CAPITULO 51
Alby se levantó tan bruscamente que la silla se cayó hacia atrás. Los ojos inyectados en sangre se destacaban contra el vendaje blanco que cubría su frente. Dio dos pasos hacia delante y se detuvo, como si hubiera estado a punto de atacar a Thomas.
—Ahora sí te estás comportando como un idiota miertero —le dijo, fulminándolo con la mirada-. O un traidor. ¿Cómo podemos confiar en lo que dices si ayudaste a diseñar este lugar y a ponernos aquí? Si no podemos enfrentar a un Penitente en nuestro propio terreno, mucho menos lograremos pelear contra una horda completa en su propia cueva. ¿Qué es lo que estás tramando?
Thomas se puso furioso.
-No puedo creer lo que dices. No estoy tramando nada. ¿Por qué habría de inventar todo esto?
Alby puso los brazos rígidos y apretó los puños.
—Por lo que nosotros sabemos, podrías haber sido enviado aquí para matarnos a todos. ¿Por qué deberíamos confiar en ti? Lo miró con incredulidad.
-¿Acaso te está fallando la memoria a corto plazo? Arriesgué mi vida para salvarte allá afuera en el Laberinto. ¡Si no fuera por mí, estarías muerto!
—Tal vez eso fue un truco para ganar nuestra confianza. Si estuvieras aliado con los garlopos que nos mandaron aquí, no tendrías que haberte preocupado de que los Penitentes te hirieran. Quizás todo no fue más que una actuación.
La furia de Thomas se apagó un poco ante ese comentario y se transformó en lástima. Había algo raro y sospechoso en todo su comportamiento.
—Alby —intervino Minho, relevando a Thomas-. Ésa es una de las teorías más tontas que he escuchado en mi vida. Hace tres noches, él casi termina destrozado. ¿Piensas que eso también fue parte de la actuación?
Alby asintió bruscamente.
-Es posible.
—Lo hice... —dijo Thomas, mostrando en su voz todo el disgusto que sentía— con la intención de recuperar mi memoria para lograr que pudiéramos salir de aquí. ¿Es necesario que te muestre las heridas y los moretones que tengo en todo el cuerpo?
Alby no contestó pero su cara todavía temblaba de furia. Tenía los ojos vidriosos y las venas del cuello parecían a punto de estallar.
—¡No podemos regresar! —exclamó con un alarido, volteándose para mirar a todos los presentes—.Yo vi cómo era nuestra vida antes, ¡no podemos volver a eso!
—¿Ése es el problema? —preguntó Newt—. ¿Estás bromeando?
Alby lo encaró con ferocidad, levantando el puño. Luego se detuvo, fue hasta su asiento, se hundió en él y se echó a llorar. Thomas no podía creerlo: el temible líder de los Habitantes envuelto en lágrimas.
—Alby, habla —insistió Newt, quien no estaba dispuesto a pasar por alto la reacción—. ¿Qué te pasa?
—Fui yo —contestó, con un sollozo de angustia—. Yo lo hice.
—¿Qué cosa? —preguntó Newt, tan confundido como Thomas.
-Yo quemé los Mapas. Me golpeé la cabeza contra la mesa para que pensaran que había sido otro. Les mentí. Fui yo quien les prendió fuego.
Los Encargados intercambiaron miradas intensas de desconcierto. Para Thomas, en cambio, ahora todo tenía sentido: Alby recordó lo terrible que había sido su vida antes de llegar allí y no quería regresar.
—Bueno, qué suerte que pudimos salvar esos Mapas —comentó Minho, con sinceridad y un dejo de burla—. Gracias a que, después de la Transformación, nos indicaste que los protegiéramos.
Thomas miró a Alby para ver cómo reaccionaba ante el comentario sarcástico y casi cruel de Minho, pero él hizo como si no hubiera escuchado.
Newt, en vez de enojarse, le pidió una explicación. Thomas sabía por qué no estaba molesto: los Mapas estaban a salvo y habían resuelto el código. En ese momento, ya no importaba.
—Acabo de decírtelo —las palabras de Alby sonaron como un ruego casi histérico—. No podemos volver al lugar de donde vinimos. Yo lo vi y recuerdo cosas realmente horribles. La tierra quemada, una enfermedad, algo conocido como la Llamarada. Fue horroroso, no se puede comparar con lo que tenemos aquí.
—¡Si nos quedamos en este lugar moriremos todos! —gritó Minho—. ¿Puede ser peor que eso?
Alby se quedó mirándolo fijamente durante un rato largo antes de responder. Thomas no podía dejar de pensar en lo que apenas había dicho. La Llamarada. El término le resultaba familiar, le disparó una imagen dentro de la mente. Pero estaba seguro de que no había recordado nada de eso durante la Transformación.
—Sí —contestó finalmente—. Es peor. Prefiero morir que volver a casa.
Minho esbozó una sonrisa y se recargó en la silla.
—Hombre, déjame decirte que eres una montaña de optimismo. Yo estoy completamente de acuerdo con Thomas. Si vamos a morir, que sea luchando como unos condenados.
—Adentro o afuera del Laberinto —agregó Thomas, contento de que Minho estuviera de su lado. Se dio vuelta y enfrentó a Alby con expresión seria—.Todavía vivimos adentro del mundo que tú recordaste.
Alby volvió a levantarse, esta vez con cara de derrota.
—Hagan lo que quieran. No tiene importancia —repuso con un suspiro—. Moriremos de todas formas.
Después de decir eso, caminó hacia la puerta y salió de la habitación.
Newt respiró profundamente, con aire preocupado.
—Nunca volvió a ser el mismo desde que lo pincharon. Debe haber sido un recuerdo muy cabrón. ¿Qué es eso de la Llamarada?
