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CAPITULO 41
—Ahora regreso —dijo Thomas, sintiendo náuseas—. Tengo que encontrar a Newt para averiguar si se pudo salvar algo del incendio.
—¡Espera! —le gritó Teresa—. ¡Sácame de aquí!
Pero ya no quedaba más tiempo.
—No puedo... Vuelvo enseguida, te lo prometo.
Se dio vuelta antes de que ella protestara y comenzó a correr hacia el bloque de concreto, que estaba sumergido en una neblina negra. Un dolor punzante recorrió su interior. Si Teresa tenía razón y habían estado a un paso de descubrir alguna clave para salir de allí, pero ésta había terminado literalmente haciéndose humo... El enojo y la desilusión eran tan grandes que le hacían daño.
Lo primero que distinguió fue a un grupo de Habitantes apiñados frente a la puerta de acero, que se encontraba todavía entreabierta y tenía el borde externo negro por el hollín. Pero al acercarse más, se dio cuenta de que estaban rodeando algo, con las miradas fijas en el piso. Newt se encontraba de rodillas en el centro, inclinado sobre un cuerpo.
Minho, parado detrás de él, con aspecto sucio y desconsolado, fue el primero en verlo llegar.
—¿Dónde te habías metido? —le preguntó.
—Fui a hablar con Teresa, ¿qué pasó?
Esperó angustiado la siguiente andanada de malas noticias. La frente de Minho se arrugó de rabia.
—¿La Sala de Mapas se está incendiando y tú te vas corriendo a charlar con tu novia garlopa? ¿Qué te pasa? ¿Estás loco?
Estaba demasiado preocupado para sentirse ofendido.
—Yo pensé que ya no eran importantes, como a esta altura no habían encontrado ninguna pista...
Minho lucía disgustado, pero la luz pálida y la humareda le daban una apariencia casi siniestra.
—Claro, éste sería un momento ideal como para abandonar todo. ¿Qué te...?
—Lo siento... dime de una vez qué pasó —insistió, inclinándose sobre el hombro de un chico delgadito que se hallaba delante de él.
Tirado de espaldas, con una herida profunda en la frente, se encontraba Alby. La sangre chorreaba por ambos lados de la cabeza y por los ojos, formando una costra. Newt lo limpiaba cuidadosamente con un trapo húmedo, haciéndole preguntas en un susurro imposible de adivinar. Afligido, a pesar del mal genio que había demostrado recientemente el líder, Thomas se volteó hacia Minho y repitió la pregunta.
—Winston lo encontró aquí afuera, medio muerto, con el fondo de la Sala de Mapas en llamas. Algunos larchos apagaron el incendio, pero ya era demasiado tarde. Todos los baúles quedaron carbonizados. Primero sospeché de Alby, pero quienquiera que haya hecho esto le golpeó la cabeza contra la mesa. Puedes ver dónde. Es de terror.
-¿Quién crees que fue? -inquirió Thomas, dudando si contarle acerca de lo que habían descubierto con Teresa. Sin los Mapas, la cuestión era más difícil de comprobar.
—Quizás fue Gally antes de aparecer en la Finca y volverse loco, o tal vez los Penitentes. No sé ni me importa. Da lo mismo.
Thomas se sorprendió ante el repentino cambio de actitud.
—¿Y ahora quién es el que se rinde?
La cabeza de Minho se sacudió tan bruscamente que lo hizo retroceder. Hubo un fogonazo de furia que pronto se disolvió en una rara mezcla de confusión y asombro.
—Eso no fue lo que quise decir, shank.
Thomas entornó los ojos en señal de curiosidad.
—¿Y qué...?
—Cierra el hocico por ahora —le advirtió el Corredor, llevándose el dedo a los labios, mientras sus ojos se movían como flechas a su alrededor para comprobar si alguien lo estaba mirando-. Sólo cállate la boca. Ya lo sabrás a su debido tiempo.
Respiró hondamente y se puso a reflexionar. Si esperaba sinceridad de los demás, él debía actuar de la misma manera. Decidió que era mejor compartir lo que habían descubierto acerca del código del Laberinto, con o sin Mapas.
—Tengo algo que contarles a ti y a Newt. Y es necesario que liberemos a Teresa: seguramente está muerta de hambre y puede ayudarnos.
—No me preocupa esa estúpida chica.
Optó por dejar pasar el insulto.
—Sólo danos unos minutos. Tenemos una idea. Si los Corredores recuerdan sus Mapas, tal vez funcione.
Las palabras de Thomas parecieron atrapar la atención de Minho, pero apareció otra vez esa extraña mirada, como si a él se le estuviera pasando algo muy obvio.
—¿Una idea? ¿Cuál?
—Vengan al Cuarto Oscuro. Tú y Newt.
Minho pensó un segundo.
-¡Newt! -gritó.
—¿Qué? —preguntó, mientras se ponía de pie y giraba la tela ensangrentada hasta encontrar una parte que no estuviera roja. Minho señaló a Alby.
—Deja que los Docs se ocupen de él. Tenemos que hablar. Newt le lanzó una mirada inquisitiva y luego le pasó la tela al Habitante más próximo.
—Ve a buscar a Clint. Dile que tenemos problemas más importantes que unos chicos con astillas —le ordenó. Cuando el chico salió corriendo a cumplir el encargo, Newt se alejó de Alby—. ¿Hablar de qué?
—Vengan conmigo —les pidió Thomas, y se dirigió hacia el Cuarto Oscuro sin esperar respuesta.
