CAPITULO 21
Thomas giró y vio a su perseguidor original que continuaba acercándose, aunque un poco más lentamente, abriendo y cerrando la garra de metal, como burlándose de él.
Sabe que no tengo salida, pensó. Después de todo el esfuerzo, se encontraba allí, rodeado de Penitentes. Era el final. Su vida se había acabado tan sólo una semana después de haber llegado al Área.
Aunque la pena lo consumía, tomó una decisión: pelearía hasta el último momento.
Considerando que uno era mucho mejor que tres, corrió directamente hacia el Penitente que lo había seguido hasta ahí. El monstruo retrocedió apenas unos centímetros y dejó de mover la garra, como sorprendido ante su audacia. Juntando valor ante esa mínima vacilación, comenzó a gritar mientras arremetía contra él.
La criatura recobró la vida: las púas brotaron de su piel y rodó hacia delante, listo para chocar de frente contra el enemigo. El movimiento súbito casi detiene a Thomas, borrándole esa incipiente audacia demencial que lo había asaltado, pero continuó la carrera.
Un segundo antes del enfrentamiento, cuando pudo ver de cerca el metal, el pelo y la baba, Thomas apoyó el pie izquierdo y se arrojó hacia la derecha. Incapaz de detener el impulso, el Penitente pasó de largo volando y luego frenó con una sacudida. Notó que la criatura se movía ahora mucho más velozmente. Con un aullido metálico, dio vuelta y se preparó para abalanzarse sobre su víctima. Como Thomas ya no estaba rodeado, tenía el camino libre.
Se puso de pie y salió disparado hacia delante por el pasillo. Los sonidos de persecución de los cuatro Penitentes juntos lo seguían de cerca.
Sabiendo que estaba forzando su cuerpo más allá del límite, continuó la huida, tratando de liberarse de esa sensación de que el final era sólo cuestión de tiempo.
Tres pasadizos después, dos manos tiraron de él y lo arrastraron hasta el pasillo contiguo. El corazón le saltó a la garganta mientras luchaba por liberarse. Se calmó cuando descubrió que era Minho.
—Pero qué...
—¡Cállate y sígueme! —gritó, empujándolo hasta que logró ponerse de pie.
Sin perder un segundo, Thomas se recobró y corrieron juntos por el Laberinto. Minho parecía saber exactamente lo que estaba haciendo y hacia dónde se dirigía: nunca se detuvo a pensar qué camino tomar.
Al doblar la esquina siguiente, Minho intentó hablar, con la respiración entrecortada.
—Vi lo que acabas de hacer... cuando te arrojaste... allá atrás... me dio una idea... sólo tenemos que soportar un poco más.
Thomas no se molestó en gastar aire en preguntas y continuó corriendo. Era obvio que los Penitentes ganaban terreno a un ritmo alarmante. Le dolía cada milímetro de su cuerpo. Los miembros le suplicaban que dejara de correr, pero no se detuvo, rogando que el corazón no lo abandonara.
Algunas curvas más tarde, apareció delante de ellos algo que el cerebro de Thomas no alcanzaba a registrar. Era algo... incorrecto. Y la luz débil que provenía de sus perseguidores no hacía más que convertirlo todo en una ilusión.
El pasillo no terminaba en otra pared de piedra. Lo único que se apreciaba era la negrura.
Entornó los ojos mientras se acercaban al muro de oscuridad, intentando comprender qué era aquello. Las dos paredes de hiedra que se encontraban a ambos lados de él parecían cruzarse únicamente con el cielo. Pudo ver algunas estrellas. Al aproximarse, se dio cuenta de que era una abertura: el Laberinto se acababa.
¿Cómo es esto?, se preguntó. Después de años de búsqueda, ¿cómo puede ser que nosotros lo hayamos encontrado tan fácilmente?
—No te entusiasmes -le dijo Minho, que parecía percibir sus pensamientos, respirando con dificultad.
A unos dos metros del final del pasadizo, el Corredor se detuvo, apoyando su mano en el pecho de su compañero para asegurarse de que él frenara también. Thomas disminuyó el paso y luego caminó hasta el lugar donde el Laberinto se extendía hacia el cielo. El ruido de la avalancha de Penitentes iba en aumento, pero él tenía que ver eso.
Era cierto que se trataba de una salida del Laberinto pero, ya Minho lo había adelantado, no era como para entusiasmarse. Todo lo que pudo observar en cualquier dirección que mirara era aire vacío y estrellas que perdían intensidad. Era una visión extraña e inquietante, como si se encontrara al borde del universo. Sintió vértigo y se le aflojaron las rodillas.
Estaba por comenzar a amanecer y el cielo se había iluminado considerablemente en el último minuto. Contemplaba todo incrédulo, sin entender cómo era posible eso. Era como si alguien hubiera construido un Laberinto y luego lo hubiera puesto a flotar en el cielo, suspendido en el medio de la nada para toda la eternidad.
—No entiendo -susurró, sin saber si Minho podía oírlo.
—Cuidado -repuso el Corredor—. No serías el primer larcho en caerse por el Acantilado —le advirtió, y lo sujetó del hombro— ¿Acaso te olvidaste de algo? —preguntó, señalando hacia atrás, al interior del Laberinto.
Recordaba haber escuchado antes la palabra Acantilado, pero no podía ubicar dónde.Ver el vasto cielo que se abría delante y debajo de él lo había puesto en un estado hipnótico. Se obligó a volver a la realidad y giró para enfrentar a los Penitentes, que ya se encontraban a unos diez metros, formando una sola fila, moviéndose increíblemente rápido.
Todo resultó obvio de repente, aun antes de que Minho explicara el plan.
—Estos monstruos serán despiadados —comentó—, pero no pueden ser más tontos. Quédate aquí cerca, frente a...
Thomas lo interrumpió.
—Ya sé. Estoy listo.
Arrastraron los pies hasta que estuvieron pegados uno al lado del otro delante del precipicio, en medio del pasillo. Tenían los tobillos a escasos centímetros del borde del Acantilado, que estaba a sus espaldas, y sólo era aire lo que los esperaba de allí en adelante.
Valor era lo único que les quedaba.
—¡Tenemos que estar sincronizados! —exclamó Minho, y su grito fue ahogado por el ruido ensordecedor de las púas chocando contra la piedra—. ¡Prepárate!
Era un misterio por qué los Penitentes se habían colocado en una sola hilera. Quizás el Laberinto les resultaba muy angosto para trasladarse uno al lado del otro. La cuestión fue que rodaban uno por uno por el pasadizo de piedra, repiqueteando y gimiendo, dispuestos a matar. Los diez metros se habían convertido en cuatro y los monstruos ya estaban a pocos segundos de estrellarse contra los chicos.
-¡Listos! -dijo Minho con firmeza- Espera, todavía no...
Thomas detestó cada milésima de segundo de espera. Sólo quería cerrar los ojos y no ver a un Penitente más en toda su vida.
-¡Ahora! -gritó.
Justo cuando el brazo de la primera criatura se extendía para pellizcarlos, ambos se arrojaron en direcciones opuestas hacia las paredes externas del pasillo. Un rato antes, la táctica le había dado buenos resultados a Thomas y, a juzgar por el estruendoso frenazo que dio el primer Penitente, funcionó por segunda vez. El monstruo salió volando por el borde del Acantilado. Lo que resultó extraño fue que su grito de guerra se cortara de golpe en vez de ir apagándose gradualmente mientras se deslizaba hacia el abismo.
Thomas aterrizó contra el muro y, al girar, alcanzó a ver al segundo Penitente cayendo por el barranco, sin poder detenerse. El tercero clavó un brazo con varias púas en la piedra, pero el impulso que traía era excesivo. El chirrido escalofriante del filo rasgando el piso hizo que a Thomas le corriera un frío helado por la espalda, pero un segundo después, la criatura se hundía en las profundidades. Una vez más, ninguno de ellos emitió sonido alguno durante el descenso, como si hubieran desaparecido en vez de caer.
El cuarto y último atacante fue capaz de detenerse a tiempo, y quedó tambaleándose al filo del precipicio, sostenido por una púa y una garra.
Thomas supo instintivamente lo que tenía que hacer. Le hizo una seña a Minho y luego se volteó. Ambos corrieron hacia el Penitente y saltaron sobre él con los pies por delante, empujándolo con el último resto de fuerza que encontraron. Los dos chicos unidos mandaron al último monstruo en picada hacia la muerte.
Thomas gateó rápidamente hasta la orilla del barranco y asomó la cabeza para verlos caer. Pero no fue posible porque ya se habían ido, sin que quedara una sola señal de ellos en el vacío que se extendía hacia el fondo. Nada.
No podía comprender adonde llevaba el Acantilado ni qué les había ocurrido a las terribles criaturas.
Habiendo agotado toda su fuerza, se hizo un ovillo en el piso y se cubrió la cara con las manos. Las lágrimas no tardaron en llegar.
CAPITULO 22
Transcurrió media hora. Ninguno de los dos se había movido un centímetro. Thomas ya había dejado de llorar, pero continuaba preguntándose qué pensaría Minho de él o si les contaría a los demás, llamándolo marica. Había perdido el control de sí mismo: sabía que esas lágrimas habían sido inevitables. A pesar de la falta de memoria, estaba seguro de que acababa de atravesar la noche más traumática de su vida. Además, las manos adoloridas y el profundo agotamiento tampoco colaboraban.
Como el amanecer ya estaba en pleno desarrollo, se arrastró hasta el borde del Acantilado una vez más y estiró el cuello para ver mejor. El cielo que se abría delante de él era de un púrpura intenso, que se fundía gradualmente en el azul brillante del día, con toques de anaranjado del sol, que se encontraba en un horizonte plano y distante.
Miró directamente hacia abajo y observó cómo el muro de piedra del Laberinto caía de manera vertical hasta desaparecer. Pero aun con la claridad que iba en aumento, seguía sin poder distinguir qué había al fondo. Era como si el Laberinto estuviera posado en una estructura varios kilómetros por encima del suelo. Pero eso es imposible, pensó. No puede ser. Tiene que ser una ilusión. Se puso boca arriba, gimiendo. Le dolían partes del cuerpo que ni sabía que existían. Al menos las Puertas se abrirían pronto y podrían regresar al Área. Desvió la vista hacia su compañero, que estaba echado contra la entrada del pasadizo. —No puedo creer que estemos vivos —le dijo.
Minho solamente asintió con la cabeza, sin ninguna expresión en el rostro. —¿Habrá más o los matamos a todos?
-Logramos llegar a la salida del sol, si no hubiéramos tenido diez monstruos más encima de nuestras cabezas -contestó Minho, profiriendo quejidos de dolor- No puedo creerlo. En serio. Fuimos capaces de soportar toda la noche. Algo nunca visto.
Thomas sabía que debería estar orgulloso por el valor demostrado, pero todo lo que sentía era cansancio y tranquilidad.
-¿Qué fue lo que hicimos distinto?
-No sé. Es medio difícil preguntarle a un tipo muerto qué es lo que hizo mal.
Seguía obsesionado por la manera en que los gritos airados de los Penitentes habían concluido al caer por el Acantilado, y por el motivo que le había impedido verlos desplomarse en picada hacia la muerte. Había algo muy raro y perturbador en todo eso.
-Parecería que, después de pasar el borde, hubieran desaparecido o algo así.
-Sí, eso fue alucinante. Unos Habitantes tenían la teoría de que otras cosas se habían evaporado en el aire, pero nosotros les hicimos ver que estaban equivocados. Mira esto.
Minho tiró una piedra por el Acantilado y Thomas siguió el recorrido con la vista mientras caía hasta que se volvió muy pequeña para poder distinguirla.
-¿Y eso por qué demuestra que no tenían razón? -le preguntó. Minho alzó los hombros.
-Bueno, la piedra en realidad no desapareció, ¿no es cierto?
-¿Y entonces qué crees que pasó? -preguntó. Estaba seguro de que se hallaban frente a algo importante y significativo. Volvió a levantar los hombros.
-Tal vez sea magia. Ahora me duele demasiado la cabeza para poder pensar.
De pronto, Thomas se acordó de Alby
-Tenemos que regresar -exclamó, haciendo un gran esfuerzo para ponerse de pie-. Hay que bajar a Alby de la pared.
Al ver la mirada de confusión de Minho, le explicó rápidamente lo que había hecho con la enredadera.
—Es imposible que esté vivo —repuso, con desaliento.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Vamos ya —replicó, comenzando a renguear por el pasillo.
—Porque nadie lo logró nunca...
Entonces se detuvo, y Thomas supo lo que estaba pensando.
—Eso fue porque cuando ustedes los localizaron, ya los habían matado los Penitentes. Alby sólo fue pinchado por una de esas agujas, ¿no es cierto?
Minho se levantó y marcharon juntos en una lenta caminata de regreso al Área.
—No lo sé, supongo que esto nunca ocurrió antes. Unos pocos tipos recibieron pinchazos durante el día. A ellos les dieron el Suero y pasaron por la Transformación. Los pobres larchos que se quedaron dentro del Laberinto durante la noche fueron encontrados mucho después, a veces varios días después. Y otros nunca aparecieron. Todos ellos murieron de maneras de las que prefiero no hablar.
