcel. Está al norte de la Finca -respondió, señalando en esa dirección—. Lo arrojaron tan rápido, que los Docs lo tuvieron que emparchar ahí adentro.
Miró hacia abajo y se pasó la mano por el pelo. Cuando se dio cuenta de lo que realmente había en su interior, la culpa se apoderó de él: se había sentido aliviado de que Ben estuviera muerto, de no tener que preocuparse por encontrárselo alguna vez.
—¿Y qué van a hacer con él?
—Esta mañana hubo una Asamblea de los Encargados. Parece que la decisión fue unánime por lo que escuché. Después de todo, creo que hubiera sido mejor que esa flecha entrara en su cerebro larchoso.
Entrecerró los ojos, desconcertado ante las palabras del chico.
—¿De qué estás hablando? —Será desterrado esta noche. Por tratar de matarte.
—Desterrado? ¿Y eso qué significa? -no pudo evitar la pregunta, aunque sabía que no podía ser nada bueno si Chuck pensaba que era peor que estar muerto.
En ese instante, tuvo la sensación más perturbadora desde su llegada al Área. Chuck no contestó, simplemente sonrió. A pesar de todo, a pesar de lo horrible que era esa situación, se rio. Luego salió corriendo, tal vez para contarle a otro las emocionantes noticias.
Esa noche, cuando las primeras luces tenues del crepúsculo se deslizaban sigilosamente por el cielo, Newt y Alby reunieron a todos los Habitantes del Área en la Puerta del Este, media hora antes de que se cerrara. Los Corredores apenas habían regresado y estaban concentrados en la misteriosa Sala de Mapas. Minho ya estaba adentro desde antes. Alby les pidió a todos ellos que se apresuraran con lo que estaban haciendo, pues los necesitaba afuera en veinte minutos.
Thomas seguía muy molesto por la reacción que había tenido Chuck ante la noticia de que Ben sería desterrado. Aunque no sabía qué significaba exactamente, quedaba claro que no era algo agradable. En especial, teniendo en cuenta que el lugar de reunión se encontraba tan cerca del Laberinto. ¿Lo arrojarán allí afuera?, se preguntó. ¿Con los Penitentes?
Los demás Habitantes murmuraban y se podía sentir en el aire el nerviosismo ante la expectativa de que algo espantoso estaba por suceder. Permaneció allí con los brazos cruzados, esperando que empezara el espectáculo. Finalmente, los Corredores salieron del edificio, agotados, con las caras fruncidas de tanto pensar. Como Minho fue el primero en aparecer, pensó que debía ser el Encargado de los Corredores.
—¡Tráiganlo afuera! —gritó Alby.
Mientras Thomas se volteaba buscando algún signo de Ben, la inquietud lo embargó al imaginarse qué haría cuando lo viera.
Desde la parte más lejana de la Finca, aparecieron tres muchachos robustos arrastrando al chico por el suelo. Sus ropas colgaban en jirones y una gruesa venda cubría la mitad de la cara y de la cabeza. Se negaba a bajar los pies o a colaborar, y parecía tan muerto como la última vez que lo había visto. Excepto por una cosa: tenía los ojos abiertos, inundados de terror.
—Newt —dijo Alby, bajando la voz; Thomas no lo habría escuchado de no hallarse muy cerca de él—. Ve a buscar el poste.
El joven se encaminó sin vacilar hacia un pequeño cobertizo de herramientas que se utilizaba para trabajar en los Jardines. Era obvio que había estado esperando la orden.
Volvió a concentrarse en Ben y en los guardias. El condenado seguía sin resistirse, dejándose llevar por las piedras polvorientas del patio. Al llegar a la multitud, lo pusieron de pie frente al líder. Se quedó con la cabeza colgando, negándose a establecer contacto visual con alguien.
—Tú te la buscaste, Ben —dijo Alby. Luego sacudió la cabeza y echó un vistazo hacia la cabaña adonde se había dirigido Newt.
Thomas siguió la dirección de su mirada justo a tiempo para ver a Newt atravesando la puerta inclinada. Sostenía varias barras de aluminio. Y al unir los extremos entre sí, obtuvo un poste de unos seis metros. Luego, encajó en uno de los extremos un objeto con forma extraña y se dirigió hacia el grupo. Al escuchar el ruido de la barra de metal rozando el piso de piedra, un estremecimiento le recorrió la espalda.
Estaba horrorizado ante toda la situación. Aunque nunca había hecho nada para provocar a Ben, se sentía responsable. ¿Acaso era el causante de algo de lo que estaba pasando? No obtuvo respuesta, pero la culpa lo torturaba como una enfermedad.
Finalmente, Newt le alcanzó a Alby el extremo del poste que sostenía en su mano. En ese momento pudo ver el raro accesorio: un lazo de cuero rígido sujeto al metal con un enorme
gancho. Un gran broche a presión evidenciaba que el cuero podía abrirse y cerrarse. Resultaba obvio cuál era su finalidad.
Se trataba de un collar.
CAPITULO14
Thomas observó cómo Alby desabrochaba el collar y luego lo colocaba alrededor del cuello de Ben. En cuanto la tira de cuero se cerró, el chico levantó la vista. Tenía los ojos llenos de lágrimas y le goteaba la nariz. Los Habitantes lo contemplaban en silencio.
—Alby, por favor —rogó con un temblor tan patético en la voz, que Thomas no podía creer que se tratara del mismo chico que había intentado morderlo en la garganta el día anterior—. Te juro que estaba enfermo de la cabeza por la Transformación. Jamás lo hubiera matado, sólo enloquecí por un segundo. Te suplico.
Cada palabra era un puñetazo en el estómago de Thomas, que aumentaba su culpa y su confusión.
Alby no respondió. Tiró del cuero para asegurarse de que estuviera bien abrochado y ajustado firmemente al caño. Pasó delante de Ben, levantó el poste del piso y caminó dejando que se deslizara entre sus manos. Cuando llegó al extremo final, lo sujetó con fuerza y encaró a la multitud. Tenía los ojos inyectados en sangre, la cara apretada por la ira y respiraba con fuerza: Thomas pensó que era un ser diabólico.
La visión hacia el otro lado resultaba extraña. Un chico tembloroso y sollozante, con un collar de cuero alrededor de su cuello pálido y escuálido, amarrado a un palo largo, que se extendía desde su cuerpo hasta Alby, seis metros más allá. El mástil de aluminio se arqueaba un poco en la mitad, pero aun desde donde se encontraba Thomas, parecía increíblemente fuerte.
El líder habló con una voz grave y ceremoniosa, mirando a todos y a nadie en particular.
—Constructor Ben, has sido condenado al Destierro por el intento de asesinato del Novato Thomas. Los Encargados se han pronunciado y su palabra es definitiva. Ya no puedes regresar. Jamás -hizo una larga pausa—. Encargados, tomen su lugar junto al Poste del Destierro.
Thomas detestó que se hiciera público el vínculo que lo unía a Ben tanto como la responsabilidad que sentía. Volver a ser el centro de atención no hacía más que atraer sospechas sobre él, lo cual agregó rabia a la culpa que ya tenía. Lo único que quería era que Ben desapareciera y que todo terminara de una vez.
Los chicos se fueron acercando uno por uno al largo mástil. Lo tomaron con fuerza entre ambas manos, como si se tratara del juego de tira y afloja. Newt era uno de ellos, así como también Minho, confirmando la suposición de Thomas de que era el Encargado de los Corredores. Winston, el Carnicero, también ocupó su lugar.
Una vez que estuvieron listos -diez Encargados ubicados a espacios iguales entre Alby y Ben— la atmósfera se puso tensa y todos enmudecieron. Los únicos sonidos que se percibían eran los sollozos amortiguados de Ben, que se secaba la nariz y los ojos frenéticamente. Miraba a derecha e izquierda; el collar le impedía ver a los Encargados, que se encontraban detrás de él.
Los sentimientos de Thomas cambiaron una vez más. Había algo que no estaba bien. ¿Por qué merecía Ben ese destino? ¿No se podía hacer alguna cosa por él? ¿Acaso tendría que pasarse el resto de su vida sintiéndose responsable por eso? Terminen ya, aulló dentro de su cabeza. ¡Que todo se acabe de una vez!
—Por favor exclamó el acusado, con creciente desesperación en la voz—. ¡Por favor! ¡Que alguien me ayude! ¡No pueden hacerme esto! —¡Cállate! rugió Alby desde atrás.
Pero Ben lo ignoró; implorando ayuda mientras comenzaba a jalar el lazo alrededor di- su cuello.
—¡Que alguien los detenga! ¡Socorro! ¡Auxilio! —siguió suplicando, mientras observaba a cada uno de los chicos. Todos apartaron la vista.
Thomas se ubicó de inmediato detrás de un muchacho más alto, para evitar enfrentarse con Ben. No puedo mirar esos ojos otra vez, pensó.
—Si hubiéramos permitido que larchos como tú quedaran sin castigo por una cosa así —le advirtió Alby—, no habríamos sobrevivido tanto tiempo. Encargados, prepárense.
—No, no, no, no, no —dijo Ben en voz baja—. ¡Juro que me portaré bien! ¡Nunca más lo volveré a hacer! ¡Porfavoooo...!
Su aullido desgarrador fue interrumpido por el crujido de la Puerta del Este que comenzaba a cerrarse. Las chispas volaban por el aire, mientras la gigantesca pared derecha se deslizaba hacia la izquierda con un sonido atronador. El suelo tembló bajo sus pies y Thomas se preguntó si sería capaz de presenciar lo que sabía que estaba por ocurrir.
-¡Encargados, ahora! —gritó Alby.
Los muchachos empujaron el mástil, en dirección al Laberinto. El impulso sacudió bruscamente la cabeza de Ben hacia atrás. Un alarido ahogado brotó de su garganta, por encima del ruido de la Puerta. Y cayó de rodillas, pero el Encargado que se encontraba en la parte delantera, lo incorporó de un tirón.
—¡Nooooooooooo! -berreó, lanzando saliva por la boca, mientras pataleaba y trataba de arrancarse el cuero con las manos. Pero la fuerza conjunta de los Encargados era demasiada para él, que se iba acercando cada vez más al borde del Área, en el momento exacto en el que la pared derecha terminaba su recorrido—. ¡Nooooo! —aullaba sin parar.