—Suéltenla —exclamó delante de la puerta de la prisión, con los brazos cruzados—. Créanme, les interesará lo que van a escuchar.
Newt estaba cubierto de hollín y suciedad, con el pelo apelmazado por el sudor. No parecía estar de muy buen humor. —Tommy, esto es...
—Por favor, sólo abre la puerta y déjala ir. Esa vez no iba a darse por vencido.
—¿Cómo podemos confiar en ella? —preguntó Minho—. En cuanto se despertó, este lugar se vino abajo. Hasta admitió haber activado algo. —Eso es cierto —repuso Newt.
-Podemos confiar en ella -aseguró Thomas—. Cada vez que hemos hablado ha sido sobre algo relacionado con tratar de escapar. Fue enviada aquí igual que el resto de nosotros, es estúpido pensar que es la responsable de lo que está ocurriendo.
—¿Entonces qué mierda quiso decir con eso de que había activado algo? —espetó Newt con un gruñido.
Thomas hizo un gesto de impaciencia: se negaba a admitir que Newt tenía razón.
-Quién sabe, su mente se comportó de manera muy extraña al despertar. Tal vez todos pasamos por lo mismo mientras estábamos adentro de la Caja, diciendo incoherencias antes de estar completamente despiertos. Déjala salir y listo.
Newt y Minho intercambiaron una larga mirada.
—Vamos —insistió—. ¿Qué puede hacer? ¿Acaso saldrá corriendo a clavarle un cuchillo a cada uno de los Habitantes hasta matarlos a todos?
—Está bien. Libera a esta estúpida chica de una vez —respondió Minho con un profundo suspiro.
—¡Yo no soy estúpida! —gritó Teresa, con la voz amortiguada por las paredes-. ¡Y además puedo escuchar cada palabra que están diciendo, idiotas!
Los ojos de Newt se abrieron de la impresión.
—Qué chica tan dulce te conseguiste, Tommy.
—Date prisa. Estoy seguro de que tenemos mucho que hacer antes de que los Penitentes regresen esta noche. Si es que no vienen durante el día...
Newt se acercó bufando hasta el Cuarto Oscuro, mientras sacaba las llaves. Unos segundos después, la puerta se abrió de par en par. —Vamos, ya estás libre.
Teresa salió del pequeño recinto y sonrió a Newt de manera desafiante. Echó una mirada similar a Minho y luego se detuvo al lado de Thomas, rozándole el brazo. Estaba muerto de vergüenza y sentía cosquilieos en la piel.
-Bueno, hablen -dijo Minho—. ¿Qué es tan importante?
Thomas miró a Teresa, preguntándose cómo empezar.
-¿Qué? —exclamó ella-. Habla tú, porque es obvio que ellos creen que soy una asesina serial.
—Sí, pareces tan peligrosa —respondió, pero enseguida encaró a los dos chicos—. Bueno, cuando Teresa comenzaba a salir de su profundo sueño, los recuerdos brotaban fugaces en su mente. Ella... —se interrumpió justo a tiempo para no mencionar que Teresa se lo había dicho dentro de su cabeza— ella me contó después que recordaba que el Laberinto era un código, que quizás, en vez de tener que resolver los enigmas que presenta para encontrar una salida, esté tratando de enviarnos un mensaje.
—¿Un código? —preguntó Minho—. ¿Cómo sería eso?
—No estoy totalmente seguro, tú conoces los Mapas mucho mejor que yo. Pero tengo una teoría. Es por eso que tenía la esperanza de que ustedes pudieran recordar algunos de ellos.
Minho desvió la mirada hacia Newt con las cejas arqueadas en señal de interrogación. Newt asintió.
-¿Qué pasa? —preguntó, harto de que ellos siguieran reteniendo información-. Larchos, ustedes siguen comportándose como si tuvieran un secreto.
Minho se frotó los ojos con las dos manos y tomó aire.
—Thomas, nosotros escondimos los Mapas.
Le llevó unos segundos computar la frase.
-¿Qué?
Minho apuntó hacia la Finca.
—Guardamos los malditos Mapas en el cuarto de las armas y pusimos otros falsos en su lugar. Por el aviso de Alby y por el supuesto Final que tu novia activó.
Estaba tan entusiasmado ante la noticia que olvidó por un momento lo horrible que se había vuelto todo. Recordó a Minho actuando de manera muy sospechosa el día anterior, cuando le había dicho que tenía una tarea especial que hacer. Echó una mirada a Newt, que confirmó las palabras del Corredor.
—Están todos sanos y salvos —afirmó Minho—. Hasta el último de esos miserables. De modo que si tienes una teoría, queremos oírla.
—Llévenme adonde los han guardado —repuso Thomas, desesperado por empezar a trabajar.


CAPITULO 42
Cuando Minho encendió la luz, Thomas tuvo que entornar los ojos unos segundos hasta que se acostumbraron a la claridad. Sombras amenazadoras parecían aferrarse a las cajas de armas distribuidas sobre las mesas y por el piso. Cuchillas, palos y otros aparatos de aspecto agresivo esperaban allí, listos para cobrar vida y matar a la primera persona lo suficientemente estúpida como para acercarse. El olor a humedad y a encierro no hacía más que agregar una sensación tenebrosa al lugar.
—Hay un armario de almacenamiento escondido ahí atrás —explicó Minho, pasando delante de unos estantes hasta llegar a un oscuro rincón—. Sólo unos pocos sabemos de su existencia.