—No me importa —dijo Minho—. Cualquier cosa es mejor que morir aquí. Una vez que estemos afuera, podremos ocuparnos de los Creadores. Pero, por el momento, tenemos que hacer lo que ellos planearon: entrar a la Fosa de los Penitentes y escapar. Si alguno de nosotros tiene que morir, así será.
Sartén lanzó un resoplido.
—Shanks, me están volviendo loco. No podemos salir del Laberinto, y esta idea de caernos en la casa de los Penitentes creo que es lo más estúpido que he escuchado en mi vida. Sería preferible cortarse las venas.
Los demás Encargados comenzaron a discutir a gritos y Newt les ordenó que guardaran silencio.
Thomas volvió a hablar, una vez que las cosas se calmaron:
—Yo voy a entrar a la Fosa o moriré en el intento. Me parece que Minho también viene, al igual que Teresa. Si logramos resistir a las criaturas el tiempo suficiente para que alguien ingrese el código y las desactive, podremos atravesar la puerta por la que ellas pasan. Entonces habremos concluido las pruebas y ya estaremos en condiciones de enfrentar a los mismos Creadores.
Newt hizo una mueca de pesimismo.
—¿Y realmente piensas que podremos combatir a los Penitentes? Aunque no nos maten, seguramente recibiremos los pinchazos. Es muy posible que estén todos esperándonos al llegar al Acantilado. Tú sabes que los escarabajos andan correteando constantemente allá afuera, de modo que los Creadores sabrán que nos dirigimos hacia allá.
A Thomas le aterraba lo que estaba por decir, pero se dio cuenta de que ya había llegado la hora de revelarles la última parte del plan.
—No creo que nos vayan a pinchar. La Transformación era una Variable pensada para el tiempo en que vivimos aquí. Pero esa etapa ya habrá terminado. Además, tendremos algo a favor.
—Qué bien —exclamó Newt, con ironía—. Me muero por saber qué es.
—A los Creadores no les conviene terminar con todos nosotros. La idea es que la prueba sea muy dura pero no imposible. Creo que ya estamos seguros de que los Penitentes están programados para matar sólo a un Habitante por día. De modo que alguien tiene que sacrificarse para salvar a los demás mientras nosotros corremos hacia la Fosa. Pienso que ésta es la manera en que se supone que todo debe suceder.
Quedaron callados hasta que el Encargado del Matadero emitió una carcajada que pareció un rugido.
—¿Perdón? —intervino Winston—. ¿Así que estás insinuando que arrojemos a un pobre chico a los lobos para que el resto de nosotros pueda escapar? ¿Esa es tu brillante sugerencia?
No quería admitir lo mal que sonaba todo, pero se le ocurrió una idea.
—Exacto, Winston. Me alegro de que hayas estado tan atento —le respondió, ignorando su mirada letal—.Y creo que es obvio quién debería ser el pobre chico.
—No me digas —se burló Winston—. ¿Y quién es el elegido?
Thomas se cruzó de brazos.
-Yo.
CAPITULO 52
La reunión estalló en un coro de discusiones. Newt caminó lentamente hasta Thomas, lo tomó del brazo y lo llevó a la puerta. —Ahora vete.
—¿Irme? ¿Por qué? —preguntó sorprendido.
—Pienso que ya hablaste más que suficiente para una reunión. Debemos conversar y decidir lo que vamos a hacer sin que estés presente —le explicó, empujándolo con suavidad hacia fuera—. Espérame junto a la Caja. Cuando esto termine, tú y yo tendremos una charla.
Comenzó a darse vuelta, pero Thomas lo sujetó del brazo.
-Newt, tienes que creerme. Es la única forma de salir de aquí. Te juro que podemos hacerlo. Tenemos que hacerlo.
Newt lo miró y le susurró con voz ronca.
—Ya lo sé, la parte que más me gustó fue cuando te ofreciste para morir. —Estoy totalmente dispuesto a hacerlo.
Thomas lo decía en serio, pero era debido a la culpa que lo atormentaba por haber ayudado a diseñar el Laberinto. En el fondo, confiaba en poder pelear lo suficiente como para que alguien ingresara el código y desactivara a los Penitentes antes de que lo mataran. Y entonces abrir la puerta.
—¿En serio? -preguntó Newt, aparentemente irritado—. Tanta nobleza me apabulla.
—Tengo muchas razones personales para hacerlo. Además, en cierta forma, estamos aquí por mi culpa —se detuvo y tomó aire para calmarse—. Iré de todas maneras, de modo que es mejor que no pierdas tu tiempo.
De pronto, los ojos de Newt se inundaron de compasión.
—Tommy, si es cierto que colaboraste en la creación del Laberinto, no es tu culpa. Eras un niño, te obligaron a hacerlo.
Pero a pesar de lo que Newt o cualquiera de ellos dijera, él se consideraba responsable. Y cada vez que pensaba en ello, la carga se volvía más pesada.
-Siento como si... tuviera que salvarlos a todos. Para redimirme. Newt comenzó a retroceder moviendo lentamente la cabeza.
-Tommy, ¿sabes qué es lo gracioso?
-¿Qué? -preguntó, con cautela.
-Yo realmente te creo. No hay ni una pizca de mentira en tu cara. Y no puedo creer que vaya a decir esto —hizo una pausa—, pero voy a regresar allá adentro para persuadir a esos larchos de que tenemos que entrar a la Fosa, como propusiste. Es preferible luchar contra los Penitentes que quedarse sentado permitiendo que se lleven a uno por uno —aseguró Newt y luego levantó el dedo—. Pero escúchame una cosa, no quiero ni una maldita palabra más acerca de morirte y tic todo ese plopus heroico. Si lo hacemos, todos vamos a correr los mismos riesgos. ¿Está claro?
Thomas llevó las manos hacia arriba, sintiendo que se había sacado un peso de encima.
-Como el agua. Yo sólo trataba de decir que valía la pena correr el riesgo. Ya que de todas maneras alguien va a morir cada noche, me pareció que al menos podríamos aprovecharlo.