Thomas se estremeció de sólo pensarlo.
—Luego de lo que nosotros pasamos, me parece que puedo imaginármelo.
Minho miró a su compañero, con la sorpresa dibujada en el rostro.
-Creo que acabas de resolver el problema. Estábamos equivocados... bueno, esperemos que sea así. Como ninguno de los que fueron pinchados y que no logró volver antes del atardecer sobrevivió, dimos por sentado que ése era el punto sin retorno: el momento cuando ya es muy tarde para recibir el Suero —explicó. Parecía entusiasmado con esa línea de pensamiento.
Doblaron otro recodo y Minho, de repente, tomó la delantera. Comenzó a acelerar el paso, pero Thomas lo siguió pisándole los talones. Estaba impresionado por lo familiar que le resultaba el camino, aun antes de que Minho indicara por dónde tomar.
—Bueno, con respecto al Suero —continuó—.Ya escuché hablar de él un par de veces. ¿Qué es? ¿Y de dónde viene?
—Es sólo lo que parece, shank. Un suero. El Suero de los Penitentes. Thomas lanzó una risa forzada y patética.
—Justo cuando comenzaba a pensar que sabía todo acerca de este estúpido sitio. ¿De dónde salió el nombre? ¿Y por qué los Penitentes se llaman así?
Minho continuó la explicación mientras se desplazaban por las innumerables curvas del Laberinto, yendo los dos a la par.
—No sé de dónde sacamos los nombres, pero el Suero viene de los Creadores, o por lo menos, así es como los llamamos. Todas las semanas aparece en la Caja con los suministros, siempre ha ocurrido. Es un remedio o un antídoto, no sé, que ya viene dentro de una jeringa, listo para usar -dijo, haciendo el gesto de clavarse una aguja en el brazo—. Le metes esa porquería a alguien que fue pinchado y lo salva. Atraviesa la Transformación, que es de terror, pero después de eso está curado.
Pasaron un par de minutos en silencio, mientras Thomas procesaba la información. Reflexionaba acerca de la Transformación y seguía pensando en la chica.
—Es raro, ¿no? —prosiguió Minho—. Nunca antes hemos hablamos de esto. Si Alby todavía está vivo, no hay razón para pensar que el Suero no pueda salvarlo. Por algún motivo, se nos metió en nuestras cabezas mierteras que, una vez que las Puertas se cerraban, estabas terminado, eras historia. Tengo que ver con mis propios ojos eso de que colgaste a Alby de la pared. Me parece que me estás engañando.
Los chicos continuaron la marcha: Minho casi con cara de alegría; Thomas, preocupado. Venía evitando el tema, negándoselo a sí mismo.
—¿Qué tal si otro Penitente descubrió a Alby después de que yo distraje al que me perseguía?
Minho le echó una mirada inexpresiva y no contestó.
—Mejor dejemos de pensar y apuremos el paso —repuso, esperando que todo el esfuerzo que había hecho para salvar a Alby no hubiera sido inútil.
Trataron de ir más rápido, pero sus cuerpos les dolían tanto que tuvieron que conformarse con una caminata lenta a pesar de la urgencia. Al doblar la esquina siguiente, a
Thomas casi le da un infarto al notar movimiento un poco más adelante. Pero, un instante después, la alegría lo embargó cuando reconoció a Newt con un grupo de Habitantes. La Puerta del Oeste del Área, que se elevaba delante de ellos, estaba abierta. Habían regresado. Al verlos aparecer, Newt se acercó rengueando.
—¿Qué pasó? —les preguntó, con una pizca de irritación en la voz—. ¿Qué reverenda...?
—Te lo contaremos después —lo interrumpió Thomas—. Tenemos que salvar a Alby.
—¿Qué estás diciendo? ¿Acaso sobrevivió? -Ven para acá -contestó.
Se dirigió hacia la derecha y estiró el cuello hacia arriba del muro. Buscó entre las gruesas lianas de la hiedra hasta que encontró el lugar en donde Alby colgaba de los brazos y las piernas muy por encima de ellos. Sin decir nada, señaló hacia arriba, sin atreverse aún a relajarse. Seguía allí, entero, pero no había ninguna señal de movimiento.
Newt logró distinguir a su amigo en la enredadera. Si antes parecía sorprendido, ahora estaba completamente apabullado.
—¿Está... vivo?
Ojalá que sí, pensó.
-No sé. Al menos lo estaba cuando lo dejé ahí.
-Cuando tú lo dejaste... —Newt sacudió la cabeza-.Vengan con Minho para aquí adentro en este momento y que los Docs los revisen. Tienen un aspecto desastroso. Quiero la historia completa cuando ellos terminen y ustedes hayan descansado.
Thomas quería esperar para ver si Alby estaba bien. Comenzó a hablar pero Minho lo agarró del brazo y lo obligó a caminar hacia el Área.
—Necesitamos dormir. Y unas vendas. Ya.
Sabía que él tenía razón. Se calmó, echó una mirada hacia atrás y luego acompañó a Minho lejos del Laberinto.
El viaje de regreso al Área y después hasta la Finca, rodeados por Habitantes que los contemplaban maravillados, pareció interminable. Sus caras eran una mezcla de temor y admiración, como si estuvieran viendo a dos fantasmas paseando por un cementerio. Thomas sabía que ellos habían logrado una hazaña, pero le producía vergüenza ser el centro de atención.
Casi frena de golpe al ver a Gally un poco más adelante con los brazos cruzados, observándolo con odio. Necesitó toda su fuerza de voluntad para mantenerle la mirada. Cuando estuvo apenas a un metro y medio, el chico bajó la vista hacia el piso.
Se sintió un poco mal por la sensación tan agradable que experimentó. Sólo un poco.
Los minutos que siguieron fueron una sucesión de imágenes borrosas. Un par de Docs los escoltaron dentro de la Finca hasta el primer piso; echó un vistazo a través de una puerta entreabierta y vio a alguien alimentando a la chica en coma —sintió un impulso irresistible de saber cómo estaba—; ubicaron a cada uno en su dormitorio, en las camas; comida, agua; vendajes. Dolor. Finalmente, lo dejaron solo, con la cabeza apoyada en la almohada más suave que su limitada memoria pudiera recordar.
Pero mientras se dormía, había dos cosas en las que no podía dejar de pensar. La primera, era la palabra que había visto borroneada en el tórax de los escarabajos: CRUEL, que volvía una y otra vez a su mente. La segunda, era la chica.
Unas horas después —bien podrían haber sido días para él—, Chuck estaba allí, sacudiéndolo para que despertara. Le llevó varios segundos orientarse y ver claramente. Centró la vista en su amigo y se quejó.
—Déjame dormir, shank.
—Pensé que querrías saber.
Se frotó los ojos y bostezó.
—¿Saber qué? —preguntó, confundido ante la gran sonrisa del chico. —Está vivo —replicó—. Alby está bien, el Suero dio resultado.
El aturdimiento desapareció de inmediato, reemplazado por una gran calma: estaba asombrado de lo feliz que lo había puesto la noticia. Pero las palabras que siguieron le hicieron reconsiderar su emoción.
—Acaba de comenzar la Transformación.
Como convocado por esa última frase, se escuchó desde una habitación cercana un grito que les heló la sangre.
CAPITULO 23
Thomas reflexionó largo y tendido acerca de Alby. Había considerado una gran victoria el salvarle la vida y traerlo de vuelta de una noche en el Laberinto. ¿Pero había valido la pena? Ahora el chico estaba sufriendo mucho, atravesando la misma experiencia que Ben. ¿Y si se volvía loco como él? Esos pensamientos lo torturaban.
El crepúsculo cayó sobre el Área y los aullidos de Alby seguían rondando el aire. Era imposible escapar de esos horribles sonidos. Thomas finalmente convenció a los Docs de que lo dejaran ir —exhausto, adolorido y vendado—, harto de los gemidos angustiantes y desgarradores del líder. Newt se había mostrado inflexible cuando le pidió ver a la persona por la cual había arriesgado su vida. Sólo empeorará las cosas, había dicho, y no hubo forma de hacerle cambiar de opinión.
Estaba muy cansado como para iniciar una pelea. No tenía idea de que fuera posible sentirse tan agotado aun después de haber dormido algunas horas. No podía trabajar en el estado en que se hallaba, por eso había pasado casi todo el día en una banca en los alrededores de las Lápidas, sumido en la desesperación. La euforia de su fuga se había apagado rápidamente, dejándolo en medio del sufrimiento y las cavilaciones acerca de su nueva vida en el Área. Le dolían todos los músculos, estaba cubierto de cortadas y moretones de la cabeza a los pies. Pero todo eso junto no era tan terrible como la pesada carga emocional de lo que había pasado la noche anterior. Parecía que la realidad de su nueva existencia finalmente se hubiera instalado en su mente, como quien escucha el último diagnóstico de una enfermedad terminal.
¿Cómo puede ser que alguien llegue a ser feliz viviendo de esta forma?, pensó. ¿Cómo puede ser que alguien sea tan diabólico como para hacernos esto? Ahora entendía más que nunca la pasión que sentían los Habitantes por encontrar la salida del Laberinto. No era sólo cuestión de huir. Por primera vez, sintió sed de vengarse de los responsables de haberlo enviado allí.
Pero todos esos pensamientos sólo lo conducían otra vez hacia esa desesperanza que ya tantas veces se había apoderado de él. Si Newt y los demás no habían sido capaces de encontrar la solución al enigma del Laberinto después de dos años de búsqueda, parecía imposible que realmente existiera esa solución. El hecho de que los Habitantes no se hubieran rendido, hablaba más de ellos que ninguna otra cosa.
Y ahora él era uno de ellos.
Ésta es mi vida, pensó. Un Laberinto gigante, rodeado de espantosas bestias. La tristeza lo inundó como un veneno poderoso. Los gritos de Alby, ahora distantes pero todavía audibles, no hacían más que empeorar su ánimo. Tenía que taparse los oídos con las manos cada vez que los escuchaba.
Finalmente, el día acabó, y la puesta del sol trajo con ella el ahora familiar chirrido de las cuatro Puertas cerrándose. Thomas no tenía memoria de su vida anterior a la Caja, pero podía asegurar que habían concluido las peores veinticuatro horas de su existencia.
Apenas anocheció, Chuck apareció con algo para cenar y un gran vaso de agua fría.
—Gracias —dijo, sintiendo una ola de cariño hacia el chico. Acabó con la carne y los espaguetis del plato tan rápido como se lo permitieron sus adoloridos brazos—. ¡Esto era lo que mi alma necesitaba! —masculló en medio de un enorme bocado. Tomó un gran trago de su bebida y atacó de nuevo la comida. No se había dado cuenta de lo hambriento que estaba hasta que empezó a comer.
—No es un espectáculo muy agradable —comentó Chuck, sentado en la banca, junto a él—. Es como mirar a un cerdo muerto de hambre deglutiendo su propio plopus.
-Eres muy gracioso -replicó, con un dejo de sarcasmo en la voz—. Deberías ir a divertir a los Penitentes, a ver si logras hacerlos reír.
Una expresión fugaz en la cara de su amigo reveló que el comentario lo había herido, pero desapareció tan pronto como había surgido.
-Ah, eso me recuerda algo: eres el tema del día. Se enderezó. No estaba muy seguro de que la noticia le agradara.
-No sé de qué estás hablando.
-Caray. A ver, déjame pensarlo. Primero, vas al Laberinto por la noche, cuando se supone que no debes hacerlo. Después, te conviertes en una especie de fenómeno de la selva, colgándote de las lianas y atando Habitantes a los muros. Más tarde, te transformas en uno de los primeros en sobrevivir toda una noche fuera del Área y, para rematar, matas a cuatro Penitentes. Realmente no se me ocurre por qué esos larchos andan hablando de ti.
Una ráfaga de orgullo le recorrió el cuerpo, pero se desvaneció enseguida. Se sintió culpable de la alegría que acababa de experimentar. Alby seguía en cama, aullando de dolor, y era probable que deseara estar muerto.
—Pero eso de engañarlos para que cayeran por el Acantilado fue idea de Minho y no mía.
—Bueno, pero no es lo que él dice. Te vio hacer ese truco de esperar y arrojarte, y entonces se le ocurrió hacer lo mismo en el barranco.
—¿El truco de esperar y arrojarse? —preguntó Thomas, llevando los ojos hacia arriba en señal de suficiencia— Cualquier idiota hubiera hecho lo mismo.
—No te hagas ahora el humilde con nosotros. Lo que hicieron es totalmente increíble. Los dos, tú y Minho.
Lanzó al piso el plato vacío, repentinamente enojado.
—¿Entonces por qué me siento como una mierda, Chuck? ¿Podrías contestarme eso?