Se escuchó el crujido de una vieja puerta de madera y luego Minho se acercó arrastrando una caja de cartón por el piso.
—Puse el contenido de cada baúl en una caja diferente. Son ocho en total. Están todas allí adentro.
—¿Cuál es ésta? -preguntó, arrodillándose junto a la que acababa de traer Minho, ansioso por comenzar.
—Tienes que abrirla y mirar. ¿Recuerdas que cada hoja estaba marcada?
Tiró de las solapas entrecruzadas de la caja hasta que se abrieron: eran los Mapas de la Sección Dos. Introdujo la mano y sacó una pila.
—Muy bien —comenzó a explicar—. Los Corredores siempre compararon los Mapas día por día, buscando un esquema que se repitiera y que los llevara a descubrir una salida.Tú llegaste a decir que en realidad no sabían qué estaban buscando, pero seguían analizándolos de todas maneras. ¿No es cierto?
Minho asintió, con los brazos cruzados. Parecía que estaba esperando que alguien le revelara el secreto de la inmortalidad.
—Bueno —continuó—, ¿qué pasaría si los movimientos de los muros no tuvieran nada que ver con un plano o un laberinto? ¿Qué pensarían si en cambio el dibujo que se repite formara palabras? Algún tipo de pista que nos ayudara a escapar.
Minho señaló los Mapas que Thomas tenía en la mano, lanzando un suspiro de frustración.
—Güey ¿tienes una idea de cuánto hemos estudiado estas cosas? ¿No crees que deberíamos habernos dado cuenta si formaban unas miserables palabras?
—Tal vez es difícil notarlo a simple vista, confrontando solamente un día con el que sigue. Y quizás no deberían haber comparado un día con el siguiente, sino analizar un día a la vez.
Newt se rio.
—Tommy, es posible que yo no sea el tipo más listo del Área, pero me parece que estás diciendo unas reverendas tonterías.
Mientras hablaba, la mente de Thomas seguía trabajando aceleradamente. Tenía la respuesta ahí nomás, a su alcance, lo sabía. Lo difícil era ponerla en palabras.
—Está bien —dijo, empezando de nuevo—. Siempre asignaron un Corredor a cada sección, ¿sí?
-Correcto -repuso Minho, que parecía interesado de verdad y dispuesto a entender.
—Y ese Corredor hace un Mapa cada día y luego lo contrasta con los Mapas de días anteriores, de esa sección. Pero ¿qué pasaría si, en cambio, comparáramos los de las ocho secciones de un mismo día entre sí? Como si cada día fuera una clave separada o un código. ¿Alguna vez hicieron eso?
Minho se frotó el mentón, mientras asentía con la cabeza.
—Sí, más o menos. Intentamos ver si pasaba algo cuando los poníamos todos juntos. Claro que lo hicimos. Probamos todo.
Thomas apoyó los Mapas en sus rodillas para estudiarlos mejor. Apenas alcanzaba a ver los trazos del Laberinto de la segunda hoja a través de la que estaba encima. En ese momento, supo lo que tenían que hacer.
—Papel encerado.
-¿Eh? —preguntó Minho-. ¿Qué demonios...?
-Confía en mí. Necesitamos papel encerado y tijeras.Y todos los marcadores y lápices negros que encuentres.
Sartén no se mostró muy feliz de que le sacaran una caja entera de rollos de papel encerado, especialmente ahora que habían cortado los suministros. Explicó que era esencial para él porque lo usaba para hacer pasteles y panes en el horno. Al final, tuvieron que contarle para qué lo iban a utilizar y así lo convencieron de entregarlo.
Después de diez minutos de búsqueda de lápices y marcadores —casi todos estaban en la Sala de Mapas y habían sido destruidos por el incendio— Thomas se sentó en la mesa de trabajo del sótano de las armas con Newt, Minho y Teresa. Como las tijeras habían desaparecido, eligió el cuchillo más filoso que encontró.
-Más vale que esto sirva para algo —dijo Minho, con tono de advertencia.
Newt se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre la mesa, como esperando un truco de magia.
—Empieza de una vez, Nuevito.
-Bueno -dijo, ansioso por hacerlo pero también mortalmente asustado de que no resultara. Le pasó el cuchillo a Minho y luego señaló el papel encerado—. Comienza a cortar rectángulos del tamaño de los planos. Newt y Teresa, ustedes pueden ayudarme a sacar de sus respectivas cajas los primeros diez Mapas de cada sección.
—¿Qué es esto? ¿Una clase de manualidades? —bromeó Minho, contemplando con desagrado el cuchillo—. ¿Por qué no nos dices para qué plopus estamos haciendo esto?
-La explicación se acabó -dijo Thomas, sabiendo que ellos tenían que ver la imagen que él se había formado en la mente. Se levantó y fue a hurgar en el armario de almacenamiento-. Será más fácil si se los muestro. Si estoy equivocado, bueno, siempre podemos volver a correr como ratones alrededor del Laberinto.
Minho suspiró, claramente irritado. Luego murmuró algo. Teresa se había quedado callada por un rato, pero expresó lo que pensaba dentro de la cabeza de Thomas.
Creo que sé lo que estás haciendo. Es brillante.
Se sobresaltó pero hizo lo posible por no demostrarlo. Sabía que tenía que disimular que escuchaba voces en su cerebro: los otros pensarían que era un demente.