Newt se puso serio otra vez.
—Qué comentario más alegre.
Cuando comenzaba a alejarse, Newt lo llamó.
—¿Tommy?
—¿Sí? —se detuvo sin mirar atrás.
—Si convenzo a esos larchos, y aún no estoy seguro de lograrlo, la mejor hora para ir sería por la noche. Es posible que muchos de los Penitentes a esa hora estén vagando por el Laberinto y no en la Fosa.
—Va —contestó Thomas. Y se dio vuelta con un gesto de aprobación.
Newt apenas esbozó una sonrisa en su cara de preocupación.
—Deberíamos hacerlo esta noche, antes de que muera alguien más —dijo y, sin esperar respuesta, se dirigió hacia la Asamblea.
Un poco alterado ante la última declaración, Thomas dejó la Finca y caminó hasta una vieja banca cerca de la Caja. Su mente era un torbellino: seguía pensando en el significado de lo que Alby había dicho acerca de la Llamarada. También había mencionado tierras quemadas y una enfermedad. El no recordaba nada de eso, pero si era verdad, el mundo al cual trataban de regresar no parecía muy agradable. Sin embargo, ¿qué otra opción les quedaba? Además del hecho de que los Penitentes atacaran todas las noches, el Área estaba prácticamente desactivada.
Frustrado y cansado de sus pensamientos, llamó a Teresa. ¿Me escuchas?
Sí, respondió. ¿Dónde estás?
Al lado de la Caja.
Voy en un minuto.
Thomas se dio cuenta de cuánto necesitaba su compañía. Bueno. Te contaré el plan. Creo que es un hecho.
¿Cómo es?
Se reclinó en el banco y colocó el pie derecho sobre la rodilla, mientras se preguntaba cómo reaccionaría Teresa ante lo que le iba a decir.
Tenemos que entrar a la Fosa de los Penitentes, usar el código para neutralizarlos y abrir una puerta que nos saque de aquí.
Hizo una pausa. Me imaginé que sería algo así.
Thomas pensó un instante y luego agregó: A menos que tengas alguna idea mejor.
No. Será terrible.
Llevó de un golpe el puño derecho hacia la otra mano, aunque sabía que ella no podía verlo. Podemos hacerlo.
Lo dudo.
Bueno, al menos tenemos que intentarlo.
Se hizo una pausa más larga que la anterior. Podía sentir la determinación de Teresa. Tienes razón.
Creo que vamos a salir esta noche. Ven aquí, así hablamos un poco más del tema.
Estaré allí en unos minutos.
Se le hizo un nudo en el estómago. De golpe, la realidad de lo que había propuesto, ese plan que Newt estaba discutiendo ahora con los Encargados, le cayó encima como una bomba. Sabía que era peligroso: la idea de pelear con los Penitentes frente a frente y no simplemente huir de ellos lo aterraba. En el mejor de los casos, sólo un Habitante moriría, pero eso tampoco era algo seguro. Quizás los Creadores reprogramaban a las criaturas y todo el plan se haría pedazos.
Hizo un esfuerzo por no pensar más.
Antes de lo esperado, Teresa estaba sentada junto a él, con su cuerpo apretado contra el suyo, a pesar de que había mucho espacio en la banca. Ella le tomó la mano y él se la presionó tanto que supuso que debía haberle dolido.
—Cuéntame —le pidió.
Thomas repitió las mismas palabras que les había dicho a los Encargados, mientras observaba con rabia cómo los ojos de Teresa se llenaban de terror y preocupación.
—No fue difícil convencerlos de seguir el plan -aclaró, una vez que terminó de contarle cómo había sido la reunión-. Pero Newt piensa que deberíamos ir esta noche. No me parece que sea una buena idea.
El ya había enfrentado a los Penitentes y sabía muy bien lo que era eso, pero lo que le causaba más temor era pensar en Chuck y Teresa allá afuera. Quería proteger a sus amigos de esa horrible experiencia, pero tenía claro que no era posible.
—Podemos hacerlo —comentó ella, con voz tranquila.
Escucharla decir eso sólo logró ponerlo más nervioso.
—Carajo, estoy asustado.
—Hey, eres humano, es normal que estés así.
Thomas no respondió y se quedaron durante un rato largo tomados de la mano, sin decir una palabra. Sintió un poco de paz, por fugaz que fuera, y trató de disfrutarla el tiempo que durara.
CAPITULO 53
Cuando la Asamblea terminó, Thomas se puso un poco triste. Al ver a Newt salir de la Finca, supo que el descanso había llegado a su fin.
El Encargado se dirigió hacia ellos rengueando con rapidez. Thomas notó que había soltado la mano de Teresa sin darse cuenta.
Newt los alcanzó, cruzó los brazos sobre el pecho y los miró desde arriba.
—Todo esto es una reverenda locura, ¿ya lo sabes, no?
Era imposible adivinar lo que pasaba por su mente, pero había un asomo de victoria en la mirada.
Thomas se puso de pie. Una ola de entusiasmo se apoderó de él.
—¿Están de acuerdo en ir?
—Todos —replicó—. Fue más fácil de lo que pensaba. Esos larchos han visto lo que pasa por la noche con esas malditas Puertas abiertas. No se puede salir de ese estúpido Laberinto. Tenemos que probar algo nuevo -explicó, y echó una mirada a los Encargados, que comenzaban a reunir a sus respectivos grupos de trabajo—. Ahora sólo nos queda convencer a los Habitantes.
Thomas sabía que eso sería todavía más difícil de lo que había sido persuadir a los Encargados.
—¿Creen que aceptarán el plan? —preguntó Teresa, uniéndose a ellos.
—No todos -respondió Newt, con una expresión de frustración-. Algunos se van a arriesgar a permanecer aquí. Estoy seguro.
Thomas sabía que los asustaría la idea de intentar huir. Exigirles que lucharan contra los Penitentes era demasiado pedir.