Miró a su compañero en busca de una respuesta, pero no parecía tener ninguna. El chico se quedó sentado ahí, apretando las manos, mientras se inclinaba hacia delante apoyado en las rodillas, con la cabeza caída. Después de unos segundos, murmuró algo en voz muy baja:
—Por la misma razón que todos nos sentimos como una mierda.
Permanecieron en silencio hasta que apareció Newt con cara de muerto. Se sentó en el piso con la tristeza y la preocupación pintadas en el rostro. Aun así, Thomas estaba contento de tenerlo cerca.
—Creo que ya pasó lo peor —anunció—. Ese desgraciado debería dormir un par de días y despertarse en buenas condiciones. Quizás emitir algún rugido de vez en cuando.
Le costaba imaginarse lo terrible que debía ser todo ese suplicio: el proceso de la Transformación era todavía un misterio para él. Decidió encarar a Newt, tratando de aparentar naturalidad.
—Dime, ¿cómo es exactamente la experiencia que Alby está atravesando? En serio, no entiendo qué es la Transformación.
La respuesta lo dejó perplejo.
—¿Y tú crees que nosotros sí? —le disparó, llevando los brazos hacia arriba y luego golpeando las rodillas al bajarlos—.Todo lo que sabemos es que si los Penitentes te pinchan con sus malditas agujas, te inyectas el Suero o mueres. Si lo recibes, tu cuerpo sufre ataques, se sacude, la piel expele burbujas y se pone verdosa, y te vomitas todo encima. ¿Te parece que esta explicación es suficiente, Tommy?
Arrugó la frente. No quería que el muchacho se pusiera más molesto de lo que estaba, pero él necesitaba respuestas.
—Hey, sé que es muy desagradable tener que ver cómo tu amigo sufre, pero sólo quiero saber realmente lo que está ocurriendo allá arriba. ¿Por qué lo llaman la Transformación?
Newt se relajó —hasta pareció encogerse— y luego suspiró.
—Te trae recuerdos, pequeños fragmentos reales de antes de llegar a este sitio horrendo. Cualquiera que pasa por eso actúa como un maldito desquiciado cuando todo termina... aunque en general no tanto como el pobre Ben. En realidad, es como si te devolvieran tu vida anterior y te la arrancaran nuevamente.
Sentía la cabeza en llamas.
—¿Estás seguro? —le preguntó.
Newt lo miró confundido.
-¿Qué quieres decir? ¿Seguro de qué?
—¿Ellos están transformados porque quieren volver a su existencia anterior o es que se quedaron totalmente deprimidos al descubrir que su antigua vida no era mejor que la que tenemos ahora?
Lo observó durante unos segundos y luego miró hacia otro lado, inmerso en sus pensamientos.
—Los shanks que pasaron por esto no quieren hablar de la experiencia. Ellos se vuelven... diferentes, antipáticos. Hay un puñado por el Área, pero me resulta insoportable estar con ellos —su voz sonaba distante y sus ojos se habían desviado hacia algún lugar indefinido en el bosque. Thomas sabía que estaba pensando que tal vez Alby nunca más volvería a ser el mismo.
—Dímelo o a mí —exclamó Chuck, metiéndose en la conversación—. Gally es él peor de todos.
—¿Alguna novedad de la chica? —preguntó Thomas, cambiando de tema. No estaba de ánimo para hablar de Gally. Además, no podía dejar de pensar en ella—.Vi allá arriba a los Docs dándole de comer.
—No —contestó—. Sigue en ese maldito estado de coma, o lo que sea. Cada tanto, susurra algo, cosas sin sentido, como si estuviera soñando. Acepta la comida; parece andar bien. Es todo muy raro...
Se hizo una larga pausa, como si los tres estuvieran buscándole algún sentido a todo eso. Thomas volvió a pensar en la inexplicable conexión que parecía mantener con la chica, que ahora había disminuido un poco, pero podía haber sido por todos los otros hechos que ocupaban su mente.
Finalmente, Newt rompió el silencio.
—Bueno, ahora el siguiente paso es decidir qué hacemos con Tommy. Se despertó de golpe, desconcertado ante el comunicado. —¿Qué hacen conmigo? ¿De qué hablas? Newt se levantó y estiró los brazos.
—Has puesto este lugar patas para arriba, larcho maldito. La mitad de los Habitantes cree que eres Dios y la otra mitad quiere arrojarte por el Hueco de la Caja. Hay mucho que decidir.
-¿Cómo qué? -repuso, sin saber qué le resultaba más inquietante: que algunos pensaran que era una especie de héroe o que otros desearan deshacerse de él.
-Paciencia —le respondió-.Ya te enterarás mañana después del despertar.
—¿Mañana? ¿Por qué?
—Convoqué una Asamblea y tú estarás ahí. Eres el único tema a tratar.
Y después del anuncio, dio media vuelta y se alejó, dejando a Thomas muy confundido, preguntándose por qué sería necesario hacer una Asamblea sólo para hablar de él.
CAPITULO 24
A la mañana siguiente, Thomas se acomodó, con aspecto ansioso y preocupado, frente a otros once chicos ubicados en sillas formando un semicírculo a su alrededor. Enseguida se dio cuenta de que ellos eran los Encargados y que, por lo tanto, Gally también formaba parte del grupo. Solamente había un asiento vacío: no hacía falta que le dijeran que pertenecía a Alby.
La reunión se realizaba en una gran sala de la Finca, en la que Thomas nunca había estado antes. Además de las sillas, lo único que había era una mesita en un rincón. Las paredes y el piso eran de madera, y daba la impresión de que nadie se había ocupado de que el ambiente luciera agradable. No había ventanas y la habitación olía a moho y a libros viejos. Aunque no tenía frío, estaba temblando.
Sintió cierto alivio al ver que Newt se encontraba allí, sentado frente a él, a la derecha del sitio que pertenecía a Alby.
—En nombre de nuestro líder, enfermo y en cama, declaro abierta esta Asamblea —anunció, con un gesto sutil en sus ojos, como si detestara cualquier cosa que se acercara a la formalidad—. Como todos ustedes saben, los últimos días han sido una reverenda locura y una buena parte está relacionada con nuestro Novato, Tommy, aquí presente.
Thomas se puso rojo de vergüenza.
—El ya no es más el Novato —exclamó Gally, con su voz áspera tan grave y cruel que resultaba casi cómica—. Ahora es sólo un transgresor de las reglas.
Eso desencadenó una ola de murmullos y susurros, que Newt acalló. Thomas deseó estar lo más lejos posible de allí.
-Gally -dijo—, trata de mantener un poco el orden. Si no puedes contener tu bocota cada vez que digo algo, tendrás que largarte de aquí, porque no ando de muy buen humor.
Thomas sintió ganas de levantarse y aplaudir.
Gally cruzó los brazos y se reclinó en la silla con una expresión de enojo tan forzada que Thomas casi lanza una carcajada. No podía creer que hasta ayer había estado tan aterrorizado por ese tipo. Ahora parecía tonto e incluso patético.
Newt le echó una mirada dura a Gally y luego continuó.
—Me alegro de que hayamos aclarado las cosas —repuso, poniendo los ojos en blanco—. La razón por la que estamos aquí es la siguiente: gran parte de los chicos del Área se ha acercado a mí en los dos últimos días para quejarse de Thomas o para pedirme su mano. Tenemos que decidir qué haremos con él.
Gally se inclinó hacia delante, pero Newt lo cortó antes de que pudiera decir una palabra.
—Ya tendrás tu oportunidad de hablar. Uno a la vez. Tommy, no estás autorizado a abrir la boca hasta que te lo pidamos, ¿va? —le advirtió, mientras esperaba su consentimiento, que llegó de mala gana. Luego señaló a un chico sentado en la última silla de la derecha—. Zart, es tu turno.
Zart, el tipo grandote y callado de los Jardines, se movió en el asiento. Parecía sentirse tan fuera de lugar como una zanahoria en una planta de jitomate. Observó un segundo a Thomas y tragó saliva.
—Bueno —comenzó, mirando hacia todos lados como esperando que alguien le soplara qué decir—. No sé. El quebró una de nuestras reglas más importantes. No podemos dejar que todos piensen que eso está bien... —bajó la vista, se frotó las manos y agregó-: sin embargo, también... cambió muchas cosas. Ahora sabemos que podemos sobrevivir allá afuera y derrotar a los Penitentes.
Se sintió más relajado. Había alguien más que estaba de su lado. Se prometió a sí mismo ser especialmente bueno con Zart.
—Vamos, deja de decir tonterías —intervino Gally—. Estoy seguro de que fue Minho el que realmente se sacó de encima a esos monstruos ridículos.
—¡Gally, cierra el hocico! —gritó Newt, poniéndose de pie para lograr un efecto mayor, provocando de nuevo las ganas de aplaudir de Thomas—.
Yo soy el que preside la Asamblea en este momento y si escucho otra maldita palabra tuya fuera de lugar, voy a preparar otro Destierro para tu asquerosa cara.
—Por favor —susurró Gally con sarcasmo, mientras ponía la expresión de enojo una vez más y se echaba en la silla. Newt se sentó y apuntó hacia Zart. —¿Eso es todo? ¿Alguna recomendación oficial? El Jardinero sacudió la cabeza. —Muy bien. Sartén, tú eres el próximo.
El Cocinero lanzó una sonrisa a través de su barba y se enderezó en la silla.
-Este larcho tiene más agallas que muchos de los que andan dando vueltas por aquí —comenzó a decir— Esto es realmente estúpido: le salva la vida a Alby, mata a varios Penitentes y nosotros nos sentamos a parlotear sobre qué hacer con él. Como diría Chuck, esto es una montaña de plopus.
Quería levantarse y darle la mano a Sartén: acababa de decir exactamente lo que él pensaba de todo eso.
—Entonces, ¿cuál es tu recomendación? —preguntó Newt.
—Pónganlo en el Consejo y que se dedique a enseñarnos todo lo que hizo allá afuera.
Las voces se elevaron desde todas las direcciones. A Newt le llevó medio minuto calmar los ánimos. Thomas se estremeció: Sartén se había extralimitado con sus recomendaciones, invalidando de esa forma la opinión que había expuesto tan claramente acerca de ese problema.
-Muy bien, ya la estoy registrando -dijo Newt, mientras escribía algo en un bloc—. Ahora todos hagan silencio de una vez. Hablo en serio. Conocen las reglas: todas las ideas son aceptables y todos podrán expresar lo que piensan cuando votemos —luego señaló al tercer miembro del Consejo, un chico al que Thomas nunca había visto, de pelo negro y pecas.
—Yo en realidad no tengo ninguna opinión —dijo.
—¿Qué? —le preguntó Newt con irritación—. Entonces no sé para qué te elegimos como parte de esta Asamblea.
—Lo siento. Pero lo digo sinceramente —agregó, encogiéndose de hombros—. Si tengo que opinar, supongo que estoy de acuerdo con Sartén. ¿Por qué castigar a un tipo por salvarle la vida a otro?
—Entonces sí tenías algo que decir. ¿Eso es todo? —insistió, con el lápiz en la mano.
El Encargado asintió y Newt garabateó algo en el papel. Thomas se sentía cada vez más relajado, parecía que la mayoría del Consejo estaba a su favor. De todos modos, se encontraba pasando un mal momento y deseaba desesperadamente poder defenderse. Pero se esforzó por respetar las órdenes de Newt y quedarse callado.
El siguiente fue Acné Winston, el Encargado del Matadero.
—Yo creo que debe ser castigado. Lo siento, Nuevito, pero Newt, tú eres el que se la pasa torturándonos con el orden. Si lo dejamos ir sin ninguna sanción será un mal ejemplo para los demás. Él quebró nuestra Regla Número Uno.
—Está claro —aceptó, mientras hacía unas anotaciones—. Entonces sugieres que debe recibir un castigo. ¿De qué tipo?
—Considero que deberíamos ponerlo en el Cuarto Oscuro a pan y agua durante una semana. Y tendríamos que asegurarnos de que todo el mundo se entere, para que a nadie se le ocurra imitarlo.
Gally aplaudió y recibió una mirada de furia de Newt. Thomas sintió una pequeña desilusión.
Después hablaron otros dos Encargados: uno a favor de la idea de Sartén y el otro a favor de la de Winston. Luego llegó el turno de Newt.
—Estoy de acuerdo con la mayoría de ustedes. Debe recibir una sanción, pero también tenemos que encontrar una forma de utilizarlo. Me reservo mi recomendación para el final. El próximo.
Detestaba toda esa charla sobre el castigo aún más que permanecer callado. Pero en el fondo, no podía negar que estaban en lo cierto. Por extraño que pareciera después de todo lo que había logrado, él sabía que no había respetado una de las reglas esenciales.
Los Encargados continuaron diciendo lo que pensaban. Para algunos, Thomas merecía elogio; para otros, castigo. O ambos. Le resultaba difícil mantenerse atento, tratando de imaginar cuáles serían los comentarios de Gally y de Minho, los dos que faltaban. Este último no había dicho una palabra desde su entrada al recinto. Se mantenía encorvado en la silla, con aspecto de no haber dormido en una semana.
Gally habló primero.