Ven... a... ayudarme, trató de responderle, pensando cada palabra por separado, tratando de visualizar el mensaje y luego enviarlo. Pero ella no contestó.
—Teresa —dijo en voz alta—. ¿Puedes ayudarme un momento? —y señaló hacia el armario.
Los dos entraron en el pequeño recinto polvoriento y abrieron todas las cajas, tomando una pequeña pila de Mapas de cada una. Al regresar a la mesa, vio que Minho ya había cortado veinte hojas de papel encerado, las había amontonado desordenadamente a su derecha, y seguía arrojando cada nuevo recorte arriba de la pila.
Thomas se sentó y tomó varios papeles. Sostuvo uno de ellos contra la luz y vio cómo pasaba el resplandor blancuzco a través de él. Era exactamente lo que necesitaba. Luego, buscó un marcador.
—Muy bien, calquen los últimos diez días en estos papeles. Asegúrense de anotar la información arriba para que podamos saber a qué corresponde cada uno. Cuando terminemos, creo que va a aparecer algo.
-¿Qué...? —comenzó a decir Minho.
-Sigue cortando y cierra esa maldita boca —le ordenó Newt-. Creo que sé adónde quiere llegar con esto.
Thomas se alegró de que por fin alguien empezara a comprender.
Los cuatro se pusieron a trabajar, calcando los Mapas originales al papel encerado, uno por uno, tratando de hacerlo correcta y meticulosamente, pero apurándose lo más posible. Thomas utilizó el costado de un trozo suelto de madera como regla, para hacer líneas rectas. En poco tiempo ya había completado diez planos. Los otros mantenían el mismo ritmo, trabajando febrilmente.
Mientras dibujaba, comenzó a sentir pánico, una horrible sensación de que todo eso fuera una pérdida de tiempo. Pero Teresa, que estaba sentada a su lado, era un ejemplo de concentración, con la lengua estirada por el costado de la boca, mientras trazaba líneas por todo el papel. Se le veía muy segura de lo que estaban haciendo.
Y así continuaron: caja por caja y sección por sección.
—Yo ya no puedo más —anunció Newt finalmente, rompiendo el silencio—. Me duelen las manos. Fíjate si se ve algo.
Thomas dejó el marcador y flexionó los dedos, rogando que su teoría fuera correcta.
—Muy bien. Tomen los últimos días de cada sección y hagan pilas sobre la mesa por orden, desde la Sección Uno hasta la Ocho. La Uno aquí —y señaló un extremo—, y la Ocho acá —y apuntó hacia el otro.
Trabajaron sin hablar, clasificando lo que habían calcado hasta que hubo ocho pilas de papel encerado alineadas sobre la mesa.
Muy nervioso, Thomas recogió una hoja de cada grupo, asegurándose de que fueran todas del mismo día y respetando el orden. Luego las colocó una arriba de la otra, de modo que cada dibujo del Laberinto coincidiera con el del mismo día arriba y debajo de él, hasta tener delante de sí las ocho secciones del Laberinto todas juntas. Quedó maravillado ante lo que vio. Casi mágicamente, como una imagen que se iba enfocando, se formó un dibujo. Teresa dejó escapar un grito.
Las líneas se entrecruzaban unas con otras, hacia arriba y hacia abajo, de tal manera que lo que sostenía en sus manos parecía una cuadrícula. Pero ciertas líneas de la mitad —que aparecían con más frecuencia que cualquiera de las otras— formaban una imagen ligeramente más oscura que las demás. Era algo muy sutil, pero no quedaba duda de que estaba allí.
Ubicada en el centro mismo de la página, se podía distinguir claramente la letra C.
Thomas se sintió relajado y excitado a la vez al comprobar que su teoría había funcionado, pero también se preguntó adonde los llevaría el descubrimiento.
—Guau —comentó Minho, resumiendo esos sentimientos en una interjección.
—Podría ser una coincidencia —acotó Teresa—. Sigue probando, rápido.
Thomas apiló las ocho hojas de cada día en orden, empezando por la Sección Uno hasta la Ocho. Todas las veces se fue formando una letra de manera evidente en el centro de la maraña de líneas entrecruzadas. Después de la C, aparecieron una O, una R, otra R, una E y, por último, una R. Luego C... A... P...T... U... R... A.
—Mira –dijo Thomas, señalando las pilas que habían formado, confundido pero contento de que las letras fueran tan claras-. Dice CORRER y CAPTURA.
—¿Correr, captura? -preguntó Newt—. No me parece que eso suene como un maldito código de rescate.
—Tenemos que seguir trabajando.
Al realizar un nuevo par de combinaciones, se dieron cuenta de que la segunda palabra era, en realidad, CAPTURAR. CORRER y CAPTURAR.
—Es obvio que no se trata de una coincidencia -exclamó Minho.
—Realmente no —concordó Thomas.
Teresa hizo una seña hacia el depósito de almacenamiento.
-Tenemos que hacer lo mismo con todos los que están dentro de esas cajas.
—Sí —dijo Thomas—. Busquemos más.
—Nosotros no podemos colaborar —intervino Minho.
Los tres lo miraron con asombro.
—Por lo menos, Thomas y yo no. Tenemos que llevar a los Corredores al Laberinto.
—¿Qué? -exclamó Thomas—. ¡Esto es mucho más importante!
—Puede ser —respondió—, pero no podemos perder un día sin estar allá afuera. Especialmente ahora.
Se sintió decepcionado. Comparado con resolver el código, correr por el Laberinto parecía una pérdida total de tiempo.