—¿Qué pasa con Alby?
—Quién sabe —contestó, observando la actividad del Área—. Estoy convencido de que ese cretino tiene más miedo de volver a su casa que de los Penitentes. Pero yo voy a lograr que venga con nosotros, no te preocupes.
Deseó poder recordar aquellas cosas que atormentaban a Alby, pero le resultaba imposible.
—¿Cómo piensas persuadirlo? Newt se rio.
—Ya se me ocurrirá alguna garlopa, como decirle que todos encontraremos una nueva vida en otra parte y que viviremos felices para siempre. Thomas se encogió de hombros.
—Quizás podamos hacerlo. Le prometí a Chuck que lo llevaría de regreso a su hogar. O, al menos, conseguirle una casa.
—Bueno —murmuró Teresa—. Cualquier cosa es mejor que este sitio.
Thomas contempló las discusiones que brotaban a su alrededor, mientras los Encargados se esforzaban por convencer a los chicos de que se arriesgaran a luchar para llegar hasta la Fosa de los Penitentes. Algunos Habitantes se alejaban enojados, pero la mayoría parecía escuchar y considerar la posibilidad.
—¿Y ahora qué sigue? —preguntó Teresa.
Newt respiró profundamente como juntando fuerzas.
—Resolver quién se va y quién se queda. Los preparativos: comida, armas, todo eso. Luego partimos. Thomas, yo te pondría a cargo, dado que fue tu idea, pero ya será bastante difícil tener a la gente de nuestro lado sin que tú seas el líder. No te ofendas. Trata de no llamar la atención, ¿está bien? Les dejaremos a ti y a Teresa todo el asunto del código. Eso pueden manejarlo desde un segundo plano.
Estaba feliz con la propuesta de actuar en forma discreta. Encontrar esa terminal de computadoras e ingresar el código era una responsabilidad más que suficiente para él. Aun así, tenía que luchar contra el creciente pánico que lo invadía.
—Haces que todo suene tan fácil —dijo Thomas finalmente, haciendo lo posible por alegrar la situación. O, por lo menos, fingir que lo hacía.
Newt lo miró con atención.
—Como tú dijiste: si nos quedamos, un larcho morirá esta noche. Y si nos vamos, también. ¿Cuál es la diferencia? —repuso, y lo señaló con el dedo—. Si es que tienes razón.
—La tengo.
Sabía que estaba en lo cierto con respecto a la Fosa, el código, la puerta, la necesidad de pelear. Pero no tenía ni idea de cuánta gente moriría. Sin embargo, si había algo que sus instintos le decían claramente era que no debía demostrar la más mínima vacilación.
Newt le dio unas palmadas en la espalda.
—Va. Pongámonos a trabajar.
Las horas que siguieron fueron de una actividad frenética.
Casi todos los Habitantes terminaron por aceptar la propuesta, muchos más de los que Thomas hubiera imaginado. Hasta Alby decidió intentar la fuga. Aunque nadie lo habría admitido, Thomas estaba seguro de que la mayoría se apoyaba en la teoría de que los Penitentes sólo matarían a uno de ellos, y se imaginaban que las posibilidades de no ser el desafortunado inocente eran aceptables. Los que decidieron quedarse fueron pocos, pero testarudos y chillones. Vagaron por el Área con caras largas, tratando de demostrarles a los demás lo estúpidos que eran al querer marcharse. Finalmente, renunciaron y se mantuvieron alejados.
Con respecto a Thomas y a los que se habían comprometido con la idea de escapar de allí, tenían toneladas de trabajo por delante. Se entregaron mochilas llenas de provisiones. Sartén —Newt le había contado a Thomas que el Cocinero había sido uno de los últimos en sumarse al grupo— estaba a cargo de juntar toda la comida y de distribuirla proporcionalmente entre los bolsos. Incluyeron jeringas con el Suero de los Penitentes, aunque Thomas no creía que fueran a necesitarlas. Chuck, ayudado por Teresa, se ocupó de llenar las botellas de agua y de repartirlas entre todos. Thomas le pidió a ella que intentara disfrazar la realidad del viaje, aunque tuviera que mentir descaradamente. Chuck aparentaba hacerse el valiente desde que se había enterado de que iban a escapar, pero el sudor de su piel y los ojos aturdidos revelaban la verdad.
Minho fue al Acantilado con un grupo de Corredores, transportando lianas y piedras para realizar la última prueba de la Fosa invisible de los Penitentes. Confiaban en que las criaturas mantuvieran su horario normal y no aparecieran durante el día. Thomas había pensado saltar directamente dentro del hueco y tratar de introducir el código deprisa, pero no sabía con qué podría llegar a encontrarse. Newt estaba en lo cierto: era mejor que esperaran hasta la noche con la esperanza de que los Penitentes estuvieran recorriendo el Laberinto y no adentro de su cueva.
Cuando Minho regresó sano y salvo, Thomas notó que el Encargado estaba muy confiado en que ésa fuera una salida. O una entrada, según de ciónde se le mirara.
Ayudó a Newt a distribuir las armas. La desesperación por derrotar a los Penitentes los había llevado a crear algunas muy novedosas. Tallaron muchas barras de madera para convertirlas en lanzas y otras las envolvieron con alambre de púas; afilaron los cuchillos y los ataron con cordel a los extremos de ramas sólidas, cortadas de los árboles del bosque; pegaron trozos de vidrios rotos a las palas con cinta adhesiva. Antes del final del día, los Habitantes se habían convertido en un pequeño ejército. Bastante patético y mal preparado —pensó—,pero ejército al fin.
Una vez que Teresa y Thomas terminaron con sus tareas, se fueron a su escondite secreto en las Lápidas para armar la estrategia de entrada en la Fosa de los Penitentes y la manera de introducir el código.