Cuando llegó al umbral, intentó mantener los pies en el suelo, pero fue inútil: el poste lo empujó hacia el Laberinto de una sacudida. En un instante, ya estaba más de un metro fuera del Área, moviendo su cuerpo de un lado a otro y luchando por quitarse el collar. Los muros de la Puerta se encontraban a sólo segundos de quedar herméticamente sellados.
Con un último esfuerzo, logró torcer violentamente el cuello dentro del lazo de cuero, girar su cuerpo y enfrentar a los Habitantes. Thomas no podía creer que se tratara todavía de un ser humano: tenía los ojos alucinados, flema saliendo de la boca y la piel blanca tirante sobre las venas y los huesos. Parecía un ser de otro planeta.
—¡Deténganse! —exclamó Alby.
Ben comenzó a gritar sin parar, con un sonido tan penetrante y lastimero que Thomas tuvo que taparse los oídos. Era un aullido bestial, de un lunático que se desgarraba las cuerdas vocales. En el último segundo, el Encargado de adelante aflojó el tramo más largo del caño y lo separó de la parte a la que estaba sujeto Ben, y luego empujó hacia dentro del Área, dejando al chico en el Destierro. Los últimos chillidos se apagaron cuando las paredes se cerraron con un estruendo terrible.
Thomas apretó los ojos, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
CAPITULO 15
Por segunda noche consecutiva, Thomas se fue a la cama con la imagen del rostro de Ben atormentándolo. Qué diferentes serían las cosas si no fuera por él, pensó. Casi se había convencido a sí mismo de que estaría totalmente contento y ansioso por aprender sobre su nueva vida y lograr su objetivo de convertirse en Corredor. Casi. En el fondo sabía bien que Ben era sólo uno de sus muchos problemas.
Pero ahora ya no estaba, había sido desterrado al mundo de los Penitentes, allá donde conducían a sus presas, víctima de quién sabe qué tratos inhumanos. Aunque tenía sobradas razones para detestarlo, sentía lástima por él.
No podía imaginarse cómo sería salir de esa manera, pero a juzgar por los últimos momentos de Ben, aullando y escupiendo como si estuviera en medio de un brote psicótico, ya no ponía en duda la importancia de la regla del Área que decía que nadie debía entrar al Laberinto salvo los Corredores, y aun ellos, sólo durante el día. Ben ya había sido picado una vez, lo que significaba que sabía quizás mejor que nadie lo que le esperaba. Pobre chico, pensó.
Un estremecimiento le corrió por el cuerpo. Cuanto más lo pensaba, más dudaba de que ser un Corredor fuese una buena idea. Pero, inexplicablemente, ésa seguía siendo su meta.
A la mañana siguiente, el ruido de la actividad del Área lo despertó del sueño más profundo que había tenido desde su llegada. Se incorporó frotándose los ojos para sacudirse el sopor. Como no lo logró, se volvió a acostar, esperando que nadie lo molestara.
La tranquilidad no duró ni un minuto.
Alguien le golpeó el hombro y, al abrir los ojos, se encontró a Newt de pie al lado de él. ¿Y ahora qué?, pensó.
—Levántate, lagarto.
—Sí, buen día a ti también. ¿Qué hora es?
—Las siete, Novato —le dijo con una sonrisa burlona—. ¡Ajá! Creíste que te dejaría dormir hasta tarde después de dos días muy duros.
Se sentó disgustado por no poder seguir echado allí durante unas horas más.
—¿Dormir hasta tarde? ¿Qué son ustedes? ¿Una banda de granjeros? —exclamó, preguntándose por qué esa palabra le resultaba tan familiar. Una vez más se asombró de la forma en que funcionaba su pérdida de la memoria.
—Exactamente, ahora que lo mencionas —contestó, acomodándose al lado de él y cruzando las piernas. Se quedó en silencio un rato, atento al bullicio que comenzaba a extenderse por el Área—. Nuevito, hoy te pondré con los Aradores. Veamos si eso te gusta más que rebanar a unos miserables cerditos.
Estaba harto de que lo trataran como a un bebé.
-¿No sería hora ya de que dejaras de llamarme así?
-¿Cómo? ¿Miserable cerdito?
Lanzó una risa forzada y sacudió la cabeza.
—No, Nuevito. Yo no soy el Habitante más reciente, ¿no es cierto? Es la chica en coma. A ella dile Nuevita, mi nombre es Thomas —contestó con impaciencia.
La imagen de la joven invadió su mente y se acordó de la conexión que había sentido. De repente, la tristeza se apoderó de él, como si la extrañara y quisiera verla. Eso no tiene sentido, pensó. Ni siquiera sé cómo se llama.
Newt se inclinó hacia atrás, arqueando las cejas.
—¡Caray! Parece que te crecieron un par de huevos de este tamaño durante la noche, güey.
Lo ignoró y continuó hablando.
-¿Qué es un Arador?
—Es la forma en que llamamos a los tipos que se desloman trabajando en los Jardines: cultivan, desmalezan, plantan y cosas así. Thomas señaló en esa dirección.
—¿Quién es el Encargado?
—Zart. Buen tipo, siempre que no seas vago para el trabajo. Es el grandote que iba adelante ayer a la anoche.
No hizo ningún comentario. Esperaba poder pasar el día sin pensar en Ben o en su Destierro. El recuerdo lo ponía mal y lo hacía sentir culpable, de modo que desvió la conversación.
—¿Y para qué viniste a despertarme?
—¿Qué pasa? ¿Acaso no te gusta ver mi cara apenas abres los ojos?
—No particularmente. Entonces...
Pero antes de que pudiera terminar la frase, se escuchó el estrépito de las paredes que se abrían por el día. Miró hacia la Puerta del Este, como esperando ver a Ben del otro lado. En su lugar, estaba Minho haciendo ejercicios. Lo vio cruzar la salida y recoger algo.
Era el tramo del poste que tenía el collar de cuero adosado a él. Al Corredor no pareció importarle la cuestión y se lo arrojó a otro chico, que lo guardó en el cobertizo de las herramientas, cerca de los Jardines.
Thomas se volteó hacia Newt, confundido. ¿Cómo podía Minho mostrarse tan indiferente?
—¿Cómo...?
—Sólo he visto tres Destierros, Tommy —se adelantó Newt—. Todos tan desagradables como el de anoche. Pero cada condenada vez, los Penitentes dejan el collar en nuestro umbral. Se me ponen los pelos de punta de sólo pensarlo.
-¿Y qué hacen con los chicos que atrapan? —preguntó, aunque no estaba muy seguro de querer saberlo.
Newt levantó los hombros, fingiendo indiferencia. Posiblemente no quería hablar de eso.
—Cuéntame de los Corredores —dijo de repente.
Las palabras parecieron brotar de la nada. Estuvo a punto de disculparse y cambiar de tema, pero se quedó callado. Quería saber todo sobre ellos. Aun después de lo que había visto la noche anterior o de haber observado al Penitente a través de la ventana, no le importaba. La necesidad de saber era muy fuerte, y no entendía bien por qué. Sentía que había nacido para ser Corredor.
El chico se detuvo, con aspecto confundido.
—¿Los Corredores? ¿Por qué?
-Sólo me preguntaba qué harían.
Newt lo miró con suspicacia.
—Esos tipos son los mejores de todos. Tienen que serlo. Todo depende de ellos —comentó, arrojando una piedra y observando cómo rebotaba hasta detenerse.
—¿Y por qué no eres uno de ellos?
La cara de Newt se puso seria de repente.
—Era, hasta que me lastimé esta maldita pierna hace unos meses. Ya nada fue lo mismo después de eso —comentó, con un breve destello de dolor en el rostro, mientras se frotaba distraídamente el tobillo derecho. A juzgar por su expresión, Thomas pensó que el sufrimiento provenía más de la memoria que de un malestar real.
—¿Cómo te lastimaste? -preguntó, considerando que cuanto más lo hiciera hablar, más averiguaría.
—De la única forma posible, huyendo de los jodidos Penitentes. Casi me atrapan —repuso, y luego hizo una pausa—.Todavía me dan escalofríos cuando pienso que podría haber pasado por la Transformación.
La Transformación. Thomas sabía que ese tema podría ser la respuesta a muchas de sus preguntas.
¿Y qué es eso? ¿Qué es lo que cambia? ¿Todos se convierten en psicópatas y tratan de matar gente como Ben?
—El pobre fue por mucho el peor de todos. Pero yo creía que querías hablar de los Corredores —le advirtió, con un tono de voz que ponía fin a la charla sobre la Transformación.
Eso despertó aún más su curiosidad, aunque le parecía genial volver al tema de los Corredores.
-Bueno, soy todo oídos.
—Ya te dije. Son los mejores.
—¿Y cómo los eligen? ¿Prueban a todos para ver si son rápidos?
Le lanzó una mirada de desprecio y gruñó.
—Vamos, Nuevito... Tommy, como quieras, usa un poco el cerebro. Lo rápido que puedas correr es sólo una parte. Y bastante pequeña, en realidad.
La aclaración despertó su interés.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando digo que son los mejores, eso significa en todo. Para sobrevivir en el condenado Laberinto tienes que ser despierto, rápido, fuerte. Debes ser bueno para tomar decisiones, saber cuál es el riesgo exacto que vas a asumir. No puedes ser tímido ni imprudente —estiró las piernas y se apoyó hacia atrás sobre las manos-. El trabajo allá afuera es fatal, ¿sabes? No lo extraño.
—Pensé que los Penitentes sólo salían por la noche —acotó. Por más que fuera su destino, no quería toparse con uno de esos monstruos.
—Sí, en general.
—Entonces, ¿por qué es tan terrible estar allí? Newt suspiró.
—Presión. Estrés. Mientras tratas de fijar toda la información en tu cabeza con la intención de sacar a todos de este lugar, el diseño del Laberinto varía día por día. Además, estás preocupado por los malditos Mapas. Y lo peor: siempre tienes miedo de no poder regresar. Un laberinto normal ya es difícil, pero uno que cambia todo el tiempo... Un par de errores y pasas la noche al lado de bestias siniestras. No hay lugar para tontos o malcriados.