—Creo que ya dejé bien claro cuál es mi opinión. Genial, pensó Thomas. Entonces mantén la boca cerrada.
-Va —dijo Newt, volviendo a poner los ojos en blanco-. Minho, es tu turno.
—¡No! —bramó Gally, haciendo saltar de sus asientos a varios Encargados—. Quiero decir algo más.
—Bueno, escúpelo de una vez —respondió.
Le encantó que al Presidente provisional de la Asamblea le disgustara Gally casi tanto como a él. Aunque ya no le tenía mucho miedo, se le revolvía el estómago cada vez que lo veía.
—Piensen un poco —comenzó—. Este cretino llega en la Caja, haciéndose el confundido y asustado. Pocos días después, está corriendo por el Laberinto con los Penitentes, como si fuera el dueño del lugar.
Se encogió en la silla, deseando que los otros no estuvieran de acuerdo.
—Creo que todo eso fue una actuación. ¿Cómo puede haberse comportado allá afuera como lo hizo después de tan pocos días? Yo no me trago ésa.
—¿Qué intentas decir? —preguntó Newt—. ¿Qué tal si eres un poco más específico?
—Yo creo que es un espía de la gente que nos puso aquí.
Otro alboroto explotó en la sala. Lo único que hacía Thomas era sacudir la cabeza: no entendía cómo a ese tipo se le podían ocurrir semejantes ideas. Newt volvió a tranquilizar a todo el mundo, pero Gally no había terminado.
—No podemos fiarnos de este larcho —prosiguió—. Al día siguiente de llegar, aparece una chica chiflada lanzando una sarta de disparates de que las cosas van a cambiar, aferrando una nota extraña. Encontramos a un Penitente muerto. Luego Thomas se halla en el Laberinto justo esa noche -cosa muy conveniente para él— y trata de convencer a todos de que es un héroe. En realidad, ni Minho ni nadie realmente lo vio haciendo algo con las lianas. ¿Cómo sabemos que fue el Nuevito el que ató a Alby allá arriba?
Hizo una pausa. Nadie dijo una palabra durante varios segundos y el pánico se levantó dentro del pecho de Thomas. ¿Podían llegar a creer lo que ese miserable estaba diciendo? Estaba desesperado por defenderse y casi rompe su silencio por primera vez, pero antes de abrir la boca, Gally ya estaba despotricando nuevamente.
-Están sucediendo demasiadas cosas raras, y todo esto empezó cuando apareció este Novato garlopo. Y, qué casualidad, termina siendo el primero en sobrevivir una noche entera afuera en el Laberinto. Hay algo que no está bien, y hasta que no resolvamos qué es, yo recomiendo oficialmente que encerremos a este cabrón en el Cuarto Oscuro durante un mes y luego hagamos otra reunión.
Rugió de nuevo la Asamblea y Newt apuntó algo en su bloc de notas, sin dejar de mover la cabeza, lo cual le dio una pizca de esperanza.
—Capitán Gally, ¿terminaste? —preguntó.
—Deja de hacerte el gracioso, Newt —espetó, con la cara roja—. Hablo en serio. ¿Cómo podemos confiar en este shank en menos de una semana? No descarten lo que digo antes de pensarlo siquiera.
Por primera vez, sintió algo de empatía por Gally. En realidad sí tenía razón en lo que decía acerca de la forma en que Newt lo trataba. Después de todo, también era un Encargado. Pero igual lo odio, pensó.
—Muy bien, Gally —dijo—. Lo siento. Ya te escuchamos y todos vamos a considerar tu maldita sugerencia. ¿Listo?
—Sí. Y tengo razón.
Sin decirle nada más, Newt apuntó hacia Minho.
—Adelante. El último, pero no por eso menos importante.
Thomas se sintió feliz de que hubiera llegado finalmente el turno de Minho. Estaba seguro de que lo iba a defender a muerte.
El Corredor se levantó rápido, tomando a todos por sorpresa.
—Estuve allá afuera y vi lo que hizo este loco: se mantuvo entero, mientras yo me acobardé como una gallina. No voy a ponerme a hablar sin parar como Gally. Quiero decir cuál es mi recomendación y terminar de una vez.
Thomas contuvo la respiración, preguntándose qué diría.
—Va -dijo Newt-.Te escuchamos.
Se dirigió a Thomas.
—Propongo a este larcho para que me reemplace como Encargado de los Corredores.
CAPITULO 25
Se hizo un silencio total en la sala, como si el mundo se hubiera detenido, y todos los miembros del Consejo permanecieron atónitos mirando a Minho. Thomas se quedó helado, esperando que el Corredor dijera que todo había sido una broma.
Gally finalmente se incorporó y rompió el hechizo.
—¡Eso es absurdo! —exclamó, dirigiéndose a Newt y señalando a Minho, que se había sentado nuevamente—. Se le debería expulsar del Consejo por decir semejante estupidez.
Cualquier clase de lástima que hubiera sentido por Gally, por remota que fuera, se esfumó por completo ante esa afirmación.
Algunos Encargados parecieron estar de acuerdo con la recomendación de Minho, como Sartén, que comenzó a aplaudir para ahogar la voz de Gally, pidiendo a gritos la votación. Pero otros no. Winston sacudió la cabeza con fuerza, mascullando. Cuando todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, Thomas se sintió aterrorizado y admirado a la vez. ¿Por qué Minho había dicho eso? Tiene que ser un chiste, pensó. Newt dijo que llevaba muchísimo tiempo convertirse en Corredor, mucho más tomaría entonces ser Encargado. Volvió a mirar hacia arriba, deseando estar a kilómetros de ese lugar.
Finalmente, Newt dejó de tomar notas y salió del semicírculo, ordenándoles a los asistentes que hicieran silencio. Al principio nadie le prestó atención, pero poco a poco se restauró el orden y todos se sentaron.
—Shuck —dijo—. Nunca había visto tantos larchos portándose como bebés. Aunque no se note, se supone que somos adultos. Actúen como tales o disolvemos este maldito Consejo y empezamos de cero —advirtió, y caminó de una punta a la otra del grupo, mirando a cada uno de los Encargados a los ojos—. ¿Está claro?
De golpe, se quedaron callados. Imaginó que habría más alboroto, pero quedó sorprendido cuando todos, incluso Gally, hicieron un gesto afirmativo con la cabeza.
—Va —dijo, regresando a su silla y apoyando el bloc sobre las piernas. Anotó algo en el papel y luego levantó la vista hacia Minho—. Lo que has dicho es un plopus muy delicado, hermano. Lo siento, pero tienes que aclararlo más para que todos entendamos.
Thomas no podía contener su entusiasmo por escuchar las palabras del Corredor. Minho lucía agotado, pero empezó a defender su propuesta.
—Shanks, es realmente muy fácil para ustedes estar sentados aquí hablando de cosas que desconocen. Yo soy el único Corredor del Consejo y sólo Newt ha estado en el Laberinto.
Gally se interpuso.
—No, si cuentas la vez que yo...
-¡No la cuento! -gritó-.Y créeme, ni tú ni nadie tienen la más remota idea de lo que es estar allá afuera. La única razón por la cual te pincharon es por quebrar esa misma regla, por la cual ahora estás acusando a Thomas. Y eso se llama hipocresía, miertero, pedazo de...
—Suficiente —dijo Newt—.Termina con tu defensa de una vez.
La tensión era evidente. A Thomas le pareció que el aire de la sala se había convertido en cristal y podía hacerse pedazos en cualquier momento. La piel roja y tirante de las caras de Gally y de Minho parecía a punto de reventar, pero luego de unos segundos los dos desviaron la mirada.
—Bueno, en resumidas cuentas —continuó el Corredor, mientras tomaba asiento—, yo nunca vi nada parecido. En ninguna ocasión se dejó llevar por el pánico. Ni lloró, ni se quejó, ni se asustó. Amigos, él lleva aquí sólo unos pocos días... Recuerden cómo estábamos nosotros al principio. Acurrucados en los rincones, llorando sin parar, no confiábamos en nadie, nos negábamos a actuar. Estuvimos así durante semanas o meses, hasta que no tuvimos otra opción que enfrentar la situación y vivir.
Se levantó nuevamente y señaló a Thomas.
—Sólo unos pocos días después de aparecer aquí, este tipo se mete en el Laberinto para salvar a dos larchos que apenas conoce. Todo este plopus de que él quebró una regla es una imbecilidad. Todavía no comprendió las reglas. Pero muchos ya le habían contado lo que era estar en el Laberinto, especialmente por la noche. Y aun así, él salió, justo cuando la Puerta estaba cerrándose, sólo porque dos chicos necesitaban ayuda.
Hizo una pausa para respirar. Parecía ir ganando fuerza a medida que hablaba.
-Pero eso fue sólo el principio. Después, él me vio abandonar a Alby, dándolo por muerto. Y eso que yo era el veterano, el que tenía todo el conocimiento y la experiencia. Al ver esto, no debió haber cuestionado mi manera de actuar, pero lo hizo. Imaginen la voluntad y la fortaleza que necesitó para empujar a Alby arriba de esa pared, centímetro a centímetro. Es un delirio. Parece una locura completa. Pero las cosas no terminaron ahí. Luego llegaron los Penitentes. Le dije que teníamos que separarnos y empecé a correr siguiendo los dibujos de nuestros mapas, empleando las ya conocidas maniobras de evasión. El, en vez de orinarse encima, se encargó de la situación: desafió todas las leyes de la física y de la gravedad para subir a Alby a esa pared, desvió la atención de los Penitentes hacia él, venció a uno, encontró...
—Ya captamos tu idea —intervino Gally con brusquedad—. Este Tommy es un tipo con suerte.
Minho se acercó a él.
—¡No, garlopo inútil, no entendiste nada! Hace dos años que estoy aquí y nunca vi nada igual. Que tú digas algo...
Se interrumpió, lanzando un gruñido de frustración. Thomas se dio cuenta de que se había quedado con la boca abierta. Lo invadían diversas emociones: aprecio hacia Minho, que se enfrentaba con todos para defenderlo, incredulidad ante la hostilidad de Gally y miedo de la decisión final.
—Gally —dijo Minho con más calma-, tú no eres más que una mariquita que nunca me ha pedido, ni una sola vez, ser Corredor o al menos intentarlo. No tienes derecho a hablar de cosas que no comprendes. Así que cierra la boca.
El muchacho se puso de pie furioso.
—Si vuelves a hablar así te rompo el cuello aquí, delante de todos —repuso, escupiendo mientras gritaba.
Minho se rió, luego levantó la palma de la mano y la aplastó sobre la cara de Gally. Thomas se irguió mientras observaba al Habitante desplomarse hacia atrás en la silla, que se partió en dos pedazos. Cayó al suelo y enseguida comenzó a hacer grandes esfuerzos para incorporarse. Minho se acercó y apoyó el pie en su espalda, empujándolo con la cara contra el piso.
Thomas se arrojó en su silla, aturdido.
—Te juro, Gally -le dijo con una mueca de desprecio—, no vuelvas a amenazarme. No me dirijas la palabra nunca más. Si lo haces, te romperé tu cuello miertero, una vez que haya terminado con los brazos y las piernas.
Newt y Winston ya se habían acercado y estaban sosteniendo a Minho, antes de que Thomas pudiera entender qué estaba pasando. Lo arrastraron lejos de Gally, quien dio un salto, con el rostro enrojecido por la rabia. Pero no hizo ningún movimiento hacia Minho. Sólo se quedó allí, con el pecho hacia fuera, respirando con fuerza.
Finalmente, se alejó dando traspiés hacia la salida, que estaba detrás de él. Sus ojos iluminados por el odio se movían como flechas por el recinto. Thomas tuvo la horrible sensación de que parecía alguien a punto de cometer un asesinato.
Retrocedió hacia la puerta y estiró la mano para alcanzar la manija de la puerta.
-Las cosas ahora son diferentes -dijo, lanzando un escupitajo hacia el piso-. Minho, no debiste haber hecho eso, nunca —le advirtió. Y desvió su mirada maniaca hacia Newt—.Yo sé que me odias, siempre me odiaste. Tendrían que desterrarte por tu vergonzosa incapacidad
para liderar este grupo. Eres patético, y el que se quede aquí no es mejor que él. Las cosas van a cambiar. Lo prometo.
Thomas se sintió de pronto muy desanimado. La situación se había puesto muy difícil.
Gally abrió la puerta de un golpe y salió al pasillo, pero antes de que alguien pudiera reaccionar, asomó de nuevo la cabeza dentro de la sala.
—Y tú —dijo, fulminando a Thomas con la mirada—, el Novato que se cree que es un maldito Dios, no olvides que te he visto antes. Yo pasé por la Transformación. Lo que estos tipos decidan no significa nada —hizo una pausa, mirando a cada uno de los presentes.
Cuando su expresión maliciosa volvió a posarse en Thomas, agregó:
—Sea lo que fuera que hayas venido a hacer aquí, te juro por mi vida que voy a impedirlo. Y si es necesario, te mato.
Luego se dio vuelta y abandonó la sala de un portazo.