—Tú dijiste que el esquema se ha venido repitiendo básicamente durante meses. Un día más no va a cambiar las cosas.
Minho dio un manotazo en la mesa.
—¡Eso es una tontería! Precisamente hoy debería ser el día más importante para ir. Algo podría haber cambiado o haberse abierto. De hecho, ahora que las paredes ya no se cierran más, creo que tendríamos que poner en práctica tu idea: quedarnos afuera durante la noche y explorar más profundamente.
La propuesta despertó su interés y le planteó un dilema, porque hacía rato que esperaba esa oportunidad.
—Pero ¿y qué pasará con el código? —preguntó.
-Tommy -dijo Newt, intentando tranquilizarlo-. Minho tiene razón. Ustedes vayan afuera a correr. Juntaré a varios Habitantes de confianza y seguiremos trabajando en esto.
Newt ya hablaba como un líder.
—Yo también —dijo Teresa—. Me quedo ayudando a Newt. Thomas le echó una mirada.
—¿Estás segura?
Estaba desesperado por descubrir el código él mismo, pero sabía que Newt y Minho tenían razón. Ella sonrió y se cruzó de brazos.
—Si van a descifrar un código escondido dentro de un complejo conjunto de laberintos, estoy segura de que van a necesitar el cerebro de una chica para encargarse de todo —afirmó, con una expresión de suficiencia y satisfacción.
—Si tú lo dices —repuso Thomas, cruzando los brazos a su vez y mirándola fijamente con una sonrisa en la cara. De repente, se le fueron las ganas de marcharse otra vez.
—Va -dijo Minho y se dio vuelta para irse—. Todo está de maravilla, así que vámonos.
Se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo al notar que Thomas no lo seguía. —No te preocupes, Tommy —bromeó Newt—.Tu novia estará muy bien aquí conmigo.
En ese momento, le cruzaron millones de pensamientos por la cabeza: ansiaba enterarse del código, sentía vergüenza por lo que Newt acababa de insinuar acerca de él y de Teresa, estaba intrigado por lo que encontrarían afuera en el Laberinto y... tenía miedo.
Pero puso a un lado todas las emociones y se marchó sin siquiera decir adiós, subiendo las escaleras detrás de su amigo.
Thomas ayudó a Minho a reunir a los Corredores para darles la noticia y organizar el gran viaje. Quedó sorprendido de que todos estuvieran de acuerdo en pasar la noche en el Laberinto y llevar a cabo una exploración más minuciosa del lugar. Aunque estaba nervioso y atemorizado, le dijo al Encargado que él podía ocuparse de una Sección. Minho se negó, diciendo que tenían ocho Corredores experimentados para realizar la tarea. Cuando le explicó que irían juntos, Thomas se sintió avergonzado del alivio que eso le causó.
Cargaron las mochilas con más provisiones que de costumbre, pues no sabían cuánto tiempo pasarían afuera. A pesar del miedo, estaba muy entusiasmado: quizás ese día encontraran una salida.
Los dos chicos estiraban las piernas delante de la Puerta del Oeste cuando Chuck se acercó a despedirlos.
—Yo iría con ustedes —dijo el chico en un tono demasiado jovial—, pero no tengo ganas de morir de manera truculenta.
Thomas se echó a reír.
-Gracias por las palabras de aliento.
—Tengan cuidado —agregó, mostrando preocupación en la voz-. Ojalá pudiera ayudarlos.
Se sintió emocionado: podía apostar que, de ser realmente necesario, Chuck los acompañaría al Laberinto. —Gracias, campeón. Puedes estar seguro de que seremos cautelosos. Minho emitió un gruñido.
—Ser cuidadosos no nos ha llevado a ningún lado. Ahora es todo o nada, baby.
—Ya es hora de irnos —anunció Thomas.
Sentía mariposas en el estómago y necesitaba ponerse en movimiento y dejar de pensar. Después de todo, salir al Laberinto no era peor que permanecer en el Área con las Puertas abiertas. Aunque ese pensamiento no le resultó de gran consuelo.
—Sí —respondió Minho con calma—. Vámonos.
—Bueno —dijo Chuck, levantando la vista del suelo y mirando a Thomas—. Buena suerte. Si tu novia te extraña y se siente sola, yo le daré un poco de amor.
Thomas puso los ojos en blanco.
—Ella no es mi novia, garlopo.
—Anda —exclamó—.Ya estás usando las malas palabras de Alby. En serio, buena suerte.
—Gracias, eso significa mucho para mí —contestó Minho, haciendo el mismo gesto de Thomas con los ojos—. Nos vemos, shank. —Sí, nos vemos —masculló Chuck. Dio media vuelta y se alejó.
Thomas sintió una punzada de tristeza: quizás no volvería a ver a Chuck o a Teresa o a cualquiera de ellos otra vez. Lo atacó un impulso repentino.
—¡No te olvides de mi promesa! —le gritó—. ¡Yo te llevaré a tu casa!
Chuck se dio la vuelta con el pulgar en alto y los ojos llenos de lágrimas.
Thomas levantó los dos pulgares. Luego, los Corredores se colgaron las mochilas y entraron al Laberinto.