Thomas frunció el ceño. No entendía el impulso que surgía en su interior, que lo alentaba a continuar. Lo podía sentir en todo el cuerpo.
—¿Y por qué todo ese interés? -preguntó Newt.
Temía decirlo otra vez en voz alta.
—Quiero ser Corredor.
-Llevas aquí menos de una semana, shank. Es un poco rápido para querer morir, ¿no te parece? —dijo Newt, volteándose y mirándolo a los ojos.
—No bromeo —respondió con expresión grave. Aun para él mismo nada de eso tenía mucho sentido. Pero era una sensación muy fuerte. De hecho, el deseo de ser Corredor era lo único que lo animaba a seguir adelante y aceptar su situación.
Newt prosiguió hablando sin quitarle la mirada.
—Yo tampoco. Ni lo pienses. Nadie se convirtió en Corredor en el primer mes, menos todavía en la primera semana. Nos quedan muchas pruebas por hacer antes de recomendarte al Encargado.
Thomas se puso de pie y comenzó a doblar su equipo de dormir.
-Newt, hablo en serio. No puedo pasarme el día plantando jitomates, me volvería loco. No sé qué hacía antes de que me despacharan aquí, pero el instinto me dice que tengo que ser Corredor. Sé que puedo serlo.
El muchacho continuaba sentado allí, mirándolo, sin ofrecerle ayuda.
-Nadie dijo que no pudieras. Pero trata de olvidarte del tema por un tiempo.
Sintió que lo invadía la impaciencia. —Pero...
—Escucha, Tommy, sé lo que digo. Si comienzas a atropellar por ahí, comentando a todos que eres demasiado bueno como para trabajar de campesino y que ya estás listo para ser un Corredor, ganarás muchos enemigos. Olvídalo por ahora.
Lo último que quería en ese momento era tener enemigos, pero aun así, decidió atacar por otro lado.
—Está bien. Hablaré con Minho sobre esto.
—Buena idea, larcho. La Asamblea es la que elige a los Corredores, de modo que si consideras que yo soy duro, ellos se reirán en tu propia cara.
—¿Qué saben ustedes? Yo podría ser realmente bueno. Creo que es una pérdida de tiempo hacerme esperar.
Newt se levantó.
—Préstame atención, Novato. Escucha bien lo que te voy a decir —le advirtió, mientras lo señalaba con el dedo. En ese momento Thomas descubrió que no se sentía demasiado intimidado. Puso los ojos en blanco, pero luego asintió—. Mejor déjate de tonterías, antes de que los otros te escuchen. Aquí, las cosas funcionan de otra manera, y toda nuestra existencia entera se basa en que todo funcione.
Hizo una pausa, pero Thomas no dijo nada, temiendo el sermón que se avecinaba.
—Orden —agregó—.Tienes que grabarte esa palabra en tu cabeza a lo bestia. El motivo por el cual todos estamos cuerdos aquí adentro es porque trabajamos duro para mantener el orden. Por esa razón echamos a Ben. ¿Acaso crees que podemos permitir que haya chiflados dando vueltas, intentando matar gente? Orden. Si hay algo que no necesitamos en este momento es alguien que venga a enturbiar las cosas.
Thomas dejó su terquedad de lado, pues se dio cuenta de que era hora de cerrar la boca.
-Claro —fue todo lo que añadió.
Newt lo palmeó en la espalda.
—Hagamos un trato.
—¿Qué? —preguntó, sintiendo renacer sus esperanzas.
—Tú no hablas más del tema y yo te pongo en la lista de posibles candidatos apenas demuestres que tienes algo de poder. Abres la boca y me voy a ocupar de que nunca tengas una maldita oportunidad, ¿de acuerdo?
Detestaba la idea de tener que esperar, sin saber por cuánto tiempo.
—Ese trato es una mierda.
Newt levantó las cejas.
Luego de unos segundos, Thomas hizo una señal afirmativa. —Trato hecho.
—Vamos pues, vayamos a buscar algo para picar de lo que prepara Sartén. Y espero que no nos agarre una intoxicación brutal.
Esa mañana, por fin conoció al tristemente célebre Sartén, pero sólo de lejos. El tipo estaba muy ocupado preparando el desayuno para un ejército de hambrientos Habitantes. No podía tener más de dieciséis años, pero ya tenía una barba tupida y una cantidad de pelos que le brotaban por todo el cuerpo, como tratando de escapar de los confines de su ropa manchada de comida. No parece el tipo más limpio del mundo como para supervisar la cocina, pensó. Se grabó la idea de fijarse siempre que no hubiera pelos negros en su plato.
Thomas y Newt acababan de sentarse con Chuck en una mesa alejada de la Cocina, cuando un numeroso grupo de Habitantes se levantó y corrió hacia la Puerta del Oeste, hablando animadamente entre ellos.
-¿Qué pasa? —inquirió, sorprendido ante la naturalidad de su pregunta. Los nuevos acontecimientos del Área ya formaban parte de su vida.
Newt hizo un gesto de indiferencia y se abalanzó sobre su desayuno.
-Están despidiendo a Minho y a Alby, que van a ver al condenado Penitente muerto.
-Hey -dijo Chuck, mientras un trozo de tocino salía volando de su boca—.Tengo una pregunta sobre eso.
-No me digas, Chucky —repuso Newt con un dejo de sarcasmo—. ¿Y cuál sería tu maldita pregunta?
El chico parecía muy concentrado en sus pensamientos.
—Bueno, es que ellos encontraron a un Penitente muerto, ¿no es cierto?
--Ah, ¿sí? -contestó—. Gracias por la noticia.
El gordito golpeó el tenedor distraídamente contra la mesa.
—Bueno, y entonces ¿quién mató a esa estúpida criatura?
Excelente pregunta, Chuck, pensó Thomas. Esperó que Newt respondiera, pero no se escuchó nada. Era obvio que no tenía la más remota idea.
encontraba aún a mitad de camino.
Miró otra vez hacia el Laberinto y hacia el muro que se cerraba. Sólo unos pocos metros más y todo habría concluido.
De repente, Minho tropezó y se desplomó. No iban a lograrlo. El tiempo se había acabado. Era el fin.
Escuchó unos gritos de Newt a sus espaldas.
—¡Tommy, no lo hagas! ¡Ni se te ocurra, cabrón!
Los conos de la pared derecha parecían brazos que se estiraban, buscando aferrarse a esos pequeños agujeros donde encontrarían su descanso nocturno. Mientras tanto, los chirridos de las Puertas seguían aturdiendo el aire.
Un metro y medio. Un metro. Sesenta centímetros.
Supo que no le quedaba alternativa. Se movió hacia delante, pasó rozando los conos en el último segundo y entró en el Laberinto.
Los muros se cerraron con fuerza detrás de él. Pudo oír el eco del estruendo, ionio una carcajada enloquecida resonando por las paredes cubiertas de enredadera.
Thomas pensó que Ben no se había recuperado del todo desde la última vez que lo había visto en la Finca. Vestía sólo pantalones cortos y su piel blanquísima se tensaba sobre sus huesos, como una fina hoja de papel envolviendo un puñado de ramitas. Esas venas verdosas, que latían a lo largo de su cuerpo como si fueran cuerdas, estaban menos marcadas que el día anterior.
De repente, sus ojos inyectados en sangre se posaron en Thomas, como si se tratara de su cena. El pobre lunático se agachó, listo para un nuevo ataque, empuñando un cuchillo en su mano derecha.
A Thomas lo embargó un miedo repugnante; no podía creer lo que estaba sucediendo. -¡Ben!
Miró hacia el lugar de donde provenía la voz y divisó con sorpresa la figura de Alby al borde del cementerio, como un fantasma en medio de las luces que se extinguían. El alivio invadió su cuerpo. El líder sujetaba un gran arco y apuntaba directamente al niño con una flecha lista para matar.
-Ben —repitió-. Detente ahora mismo o éste será tu último día.
Volvió la vista a su atacante, que observaba ferozmente a Alby, mientras se humedecía los labios con la lengua, con movimientos frenéticos. ¿Qué problema tendrá este chico?, pensó. Se había convertido en un monstruo. ¿Por qué?
—Si me matas —chilló, escupiendo baba tan lejos que alcanzó a Thomas en la cara—, tendrás al tipo equivocado —y volvió bruscamente la mirada hacia él—. Este es el larcho al que debes matar —anunció. Su voz era la de un demente.
—No seas estúpido —dijo Alby, con voz calma, mientras seguía apuntando la flecha—. Thomas acaba de llegar, no tienes que preocuparte por él. Todavía estás mal por la Transformación. No debiste abandonar la cama.
-¡Él no es uno de nosotros! -gritó—. Yo lo vi, es... malo. ¡Tenemos que matarlo! ¡Déjame arrancarle las tripas!
Thomas dio un paso hacia atrás sin pensarlo, horrorizado ante las palabras del chico. ¿Qué quería decir con que lo había visto? ¿Por qué pensaba que era malo?
Alby seguía sin mover el arma, con los ojos clavados en Ben.
—Deja que los Encargados y yo decidamos qué hacer, shank —le dijo, mientras sus manos continuaban sosteniendo el arco con total firmeza, como si estuviera apoyado sobre una rama—.Trae tu cuerpo esquelético en este instante hacia aquí y ve a la Finca.
—Él querrá llevarnos a casa -exclamó—.Y sacarnos del Laberinto. ¡Para eso es mejor que nos arrojemos todos por el Acantilado o que nos destrocemos el cráneo unos a otros!
—¿Qué estás diciendo...? —comenzó a decir Thomas.
—¡Cállate! —chilló el niño—. ¡Cierra esa boca asquerosa y traicionera!
-Ben —intervino Alby, pausadamente—.Voy a contar hasta tres.
-Él es malo, malo, malo —susurró, como si rezara, mientras se mecía, y pasaba el cuchillo de una mano a la otra, con los ojos fijos en Thomas.
-Uno...
—Malo, malo, malo, malo, malo... —Ben sonrió. Sus dientes tenían un brillo verdoso bajo la luz pálida.
Thomas quería mirar hacia otro lado, irse de allí, pero estaba hipnotizado por el miedo y no se podía mover.
—Dos... -exclamó Alby, enfatizando con su voz la advertencia,
—Ben –dijo Thomas, tratando de razonar—. Yo no voy... Ni siquiera sé qué...