—Nosotros tenemos que encargarnos de hacerlo —anunció él, mientras apoyaban la espalda contra los árboles rugosos. Las hojas verdes ya se estaban volviendo grises por la falta de luz solar artificial—. De esa forma, si nos separamos podemos seguir comunicados y ayudarnos.
Teresa jugaba con una rama, tratando de quitarle la corteza.
—Pero necesitamos reemplazos en caso de que nos ocurra algo.
—Definitivamente. Minho y Newt conocen las palabras del código. Les diremos que tienen que ingresarlas en la computadora si nosotros... bueno, tú sabes... —sugirió Thomas. No quería pensar en todas las cosas malas que les podrían suceder.
—No es un plan muy complicado —dijo ella con un bostezo, como si la vida fuera completamente normal.
—Para nada. Luchar contra las criaturas, introducir el código y escapar por la puerta. Después, nos encargaremos de los Creadores, cueste lo que cueste.
—Un código de seis palabras, pero quién sabe cuántos Penitentes —dijo Teresa, partiendo la rama en dos-. ¿Y qué piensas que significa CRUEL?
Fue como si le dieran un golpe en la cabeza. Por algún motivo, escuchar esa palabra en ese momento, viniendo de otra persona, disparó algo adentro de su mente y se le hizo la luz. No podía creer que no hubiera hecho la conexión antes.
—Ese cartel que vi afuera en el Laberinto, ¿sabes de cuál hablo? ¿El de metal, que tenía palabras impresas? —exclamó atropelladamente. El corazón se había acelerado de la emoción.
Teresa parecía confundida, pero luego su expresión se iluminó.
—Claro. Catástrofe y Ruina Universal: Experimento Letal. CRUEL. Lo que escribí en mi brazo: CRUEL es bueno. ¿Qué querrá decir?
—Ni idea. Y es por eso que tengo un miedo mortal de que esto sea una gran tontería. Podría ser una masacre.
—Todos saben en lo que se están metiendo —lo tranquilizó, mientras se estiraba y le tomaba la mano—. No tenemos nada que perder, ¿recuerdas?
Thomas recordaba, pero las palabras de Teresa no lo calmaron, pues no había mucha esperanza en ellas.
—Nada que perder —repitió.
CAPITULO 54
Justo antes de la hora en que se solían cerrar las Puertas, Sartén preparó una última comida para que pudieran enfrentar la noche que se avecinaba. El miedo y el pesimismo se agitaban en el ambiente, mientras los Habitantes consumían los alimentos que tenían en el plato. Thomas se sentó junto a Chuck, quien jugueteaba absorto con el tenedor.
-Cuéntame algo... Thomas —dijo, con la boca llena de papa—. ¿De dónde viene mi apodo?
No pudo evitar una sonrisa. Estaban a punto de embarcarse en la que sería probablemente la tarea más peligrosa de sus vidas, y a él sólo le interesaba saber cuál era el origen de su sobrenombre.
—No sé... ¿Darwin, tal vez? El tipo de la teoría de la evolución de las especies.
—Estoy seguro de que hasta ahora nadie le dijo "tipo" a Darwin —Chuck seguía masticando y parecía pensar que ése era el mejor momento para charlar, con la boca llena y todo—. Sabes, ahora no estoy muy asustado. Digo, las últimas noches, sentado en la Finca esperando que un Penitente viniera y se llevara a uno de nosotros, eso fue lo peor que me ocurrió en toda mi existencia. En cambio ahora los vamos a enfrentar, intentaremos algo. Y, al menos...
—¿Al menos qué? —preguntó. Ni por un segundo creyó que Chuck no tuviera miedo. Casi le dolía verlo hacerse el valiente.
—Bueno, la mayoría está especulando con que solamente pueden matar a uno. Quizás yo suene como un garlopo, pero eso me da un poco de esperanza. Al menos la mayoría se salvará, sólo morirá un pobre inútil. Mejor uno que todos.
Lo volvía loco que los Habitantes se aferraran con tal desesperación a esa posibilidad. Cuánto más lo pensaba, menos creía que fuera verdad. Los Creadores conocían el plan, seguramente reprogramarían a los Penitentes. Pero hasta una falsa esperanza era mejor que nada.
—Tal vez todos nos salvemos. Si luchamos de verdad...
Chuck dejó de masticar por un momento y lo miró con atención.
—¿Piensas eso realmente o sólo estás tratando de levantarme el ánimo?
—Podemos lograrlo —insistió, luego comió el último bocado y tomó un buen trago de agua. Se sentía el peor de los mentirosos. Muchos chicos morirían, pero él haría todo lo posible para que Chuck no fuera uno de ellos. Y tampoco Teresa—. No olvides mi promesa. Puedes contar con ello.
—Difícil —repuso, arrugando la frente—. Escucho todo el tiempo que el mundo está en un estado bastante miertero.
—Hey, puede ser. Pero encontraremos gente que se preocupe por nosotros. Ya verás.
—En realidad no quiero pensar en eso —anunció Chuck, levantándose de la mesa—. Sólo sácame del Laberinto y seré el tipo más feliz de la tierra.
—Va —celebró Thomas.
Un gran alboroto que provenía de las otras mesas llamó su atención. Newt y Alby estaban reuniendo a los Habitantes, avisándoles que ya era hora de partir. A pesar de que Alby parecía estar recuperado, Thomas seguía inquieto por su salud mental y consideraba que Newt era quien estaba a cargo.
Ese miedo helado que había sentido tantas veces en los últimos días lo atacó otra vez. Ese era el momento. Había llegado la hora de escapar. Tomó su mochila, tratando de actuar y dejar de pensar. Chuck hizo lo mismo y ambos se dirigieron hacia la Puerta del Oeste, la que conducía al Acantilado.
Encontró a Minho y a Teresa conversando cerca del lado izquierdo de la Puerta, repasando rápidamente la forma de ingresar el código una vez dentro de la Fosa.