CAPITULO 44
Los dos Habitantes no se detuvieron hasta estar a mitad de camino del último callejón de la Sección Ocho. Thomas estaba contento con su reloj, pues el cielo gris no le permitía guiarse por la luz. Mantuvieron un buen ritmo ya que pronto quedó claro que las paredes no se habían movido desde el día anterior. Todo estaba exactamente igual. No era necesario hacer Mapas o tomar notas: su única tarea era llegar hasta el final y realizar el camino de regreso, buscando datos que antes se les hubieran pasado por alto. Hicieron un descanso de veinte minutos y continuaron la marcha.
Corrían en silencio. Minho le había enseñado que hablar consumía energía, de modo que puso toda su atención en que el paso y la respiración fueran regulares. Rodeados por sus pensamientos y el sonido de los pies golpeando contra la roca dura, se adentraron en las profundidades del Laberinto.
Después de dos horas, se sobresaltó al escuchar la voz de Teresa que le hablaba desde el Área.
Estamos progresando, ya encontramos un par de palabras más. Pero todavía no les hemos hallado un significado.
El primer instinto fue ignorarla, negar una vez más que alguien tuviera la capacidad de penetrar en su mente e invadir su privacidad. Pero quería hablar con ella.
¿Puedes oírme?, le preguntó, imaginándose las palabras y enviándoselas mentalmente de una forma que le resultó inexplicable. Hizo un esfuerzo y volvió a decirlas. ¿Puedes oírme?
¡Sí!, contestó ella. Y la segunda vez, te escuché muy claramente.
Estaba tan perplejo que casi deja de correr. ¡Había funcionado!
Me pregunto cómo podemos hacer esto, le comentó. El esfuerzo mental de hablar con ella era extenuante: comenzó a dolerle la cabeza. Tal vez fuimos amantes, dijo Teresa.
Thomas tropezó y aterrizó en el suelo. Sonrió tímidamente a Minho, que se había volteado para mirar. Se levantó con rapidez y alcanzó a su compañero. ¿Qué?, preguntó al fin.
Le pareció notar que reía, como en una imagen borrosa pero llena de color. Esto es tan raro, dijo ella. Es como si fueras un extraño, pero sé que no lo eres.
Pese a que estaba sudando, sintió un escalofrío. Lamento tener que darte la noticia: sí somos extraños. Acabo de conocerte, ¿recuerdas?
No seas es tupido, Tom. Creo que alguien alteró nuestras mentes y puso algo ahí adentro para que pudiéramos comunicarnos por telepatía. Antes de venir aquí. Lo cual me hace pensar que ya nos conocíamos.
Había estado reflexionando sobre eso y consideró que Teresa debía de tener razón. Al menos, eso esperaba. Le gustaba mucho. ¿Mentes alteradas?, preguntó. ¿Cómo?
No sé... hay un recuerdo que no alcanzo a retener. Creo que hicimos algo importante.
Pensó que se había sentido conectado con Teresa desde su llegada al Área. Quería profundizar más ese tema y ver qué decía ella. ¿De qué estás hablando?
Ojalá supiera. Estoy tratando de lanzarte ideas para ver si se dispara algo dentro de tu mente.
Recordó lo que Gally, Ben y Alby habían dicho de él: esas sospechas de que estaba en contra de ellos, que no era de fiar. También se acordó de lo que Teresa le había dicho la primera vez, que ella y él les habían hecho todo eso a los demás.
Este código tiene que significar algo, agregó ella. Y eso que escribí en mi brazo: "CRUEL es bueno".
Quizás no sea importante, contestó. Tal vez encontremos una salida. Quién sabe.
Apretó los ojos con fuerza durante unos segundos mientras se movía, buscando concentración. Una burbuja de aire parecía flotar en su pecho cada vez que hablaban: una sensación que era a la vez molesta y emocionante. Pero sus ojos se abrieron de golpe al
descubrir que Teresa podría estar leyendo sus pensamientos aun cuando él no estuviera tratando de comunicarse con ella. Esperó una respuesta, pero no llegó ninguna.
¿Estás allí todavía?, le preguntó.
Sí, pero esto siempre hace que me duela la cabeza.
Le tranquilizó saber que no era el único. A mí también.
Bueno, dijo ella. Nos vemos después.
¡No, espera! No quería que se fuera, le estaba ayudando a pasar el tiempo, haciendo más fácil la corrida. Adiós, Tom. Te aviso si descubrimos algo más. Teresa, ¿qué piensas de lo que escribiste en tu brazo? Pasaron varios segundos y no hubo respuesta. ¿Teresa?
Se había ido. Fue como si hubiera explotado esa burbuja de aire que tenía en el pecho, liberando toxinas dentro de su cuerpo. Le dolía el estómago y la idea de correr durante el resto del día le resultó deprimente.
Por un lado, quería contarle a Minho la forma en que Teresa y él podían comunicarse y compartir lo que le ocurría antes de que eso hiciera estallar su mente. Pero no se atrevió. Agregar telepatía a la situación no le pareció que fuera lo más aconsejable. Todo era suficientemente extraño así como estaba.
Bajó la cabeza y respiró profundamente. Decidió que sería mejor mantener la boca cerrada y seguir trotando.
Luego de dos descansos más, Minho redujo el paso mientras recorrían un largo pasadizo que terminaba en una pared. Unos segundos después, se sentó contra el muro. La enredadera era especialmente tupida allí y hacía que el mundo pareciera verde y exuberante.
Se sentó al lado de él y ambos atacaron su modesta comida que consistía en sandwiches y trozos de fruta.
—Esto es todo —dijo Minho, después del segundo bocado—.Ya cubrimos toda la sección y, ¡oh sorpresa!, no hay salida.