Con un aullido bestial, el chico dio un salto mientras agitaba la hoja de su cuchillo.
—¡Tres! exclamó Alby.
Se escuchó el chasquido de una cuerda, el silbido de un objeto zumbando por el aire y, por último, un sonido húmedo y nauseabundo que confirmaba que la flecha había dado en el blanco.
La cabeza de Ben se inclinó bruscamente hacia la izquierda y su cuerpo se retorció hasta que aterrizó sobre el estómago. Luego quedó en silencio.
Thomas dio un brinco y caminó con dificultad hasta el cuerpo inmóvil: de la larga asta de la flecha clavada en la mejilla, brotaba sangre, una cantidad mucho menor que la que él había imaginado. En la oscuridad parecía negra, como el aceite. El último movimiento que vio fue un ligero reflejo nervioso del dedo meñique derecho.
Hizo un esfuerzo por no vomitar. ¿Acaso Ben había muerto por su culpa?
—Vamos —dijo Alby-. Los Embolsadores se ocuparán de él mañana.
¿Qué acaba de pasar?, pensó, sintiendo que el mundo daba vueltas a su alrededor. ¿Alguna vez le habré hecho algo a este chico?
Levantó la vista buscando respuestas, pero Alby ya se había ido y sólo quedaba el temblor de una rama como única señal de que alguna vez había pasado por allí.
Al emerger del bosque, apretó los ojos ante la luz enceguecedora del sol. Rengueaba al caminar; el tobillo le dolía terriblemente, aunque no recordaba habérselo lastimado. Apoyaba con cuidado una mano sobre la zona de la mordida, y la otra sujetaba su estómago como si eso fuera a detener las irrefrenables ganas de vomitar. La imagen de la cabeza de Ben apareció en su mente: estaba ladeada de forma antinatural y la sangre brotaba por el asta de la flecha a borbotones, desparramándose por el suelo...
Esa visión fue la gota que faltaba.
Cayó de rodillas junto a uno de los árboles raquíticos en las afueras del bosque y devolvió, en medio de arcadas y escupidas, hasta el último resto de bilis que había en su estómago. Le temblaba todo el cuerpo y parecía que el vómito no acabaría nunca.
Luego, como si su cerebro se estuviera burlando de él, tratando de empeorar las cosas, lo asaltó un pensamiento.
Ya llevaba en el Área unas veinticuatro horas, un día entero. Sólo eso. Y cuántas cosas terribles habían sucedido. Era seguro que a partir de ahora todo empezaría a mejorar.
Esa noche, acostado bajo el cielo estrellado, se preguntó si volvería a dormir alguna vez. Cuando cerraba los ojos, veía el cuerpo monstruoso de Ben saltando sobre él, con el rostro enajenado. Pero aun con los ojos abiertos, seguía escuchando el ruido húmedo de la flecha al incrustarse en la mejilla del niño.
Sabía que no olvidaría nunca esos breves minutos en el cementerio.
-Di algo —insistió Chuck por quinta vez desde que habían dispuesto las bolsas de dormir.
—No —respondió nuevamente.
—Todos saben lo que pasó. Ya ocurrió un par de veces: algún larcho picado por un Penitente se delira y ataca a alguien. No creas que eres especial.
Por primera vez pensó que el chico había pasado de ser ligeramente irritante a intolerable.
—Chuck, puedes estar contento de que no tenga el arco de Alby a mano.
-Sólo estoy jug...
-Cállate y duérmete ya -le exigió. En ese momento, no estaba como para lidiar con él.
Finalmente, el sueño venció a su "amigo" y, a juzgar por el estruendo de ronquidos a través del Área, a los demás también. Algunas horas después, en lo profundo de la noche, él era el único que seguía despierto. Quería llorar, pero no lo hizo. Quería buscar a Alby y darle
un golpe, sin ninguna razón en especial, pero no lo hizo. Quería gritar y patear y escupir y abrir la Caja y saltar en la oscuridad. Pero tampoco lo hizo.
Cerró los ojos, trató de ahuyentar los pensamientos lúgubres y, en un momento dado, se durmió.
A la mañana, Chuck tuvo que llevarlo a rastras de la bolsa de dormir hasta las regaderas y de allí, al vestuario. Se sentía desanimado e indiferente, le dolía la cabeza y el cuerpo le reclamaba seguir durmiendo. El desayuno transcurrió en una nebulosa y, una hora después, no podía recordar que había comido. La acidez de estómago lo estaba matando.
Por lo que pudo ver, la siesta estaba muy mal vista dentro de la actividad en la granja del Área.
Al poco rato, ya se encontraba con Newt frente al establo del Matadero, preparado para su primera sesión de entrenamiento con un Encargado. A pesar de la dura mañana, estaba muy entusiasmado con la idea de aprender más cosas y por la posibilidad de poner su mente en algo que no fuera Ben ni el cementerio. Las vacas mugían, las ovejas balaban y los cerdos gruñían a su alrededor. En algún lugar cercano, un perro ladró. Deseó que Sartén no le diera un nuevo significado a la expresión "perros calientes". Hot dogs, pensó. ¿Cuándo fue la última vez que comí uno? ¿Y con quién?
—Tommy, ¿me estás escuchando?
Despertó de golpe de su aturdimiento y prestó atención a Newt, que hablaba desde hacía quién sabe cuánto tiempo. —¿Eh? Perdona. No pude dormir anoche. El chico esbozó una sonrisa patética.
—En eso tienes razón. Lo de ayer fue gran tortura para ti. Seguramente piensas que soy un larcho cabrón por pretender que te mates trabajando después de un episodio así.
Thomas se encogió de hombros.
—Creo que trabajar es lo mejor que puedo hacer. Lo que sea, con tal de pensar en otra cosa. Esa vez, la sonrisa de Newt fue más genuina.
—Tienes aspecto de ser un tipo inteligente, Tommy. Ésa es una de las razones que nos llevan a mantener este lugar activo y en buen estado. Si estás de vago, te viene la tristeza y empiezas a desmoronarte. Es así de fácil.
Asintió distraídamente, al tiempo que pateaba una piedra por el piso polvoriento y agrietado del Área.
-¿Hay novedades de la chica de ayer? —preguntó fingiendo indiferencia. Si algo había penetrado la niebla de su extensa mañana, había sido pensar en ella. Quería saber más, entender la extraña conexión que los unía.
—Sigue en coma, durmiendo. Los Docs le dan de comer en la boca las sopas que hace Sartén, controlan sus signos vitales y esas cosas. Parece estar bien, sólo que, por ahora, está muerta para el mundo.
—Eso sí fue muy raro —comentó.
De no haber sido por el incidente de Ben, estaba seguro de que tampoco hubiera podido dormir; se habría pasado toda la noche pensando en ella. Quería saber quién era y si realmente la conocía de algún lado.
—Sí —repuso Newt—. Raro es una buena palabra para definirlo, supongo.
Levantó la vista sobre el hombro del muchacho hacia el establo de pintura roja descolorida, dejando a un lado los pensamientos sobre la chica.
-Bueno, ¿por dónde empezamos? ¿Ordeñamos vacas o matamos a algún pobre cerdito?
Newt estalló en una carcajada. Thomas no había escuchado un sonido semejante desde que estaba allí.
—Siempre hacemos empezar a los Novatos por los malditos Carniceros. No te preocupes, cortar las provisiones de Sartén es sólo una parte. Ellos también se ocupan de todo lo que tiene que ver con las bestias.
—Qué lástima que no pueda recordar mi vida anterior. Tal vez me encantaba matar animales.
Era un chiste, pero su compañero no pareció captarlo.
Newt hizo una señal con la cabeza hacia el establo.
—Lo sabrás muy bien para cuando el sol se haya puesto esta noche. Ven, vamos a conocer a Winston. Él es el Encargado.
Winston era bajo y musculoso, con la cara cubierta de acné. Thomas tuvo la sensación de que el chico disfrutaba demasiado de su trabajo. Quizás lo enviaron aquí por ser un asesino serial, pensó.
El Encargado le mostró el lugar durante la primera hora, explicándole qué corral le correspondía a cada animal, dónde estaban los gallineros y todo lo que ocurría dentro del establo. El perro, un molesto labrador negro llamado Ronco, se encariñó de inmediato con él y lo siguió durante toda la visita. Intrigado, le preguntó a Winston de dónde había venido la mascota, y éste le contestó que siempre había estado allí. Parecía que su nombre había sido puesto irónicamente, porque tenía unos ladridos muy agudos que destrozaban los oídos.
Durante la segunda hora, ya entraron de lleno en el trabajo con los animales: darles de comer, limpiar, arreglar un cerco, levantar plopus. Descubrió que usaba cada vez más el vocabulario de los Habitantes del Área.
La tercera hora fue la más difícil para él. Tuvo que observar cómo Winston mataba a un puerco y preparaba las distintas partes para la comida. Cuando llegó el momento de almorzar, se hizo dos promesas: la primera, que su carrera no estaría relacionada con los animales; y la segunda, que nunca más volvería a comer nada que saliera de adentro de un cerdo.
El Carnicero le había dicho que siguiera solo, porque él tenía que continuar trabajando dentro del Matadero, lo cual le pareció bien. Mientras se dirigía a la Puerta del Este, no podía quitarse de la cabeza la imagen de Winston en un rincón oscuro del establo, mordiendo las patas de un cerdo crudo. Ese tipo le ponía la piel de gallina.
En el instante en que pasaba delante de la Caja, vio que alguien ingresaba al Área desde el Laberinto, por la Puerta del Oeste. Era un chico de aspecto asiático, con brazos musculosos y pelo negro corto; parecía ser un poco mayor que él. El Corredor se detuvo, se inclinó y apoyó las manos en las rodillas, respirando con gran esfuerzo. Daba la impresión de que acababa de correr treinta kilómetros: la cara roja, la piel cubierta de sudor y la ropa empapada.
Thomas lo miraba fijamente. Sentía mucha curiosidad, pues todavía no había visto de cerca a un Corredor ni había hablado con ninguno de ellos. Además, basado en lo que había ocurrido en los dos últimos días, éste había regresado varias horas antes de lo habitual. Se aproximó a él, ansioso por conocerlo y hacerle preguntas. Antes de que pudiera armar una frase, el chico se desplomó en el piso.