Thomas giró y vio a su perseguidor original que continuaba acercándose, aunque un poco más lentamente, abriendo y cerrando la garra de metal, como burlándose de él.
Sabe que no tengo salida, pensó. Después de todo el esfuerzo, se encontraba allí, rodeado de Penitentes. Era el final. Su vida se había acabado tan sólo una semana después de haber llegado al Área.
Aunque la pena lo consumía, tomó una decisión: pelearía hasta el último momento.
Considerando que uno era mucho mejor que tres, corrió directamente hacia el Penitente que lo había seguido hasta ahí. El monstruo retrocedió apenas unos centímetros y dejó de mover la garra, como sorprendido ante su audacia. Juntando valor ante esa mínima vacilación, comenzó a gritar mientras arremetía contra él.
La criatura recobró la vida: las púas brotaron de su piel y rodó hacia delante, listo para chocar de frente contra el enemigo. El movimiento súbito casi detiene a Thomas, borrándole esa incipiente audacia demencial que lo había asaltado, pero continuó la carrera.
Un segundo antes del enfrentamiento, cuando pudo ver de cerca el metal, el pelo y la baba, Thomas apoyó el pie izquierdo y se arrojó hacia la derecha. Incapaz de detener el impulso, el Penitente pasó de largo volando y luego frenó con una sacudida. Notó que la criatura se movía ahora mucho más velozmente. Con un aullido metálico, dio vuelta y se preparó para abalanzarse sobre su víctima. Como Thomas ya no estaba rodeado, tenía el camino libre.
Se puso de pie y salió disparado hacia delante por el pasillo. Los sonidos de persecución de los cuatro Penitentes juntos lo seguían de cerca.
Sabiendo que estaba forzando su cuerpo más allá del límite, continuó la huida, tratando de liberarse de esa sensación de que el final era sólo cuestión de tiempo.
Tres pasadizos después, dos manos tiraron de él y lo arrastraron hasta el pasillo contiguo. El corazón le saltó a la garganta mientras luchaba por liberarse. Se calmó cuando descubrió que era Minho.
—Pero qué...
—¡Cállate y sígueme! —gritó, empujándolo hasta que logró ponerse de pie.
Sin perder un segundo, Thomas se recobró y corrieron juntos por el Laberinto. Minho parecía saber exactamente lo que estaba haciendo y hacia dónde se dirigía: nunca se detuvo a pensar qué camino tomar.
Al doblar la esquina siguiente, Minho intentó hablar, con la respiración entrecortada.
—Vi lo que acabas de hacer... cuando te arrojaste... allá atrás... me dio una idea... sólo tenemos que soportar un poco más.
Thomas no se molestó en gastar aire en preguntas y continuó corriendo. Era obvio que los Penitentes ganaban terreno a un ritmo alarmante. Le dolía cada milímetro de su cuerpo. Los miembros le suplicaban que dejara de correr, pero no se detuvo, rogando que el corazón no lo abandonara.
Algunas curvas más tarde, apareció delante de ellos algo que el cerebro de Thomas no alcanzaba a registrar. Era algo... incorrecto. Y la luz débil que provenía de sus perseguidores no hacía más que convertirlo todo en una ilusión.
El pasillo no terminaba en otra pared de piedra. Lo único que se apreciaba era la negrura.
Entornó los ojos mientras se acercaban al muro de oscuridad, intentando comprender qué era aquello. Las dos paredes de hiedra que se encontraban a ambos lados de él parecían cruzarse únicamente con el cielo. Pudo ver algunas estrellas. Al aproximarse, se dio cuenta de que era una abertura: el Laberinto se acababa.
¿Cómo es esto?, se preguntó. Después de años de búsqueda, ¿cómo puede ser que nosotros lo hayamos encontrado tan fácilmente?
—No te entusiasmes -le dijo Minho, que parecía percibir sus pensamientos, respirando con dificultad.
A unos dos metros del final del pasadizo, el Corredor se detuvo, apoyando su mano en el pecho de su compañero para asegurarse de que él frenara también. Thomas disminuyó el paso y luego caminó hasta el lugar donde el Laberinto se extendía hacia el cielo. El ruido de la avalancha de Penitentes iba en aumento, pero él tenía que ver eso.
Era cierto que se trataba de una salida del Laberinto pero, ya Minho lo había adelantado, no era como para entusiasmarse. Todo lo que pudo observar en cualquier dirección que mirara era aire vacío y estrellas que perdían intensidad. Era una visión extraña e inquietante, como si se encontrara al borde del universo. Sintió vértigo y se le aflojaron las rodillas.
Estaba por comenzar a amanecer y el cielo se había iluminado considerablemente en el último minuto. Contemplaba todo incrédulo, sin entender cómo era posible eso. Era como si alguien hubiera construido un Laberinto y luego lo hubiera puesto a flotar en el cielo, suspendido en el medio de la nada para toda la eternidad.
—No entiendo -susurró, sin saber si Minho podía oírlo.
—Cuidado -repuso el Corredor—. No serías el primer larcho en caerse por el Acantilado —le advirtió, y lo sujetó del hombro— ¿Acaso te olvidaste de algo? —preguntó, señalando hacia atrás, al interior del Laberinto.
Recordaba haber escuchado antes la palabra Acantilado, pero no podía ubicar dónde.Ver el vasto cielo que se abría delante y debajo de él lo había puesto en un estado hipnótico. Se obligó a volver a la realidad y giró para enfrentar a los Penitentes, que ya se encontraban a unos diez metros, formando una sola fila, moviéndose increíblemente rápido.
Todo resultó obvio de repente, aun antes de que Minho explicara el plan.
—Estos monstruos serán despiadados —comentó—, pero no pueden ser más tontos. Quédate aquí cerca, frente a...
Thomas lo interrumpió.
—Ya sé. Estoy listo.
Arrastraron los pies hasta que estuvieron pegados uno al lado del otro delante del precipicio, en medio del pasillo. Tenían los tobillos a escasos centímetros del borde del Acantilado, que estaba a sus espaldas, y sólo era aire lo que los esperaba de allí en adelante.
Valor era lo único que les quedaba.
—¡Tenemos que estar sincronizados! —exclamó Minho, y su grito fue ahogado por el ruido ensordecedor de las púas chocando contra la piedra—. ¡Prepárate!
Era un misterio por qué los Penitentes se habían colocado en una sola hilera. Quizás el Laberinto les resultaba muy angosto para trasladarse uno al lado del otro. La cuestión fue que rodaban uno por uno por el pasadizo de piedra, repiqueteando y gimiendo, dispuestos a matar. Los diez metros se habían convertido en cuatro y los monstruos ya estaban a pocos segundos de estrellarse contra los chicos.
-¡Listos! -dijo Minho con firmeza- Espera, todavía no...
Thomas detestó cada milésima de segundo de espera. Sólo quería cerrar los ojos y no ver a un Penitente más en toda su vida.
-¡Ahora! -gritó.
Justo cuando el brazo de la primera criatura se extendía para pellizcarlos, ambos se arrojaron en direcciones opuestas hacia las paredes externas del pasillo. Un rato antes, la táctica le había dado buenos resultados a Thomas y, a juzgar por el estruendoso frenazo que dio el primer Penitente, funcionó por segunda vez. El monstruo salió volando por el borde del Acantilado. Lo que resultó extraño fue que su grito de guerra se cortara de golpe en vez de ir apagándose gradualmente mientras se deslizaba hacia el abismo.
Thomas aterrizó contra el muro y, al girar, alcanzó a ver al segundo Penitente cayendo por el barranco, sin poder detenerse. El tercero clavó un brazo con varias púas en la piedra, pero el impulso que traía era excesivo. El chirrido escalofriante del filo rasgando el piso hizo que a Thomas le corriera un frío helado por la espalda, pero un segundo después, la criatura se hundía en las profundidades. Una vez más, ninguno de ellos emitió sonido alguno durante el descenso, como si hubieran desaparecido en vez de caer.
El cuarto y último atacante fue capaz de detenerse a tiempo, y quedó tambaleándose al filo del precipicio, sostenido por una púa y una garra.
Thomas supo instintivamente lo que tenía que hacer. Le hizo una seña a Minho y luego se volteó. Ambos corrieron hacia el Penitente y saltaron sobre él con los pies por delante, empujándolo con el último resto de fuerza que encontraron. Los dos chicos unidos mandaron al último monstruo en picada hacia la muerte.
Thomas gateó rápidamente hasta la orilla del barranco y asomó la cabeza para verlos caer. Pero no fue posible porque ya se habían ido, sin que quedara una sola señal de ellos en el vacío que se extendía hacia el fondo. Nada.
No podía comprender adonde llevaba el Acantilado ni qué les había ocurrido a las terribles criaturas.
Habiendo agotado toda su fuerza, se hizo un ovillo en el piso y se cubrió la cara con las manos. Las lágrimas no tardaron en llegar.
CAPITULO 22
Transcurrió media hora. Ninguno de los dos se había movido un centímetro. Thomas ya había dejado de llorar, pero continuaba preguntándose qué pensaría Minho de él o si les contaría a los demás, llamándolo marica. Había perdido el control de sí mismo: sabía que esas lágrimas habían sido inevitables. A pesar de la falta de memoria, estaba seguro de que acababa de atravesar la noche más traumática de su vida. Además, las manos adoloridas y el profundo agotamiento tampoco colaboraban.
Como el amanecer ya estaba en pleno desarrollo, se arrastró hasta el borde del Acantilado una vez más y estiró el cuello para ver mejor. El cielo que se abría delante de él era de un púrpura intenso, que se fundía gradualmente en el azul brillante del día, con toques de anaranjado del sol, que se encontraba en un horizonte plano y distante.
Miró directamente hacia abajo y observó cómo el muro de piedra del Laberinto caía de manera vertical hasta desaparecer. Pero aun con la claridad que iba en aumento, seguía sin poder distinguir qué había al fondo. Era como si el Laberinto estuviera posado en una estructura varios kilómetros por encima del suelo. Pero eso es imposible, pensó. No puede ser. Tiene que ser una ilusión. Se puso boca arriba, gimiendo. Le dolían partes del cuerpo que ni sabía que existían. Al menos las Puertas se abrirían pronto y podrían regresar al Área. Desvió la vista hacia su compañero, que estaba echado contra la entrada del pasadizo. —No puedo creer que estemos vivos —le dijo.
Minho solamente asintió con la cabeza, sin ninguna expresión en el rostro. —¿Habrá más o los matamos a todos?
-Logramos llegar a la salida del sol, si no hubiéramos tenido diez monstruos más encima de nuestras cabezas -contestó Minho, profiriendo quejidos de dolor- No puedo creerlo. En serio. Fuimos capaces de soportar toda la noche. Algo nunca visto.
Thomas sabía que debería estar orgulloso por el valor demostrado, pero todo lo que sentía era cansancio y tranquilidad.
-¿Qué fue lo que hicimos distinto?
-No sé. Es medio difícil preguntarle a un tipo muerto qué es lo que hizo mal.
Seguía obsesionado por la manera en que los gritos airados de los Penitentes habían concluido al caer por el Acantilado, y por el motivo que le había impedido verlos desplomarse en picada hacia la muerte. Había algo muy raro y perturbador en todo eso.
-Parecería que, después de pasar el borde, hubieran desaparecido o algo así.
-Sí, eso fue alucinante. Unos Habitantes tenían la teoría de que otras cosas se habían evaporado en el aire, pero nosotros les hicimos ver que estaban equivocados. Mira esto.
Minho tiró una piedra por el Acantilado y Thomas siguió el recorrido con la vista mientras caía hasta que se volvió muy pequeña para poder distinguirla.
-¿Y eso por qué demuestra que no tenían razón? -le preguntó. Minho alzó los hombros.
-Bueno, la piedra en realidad no desapareció, ¿no es cierto?
-¿Y entonces qué crees que pasó? -preguntó. Estaba seguro de que se hallaban frente a algo importante y significativo. Volvió a levantar los hombros.
-Tal vez sea magia. Ahora me duele demasiado la cabeza para poder pensar.
De pronto, Thomas se acordó de Alby
-Tenemos que regresar -exclamó, haciendo un gran esfuerzo para ponerse de pie-. Hay que bajar a Alby de la pared.
Al ver la mirada de confusión de Minho, le explicó rápidamente lo que había hecho con la enredadera.
—Es imposible que esté vivo —repuso, con desaliento.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Vamos ya —replicó, comenzando a renguear por el pasillo.
—Porque nadie lo logró nunca...
Entonces se detuvo, y Thomas supo lo que estaba pensando.
—Eso fue porque cuando ustedes los localizaron, ya los habían matado los Penitentes. Alby sólo fue pinchado por una de esas agujas, ¿no es cierto?
Minho se levantó y marcharon juntos en una lenta caminata de regreso al Área.
—No lo sé, supongo que esto nunca ocurrió antes. Unos pocos tipos recibieron pinchazos durante el día. A ellos les dieron el Suero y pasaron por la Transformación. Los pobres larchos que se quedaron dentro del Laberinto durante la noche fueron encontrados mucho después, a veces varios días después. Y otros nunca aparecieron. Todos ellos murieron de maneras de las que prefiero no hablar.