Él ya lo sabía, pero escucharlo hizo que su ánimo decayera. Sin una sola palabra terminó su comida y se dispuso a explorar. Para buscar quién sabe qué. Durante las horas que siguieron, rastrearon la zona: examinaron los muros, treparon la hiedra en sitios elegidos al azar. Nada. Se sentía cada vez más desalentado. Lo único interesante fue ver otro de esos extraños carteles que decían: CATÁSTROFE Y RUINA UNIVERSAL, EXPERIMENTO LETAL. Minho ni siquiera se molestó en echarle una segunda mirada.
Hicieron una última pausa para comer e investigaron otro poco. Al no hallar nada, Thomas comenzó a prepararse para aceptar lo inevitable: no había nada que encontrar. Cuando se acercó la hora en que se cerraban las Puertas, empezó a buscar señales de las criaturas, pero ni rastros de ellas. Ambos llevaban siempre los cuchillos aferrados en ambas manos. Pero nada ocurrió hasta casi la medianoche.
Minho alcanzó a ver a un Penitente desapareciendo detrás de una esquina más adelante, pero nunca regresó. Treinta minutos después,Thomas vio a otro, que hizo exactamente lo mismo. Una hora más tarde, uno más se acercó a toda velocidad desde el Laberinto y pasó junto a ellos sin detenerse. Thomas casi se desmaya del terror.
Los dos amigos siguieron corriendo.
—Creo que están jugando con nosotros —dijo Minho un rato después.
Thomas se dio cuenta de que había dejado de examinar los muros y se dirigía de regreso al Área con aspecto desanimado. Al parecer, Minho se encontraba igual.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
El Encargado suspiró.
—Creo que los Creadores quieren que sepamos que no existe una salida. Las paredes ya ni se mueven. Es como si esto hubiera sido sólo un juego estúpido, que tiene que terminar. Y quieren que volvamos y se lo contemos a los demás Habitantes. ¿Cuánto quieres apostar que cuando regresemos un Penitente se habrá llevado a uno de ellos igual que anoche? Me parece que Gally tenía razón: van a seguir matándonos uno por uno.
No respondió. Podía sentir la verdad que se ocultaba detrás de las palabras de Minho. Cualquier expectativa que hubiera tenido al salir se había esfumado hacía largo rato.
-Volvamos a casa —dijo Minho con voz cansada.
Odiaba tener que admitir la derrota, pero le hizo una seña afirmativa. El código era la única esperanza que les quedaba y decidió poner toda su energía en eso.
Regresaron al Área en silencio. No se cruzaron con ningún otro Penitente en todo el trayecto.


CAPITULO 45
Según el reloj de Thomas, era media mañana cuando Minho y él cruzaron la Puerta del Oeste e ingresaron al Área. Estaba tan cansado que quería echarse ahí mismo y dormir una siesta. Habían permanecido en el Laberinto unas veinticuatro horas.
Sorprendentemente, a pesar de la luz mortecina y de que todo se estaba viniendo abajo, la actividad en el Área parecía estar desarrollándose con toda normalidad, tanto el trabajo en la granja como la jardinería y la limpieza. Algunos chicos notaron de inmediato la presencia de los Corredores y Newt no tardó en aparecer.
—Ustedes son los primeros en llegar —les anunció—. ¿Qué pasó?
Thomas sintió que se le partía el corazón al ver el brillo de esperanza en su rostro. Era obvio que pensaba que habían descubierto algo importante.
—Por favor, díganme que tienen buenas noticias.
Los ojos de Minho estaban como muertos, con la vista clavada en algún lugar en la distancia gris. —Nada —respondió—. El Laberinto es una maldita broma. Newt miró a Thomas, confundido. -¿De qué está hablando?
—Sólo está desanimado —explicó con un gesto de desgano—. No encontramos nada distinto: los muros no se movieron, no hay salidas, nada. ¿Anoche vinieron los Penitentes?
La expresión de Newt se oscureció y sacudió la cabeza.
—Sí. Se llevaron a Adam.
No sabía de quién se trataba y se sintió culpable de su indiferencia. Uno más, pensó. Quizás Gally tenía razón.
Antes de que Newt pudiera agregar una palabra, a Minho le dio un ataque y perdió el control.
—¡Estoy harto de todo esto! -exclamó, escupiendo hacia la hiedra con las venas del cuello a punto de estallar-.Ya está. ¡Se acabó! -gritó, quitándose la mochila y arrojándola al suelo—. No existe una salida. Nunca la hubo y nunca la habrá. Estamos jodidos.
Con la garganta seca, Thomas observó a su compañero que se alejaba furioso hacia la Finca. Su rostro revelaba preocupación: si Minho dejaba de pelear, todos estarían en un gran problema.
Newt se quedó callado y dejó a Thomas enfrascado en sus pensamientos.
La desesperación flotaba en el aire como el humo denso y áspero de la Sala de Mapas.
Una hora después, los otros Corredores ya estaban de regreso. Por lo que Thomas pudo escuchar, no habían encontrado nada y, a la larga, se habían dado por vencidos. Casi todos los trabajadores habían abandonado su tarea y deambulaban por el Área con caras apesadumbradas.
Sabía que la única esperanza que les quedaba era el código. Tenía que revelarles algo importante. Sí o sí. Luego de vagar sin rumbo escuchando las historias de los otros Corredores, decidió sacarse el desaliento de encima.