CAPITULO
12
E1 Corredor estaba tendido en el suelo como un muñeco roto, inmóvil. Thomas se quedó quieto durante unos segundos. La indecisión lo había paralizado: ¿y si le pasaba algo malo? ¿O había sido... picado? ¿Y si...?
Después de un momento, reaccionó de golpe. El muchacho necesitaba ayuda urgente.
—¡Alby! -gritó-. ¡Newt! ¡Que alguien los llame!
Corrió hacia el chico y se arrodilló a su lado.
—Hey, ¿te encuentras bien? —le preguntó. Tenía la cabeza sobre los brazos extendidos y respiraba con dificultad. Estaba consciente, pero se le veía completamente agotado.
—Estoy bien —replicó con balbuceos— ¿Quién eres tú, shank?
—Soy nuevo aquí —repuso. En ese momento se le ocurrió que los Corredores pasaban el día en el Laberinto y no habían presenciado los últimos sucesos. ¿Estaría enterado de lo de la chica? Era probable... seguramente alguien le había contado-. Soy Thomas. Hace sólo dos días que llegué.
El Corredor se irguió hasta quedar sentado, con el pelo negro pegoteado por el sudor.
—Ah, sí —dijo con un resoplido— El Novato. Tú y la chica.
Alby apareció a toda prisa, claramente molesto.
—¿Por qué estás de vuelta, Minho? ¿Qué pasó?
—Tranquila, nena -contestó, recuperándose con rapidez—. Sirve para algo y consígueme un poco de agua. La mochila se me cayó por ahí afuera, en algún lado.
Pero Alby no se movió. Le dio una patada en la pierna, demasiado fuerte para ser en broma.
—¿Qué pasó?
-¡Apenas puedo hablar, miertero! —gritó Minho con voz áspera-. ¡Tráeme algo de beber!
El líder desvió la vista hacia Thomas. Tenía una levísima sombra de sonrisa en su cara, que al instante se convirtió en una mueca de enojo.
—Él es el único larcho que puede hablarme así, sin que le dé una paliza y termine volando por el Acantilado.
Después, ante la mirada sorprendida de Thomas, dio media vuelta y salió corriendo, aparentemente para traerle el agua.
-¿Alby deja que le des órdenes?
Se alzó de hombros y luego se secó el sudor de la frente.
—¿Le tienes miedo a ese payaso? Güey, te queda mucho por aprender.
Malditos Novatos.
El comentario lo lastimó mucho más de lo esperado, teniendo en cuenta que hacía sólo tres minutos que lo conocía.
—¿Acaso no es el líder?
—¿El líder? —repitió con un gruñido que pretendía ser una carcajada—. Puedes llamarlo como quieras. Tal vez deberíamos decirle presidente. No, mejor Almirante Alby. Eso es perfecto -y se frotó los ojos mientras reía.
Thomas no sabía cómo interpretar la conversación. Era difícil saber cuándo hablaba en serio.
—Entonces, ¿quién es el líder?
-Nuevito, mejor deja de hablar si no quieres aumentar tu confusión -dijo, y comenzó a bostezar; luego habló para sí mismo—. ¿Por qué los garlopos siempre vendrán aquí haciendo preguntas estúpidas? Es realmente molesto.
—¿Y qué esperas que hagamos? —exclamó enojado. Como si tú no hubieras hecho lo mismo cuando llegaste, pensó, pero no se atrevió a expresarlo.
—Haz lo que se te dice y mantén la boca cerrada. Eso es lo que yo espero —contestó, mirándolo por primera vez a la cara.
Thomas, inconscientemente, retrocedió unos centímetros. Pero enseguida se dio cuenta de que había cometido un error: no podía dejar que ese tipo pensara que podía hablarle en ese tono. Dio unos pasos hacia atrás apoyándose en las rodillas y lo miró desde arriba.
—Sí, claro. Seguro que eso fue lo que hiciste cuando eras un Novato.
Minho lo observó unos segundos. Luego, le habló otra vez directo a los ojos.
—Yo fui uno de los primeros Habitantes del Área, miertero. Cierra el hocico hasta que sepas lo que estás diciendo.
Con una mezcla de miedo y hartazgo, Thomas comenzó a incorporarse. El chico estiró la mano y le sujetó el brazo.
—Siéntate, güey. Sólo estaba jugando contigo. Es que es muy divertido. Ya lo verás cuando llegue el próximo Novato... —su voz se apagó y arrugó la frente, desconcertado—. Creo que no habrá otro, ¿verdad?
Él le hizo caso, se calmó y volvió a sentarse. Pensó en la chica y en la nota que decía que ella era la última de todos.
—Creo que no.
El Corredor entornó los ojos, como estudiándolo.
—Tú la viste, ¿no es cierto? Todos andan diciendo que es probable que la conozcas o algo así.
—La vi. No me resulta para nada conocida —contestó Thomas, de manera defensiva.
De inmediato, se sintió culpable por no decir la verdad, aunque no fuera una gran mentira.
—¿Está buena?
No se le había ocurrido pensar en ella de esa forma desde que la había visto enloquecer, entregar la nota y pronunciar aquellas palabras: Todo va a cambiar. Pero recordaba lo bonita que era.
—Sí, supongo que está bien.
El chico se inclinó hacia atrás hasta quedar recostado en el suelo y cerró los ojos.
—Sí, por qué no. Si te atraen las chicas en coma —y volvió a sonreír. —Seguro.
No tenía muy claro si Minho le caía bien o no, dado que su personalidad cambiaba a cada momento. Después de una larga pausa, decidió aventurarse.
—Bueno —arriesgó con cautela—. ¿Encontraste algo hoy?
—¿Sabes, Nuevito? Esa es la estupidez más garlopa que podrías preguntarle a un Corredor -replicó, con los ojos muy abiertos—. Pero no hoy.
—¿Qué quieres decir? -insistió, viendo crecer sus esperanzas de obtener información. Una respuesta, pensó. ¡Por favor, al menos una vez!
-Sólo tienes que esperar que regrese nuestro presumido almirante. No me gusta decir las cosas dos veces. Además, tal vez no quiera que te enteres.
Suspiró. La falta de respuesta ciertamente no lo tomaba por sorpresa.
—Bueno, pero al menos cuéntame por qué estás tan cansado. ¿Acaso no haces esto siempre?
Lanzó un gemido mientras se erguía y cruzaba las piernas.
—Sí, Novato. Salgo a correr todos los días. Digamos que me entusiasmé un poco y aceleré de más para llegar antes.
—¿Por qué?
Thomas estaba desesperado por saber qué había pasado en el Laberinto. Minho levantó las manos hacia arriba.
—Ya te lo dije, shank. Paciencia. Hay que esperar al General Alby. Algo en su voz suavizó el golpe y Thomas tomó una decisión. El tipo le caía bien.
—Está bien, me callo. Sólo asegúrate de que me permita escuchar las noticias a mí también.
—Perfecto, Novato. Tú mandas —repuso después de unos segundos.
Alby apareció al rato, trayendo un tazón de plástico lleno de agua y se lo dio a Minho, que se lo bebió todo sin parar.
—Bueno —dijo—, dispara. ¿Qué pasó?
El Corredor arqueó las cejas y lo señaló.
—Todo bien —contestó—. No me preocupa que este larcho escuche. ¡Habla de una vez!
Esperó en silencio mientras Minho se levantaba con esfuerzo haciendo muecas de dolor, con un aspecto que denotaba agotamiento. Hizo equilibrio contra la pared y les echó una mirada fría.
—Encontré uno muerto.
-¿Cómo? -preguntó Alby-. ¿Un qué muerto?
Minho sonrió.
-Un Penitente muerto.
CAPITULO13
Thomas quedó fascinado ante la sola mención de un Penitente. Esos monstruos desagradables le causaban terror, pero se preguntó por qué encontrar uno muerto era tan importante. ¿Acaso nunca había ocurrido antes?
Alby puso cara de asombro.
—Shuck. No es un buen momento para bromas —repuso.
—Mira —contestó Minho—, yo tampoco lo creería si fuera tú. Pero es cierto, lo vi. Uno bien grande y asqueroso.
Está claro que es la primera vez que sucede, pensó.
—Encontraste un Penitente muerto —repitió el líder.
—Sí —dijo, con irritación en la voz—. A unos tres kilómetros de aquí, cerca del Acantilado.
Dirigió la mirada hacia el Laberinto y luego de vuelta a Minho.
—¿Y por qué no lo trajiste de regreso contigo?
Lanzó de nuevo una sonrisa, mitad gruñido, mitad risita tonta.
—¿Estuviste bebiendo esa salsa irresistible de Sartén? Esas cosas deben pesar media tonelada, hermano. Además, no tocaría uno aunque me dieras un pasaje gratis fuera de este lugar.
Alby insistía con las preguntas.
—¿Qué aspecto tenía? ¿Las púas metálicas estaban dentro o fuera del cuerpo? ¿Hizo algún movimiento? ¿Tenía la piel todavía húmeda?
Thomas estaba repleto de interrogantes: ¿Púas metálicas? ¿Piel húmeda? ¿De qué hablan?, pero se contuvo, para no recordarles su presencia. Y que quizás deberían hablar en privado.
—Tranquilo, hombre —respondió—.Tienes que verlo por ti mismo. Es... extraño.
—¿Extraño? —Alby lo miró confundido.
—Mira, estoy exhausto, muerto de hambre e insolado. Pero si quieres transportarlo ahora, es posible que podamos ir y regresar antes de que las Puertas cierren. Alby miró el reloj.
—Mejor esperemos hasta mañana al despertar.
—Es lo más inteligente que has dicho en una semana —concluyó, dándole una palmada en el brazo y dirigiéndose a la Finca con una ligera renguera. Habló por encima de su hombro mientras se arrastraba, con todo el cuerpo adolorido—. Debería volver allá afuera, pero ya no puedo más. Iré a comer un poco del guisado repugnante de Sartén.
Lo invadió la desilusión. Era cierto que Minho realmente merecía un descanso y algo de comer, pero quería saber más. Después Alby se dio vuelta hacia Thomas.
—Si me estás escondiendo algo...