—Larchos, ¿están listos? —les preguntó Minho cuando se aproximaron—. Thomas, todo esto fue idea tuya, así que más vale que funcione. Si no, te mato yo antes de que puedan devorarte los Penitentes.
—Gracias —exclamó.
Pero no podía sacudirse la horrible sensación que le revolvía las tripas. ¿Qué pasaría si, por alguna razón, él estaba equivocado? ¿Y si los recuerdos que había tenido habían sido implantados en su mente y resultaban falsos? Este pensamiento lo aterraba y decidió sacarlo de su cabeza. Ya no había vuelta atrás.
Miró a Teresa, que se retorcía las manos nerviosamente.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí —respondió, con una sonrisa que demostraba lo contrario— Sólo quiero terminar con esto de una vez. —Amén, hermana -dijo Minho.
Thomas observó al Corredor. Le resultó envidiable su aspecto confiado y calmo, sin el menor atisbo de miedo.
Cuando Newt logró reunir a todos, pidió silencio. Se prepararon para escuchar lo que tenía para decir.
—Somos cuarenta y uno —exclamó, poniéndose la mochila al hombro y alzando un grueso palo de madera con alambre de púas en la punta, de aspecto mortífero—.Asegúrense de llevar las armas. Más allá de eso, no queda mucho por comentar, ya todos conocen el plan. Nos abriremos camino peleando hasta la Fosa de los Penitentes, Tommy ingresará su código mágico y luego nos vengaremos de los Creadores. Así de sencillo.
Thomas apenas prestó atención al discurso al notar que Alby se había alejado del grupo principal y se encontraba solo y refunfuñando. Llevaba una funda con flechas colgando del hombro y jugaba con la cuerda de su arco con la mirada fija en el suelo. Estaba cada vez más preocupado de que la inestabilidad del muchacho arruinara todo el plan y se hizo el propósito de vigilarlo de cerca.
—¿No habría que decir unas palabras de aliento, para levantar la moral? —preguntó Minho, haciendo que Thomas apartara su atención de Alby.
—Adelante —contestó Newt.
Con un gesto afirmativo, Minho enfrentó a la multitud.
—Tengan cuidado —dijo secamente—. No se mueran.
Habría soltado una carcajada si el miedo no se lo hubiera impedido.
—Genial, se ve que todos tenemos una inspiración del demonio —admitió Newt, y luego apuntó hacia el Laberinto—. Después de dos años de ser tratados como ratas, hoy vamos a resistir. Esta noche, vamos a enfrentar a los Creadores, sin importar cuánto tengamos que luchar para llegar hasta allí. Hoy los Penitentes se llevarán el susto de sus vidas.
Poco a poco fueron surgiendo vítores y aplausos que se convirtieron en gritos de guerra que atronaron el aire. Thomas sintió que la valentía comenzaba a asomar en su interior y se aferró a ella con todas sus fuerzas. Newt tenía razón: esa noche era fundamental. Iban a pelear y a oponerse a los Creadores de una vez por todas.
Ya estaba listo. Rugió junto con los demás Habitantes. Sabía que sería mejor no hacer ruido ni llamar la atención, pero no le importó. El juego había comenzado.
Newt enarboló su arma hacia el cielo y lanzó un aullido.
—¡Creadores, estén atentos! ¡Allá vamos!
Y luego de decir eso, rengueando de forma casi imperceptible, se perdió velozmente entre las sombras del Laberinto. Los Habitantes tomaron sus armas y lo siguieron, Alby incluido. Thomas cerró el grupo, junto a Teresa y Chuck, sosteniendo una gran lanza de madera con un cuchillo en la punta. La sensación de responsabilidad por sus amigos lo atacó de repente dificultándole el movimiento. Pero no se desanimó: estaba dispuesto a ganar.
Tú puedes hacerlo, pensó. Sólo tienes que llegar hasta esa Fosa.
CAPITULO 55
Thomas mantenía un ritmo constante mientras se deslizaba por los pasadizos de piedra hacia el Acantilado, junto a los otros Habitantes. Se había acostumbrado a andar por el Laberinto, pero esa vez era completamente diferente. Los ruidos de las pisadas sonaban como un eco en las paredes y las luces rojas de los escarabajos resplandecían en la enredadera, más amenazadoras que nunca. Los Creadores estaban observándolos y escuchándolos: la lucha era inevitable.
¿Asustado?, le preguntó Teresa.
No, me encantan los monstruos grasosos y metálicos. Me muero por verlos. No tenía ganas de hacer bromas ni de reírse. Pensó si alguna vez recuperaría el humor.
Qué gracioso, respondió.
Teresa se encontraba a su lado, pero él mantenía la vista clavada en el camino. Todo estará bien, sólo quédate cerca de Minho y de mí.
Ah, mi caballero andante, ¿crees que no puedo valerme por mí misma?
En realidad, pensaba exactamente lo contrario. Ella parecía tan fuerte como cualquiera. No, sólo trataba de ser amable.
El grupo ocupaba todo el ancho del pasillo mientras corría a paso firme y rápido. Se preguntó cuánto tiempo soportarían los que no eran Corredores. Como respondiendo a su pensamiento, Newt redujo la velocidad y palmeó a Minho en el hombro.
—Ahora, tú ve adelante —le escuchó decir.
Minho corrió hacia el frente y comenzó a guiar a los Habitantes a través de los senderos. Para Thomas, cada paso era una agonía. El valor que había reunido se había convertido en temor ante la aparición repentina de los Penitentes. Esperaba con nerviosismo el momento de la batalla.
Algunos Habitantes ya habían empezado a jadear, pero nadie abandonó. Continuaron el camino, aún sin señales de las criaturas. Con el paso del tiempo, Thomas alentó la esperanza de que quizás llegaran antes de ser atacados.