¿Teresa?, dijo adentro de su mente, cerrando los ojos como si eso activara la comunicación. ¿Dónde estás? ¿Descubrieron algo?
Luego de una larga pausa sin respuesta, ya estaba por renunciar.
¿Tom? ¿Me hablaste?
Sí, respondió, contento de haber hecho contacto nuevamente. ¿Me oyes? ¿Estoy haciéndolo bien?
A peces se escucha un poco entrecortado, pero se entiende. Es medio alucinante, ¿no?
Pensó que, en realidad, ya se estaba acostumbrando. No está del todo mal. ¿Siguen todavía en el sótano? Vi a Newt pero luego volvió a desaparecer.
Aún estamos aquí. Newt llamó a tres o cuatro Habitantes para que nos ayudaran a calcar los Mapas. Creo que ya hemos resuelto todo el código.
Su corazón comenzó a latir rápidamente.
¿En serio?
Ven para acá.
Ya voy.
De pronto, no se sentía tan agotado.
Newt lo hizo pasar.
—Minho no apareció todavía —le dijo, mientras descendían al sótano—. A veces, ese cretino se exalta un poco.
Thomas no podía creer que Minho perdiera el tiempo poniéndose de mal humor, justo en el momento en que estaban por descifrar el código. Pero alejó el pensamiento de su cabeza al entrar en la habitación. Varios Habitantes que él no conocía se encontraban de pie alrededor de la mesa con caras de agotamiento. Había Mapas desperdigados por todos lados, incluso en el piso, como si un tornado hubiera arrasado el lugar.
Teresa estaba apoyada contra unos estantes, con una hoja en la mano. Levantó la vista cuando ellos entraron, y luego continuó la lectura. Eso lo entristeció un poco porque había esperado que demostrara alegría al verlo. Luego se sintió estúpido por haber pensado semejante cosa: era obvio que ella estaba tratando de resolver el código.
Tienes que ver esto, le dijo ella, mientras Newt despedía a sus colaboradores, que subieron los escalones de madera refunfuñando por haber trabajado inútilmente.
No hables en mi cabeza cuando Newt está cerca. No quiero que se entere de nuestro... don.
—Ven a observar algo —le pidió en voz alta, tratando de ocultar la sonrisa que asomaba en su rostro.
—Si resuelves esto, te juro que me pongo de rodillas y te beso los pies —aseguró Newt.
Thomas se acercó a Teresa, deseoso de ver lo que habían descubierto. Ella sostenía el papel con el ceño fruncido.
—No me cabe la menor duda de que esto está bien —aclaró—. Pero no tengo idea de lo que significa.
Tomó la hoja y le echó una mirada rápida. En el lado izquierdo del papel, había seis palabras numeradas del uno al seis, escritas en grandes letras mayúsculas:
CORRER
CAPTURAR
SANGRAR
MORIR
ESTIRAR
OPRIMIR
Seis palabras. Nada más.
Estaba completamente decepcionado. Había creído que una vez que descifraran el código, su finalidad sería obvia. Miró a Teresa desilusionado. —¿Esto es todo? ¿Están seguros de que están en el orden correcto? Ella le sacó la hoja.
—El Laberinto ha estado repitiendo esas palabras durante meses. Una vez que eso quedó claro, interrumpimos la búsqueda. Después de la palabra OPRIMIR, siempre pasa una semana entera sin mostrar ninguna letra, y luego, con CORRER, vuelve a comenzar. Entonces llegamos a la conclusión de que ésa era la primera palabra y ése era el orden.
Cruzándose de brazos, se apoyó contra la estantería al lado de Teresa. Sin darse cuenta, había memorizado las seis palabras, grabándolas en su mente. Correr. Capturar. Sangrar. Morir. Estirar. Oprimir. Eso no sonaba nada bien.
—Alentador, ¿no crees? —dijo Newt, reflejando sus pensamientos con exactitud.
—Sí —respondió con un gruñido de frustración—. Tenemos que traer a Minho aquí abajo, quizás él sepa algo que nosotros ignoramos. Si tuviéramos más pistas...
De repente se quedó petrificado y sintió que la cabeza le daba vueltas. Se hubiera caído al piso de no haberse apoyado en los estantes. Se le acababa de ocurrir una idea completamente terrible. La peor del mundo. Pero su instinto le decía que estaba en lo cierto, que era algo que tenía que hacer.
—¿Tommy? —preguntó Newt, acercándose con cara de preocupación—. ¿Te pasa algo malo? Te pusiste pálido.
Sacudió la cabeza y trató de controlarse.
-Ah... no es nada, lo siento. Me duelen los ojos, creo que necesito dormir un poco —contestó, frotándose las sienes para resultar más creíble.
¿Te encuentras bien?, le preguntó Teresa dentro de su mente. La observó para verificar si estaba tan preocupada como Newt, lo cual le resultó muy agradable.
Sí, estoy algo agotado, en serio. Sólo tengo que descansar un poco.
—Bueno —dijo Newt, mientras le apretaba el hombro—. Te pasaste toda la noche afuera en ese maldito Laberinto. Ve a echarte una siesta.
Miró primero a Teresa y luego a Newt. Quería compartir su idea con ellos, pero decidió que era mejor no hacerlo. Se despidió y se dirigió hacia las escaleras.
Al menos, ahora tenía un plan. No sería genial, pero era mejor que nada. Necesitaban más claves acerca del código. Precisaban recuerdos. Se dejaría pinchar por un Penitente para pasar por la Transformación. Deliberadamente.