Ya estaba cansado de que lo acusaran de saber cosas. ¿Acaso no era ése el problema? É no sabía nada. Miró al chico directo a los ojos y le hizo una pregunta simple.
—¿Por qué me odias tanto? La reacción fue indescriptible: confusión, enojo, asombro.
—¿Odiarte? Larcho, no has aprendido nada desde que llegaste en esa Caja. Esto no tiene nada que ver con odio, amor, amigos o lo que sea. Lo único que nos importa es sobrevivir. Deja ya tu lado de marica y comienza a usar ese cerebro de garlopo, si es que lo tienes.
Sintió como si hubiera recibido una bofetada.
—Pero,.. ¿por qué sigues acusándome?
—Porque no puede ser una coincidencia, shank. Caes aquí, al día siguiente recibimos a una chica y una nota demente, Ben trata de morderte, apareció un Penitente muerto... Algo está pasando y no voy a descansar hasta que descubra qué es.
—Yo no sé nada -dijo con ardor, sintiendo que le hacía bien descargar el enojo-. Ni siquiera sé dónde estaba hace tres días, mucho menos voy a saber por qué Minho encontró una cosa muerta a la que llaman Penitente. ¡De modo que deja de molestarme!
Alby se inclinó ligeramente hacia atrás y le echó una mirada ausente.
—Tranquis, Nuevito. Madura de una vez y empieza a pensar. Aquí no se trata de acusar a nadie de nada. Pero si te acuerdas de algo, cualquier cosa que te resulte apenas familiar, es mejor que lo digas. Prométemelo.
No lo haré hasta que no tenga una memoria firme, pensó. Y quiera compartirlo.
—Sí, supongo, pero...
-¡Promételo!
Se detuvo, cansado de Alby y de su actitud. —Como quieras —exclamó finalmente-. Lo prometo. Entonces el líder se marchó sin decir una palabra.
Encontró un árbol muy bonito que daba mucha sombra en las Lápidas, al borde del bosque. Sentía terror de volver a trabajar con el Carnicero Winston y sabía que tenía que comer, pero necesitaba estar solo. Se apoyó contra el grueso tronco, deseando que se levantara algo de brisa, pero no ocurrió.
Justo cuando sus párpados comenzaban a cerrarse, apareció Chuck para arruinar la paz y tranquilidad.
—¡Thomas! ¡Thomas! —chilló el niño, corriendo hacia él, con los brazos en alto y la cara iluminada por el entusiasmo.
Se restregó los ojos y refunfuñó. No había nada que quisiera más en el mundo que una siesta de media hora. No levantó la vista hasta que Chuck se detuvo frente a él, con gran agitación.
-¿Qué?
Las palabras brotaron lentamente en medio de su respiración entrecortada. —Ben... no está... muerto.
Cualquier rastro de fatiga que quedara en el organismo de Thomas salió despedido. Se levantó de un salto y lo enfrentó.
—¿Qué?
—No está muerto. Los Embolsadores fueron a buscarlo... la flecha no penetró en el cerebro... y los Docs lo cosieron rápidamente.
Se alejó y miró hacia el bosque, donde apenas la noche anterior había sido agredido por el chico enfermo.
—Tienes que estar bromeando. Yo lo vi...
Lo bombardearon muchas emociones al mismo tiempo: confusión, alivio, miedo de que lo atacara de nuevo...
—Bueno, yo también lo vi —dijo—. Está encerrado en el Cuarto Oscuro con media cabeza vendada.
Volvió a encarar a su amigo.
-El Cuarto Oscuro. ¿Qué quieres decir?
—Es nuestra cárcel. Está al norte de la Finca -respondió, señalando en esa dirección—. Lo arrojaron tan rápido, que los Docs lo tuvieron que emparchar ahí adentro.
Miró hacia abajo y se pasó la mano por el pelo. Cuando se dio cuenta de lo que realmente había en su interior, la culpa se apoderó de él: se había sentido aliviado de que Ben estuviera muerto, de no tener que preocuparse por encontrárselo alguna vez.
—¿Y qué van a hacer con él?
—Esta mañana hubo una Asamblea de los Encargados. Parece que la decisión fue unánime por lo que escuché. Después de todo, creo que hubiera sido mejor que esa flecha entrara en su cerebro larchoso.
Entrecerró los ojos, desconcertado ante las palabras del chico.
—¿De qué estás hablando? —Será desterrado esta noche. Por tratar de matarte.
—Desterrado? ¿Y eso qué significa? -no pudo evitar la pregunta, aunque sabía que no podía ser nada bueno si Chuck pensaba que era peor que estar muerto.
En ese instante, tuvo la sensación más perturbadora desde su llegada al Área. Chuck no contestó, simplemente sonrió. A pesar de todo, a pesar de lo horrible que era esa situación, se rio. Luego salió corriendo, tal vez para contarle a otro las emocionantes noticias.
Esa noche, cuando las primeras luces tenues del crepúsculo se deslizaban sigilosamente por el cielo, Newt y Alby reunieron a todos los Habitantes del Área en la Puerta del Este, media hora antes de que se cerrara. Los Corredores apenas habían regresado y estaban concentrados en la misteriosa Sala de Mapas. Minho ya estaba adentro desde antes. Alby les pidió a todos ellos que se apresuraran con lo que estaban haciendo, pues los necesitaba afuera en veinte minutos.
Thomas seguía muy molesto por la reacción que había tenido Chuck ante la noticia de que Ben sería desterrado. Aunque no sabía qué significaba exactamente, quedaba claro que no era algo agradable. En especial, teniendo en cuenta que el lugar de reunión se encontraba tan cerca del Laberinto. ¿Lo arrojarán allí afuera?, se preguntó. ¿Con los Penitentes?
Los demás Habitantes murmuraban y se podía sentir en el aire el nerviosismo ante la expectativa de que algo espantoso estaba por suceder. Permaneció allí con los brazos cruzados, esperando que empezara el espectáculo. Finalmente, los Corredores salieron del edificio, agotados, con las caras fruncidas de tanto pensar. Como Minho fue el primero en aparecer, pensó que debía ser el Encargado de los Corredores.
—¡Tráiganlo afuera! —gritó Alby.
Mientras Thomas se volteaba buscando algún signo de Ben, la inquietud lo embargó al imaginarse qué haría cuando lo viera.
Desde la parte más lejana de la Finca, aparecieron tres muchachos robustos arrastrando al chico por el suelo. Sus ropas colgaban en jirones y una gruesa venda cubría la mitad de la cara y de la cabeza. Se negaba a bajar los pies o a colaborar, y parecía tan muerto como la última vez que lo había visto. Excepto por una cosa: tenía los ojos abiertos, inundados de terror.
—Newt —dijo Alby, bajando la voz; Thomas no lo habría escuchado de no hallarse muy cerca de él—. Ve a buscar el poste.
El joven se encaminó sin vacilar hacia un pequeño cobertizo de herramientas que se utilizaba para trabajar en los Jardines. Era obvio que había estado esperando la orden.
Volvió a concentrarse en Ben y en los guardias. El condenado seguía sin resistirse, dejándose llevar por las piedras polvorientas del patio. Al llegar a la multitud, lo pusieron de pie frente al líder. Se quedó con la cabeza colgando, negándose a establecer contacto visual con alguien.
—Tú te la buscaste, Ben —dijo Alby. Luego sacudió la cabeza y echó un vistazo hacia la cabaña adonde se había dirigido Newt.
Thomas siguió la dirección de su mirada justo a tiempo para ver a Newt atravesando la puerta inclinada. Sostenía varias barras de aluminio. Y al unir los extremos entre sí, obtuvo un poste de unos seis metros. Luego, encajó en uno de los extremos un objeto con forma extraña y se dirigió hacia el grupo. Al escuchar el ruido de la barra de metal rozando el piso de piedra, un estremecimiento le recorrió la espalda.
Estaba horrorizado ante toda la situación. Aunque nunca había hecho nada para provocar a Ben, se sentía responsable. ¿Acaso era el causante de algo de lo que estaba pasando? No obtuvo respuesta, pero la culpa lo torturaba como una enfermedad.
Finalmente, Newt le alcanzó a Alby el extremo del poste que sostenía en su mano. En ese momento pudo ver el raro accesorio: un lazo de cuero rígido sujeto al metal con un enorme
gancho. Un gran broche a presión evidenciaba que el cuero podía abrirse y cerrarse. Resultaba obvio cuál era su finalidad.
Se trataba de un collar.
CAPITULO14
Thomas observó cómo Alby desabrochaba el collar y luego lo colocaba alrededor del cuello de Ben. En cuanto la tira de cuero se cerró, el chico levantó la vista. Tenía los ojos llenos de lágrimas y le goteaba la nariz. Los Habitantes lo contemplaban en silencio.
—Alby, por favor —rogó con un temblor tan patético en la voz, que Thomas no podía creer que se tratara del mismo chico que había intentado morderlo en la garganta el día anterior—. Te juro que estaba enfermo de la cabeza por la Transformación. Jamás lo hubiera matado, sólo enloquecí por un segundo. Te suplico.
Cada palabra era un puñetazo en el estómago de Thomas, que aumentaba su culpa y su confusión.
Alby no respondió. Tiró del cuero para asegurarse de que estuviera bien abrochado y ajustado firmemente al caño. Pasó delante de Ben, levantó el poste del piso y caminó dejando que se deslizara entre sus manos. Cuando llegó al extremo final, lo sujetó con fuerza y encaró a la multitud. Tenía los ojos inyectados en sangre, la cara apretada por la ira y respiraba con fuerza: Thomas pensó que era un ser diabólico.
La visión hacia el otro lado resultaba extraña. Un chico tembloroso y sollozante, con un collar de cuero alrededor de su cuello pálido y escuálido, amarrado a un palo largo, que se extendía desde su cuerpo hasta Alby, seis metros más allá. El mástil de aluminio se arqueaba un poco en la mitad, pero aun desde donde se encontraba Thomas, parecía increíblemente fuerte.
El líder habló con una voz grave y ceremoniosa, mirando a todos y a nadie en particular.
—Constructor Ben, has sido condenado al Destierro por el intento de asesinato del Novato Thomas. Los Encargados se han pronunciado y su palabra es definitiva. Ya no puedes regresar. Jamás -hizo una larga pausa—. Encargados, tomen su lugar junto al Poste del Destierro.