Thomas se estremeció de sólo pensarlo.
—Luego de lo que nosotros pasamos, me parece que puedo imaginármelo.
Minho miró a su compañero, con la sorpresa dibujada en el rostro.
-Creo que acabas de resolver el problema. Estábamos equivocados... bueno, esperemos que sea así. Como ninguno de los que fueron pinchados y que no logró volver antes del atardecer sobrevivió, dimos por sentado que ése era el punto sin retorno: el momento cuando ya es muy tarde para recibir el Suero —explicó. Parecía entusiasmado con esa línea de pensamiento.
Doblaron otro recodo y Minho, de repente, tomó la delantera. Comenzó a acelerar el paso, pero Thomas lo siguió pisándole los talones. Estaba impresionado por lo familiar que le resultaba el camino, aun antes de que Minho indicara por dónde tomar.
—Bueno, con respecto al Suero —continuó—.Ya escuché hablar de él un par de veces. ¿Qué es? ¿Y de dónde viene?
—Es sólo lo que parece, shank. Un suero. El Suero de los Penitentes. Thomas lanzó una risa forzada y patética.
—Justo cuando comenzaba a pensar que sabía todo acerca de este estúpido sitio. ¿De dónde salió el nombre? ¿Y por qué los Penitentes se llaman así?
Minho continuó la explicación mientras se desplazaban por las innumerables curvas del Laberinto, yendo los dos a la par.
—No sé de dónde sacamos los nombres, pero el Suero viene de los Creadores, o por lo menos, así es como los llamamos. Todas las semanas aparece en la Caja con los suministros, siempre ha ocurrido. Es un remedio o un antídoto, no sé, que ya viene dentro de una jeringa, listo para usar -dijo, haciendo el gesto de clavarse una aguja en el brazo—. Le metes esa porquería a alguien que fue pinchado y lo salva. Atraviesa la Transformación, que es de terror, pero después de eso está curado.
Pasaron un par de minutos en silencio, mientras Thomas procesaba la información. Reflexionaba acerca de la Transformación y seguía pensando en la chica.
—Es raro, ¿no? —prosiguió Minho—. Nunca antes hemos hablamos de esto. Si Alby todavía está vivo, no hay razón para pensar que el Suero no pueda salvarlo. Por algún motivo, se nos metió en nuestras cabezas mierteras que, una vez que las Puertas se cerraban, estabas terminado, eras historia. Tengo que ver con mis propios ojos eso de que colgaste a Alby de la pared. Me parece que me estás engañando.
Los chicos continuaron la marcha: Minho casi con cara de alegría; Thomas, preocupado. Venía evitando el tema, negándoselo a sí mismo.
—¿Qué tal si otro Penitente descubrió a Alby después de que yo distraje al que me perseguía?
Minho le echó una mirada inexpresiva y no contestó.
—Mejor dejemos de pensar y apuremos el paso —repuso, esperando que todo el esfuerzo que había hecho para salvar a Alby no hubiera sido inútil.
Trataron de ir más rápido, pero sus cuerpos les dolían tanto que tuvieron que conformarse con una caminata lenta a pesar de la urgencia. Al doblar la esquina siguiente, a
Thomas casi le da un infarto al notar movimiento un poco más adelante. Pero, un instante después, la alegría lo embargó cuando reconoció a Newt con un grupo de Habitantes. La Puerta del Oeste del Área, que se elevaba delante de ellos, estaba abierta. Habían regresado. Al verlos aparecer, Newt se acercó rengueando.
—¿Qué pasó? —les preguntó, con una pizca de irritación en la voz—. ¿Qué reverenda...?
—Te lo contaremos después —lo interrumpió Thomas—. Tenemos que salvar a Alby.
—¿Qué estás diciendo? ¿Acaso sobrevivió? -Ven para acá -contestó.
Se dirigió hacia la derecha y estiró el cuello hacia arriba del muro. Buscó entre las gruesas lianas de la hiedra hasta que encontró el lugar en donde Alby colgaba de los brazos y las piernas muy por encima de ellos. Sin decir nada, señaló hacia arriba, sin atreverse aún a relajarse. Seguía allí, entero, pero no había ninguna señal de movimiento.
Newt logró distinguir a su amigo en la enredadera. Si antes parecía sorprendido, ahora estaba completamente apabullado.
—¿Está... vivo?
Ojalá que sí, pensó.
-No sé. Al menos lo estaba cuando lo dejé ahí.
-Cuando tú lo dejaste... —Newt sacudió la cabeza-.Vengan con Minho para aquí adentro en este momento y que los Docs los revisen. Tienen un aspecto desastroso. Quiero la historia completa cuando ellos terminen y ustedes hayan descansado.
Thomas quería esperar para ver si Alby estaba bien. Comenzó a hablar pero Minho lo agarró del brazo y lo obligó a caminar hacia el Área.
—Necesitamos dormir. Y unas vendas. Ya.
Sabía que él tenía razón. Se calmó, echó una mirada hacia atrás y luego acompañó a Minho lejos del Laberinto.
El viaje de regreso al Área y después hasta la Finca, rodeados por Habitantes que los contemplaban maravillados, pareció interminable. Sus caras eran una mezcla de temor y admiración, como si estuvieran viendo a dos fantasmas paseando por un cementerio. Thomas sabía que ellos habían logrado una hazaña, pero le producía vergüenza ser el centro de atención.
Casi frena de golpe al ver a Gally un poco más adelante con los brazos cruzados, observándolo con odio. Necesitó toda su fuerza de voluntad para mantenerle la mirada. Cuando estuvo apenas a un metro y medio, el chico bajó la vista hacia el piso.
Se sintió un poco mal por la sensación tan agradable que experimentó. Sólo un poco.
Los minutos que siguieron fueron una sucesión de imágenes borrosas. Un par de Docs los escoltaron dentro de la Finca hasta el primer piso; echó un vistazo a través de una puerta entreabierta y vio a alguien alimentando a la chica en coma —sintió un impulso irresistible de saber cómo estaba—; ubicaron a cada uno en su dormitorio, en las camas; comida, agua; vendajes. Dolor. Finalmente, lo dejaron solo, con la cabeza apoyada en la almohada más suave que su limitada memoria pudiera recordar.
Pero mientras se dormía, había dos cosas en las que no podía dejar de pensar. La primera, era la palabra que había visto borroneada en el tórax de los escarabajos: CRUEL, que volvía una y otra vez a su mente. La segunda, era la chica.
Unas horas después —bien podrían haber sido días para él—, Chuck estaba allí, sacudiéndolo para que despertara. Le llevó varios segundos orientarse y ver claramente. Centró la vista en su amigo y se quejó.
—Déjame dormir, shank.
—Pensé que querrías saber.
Se frotó los ojos y bostezó.
—¿Saber qué? —preguntó, confundido ante la gran sonrisa del chico. —Está vivo —replicó—. Alby está bien, el Suero dio resultado.
El aturdimiento desapareció de inmediato, reemplazado por una gran calma: estaba asombrado de lo feliz que lo había puesto la noticia. Pero las palabras que siguieron le hicieron reconsiderar su emoción.
—Acaba de comenzar la Transformación.
Como convocado por esa última frase, se escuchó desde una habitación cercana un grito que les heló la sangre.
CAPITULO 23
Thomas reflexionó largo y tendido acerca de Alby. Había considerado una gran victoria el salvarle la vida y traerlo de vuelta de una noche en el Laberinto. ¿Pero había valido la pena? Ahora el chico estaba sufriendo mucho, atravesando la misma experiencia que Ben. ¿Y si se volvía loco como él? Esos pensamientos lo torturaban.
El crepúsculo cayó sobre el Área y los aullidos de Alby seguían rondando el aire. Era imposible escapar de esos horribles sonidos. Thomas finalmente convenció a los Docs de que lo dejaran ir —exhausto, adolorido y vendado—, harto de los gemidos angustiantes y desgarradores del líder. Newt se había mostrado inflexible cuando le pidió ver a la persona por la cual había arriesgado su vida. Sólo empeorará las cosas, había dicho, y no hubo forma de hacerle cambiar de opinión.
Estaba muy cansado como para iniciar una pelea. No tenía idea de que fuera posible sentirse tan agotado aun después de haber dormido algunas horas. No podía trabajar en el estado en que se hallaba, por eso había pasado casi todo el día en una banca en los alrededores de las Lápidas, sumido en la desesperación. La euforia de su fuga se había apagado rápidamente, dejándolo en medio del sufrimiento y las cavilaciones acerca de su nueva vida en el Área. Le dolían todos los músculos, estaba cubierto de cortadas y moretones de la cabeza a los pies. Pero todo eso junto no era tan terrible como la pesada carga emocional de lo que había pasado la noche anterior. Parecía que la realidad de su nueva existencia finalmente se hubiera instalado en su mente, como quien escucha el último diagnóstico de una enfermedad terminal.
¿Cómo puede ser que alguien llegue a ser feliz viviendo de esta forma?, pensó. ¿Cómo puede ser que alguien sea tan diabólico como para hacernos esto? Ahora entendía más que nunca la pasión que sentían los Habitantes por encontrar la salida del Laberinto. No era sólo cuestión de huir. Por primera vez, sintió sed de vengarse de los responsables de haberlo enviado allí.
Pero todos esos pensamientos sólo lo conducían otra vez hacia esa desesperanza que ya tantas veces se había apoderado de él. Si Newt y los demás no habían sido capaces de encontrar la solución al enigma del Laberinto después de dos años de búsqueda, parecía imposible que realmente existiera esa solución. El hecho de que los Habitantes no se hubieran rendido, hablaba más de ellos que ninguna otra cosa.
Y ahora él era uno de ellos.
Ésta es mi vida, pensó. Un Laberinto gigante, rodeado de espantosas bestias. La tristeza lo inundó como un veneno poderoso. Los gritos de Alby, ahora distantes pero todavía audibles, no hacían más que empeorar su ánimo. Tenía que taparse los oídos con las manos cada vez que los escuchaba.
Finalmente, el día acabó, y la puesta del sol trajo con ella el ahora familiar chirrido de las cuatro Puertas cerrándose. Thomas no tenía memoria de su vida anterior a la Caja, pero podía asegurar que habían concluido las peores veinticuatro horas de su existencia.
Apenas anocheció, Chuck apareció con algo para cenar y un gran vaso de agua fría.
—Gracias —dijo, sintiendo una ola de cariño hacia el chico. Acabó con la carne y los espaguetis del plato tan rápido como se lo permitieron sus adoloridos brazos—. ¡Esto era lo que mi alma necesitaba! —masculló en medio de un enorme bocado. Tomó un gran trago de su bebida y atacó de nuevo la comida. No se había dado cuenta de lo hambriento que estaba hasta que empezó a comer.
—No es un espectáculo muy agradable —comentó Chuck, sentado en la banca, junto a él—. Es como mirar a un cerdo muerto de hambre deglutiendo su propio plopus.
-Eres muy gracioso -replicó, con un dejo de sarcasmo en la voz—. Deberías ir a divertir a los Penitentes, a ver si logras hacerlos reír.
Una expresión fugaz en la cara de su amigo reveló que el comentario lo había herido, pero desapareció tan pronto como había surgido.
-Ah, eso me recuerda algo: eres el tema del día. Se enderezó. No estaba muy seguro de que la noticia le agradara.
-No sé de qué estás hablando.
-Caray. A ver, déjame pensarlo. Primero, vas al Laberinto por la noche, cuando se supone que no debes hacerlo. Después, te conviertes en una especie de fenómeno de la selva, colgándote de las lianas y atando Habitantes a los muros. Más tarde, te transformas en uno de los primeros en sobrevivir toda una noche fuera del Área y, para rematar, matas a cuatro Penitentes. Realmente no se me ocurre por qué esos larchos andan hablando de ti.
Una ráfaga de orgullo le recorrió el cuerpo, pero se desvaneció enseguida. Se sintió culpable de la alegría que acababa de experimentar. Alby seguía en cama, aullando de dolor, y era probable que deseara estar muerto.
—Pero eso de engañarlos para que cayeran por el Acantilado fue idea de Minho y no mía.
—Bueno, pero no es lo que él dice. Te vio hacer ese truco de esperar y arrojarte, y entonces se le ocurrió hacer lo mismo en el barranco.
—¿El truco de esperar y arrojarse? —preguntó Thomas, llevando los ojos hacia arriba en señal de suficiencia— Cualquier idiota hubiera hecho lo mismo.
—No te hagas ahora el humilde con nosotros. Lo que hicieron es totalmente increíble. Los dos, tú y Minho.
Lanzó al piso el plato vacío, repentinamente enojado.
—¿Entonces por qué me siento como una mierda, Chuck? ¿Podrías contestarme eso?