Finalmente, después de la hora más eterna de sus vidas, arribaron al largo callejón que conducía al último recodo previo al Acantilado: un corto pasadizo hacia la derecha que se abría como la línea vertical de la letra T.
Con el corazón latiendo a toda prisa y la piel cubierta de sudor, Thomas se había colocado detrás de Minho, con Teresa a su lado. El Encargado disminuyó la marcha antes del recodo y se detuvo con la mano en alto para avisar a los demás que hicieran lo mismo. Luego se volteó con una expresión de terror.
—¿Escuchaste eso? —murmuró.
Thomas sacudió la cabeza, tratando de no dejarse influir por la cara de su compañero.
Minho avanzó con sigilo y espió por el borde de piedra hacia el Acantilado. Él ya lo había visto hacer eso aquella vez en que habían seguido a un Penitente hasta ese mismo lugar. Igual que antes, Minho dio un salto y se quedó mirándolo.
—Aayyy —dijo, como en un lamento—. No puede ser.
En ese momento, Thomas escuchó los ruidos cié las criaturas. Era como si hubieran estado escondidas, aguardando por ellos, y ahora volvieran a la vida. Ni siquiera tenía que mirar: ya sabía lo que Minho iba a anunciar antes de que abriera la boca.
—Hay por lo menos doce. Quizás quince —se frotó los ojos con las palmas de las manos—. ¡Están esperándonos!
Un frío helado recorrió su espalda. Estaba por decirle algo a Teresa, pero cuando vio la palidez de su rostro, se detuvo: era la encarnación del terror.
Newt y Alby se acercaron. Por lo visto, la declaración de Minho ya se había propagado entre la tropa.
—Bueno, sabíamos que tendríamos que pelear —dijo Newt, tratando de pronunciar la frase oportuna, pero el temblor de su voz lo delató.
Thomas sentía lo mismo. Había sido fácil hablar de que no había nada que perder, de la posibilidad tan deseada de escapar y de la esperanza de que sólo se llevaran a uno de ellos. Pero ahora ya estaban allí, literalmente a la vuelta de la esquina. Las dudas comenzaron a infiltrarse en su mente y en su corazón. Se preguntó por qué los Penitentes estarían aguardando. Era obvio que los escarabajos les habían avisado que los Habitantes se acercaban. ¿Acaso los Creadores estaban disfrutando de la situación?
Se le ocurrió una idea.
—Es posible que ya se hayan llevado a un chico del Área. Tal vez podemos pasarlos de largo. Si no, ¿por qué seguirían...?
Un fuerte ruido a sus espaldas lo interrumpió. Al girar, distinguió a un grupo de Penitentes que venía hacia ellos desde el Área desplegando las púas y los brazos de metal. Estaba por hablar cuando escuchó un estruendo desde el otro extremo del largo pasadizo: más criaturas.
El enemigo los tenía bloqueados desde todos los flancos.
Los Habitantes avanzaron en tropel hacia Thomas, obligándolo a adelantarse hacia la intersección, donde el pasillo del Acantilado chocaba contra el largo callejón. Contempló a la manada de Penitentes que estaba ubicada entre ellos y el precipicio, con las púas extendidas y la piel húmeda latiendo con fuerza. Las bestias observaban con atención. Los otros dos grupos de criaturas encerraron poco a poco a los chicos y se detuvieron a unos cuatro metros. También se quedaron expectantes.
Thomas giró lentamente mientras combatía el miedo y los abarcó a todos con la mirada. Estaban rodeados. No tenían opción: no había dónde ir. Sintió un dolor punzante detrás de los ojos.
Los Habitantes formaron un equipo compacto a su alrededor, mirando hacia fuera, apiñados en el centro de la intersección en forma de T. Él estaba apretujado entre Newt y Teresa. Podía sentir el temblor del cuerpo de Newt. Nadie hablaba. Los únicos sonidos eran los gemidos espeluznantes y los chirridos de la maquinaria de los Penitentes, reunidos allí como si estuvieran disfrutando de la trampa que les habían tendido a los humanos. Sus cuerpos asquerosos respiraban agitadamente con un jadeo mecánico.
¿Qué están haciendo?, preguntó Thomas a Teresa. ¿Qué están esperando?
No contestó. Entonces estiró su mano y apretó la de ella. Los Habitantes que se encontraban junto a él se mantenían en silencio, aferrando sus armas precarias.
Echó una mirada a Newt.
-¿Se te ocurre algo?
—No —respondió él, con un ligero temblor en la voz—. No entiendo qué diablos están haciendo. —No debimos haber venido —intervino Alby.
Había estado tan callado que su voz sonó rara, especialmente con el eco apagado que creaban las paredes del Laberinto.
Thomas no estaba como para quejas. Había que hacer algo.
—Bueno, no estaríamos mejor en la Finca. Detesto decirlo, pero es más conveniente que muera uno solo a que nos eliminen a todos.
Esperaba que eso de "una persona por noche" fuera cierto. La visión de la manada de Penitentes cerrándose sobre ellos le cayó como una explosión de realidad: ¿podrían vencerlos a todos?
Pasó un largo rato hasta que Alby respondió.
—Quizás yo debería...
Fue bajando la voz mientras comenzaba a caminar despacio, en estado de trance, en dirección al Acantilado. Thomas lo observó con horror e incredulidad.
—¿Alby? —dijo Newt—. ¡Vuelve acá!
En vez de responder, se lanzó a correr directamente hacia los Penitentes que se encontraban entre él y el barranco. -¡Alby! -aulló Newt.
Thomas abrió la boca pero Alby ya se enfilaba hacia los monstruos y saltaba sobre uno de ellos. Newt estaba por correr hacia él cuando cinco o seis criaturas cobraron vida y atacaron al chico en una nebulosa de metal y piel. Thomas se adelantó y sujetó a Newt de los brazos antes de que pudiera ir más lejos, y lo empujó hacia atrás.
—¡Suéltame! —gritó Newt, luchando por liberarse.