Thomas detestó que se hiciera público el vínculo que lo unía a Ben tanto como la responsabilidad que sentía. Volver a ser el centro de atención no hacía más que atraer sospechas sobre él, lo cual agregó rabia a la culpa que ya tenía. Lo único que quería era que Ben desapareciera y que todo terminara de una vez.
Los chicos se fueron acercando uno por uno al largo mástil. Lo tomaron con fuerza entre ambas manos, como si se tratara del juego de tira y afloja. Newt era uno de ellos, así como también Minho, confirmando la suposición de Thomas de que era el Encargado de los Corredores. Winston, el Carnicero, también ocupó su lugar.
Una vez que estuvieron listos -diez Encargados ubicados a espacios iguales entre Alby y Ben— la atmósfera se puso tensa y todos enmudecieron. Los únicos sonidos que se percibían eran los sollozos amortiguados de Ben, que se secaba la nariz y los ojos frenéticamente. Miraba a derecha e izquierda; el collar le impedía ver a los Encargados, que se encontraban detrás de él.
Los sentimientos de Thomas cambiaron una vez más. Había algo que no estaba bien. ¿Por qué merecía Ben ese destino? ¿No se podía hacer alguna cosa por él? ¿Acaso tendría que pasarse el resto de su vida sintiéndose responsable por eso? Terminen ya, aulló dentro de su cabeza. ¡Que todo se acabe de una vez!
—Por favor exclamó el acusado, con creciente desesperación en la voz—. ¡Por favor! ¡Que alguien me ayude! ¡No pueden hacerme esto! —¡Cállate! rugió Alby desde atrás.
Pero Ben lo ignoró; implorando ayuda mientras comenzaba a jalar el lazo alrededor di- su cuello.
—¡Que alguien los detenga! ¡Socorro! ¡Auxilio! —siguió suplicando, mientras observaba a cada uno de los chicos. Todos apartaron la vista.
Thomas se ubicó de inmediato detrás de un muchacho más alto, para evitar enfrentarse con Ben. No puedo mirar esos ojos otra vez, pensó.
—Si hubiéramos permitido que larchos como tú quedaran sin castigo por una cosa así —le advirtió Alby—, no habríamos sobrevivido tanto tiempo. Encargados, prepárense.
—No, no, no, no, no —dijo Ben en voz baja—. ¡Juro que me portaré bien! ¡Nunca más lo volveré a hacer! ¡Porfavoooo...!
Su aullido desgarrador fue interrumpido por el crujido de la Puerta del Este que comenzaba a cerrarse. Las chispas volaban por el aire, mientras la gigantesca pared derecha se deslizaba hacia la izquierda con un sonido atronador. El suelo tembló bajo sus pies y Thomas se preguntó si sería capaz de presenciar lo que sabía que estaba por ocurrir.
-¡Encargados, ahora! —gritó Alby.
Los muchachos empujaron el mástil, en dirección al Laberinto. El impulso sacudió bruscamente la cabeza de Ben hacia atrás. Un alarido ahogado brotó de su garganta, por encima del ruido de la Puerta. Y cayó de rodillas, pero el Encargado que se encontraba en la parte delantera, lo incorporó de un tirón.
—¡Nooooooooooo! -berreó, lanzando saliva por la boca, mientras pataleaba y trataba de arrancarse el cuero con las manos. Pero la fuerza conjunta de los Encargados era demasiada para él, que se iba acercando cada vez más al borde del Área, en el momento exacto en el que la pared derecha terminaba su recorrido—. ¡Nooooo! —aullaba sin parar.
Cuando llegó al umbral, intentó mantener los pies en el suelo, pero fue inútil: el poste lo empujó hacia el Laberinto de una sacudida. En un instante, ya estaba más de un metro fuera del Área, moviendo su cuerpo de un lado a otro y luchando por quitarse el collar. Los muros de la Puerta se encontraban a sólo segundos de quedar herméticamente sellados.
Con un último esfuerzo, logró torcer violentamente el cuello dentro del lazo de cuero, girar su cuerpo y enfrentar a los Habitantes. Thomas no podía creer que se tratara todavía de un ser humano: tenía los ojos alucinados, flema saliendo de la boca y la piel blanca tirante sobre las venas y los huesos. Parecía un ser de otro planeta.
—¡Deténganse! —exclamó Alby.
Ben comenzó a gritar sin parar, con un sonido tan penetrante y lastimero que Thomas tuvo que taparse los oídos. Era un aullido bestial, de un lunático que se desgarraba las cuerdas vocales. En el último segundo, el Encargado de adelante aflojó el tramo más largo del caño y lo separó de la parte a la que estaba sujeto Ben, y luego empujó hacia dentro del Área, dejando al chico en el Destierro. Los últimos chillidos se apagaron cuando las paredes se cerraron con un estruendo terrible.
Thomas apretó los ojos, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
CAPITULO 15
Por segunda noche consecutiva, Thomas se fue a la cama con la imagen del rostro de Ben atormentándolo. Qué diferentes serían las cosas si no fuera por él, pensó. Casi se había convencido a sí mismo de que estaría totalmente contento y ansioso por aprender sobre su nueva vida y lograr su objetivo de convertirse en Corredor. Casi. En el fondo sabía bien que Ben era sólo uno de sus muchos problemas.
Pero ahora ya no estaba, había sido desterrado al mundo de los Penitentes, allá donde conducían a sus presas, víctima de quién sabe qué tratos inhumanos. Aunque tenía sobradas razones para detestarlo, sentía lástima por él.
No podía imaginarse cómo sería salir de esa manera, pero a juzgar por los últimos momentos de Ben, aullando y escupiendo como si estuviera en medio de un brote psicótico, ya no ponía en duda la importancia de la regla del Área que decía que nadie debía entrar al Laberinto salvo los Corredores, y aun ellos, sólo durante el día. Ben ya había sido picado una vez, lo que significaba que sabía quizás mejor que nadie lo que le esperaba. Pobre chico, pensó.
Un estremecimiento le corrió por el cuerpo. Cuanto más lo pensaba, más dudaba de que ser un Corredor fuese una buena idea. Pero, inexplicablemente, ésa seguía siendo su meta.
A la mañana siguiente, el ruido de la actividad del Área lo despertó del sueño más profundo que había tenido desde su llegada. Se incorporó frotándose los ojos para sacudirse el sopor. Como no lo logró, se volvió a acostar, esperando que nadie lo molestara.
La tranquilidad no duró ni un minuto.
Alguien le golpeó el hombro y, al abrir los ojos, se encontró a Newt de pie al lado de él. ¿Y ahora qué?, pensó.
—Levántate, lagarto.
—Sí, buen día a ti también. ¿Qué hora es?
—Las siete, Novato —le dijo con una sonrisa burlona—. ¡Ajá! Creíste que te dejaría dormir hasta tarde después de dos días muy duros.
Se sentó disgustado por no poder seguir echado allí durante unas horas más.
—¿Dormir hasta tarde? ¿Qué son ustedes? ¿Una banda de granjeros? —exclamó, preguntándose por qué esa palabra le resultaba tan familiar. Una vez más se asombró de la forma en que funcionaba su pérdida de la memoria.
—Exactamente, ahora que lo mencionas —contestó, acomodándose al lado de él y cruzando las piernas. Se quedó en silencio un rato, atento al bullicio que comenzaba a extenderse por el Área—. Nuevito, hoy te pondré con los Aradores. Veamos si eso te gusta más que rebanar a unos miserables cerditos.
Estaba harto de que lo trataran como a un bebé.
-¿No sería hora ya de que dejaras de llamarme así?
-¿Cómo? ¿Miserable cerdito?
Lanzó una risa forzada y sacudió la cabeza.
—No, Nuevito. Yo no soy el Habitante más reciente, ¿no es cierto? Es la chica en coma. A ella dile Nuevita, mi nombre es Thomas —contestó con impaciencia.
La imagen de la joven invadió su mente y se acordó de la conexión que había sentido. De repente, la tristeza se apoderó de él, como si la extrañara y quisiera verla. Eso no tiene sentido, pensó. Ni siquiera sé cómo se llama.
Newt se inclinó hacia atrás, arqueando las cejas.
—¡Caray! Parece que te crecieron un par de huevos de este tamaño durante la noche, güey.
Lo ignoró y continuó hablando.
-¿Qué es un Arador?
—Es la forma en que llamamos a los tipos que se desloman trabajando en los Jardines: cultivan, desmalezan, plantan y cosas así. Thomas señaló en esa dirección.
—¿Quién es el Encargado?
—Zart. Buen tipo, siempre que no seas vago para el trabajo. Es el grandote que iba adelante ayer a la anoche.
No hizo ningún comentario. Esperaba poder pasar el día sin pensar en Ben o en su Destierro. El recuerdo lo ponía mal y lo hacía sentir culpable, de modo que desvió la conversación.
—¿Y para qué viniste a despertarme?
—¿Qué pasa? ¿Acaso no te gusta ver mi cara apenas abres los ojos?
—No particularmente. Entonces...
Pero antes de que pudiera terminar la frase, se escuchó el estrépito de las paredes que se abrían por el día. Miró hacia la Puerta del Este, como esperando ver a Ben del otro lado. En su lugar, estaba Minho haciendo ejercicios. Lo vio cruzar la salida y recoger algo.
Era el tramo del poste que tenía el collar de cuero adosado a él. Al Corredor no pareció importarle la cuestión y se lo arrojó a otro chico, que lo guardó en el cobertizo de las herramientas, cerca de los Jardines.
Thomas se volteó hacia Newt, confundido. ¿Cómo podía Minho mostrarse tan indiferente?
—¿Cómo...?
—Sólo he visto tres Destierros, Tommy —se adelantó Newt—. Todos tan desagradables como el de anoche. Pero cada condenada vez, los Penitentes dejan el collar en nuestro umbral. Se me ponen los pelos de punta de sólo pensarlo.
-¿Y qué hacen con los chicos que atrapan? —preguntó, aunque no estaba muy seguro de querer saberlo.
Newt levantó los hombros, fingiendo indiferencia. Posiblemente no quería hablar de eso.
—Cuéntame de los Corredores —dijo de repente.