Miró a su compañero en busca de una respuesta, pero no parecía tener ninguna. El chico se quedó sentado ahí, apretando las manos, mientras se inclinaba hacia delante apoyado en las rodillas, con la cabeza caída. Después de unos segundos, murmuró algo en voz muy baja:
—Por la misma razón que todos nos sentimos como una mierda.
Permanecieron en silencio hasta que apareció Newt con cara de muerto. Se sentó en el piso con la tristeza y la preocupación pintadas en el rostro. Aun así, Thomas estaba contento de tenerlo cerca.
—Creo que ya pasó lo peor —anunció—. Ese desgraciado debería dormir un par de días y despertarse en buenas condiciones. Quizás emitir algún rugido de vez en cuando.
Le costaba imaginarse lo terrible que debía ser todo ese suplicio: el proceso de la Transformación era todavía un misterio para él. Decidió encarar a Newt, tratando de aparentar naturalidad.
—Dime, ¿cómo es exactamente la experiencia que Alby está atravesando? En serio, no entiendo qué es la Transformación.
La respuesta lo dejó perplejo.
—¿Y tú crees que nosotros sí? —le disparó, llevando los brazos hacia arriba y luego golpeando las rodillas al bajarlos—.Todo lo que sabemos es que si los Penitentes te pinchan con sus malditas agujas, te inyectas el Suero o mueres. Si lo recibes, tu cuerpo sufre ataques, se sacude, la piel expele burbujas y se pone verdosa, y te vomitas todo encima. ¿Te parece que esta explicación es suficiente, Tommy?
Arrugó la frente. No quería que el muchacho se pusiera más molesto de lo que estaba, pero él necesitaba respuestas.
—Hey, sé que es muy desagradable tener que ver cómo tu amigo sufre, pero sólo quiero saber realmente lo que está ocurriendo allá arriba. ¿Por qué lo llaman la Transformación?
Newt se relajó —hasta pareció encogerse— y luego suspiró.
—Te trae recuerdos, pequeños fragmentos reales de antes de llegar a este sitio horrendo. Cualquiera que pasa por eso actúa como un maldito desquiciado cuando todo termina... aunque en general no tanto como el pobre Ben. En realidad, es como si te devolvieran tu vida anterior y te la arrancaran nuevamente.
Sentía la cabeza en llamas.
—¿Estás seguro? —le preguntó.
Newt lo miró confundido.
-¿Qué quieres decir? ¿Seguro de qué?
—¿Ellos están transformados porque quieren volver a su existencia anterior o es que se quedaron totalmente deprimidos al descubrir que su antigua vida no era mejor que la que tenemos ahora?
Lo observó durante unos segundos y luego miró hacia otro lado, inmerso en sus pensamientos.
—Los shanks que pasaron por esto no quieren hablar de la experiencia. Ellos se vuelven... diferentes, antipáticos. Hay un puñado por el Área, pero me resulta insoportable estar con ellos —su voz sonaba distante y sus ojos se habían desviado hacia algún lugar indefinido en el bosque. Thomas sabía que estaba pensando que tal vez Alby nunca más volvería a ser el mismo.
—Dímelo o a mí —exclamó Chuck, metiéndose en la conversación—. Gally es él peor de todos.
—¿Alguna novedad de la chica? —preguntó Thomas, cambiando de tema. No estaba de ánimo para hablar de Gally. Además, no podía dejar de pensar en ella—.Vi allá arriba a los Docs dándole de comer.
—No —contestó—. Sigue en ese maldito estado de coma, o lo que sea. Cada tanto, susurra algo, cosas sin sentido, como si estuviera soñando. Acepta la comida; parece andar bien. Es todo muy raro...
Se hizo una larga pausa, como si los tres estuvieran buscándole algún sentido a todo eso. Thomas volvió a pensar en la inexplicable conexión que parecía mantener con la chica, que ahora había disminuido un poco, pero podía haber sido por todos los otros hechos que ocupaban su mente.
Finalmente, Newt rompió el silencio.
—Bueno, ahora el siguiente paso es decidir qué hacemos con Tommy. Se despertó de golpe, desconcertado ante el comunicado. —¿Qué hacen conmigo? ¿De qué hablas? Newt se levantó y estiró los brazos.
—Has puesto este lugar patas para arriba, larcho maldito. La mitad de los Habitantes cree que eres Dios y la otra mitad quiere arrojarte por el Hueco de la Caja. Hay mucho que decidir.
-¿Cómo qué? -repuso, sin saber qué le resultaba más inquietante: que algunos pensaran que era una especie de héroe o que otros desearan deshacerse de él.
-Paciencia —le respondió-.Ya te enterarás mañana después del despertar.
—¿Mañana? ¿Por qué?
—Convoqué una Asamblea y tú estarás ahí. Eres el único tema a tratar.
Y después del anuncio, dio media vuelta y se alejó, dejando a Thomas muy confundido, preguntándose por qué sería necesario hacer una Asamblea sólo para hablar de él.
CAPITULO 24
A la mañana siguiente, Thomas se acomodó, con aspecto ansioso y preocupado, frente a otros once chicos ubicados en sillas formando un semicírculo a su alrededor. Enseguida se dio cuenta de que ellos eran los Encargados y que, por lo tanto, Gally también formaba parte del grupo. Solamente había un asiento vacío: no hacía falta que le dijeran que pertenecía a Alby.
La reunión se realizaba en una gran sala de la Finca, en la que Thomas nunca había estado antes. Además de las sillas, lo único que había era una mesita en un rincón. Las paredes y el piso eran de madera, y daba la impresión de que nadie se había ocupado de que el ambiente luciera agradable. No había ventanas y la habitación olía a moho y a libros viejos. Aunque no tenía frío, estaba temblando.
Sintió cierto alivio al ver que Newt se encontraba allí, sentado frente a él, a la derecha del sitio que pertenecía a Alby.
—En nombre de nuestro líder, enfermo y en cama, declaro abierta esta Asamblea —anunció, con un gesto sutil en sus ojos, como si detestara cualquier cosa que se acercara a la formalidad—. Como todos ustedes saben, los últimos días han sido una reverenda locura y una buena parte está relacionada con nuestro Novato, Tommy, aquí presente.
Thomas se puso rojo de vergüenza.
—El ya no es más el Novato —exclamó Gally, con su voz áspera tan grave y cruel que resultaba casi cómica—. Ahora es sólo un transgresor de las reglas.
Eso desencadenó una ola de murmullos y susurros, que Newt acalló. Thomas deseó estar lo más lejos posible de allí.
-Gally -dijo—, trata de mantener un poco el orden. Si no puedes contener tu bocota cada vez que digo algo, tendrás que largarte de aquí, porque no ando de muy buen humor.
Thomas sintió ganas de levantarse y aplaudir.
Gally cruzó los brazos y se reclinó en la silla con una expresión de enojo tan forzada que Thomas casi lanza una carcajada. No podía creer que hasta ayer había estado tan aterrorizado por ese tipo. Ahora parecía tonto e incluso patético.
Newt le echó una mirada dura a Gally y luego continuó.
—Me alegro de que hayamos aclarado las cosas —repuso, poniendo los ojos en blanco—. La razón por la que estamos aquí es la siguiente: gran parte de los chicos del Área se ha acercado a mí en los dos últimos días para quejarse de Thomas o para pedirme su mano. Tenemos que decidir qué haremos con él.
Gally se inclinó hacia delante, pero Newt lo cortó antes de que pudiera decir una palabra.
—Ya tendrás tu oportunidad de hablar. Uno a la vez. Tommy, no estás autorizado a abrir la boca hasta que te lo pidamos, ¿va? —le advirtió, mientras esperaba su consentimiento, que llegó de mala gana. Luego señaló a un chico sentado en la última silla de la derecha—. Zart, es tu turno.
Zart, el tipo grandote y callado de los Jardines, se movió en el asiento. Parecía sentirse tan fuera de lugar como una zanahoria en una planta de jitomate. Observó un segundo a Thomas y tragó saliva.
—Bueno —comenzó, mirando hacia todos lados como esperando que alguien le soplara qué decir—. No sé. El quebró una de nuestras reglas más importantes. No podemos dejar que todos piensen que eso está bien... —bajó la vista, se frotó las manos y agregó-: sin embargo, también... cambió muchas cosas. Ahora sabemos que podemos sobrevivir allá afuera y derrotar a los Penitentes.
Se sintió más relajado. Había alguien más que estaba de su lado. Se prometió a sí mismo ser especialmente bueno con Zart.
—Vamos, deja de decir tonterías —intervino Gally—. Estoy seguro de que fue Minho el que realmente se sacó de encima a esos monstruos ridículos.
—¡Gally, cierra el hocico! —gritó Newt, poniéndose de pie para lograr un efecto mayor, provocando de nuevo las ganas de aplaudir de Thomas—.
Yo soy el que preside la Asamblea en este momento y si escucho otra maldita palabra tuya fuera de lugar, voy a preparar otro Destierro para tu asquerosa cara.
—Por favor —susurró Gally con sarcasmo, mientras ponía la expresión de enojo una vez más y se echaba en la silla. Newt se sentó y apuntó hacia Zart. —¿Eso es todo? ¿Alguna recomendación oficial? El Jardinero sacudió la cabeza. —Muy bien. Sartén, tú eres el próximo.
El Cocinero lanzó una sonrisa a través de su barba y se enderezó en la silla.
-Este larcho tiene más agallas que muchos de los que andan dando vueltas por aquí —comenzó a decir— Esto es realmente estúpido: le salva la vida a Alby, mata a varios Penitentes y nosotros nos sentamos a parlotear sobre qué hacer con él. Como diría Chuck, esto es una montaña de plopus.
Quería levantarse y darle la mano a Sartén: acababa de decir exactamente lo que él pensaba de todo eso.
—Entonces, ¿cuál es tu recomendación? —preguntó Newt.
—Pónganlo en el Consejo y que se dedique a enseñarnos todo lo que hizo allá afuera.
Las voces se elevaron desde todas las direcciones. A Newt le llevó medio minuto calmar los ánimos. Thomas se estremeció: Sartén se había extralimitado con sus recomendaciones, invalidando de esa forma la opinión que había expuesto tan claramente acerca de ese problema.
-Muy bien, ya la estoy registrando -dijo Newt, mientras escribía algo en un bloc—. Ahora todos hagan silencio de una vez. Hablo en serio. Conocen las reglas: todas las ideas son aceptables y todos podrán expresar lo que piensan cuando votemos —luego señaló al tercer miembro del Consejo, un chico al que Thomas nunca había visto, de pelo negro y pecas.
—Yo en realidad no tengo ninguna opinión —dijo.
—¿Qué? —le preguntó Newt con irritación—. Entonces no sé para qué te elegimos como parte de esta Asamblea.
—Lo siento. Pero lo digo sinceramente —agregó, encogiéndose de hombros—. Si tengo que opinar, supongo que estoy de acuerdo con Sartén. ¿Por qué castigar a un tipo por salvarle la vida a otro?
—Entonces sí tenías algo que decir. ¿Eso es todo? —insistió, con el lápiz en la mano.
El Encargado asintió y Newt garabateó algo en el papel. Thomas se sentía cada vez más relajado, parecía que la mayoría del Consejo estaba a su favor. De todos modos, se encontraba pasando un mal momento y deseaba desesperadamente poder defenderse. Pero se esforzó por respetar las órdenes de Newt y quedarse callado.
El siguiente fue Acné Winston, el Encargado del Matadero.
—Yo creo que debe ser castigado. Lo siento, Nuevito, pero Newt, tú eres el que se la pasa torturándonos con el orden. Si lo dejamos ir sin ninguna sanción será un mal ejemplo para los demás. Él quebró nuestra Regla Número Uno.
—Está claro —aceptó, mientras hacía unas anotaciones—. Entonces sugieres que debe recibir un castigo. ¿De qué tipo?
—Considero que deberíamos ponerlo en el Cuarto Oscuro a pan y agua durante una semana. Y tendríamos que asegurarnos de que todo el mundo se entere, para que a nadie se le ocurra imitarlo.
Gally aplaudió y recibió una mirada de furia de Newt. Thomas sintió una pequeña desilusión.
Después hablaron otros dos Encargados: uno a favor de la idea de Sartén y el otro a favor de la de Winston. Luego llegó el turno de Newt.
—Estoy de acuerdo con la mayoría de ustedes. Debe recibir una sanción, pero también tenemos que encontrar una forma de utilizarlo. Me reservo mi recomendación para el final. El próximo.
Detestaba toda esa charla sobre el castigo aún más que permanecer callado. Pero en el fondo, no podía negar que estaban en lo cierto. Por extraño que pareciera después de todo lo que había logrado, él sabía que no había respetado una de las reglas esenciales.
Los Encargados continuaron diciendo lo que pensaban. Para algunos, Thomas merecía elogio; para otros, castigo. O ambos. Le resultaba difícil mantenerse atento, tratando de imaginar cuáles serían los comentarios de Gally y de Minho, los dos que faltaban. Este último no había dicho una palabra desde su entrada al recinto. Se mantenía encorvado en la silla, con aspecto de no haber dormido en una semana.
Gally habló primero.
—Creo que ya dejé bien claro cuál es mi opinión. Genial, pensó Thomas. Entonces mantén la boca cerrada.
-Va —dijo Newt, volviendo a poner los ojos en blanco-. Minho, es tu turno.
—¡No! —bramó Gally, haciendo saltar de sus asientos a varios Encargados—. Quiero decir algo más.
—Bueno, escúpelo de una vez —respondió.
Le encantó que al Presidente provisional de la Asamblea le disgustara Gally casi tanto como a él. Aunque ya no le tenía mucho miedo, se le revolvía el estómago cada vez que lo veía.
—Piensen un poco —comenzó—. Este cretino llega en la Caja, haciéndose el confundido y asustado. Pocos días después, está corriendo por el Laberinto con los Penitentes, como si fuera el dueño del lugar.
Se encogió en la silla, deseando que los otros no estuvieran de acuerdo.
—Creo que todo eso fue una actuación. ¿Cómo puede haberse comportado allá afuera como lo hizo después de tan pocos días? Yo no me trago ésa.
—¿Qué intentas decir? —preguntó Newt—. ¿Qué tal si eres un poco más específico?
—Yo creo que es un espía de la gente que nos puso aquí.
Otro alboroto explotó en la sala. Lo único que hacía Thomas era sacudir la cabeza: no entendía cómo a ese tipo se le podían ocurrir semejantes ideas. Newt volvió a tranquilizar a todo el mundo, pero Gally no había terminado.
—No podemos fiarnos de este larcho —prosiguió—. Al día siguiente de llegar, aparece una chica chiflada lanzando una sarta de disparates de que las cosas van a cambiar, aferrando una nota extraña. Encontramos a un Penitente muerto. Luego Thomas se halla en el Laberinto justo esa noche -cosa muy conveniente para él— y trata de convencer a todos de que es un héroe. En realidad, ni Minho ni nadie realmente lo vio haciendo algo con las lianas. ¿Cómo sabemos que fue el Nuevito el que ató a Alby allá arriba?
Hizo una pausa. Nadie dijo una palabra durante varios segundos y el pánico se levantó dentro del pecho de Thomas. ¿Podían llegar a creer lo que ese miserable estaba diciendo? Estaba desesperado por defenderse y casi rompe su silencio por primera vez, pero antes de abrir la boca, Gally ya estaba despotricando nuevamente.
-Están sucediendo demasiadas cosas raras, y todo esto empezó cuando apareció este Novato garlopo. Y, qué casualidad, termina siendo el primero en sobrevivir una noche entera afuera en el Laberinto. Hay algo que no está bien, y hasta que no resolvamos qué es, yo recomiendo oficialmente que encerremos a este cabrón en el Cuarto Oscuro durante un mes y luego hagamos otra reunión.
Rugió de nuevo la Asamblea y Newt apuntó algo en su bloc de notas, sin dejar de mover la cabeza, lo cual le dio una pizca de esperanza.
—Capitán Gally, ¿terminaste? —preguntó.
—Deja de hacerte el gracioso, Newt —espetó, con la cara roja—. Hablo en serio. ¿Cómo podemos confiar en este shank en menos de una semana? No descarten lo que digo antes de pensarlo siquiera.
Por primera vez, sintió algo de empatía por Gally. En realidad sí tenía razón en lo que decía acerca de la forma en que Newt lo trataba. Después de todo, también era un Encargado. Pero igual lo odio, pensó.
—Muy bien, Gally —dijo—. Lo siento. Ya te escuchamos y todos vamos a considerar tu maldita sugerencia. ¿Listo?
—Sí. Y tengo razón.
Sin decirle nada más, Newt apuntó hacia Minho.
—Adelante. El último, pero no por eso menos importante.
Thomas se sintió feliz de que hubiera llegado finalmente el turno de Minho. Estaba seguro de que lo iba a defender a muerte.
El Corredor se levantó rápido, tomando a todos por sorpresa.
—Estuve allá afuera y vi lo que hizo este loco: se mantuvo entero, mientras yo me acobardé como una gallina. No voy a ponerme a hablar sin parar como Gally. Quiero decir cuál es mi recomendación y terminar de una vez.
Thomas contuvo la respiración, preguntándose qué diría.
—Va -dijo Newt-.Te escuchamos.
Se dirigió a Thomas.
—Propongo a este larcho para que me reemplace como Encargado de los Corredores.
CAPITULO 25
Se hizo un silencio total en la sala, como si el mundo se hubiera detenido, y todos los miembros del Consejo permanecieron atónitos mirando a Minho. Thomas se quedó helado, esperando que el Corredor dijera que todo había sido una broma.
Gally finalmente se incorporó y rompió el hechizo.
—¡Eso es absurdo! —exclamó, dirigiéndose a Newt y señalando a Minho, que se había sentado nuevamente—. Se le debería expulsar del Consejo por decir semejante estupidez.
Cualquier clase de lástima que hubiera sentido por Gally, por remota que fuera, se esfumó por completo ante esa afirmación.
Algunos Encargados parecieron estar de acuerdo con la recomendación de Minho, como Sartén, que comenzó a aplaudir para ahogar la voz de Gally, pidiendo a gritos la votación. Pero otros no. Winston sacudió la cabeza con fuerza, mascullando. Cuando todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, Thomas se sintió aterrorizado y admirado a la vez. ¿Por qué Minho había dicho eso? Tiene que ser un chiste, pensó. Newt dijo que llevaba muchísimo tiempo convertirse en Corredor, mucho más tomaría entonces ser Encargado. Volvió a mirar hacia arriba, deseando estar a kilómetros de ese lugar.
Finalmente, Newt dejó de tomar notas y salió del semicírculo, ordenándoles a los asistentes que hicieran silencio. Al principio nadie le prestó atención, pero poco a poco se restauró el orden y todos se sentaron.
—Shuck —dijo—. Nunca había visto tantos larchos portándose como bebés. Aunque no se note, se supone que somos adultos. Actúen como tales o disolvemos este maldito Consejo y empezamos de cero —advirtió, y caminó de una punta a la otra del grupo, mirando a cada uno de los Encargados a los ojos—. ¿Está claro?
De golpe, se quedaron callados. Imaginó que habría más alboroto, pero quedó sorprendido cuando todos, incluso Gally, hicieron un gesto afirmativo con la cabeza.
—Va —dijo, regresando a su silla y apoyando el bloc sobre las piernas. Anotó algo en el papel y luego levantó la vista hacia Minho—. Lo que has dicho es un plopus muy delicado, hermano. Lo siento, pero tienes que aclararlo más para que todos entendamos.
Thomas no podía contener su entusiasmo por escuchar las palabras del Corredor. Minho lucía agotado, pero empezó a defender su propuesta.
—Shanks, es realmente muy fácil para ustedes estar sentados aquí hablando de cosas que desconocen. Yo soy el único Corredor del Consejo y sólo Newt ha estado en el Laberinto.
Gally se interpuso.
—No, si cuentas la vez que yo...
-¡No la cuento! -gritó-.Y créeme, ni tú ni nadie tienen la más remota idea de lo que es estar allá afuera. La única razón por la cual te pincharon es por quebrar esa misma regla, por la cual ahora estás acusando a Thomas. Y eso se llama hipocresía, miertero, pedazo de...
—Suficiente —dijo Newt—.Termina con tu defensa de una vez.
La tensión era evidente. A Thomas le pareció que el aire de la sala se había convertido en cristal y podía hacerse pedazos en cualquier momento. La piel roja y tirante de las caras de Gally y de Minho parecía a punto de reventar, pero luego de unos segundos los dos desviaron la mirada.
—Bueno, en resumidas cuentas —continuó el Corredor, mientras tomaba asiento—, yo nunca vi nada parecido. En ninguna ocasión se dejó llevar por el pánico. Ni lloró, ni se quejó, ni se asustó. Amigos, él lleva aquí sólo unos pocos días... Recuerden cómo estábamos nosotros al principio. Acurrucados en los rincones, llorando sin parar, no confiábamos en nadie, nos negábamos a actuar. Estuvimos así durante semanas o meses, hasta que no tuvimos otra opción que enfrentar la situación y vivir.
Se levantó nuevamente y señaló a Thomas.
—Sólo unos pocos días después de aparecer aquí, este tipo se mete en el Laberinto para salvar a dos larchos que apenas conoce. Todo este plopus de que él quebró una regla es una imbecilidad. Todavía no comprendió las reglas. Pero muchos ya le habían contado lo que era estar en el Laberinto, especialmente por la noche. Y aun así, él salió, justo cuando la Puerta estaba cerrándose, sólo porque dos chicos necesitaban ayuda.
Hizo una pausa para respirar. Parecía ir ganando fuerza a medida que hablaba.
-Pero eso fue sólo el principio. Después, él me vio abandonar a Alby, dándolo por muerto. Y eso que yo era el veterano, el que tenía todo el conocimiento y la experiencia. Al ver esto, no debió haber cuestionado mi manera de actuar, pero lo hizo. Imaginen la voluntad y la fortaleza que necesitó para empujar a Alby arriba de esa pared, centímetro a centímetro. Es un delirio. Parece una locura completa. Pero las cosas no terminaron ahí. Luego llegaron los Penitentes. Le dije que teníamos que separarnos y empecé a correr siguiendo los dibujos de nuestros mapas, empleando las ya conocidas maniobras de evasión. El, en vez de orinarse encima, se encargó de la situación: desafió todas las leyes de la física y de la gravedad para subir a Alby a esa pared, desvió la atención de los Penitentes hacia él, venció a uno, encontró...
—Ya captamos tu idea —intervino Gally con brusquedad—. Este Tommy es un tipo con suerte.
Minho se acercó a él.
—¡No, garlopo inútil, no entendiste nada! Hace dos años que estoy aquí y nunca vi nada igual. Que tú digas algo...
Se interrumpió, lanzando un gruñido de frustración. Thomas se dio cuenta de que se había quedado con la boca abierta. Lo invadían diversas emociones: aprecio hacia Minho, que se enfrentaba con todos para defenderlo, incredulidad ante la hostilidad de Gally y miedo de la decisión final.
—Gally —dijo Minho con más calma-, tú no eres más que una mariquita que nunca me ha pedido, ni una sola vez, ser Corredor o al menos intentarlo. No tienes derecho a hablar de cosas que no comprendes. Así que cierra la boca.
El muchacho se puso de pie furioso.
—Si vuelves a hablar así te rompo el cuello aquí, delante de todos —repuso, escupiendo mientras gritaba.
Minho se rió, luego levantó la palma de la mano y la aplastó sobre la cara de Gally. Thomas se irguió mientras observaba al Habitante desplomarse hacia atrás en la silla, que se partió en dos pedazos. Cayó al suelo y enseguida comenzó a hacer grandes esfuerzos para incorporarse. Minho se acercó y apoyó el pie en su espalda, empujándolo con la cara contra el piso.
Thomas se arrojó en su silla, aturdido.
—Te juro, Gally -le dijo con una mueca de desprecio—, no vuelvas a amenazarme. No me dirijas la palabra nunca más. Si lo haces, te romperé tu cuello miertero, una vez que haya terminado con los brazos y las piernas.
Newt y Winston ya se habían acercado y estaban sosteniendo a Minho, antes de que Thomas pudiera entender qué estaba pasando. Lo arrastraron lejos de Gally, quien dio un salto, con el rostro enrojecido por la rabia. Pero no hizo ningún movimiento hacia Minho. Sólo se quedó allí, con el pecho hacia fuera, respirando con fuerza.
Finalmente, se alejó dando traspiés hacia la salida, que estaba detrás de él. Sus ojos iluminados por el odio se movían como flechas por el recinto. Thomas tuvo la horrible sensación de que parecía alguien a punto de cometer un asesinato.
Retrocedió hacia la puerta y estiró la mano para alcanzar la manija de la puerta.
-Las cosas ahora son diferentes -dijo, lanzando un escupitajo hacia el piso-. Minho, no debiste haber hecho eso, nunca —le advirtió. Y desvió su mirada maniaca hacia Newt—.Yo sé que me odias, siempre me odiaste. Tendrían que desterrarte por tu vergonzosa incapacidad
para liderar este grupo. Eres patético, y el que se quede aquí no es mejor que él. Las cosas van a cambiar. Lo prometo.
Thomas se sintió de pronto muy desanimado. La situación se había puesto muy difícil.
Gally abrió la puerta de un golpe y salió al pasillo, pero antes de que alguien pudiera reaccionar, asomó de nuevo la cabeza dentro de la sala.
—Y tú —dijo, fulminando a Thomas con la mirada—, el Novato que se cree que es un maldito Dios, no olvides que te he visto antes. Yo pasé por la Transformación. Lo que estos tipos decidan no significa nada —hizo una pausa, mirando a cada uno de los presentes.
Cuando su expresión maliciosa volvió a posarse en Thomas, agregó:
—Sea lo que fuera que hayas venido a hacer aquí, te juro por mi vida que voy a impedirlo. Y si es necesario, te mato.
Luego se dio vuelta y abandonó la sala de un portazo.