Las palabras parecieron brotar de la nada. Estuvo a punto de disculparse y cambiar de tema, pero se quedó callado. Quería saber todo sobre ellos. Aun después de lo que había visto la noche anterior o de haber observado al Penitente a través de la ventana, no le importaba. La necesidad de saber era muy fuerte, y no entendía bien por qué. Sentía que había nacido para ser Corredor.
El chico se detuvo, con aspecto confundido.
—¿Los Corredores? ¿Por qué?
-Sólo me preguntaba qué harían.
Newt lo miró con suspicacia.
—Esos tipos son los mejores de todos. Tienen que serlo. Todo depende de ellos —comentó, arrojando una piedra y observando cómo rebotaba hasta detenerse.
—¿Y por qué no eres uno de ellos?
La cara de Newt se puso seria de repente.
—Era, hasta que me lastimé esta maldita pierna hace unos meses. Ya nada fue lo mismo después de eso —comentó, con un breve destello de dolor en el rostro, mientras se frotaba distraídamente el tobillo derecho. A juzgar por su expresión, Thomas pensó que el sufrimiento provenía más de la memoria que de un malestar real.
—¿Cómo te lastimaste? -preguntó, considerando que cuanto más lo hiciera hablar, más averiguaría.
—De la única forma posible, huyendo de los jodidos Penitentes. Casi me atrapan —repuso, y luego hizo una pausa—.Todavía me dan escalofríos cuando pienso que podría haber pasado por la Transformación.
La Transformación. Thomas sabía que ese tema podría ser la respuesta a muchas de sus preguntas.
¿Y qué es eso? ¿Qué es lo que cambia? ¿Todos se convierten en psicópatas y tratan de matar gente como Ben?
—El pobre fue por mucho el peor de todos. Pero yo creía que querías hablar de los Corredores —le advirtió, con un tono de voz que ponía fin a la charla sobre la Transformación.
Eso despertó aún más su curiosidad, aunque le parecía genial volver al tema de los Corredores.
-Bueno, soy todo oídos.
—Ya te dije. Son los mejores.
—¿Y cómo los eligen? ¿Prueban a todos para ver si son rápidos?
Le lanzó una mirada de desprecio y gruñó.
—Vamos, Nuevito... Tommy, como quieras, usa un poco el cerebro. Lo rápido que puedas correr es sólo una parte. Y bastante pequeña, en realidad.
La aclaración despertó su interés.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando digo que son los mejores, eso significa en todo. Para sobrevivir en el condenado Laberinto tienes que ser despierto, rápido, fuerte. Debes ser bueno para tomar decisiones, saber cuál es el riesgo exacto que vas a asumir. No puedes ser tímido ni imprudente —estiró las piernas y se apoyó hacia atrás sobre las manos-. El trabajo allá afuera es fatal, ¿sabes? No lo extraño.
—Pensé que los Penitentes sólo salían por la noche —acotó. Por más que fuera su destino, no quería toparse con uno de esos monstruos.
—Sí, en general.
—Entonces, ¿por qué es tan terrible estar allí? Newt suspiró.
—Presión. Estrés. Mientras tratas de fijar toda la información en tu cabeza con la intención de sacar a todos de este lugar, el diseño del Laberinto varía día por día. Además, estás preocupado por los malditos Mapas. Y lo peor: siempre tienes miedo de no poder regresar. Un laberinto normal ya es difícil, pero uno que cambia todo el tiempo... Un par de errores y pasas la noche al lado de bestias siniestras. No hay lugar para tontos o malcriados.
Thomas frunció el ceño. No entendía el impulso que surgía en su interior, que lo alentaba a continuar. Lo podía sentir en todo el cuerpo.
—¿Y por qué todo ese interés? -preguntó Newt.
Temía decirlo otra vez en voz alta.
—Quiero ser Corredor.
-Llevas aquí menos de una semana, shank. Es un poco rápido para querer morir, ¿no te parece? —dijo Newt, volteándose y mirándolo a los ojos.
—No bromeo —respondió con expresión grave. Aun para él mismo nada de eso tenía mucho sentido. Pero era una sensación muy fuerte. De hecho, el deseo de ser Corredor era lo único que lo animaba a seguir adelante y aceptar su situación.
Newt prosiguió hablando sin quitarle la mirada.
—Yo tampoco. Ni lo pienses. Nadie se convirtió en Corredor en el primer mes, menos todavía en la primera semana. Nos quedan muchas pruebas por hacer antes de recomendarte al Encargado.
Thomas se puso de pie y comenzó a doblar su equipo de dormir.
-Newt, hablo en serio. No puedo pasarme el día plantando jitomates, me volvería loco. No sé qué hacía antes de que me despacharan aquí, pero el instinto me dice que tengo que ser Corredor. Sé que puedo serlo.
El muchacho continuaba sentado allí, mirándolo, sin ofrecerle ayuda.
-Nadie dijo que no pudieras. Pero trata de olvidarte del tema por un tiempo.
Sintió que lo invadía la impaciencia. —Pero...
—Escucha, Tommy, sé lo que digo. Si comienzas a atropellar por ahí, comentando a todos que eres demasiado bueno como para trabajar de campesino y que ya estás listo para ser un Corredor, ganarás muchos enemigos. Olvídalo por ahora.
Lo último que quería en ese momento era tener enemigos, pero aun así, decidió atacar por otro lado.
—Está bien. Hablaré con Minho sobre esto.
—Buena idea, larcho. La Asamblea es la que elige a los Corredores, de modo que si consideras que yo soy duro, ellos se reirán en tu propia cara.
—¿Qué saben ustedes? Yo podría ser realmente bueno. Creo que es una pérdida de tiempo hacerme esperar.
Newt se levantó.
—Préstame atención, Novato. Escucha bien lo que te voy a decir —le advirtió, mientras lo señalaba con el dedo. En ese momento Thomas descubrió que no se sentía demasiado intimidado. Puso los ojos en blanco, pero luego asintió—. Mejor déjate de tonterías, antes de que los otros te escuchen. Aquí, las cosas funcionan de otra manera, y toda nuestra existencia entera se basa en que todo funcione.
Hizo una pausa, pero Thomas no dijo nada, temiendo el sermón que se avecinaba.
—Orden —agregó—.Tienes que grabarte esa palabra en tu cabeza a lo bestia. El motivo por el cual todos estamos cuerdos aquí adentro es porque trabajamos duro para mantener el orden. Por esa razón echamos a Ben. ¿Acaso crees que podemos permitir que haya chiflados dando vueltas, intentando matar gente? Orden. Si hay algo que no necesitamos en este momento es alguien que venga a enturbiar las cosas.
Thomas dejó su terquedad de lado, pues se dio cuenta de que era hora de cerrar la boca.
-Claro —fue todo lo que añadió.
Newt lo palmeó en la espalda.
—Hagamos un trato.
—¿Qué? —preguntó, sintiendo renacer sus esperanzas.
—Tú no hablas más del tema y yo te pongo en la lista de posibles candidatos apenas demuestres que tienes algo de poder. Abres la boca y me voy a ocupar de que nunca tengas una maldita oportunidad, ¿de acuerdo?
Detestaba la idea de tener que esperar, sin saber por cuánto tiempo.
—Ese trato es una mierda.
Newt levantó las cejas.
Luego de unos segundos, Thomas hizo una señal afirmativa. —Trato hecho.
—Vamos pues, vayamos a buscar algo para picar de lo que prepara Sartén. Y espero que no nos agarre una intoxicación brutal.
Esa mañana, por fin conoció al tristemente célebre Sartén, pero sólo de lejos. El tipo estaba muy ocupado preparando el desayuno para un ejército de hambrientos Habitantes. No podía tener más de dieciséis años, pero ya tenía una barba tupida y una cantidad de pelos que le brotaban por todo el cuerpo, como tratando de escapar de los confines de su ropa manchada de comida. No parece el tipo más limpio del mundo como para supervisar la cocina, pensó. Se grabó la idea de fijarse siempre que no hubiera pelos negros en su plato.
Thomas y Newt acababan de sentarse con Chuck en una mesa alejada de la Cocina, cuando un numeroso grupo de Habitantes se levantó y corrió hacia la Puerta del Oeste, hablando animadamente entre ellos.
-¿Qué pasa? —inquirió, sorprendido ante la naturalidad de su pregunta. Los nuevos acontecimientos del Área ya formaban parte de su vida.
Newt hizo un gesto de indiferencia y se abalanzó sobre su desayuno.
-Están despidiendo a Minho y a Alby, que van a ver al condenado Penitente muerto.
-Hey -dijo Chuck, mientras un trozo de tocino salía volando de su boca—.Tengo una pregunta sobre eso.
-No me digas, Chucky —repuso Newt con un dejo de sarcasmo—. ¿Y cuál sería tu maldita pregunta?
El chico parecía muy concentrado en sus pensamientos.
—Bueno, es que ellos encontraron a un Penitente muerto, ¿no es cierto?
--Ah, ¿sí? -contestó—. Gracias por la noticia.
El gordito golpeó el tenedor distraídamente contra la mesa.
—Bueno, y entonces ¿quién mató a esa estúpida criatura?
Excelente pregunta, Chuck, pensó Thomas. Esperó que Newt respondiera, pero no se escuchó nada. Era obvio que no tenía la más remota idea.
encontraba aún a mitad de camino.
Miró otra vez hacia el Laberinto y hacia el muro que se cerraba. Sólo unos pocos metros más y todo habría concluido.
De repente, Minho tropezó y se desplomó. No iban a lograrlo. El tiempo se había acabado. Era el fin.
Escuchó unos gritos de Newt a sus espaldas.
—¡Tommy, no lo hagas! ¡Ni se te ocurra, cabrón!
Los conos de la pared derecha parecían brazos que se estiraban, buscando aferrarse a esos pequeños agujeros donde encontrarían su descanso nocturno. Mientras tanto, los chirridos de las Puertas seguían aturdiendo el aire.
Un metro y medio. Un metro. Sesenta centímetros.
Supo que no le quedaba alternativa. Se movió hacia delante, pasó rozando los conos en el último segundo y entró en el Laberinto.
Los muros se cerraron con fuerza detrás de él. Pudo oír el eco del estruendo, ionio una carcajada enloquecida resonando por las paredes cubiertas de enredadera.