—¡¿Estás loco?! —exclamó Thomas—. ¡No puedes hacer nada!
Dos Penitentes más se separaron del grupo y se abalanzaron sobre Alby. Treparon uno arriba del otro y comenzaron a atacarlo con sus púas y garras ensañándose de tal forma que parecía que se estaban regodeando en su siniestra crueldad. Por algún motivo inexplicable, Alby no gritó. Thomas perdió de vista el cuerpo mientras peleaba con Newt, dando gracias en su interior por la distracción. Newt finalmente se rindió, desplomándose en señal de derrota.
Thomas hizo grandes esfuerzos para no vomitar y pensó que Alby había enloquecido por completo. Había tenido tanto miedo de regresar a aquel lugar, que prefirió inmolarse para evitarlo. Esa vez, se había ido para siempre.
Newt seguía mirando hacia el lugar por donde había desaparecido su amigo, mientras Thomas lo ayudaba a recuperar el equilibrio. —No puedo creerlo —suspiró-. ¿Por qué lo hizo?
Thomas movió la cabeza, incapaz de responder. Al ver a Alby morir de esa manera, lo invadió una nueva clase de dolor, que no era físico, pero sí desagradable e inquietante. No sabía si eso estaba relacionado con Alby, porque, en realidad, el chico nunca le había agradado del todo. Pero pensar que lo que acababa de ver podría sucederle a Chuck o a Teresa...
Minho se acercó a ellos y presionó el hombro de Newt.
—No podemos desaprovechar lo que hizo —comentó, y luego se dirigió a Thomas—. Si es necesario, lucharemos contra esas bestias y abriremos un camino hacia el Acantilado para Teresa y para ti. Entra a la Fosa y haz lo tuyo mientras nosotros los mantenemos alejados hasta que nos hagas una señal para que te sigamos.
Thomas contempló a los tres grupos de Penitentes —ninguno había intentado aún acercarse a los Habitantes— y asintió.
—Con suerte, quedarán inactivos durante un rato. Se supone que no necesitaremos mucho más de un minuto para ingresar el código.
—¿Cómo pueden ser tan desalmados? —preguntó Newt, sorprendiendo a Thomas por el desagrado que mostraba en su voz.
—¿Qué quieres, Newt? —exclamó Minho-. ¿Que hagamos un funeral?
No contestó. Continuó mirando hacia el sitio donde se suponía que los Penitentes estaban realizando su festín. Thomas no pudo impedir echar una ojeada: divisó una mancha roja brillante en el cuerpo de una de las criaturas. Se le revolvió el estómago y desvió la mirada.
Minho continuó hablando.
-Alby no quería regresar a su antigua vida. El maldito se sacrificó por nosotros. Tiene que existir algún motivo por el cual no nos ataquen, quizás funcionó. Si desperdiciáramos esta oportunidad, entonces sí seríamos despiadados.
Newt cerró los ojos y no contestó.
Minho enfrentó a los Habitantes, que esperaban amontonados unos contra otros.
-¡Presten atención! Nuestra prioridad es proteger a Thomas y a Teresa para que consigan llegar al Acantilado y a la Fosa...
Su voz fue interrumpida bruscamente por el sonido de los Penitentes que volvían a la vida. Thomas levantó la vista aterrorizado: las criaturas, alineadas a ambos lados del grupo, parecían haber notado nuevamente su presencia, proyectando sus púas por encima de la piel gelatinosa y retorciendo sus cuerpos. Luego, al unísono, avanzaron lentamente, desplegando
sus armas y dispuestos a matar. Agrupados en una formación compacta, los Penitentes cargaron hacia ellos con paso seguro.
El sacrificio de Alby había sido un fracaso rotundo.
Alby se levantó tan bruscamente que la silla se cayó hacia atrás. Los ojos inyectados en sangre se destacaban contra el vendaje blanco que cubría su frente. Dio dos pasos hacia delante y se detuvo, como si hubiera estado a punto de atacar a Thomas.
—Ahora sí te estás comportando como un idiota miertero —le dijo, fulminándolo con la mirada-. O un traidor. ¿Cómo podemos confiar en lo que dices si ayudaste a diseñar este lugar y a ponernos aquí? Si no podemos enfrentar a un Penitente en nuestro propio terreno, mucho menos lograremos pelear contra una horda completa en su propia cueva. ¿Qué es lo que estás tramando?
Thomas se puso furioso.
-No puedo creer lo que dices. No estoy tramando nada. ¿Por qué habría de inventar todo esto?
Alby puso los brazos rígidos y apretó los puños.
—Por lo que nosotros sabemos, podrías haber sido enviado aquí para matarnos a todos. ¿Por qué deberíamos confiar en ti? Lo miró con incredulidad.
-¿Acaso te está fallando la memoria a corto plazo? Arriesgué mi vida para salvarte allá afuera en el Laberinto. ¡Si no fuera por mí, estarías muerto!
—Tal vez eso fue un truco para ganar nuestra confianza. Si estuvieras aliado con los garlopos que nos mandaron aquí, no tendrías que haberte preocupado de que los Penitentes te hirieran. Quizás todo no fue más que una actuación.
La furia de Thomas se apagó un poco ante ese comentario y se transformó en lástima. Había algo raro y sospechoso en todo su comportamiento.
—Alby —intervino Minho, relevando a Thomas-. Ésa es una de las teorías más tontas que he escuchado en mi vida. Hace tres noches, él casi termina destrozado. ¿Piensas que eso también fue parte de la actuación?
Alby asintió bruscamente.
-Es posible.
—Lo hice... —dijo Thomas, mostrando en su voz todo el disgusto que sentía— con la intención de recuperar mi memoria para lograr que pudiéramos salir de aquí. ¿Es necesario que te muestre las heridas y los moretones que tengo en todo el cuerpo?
Alby no contestó pero su cara todavía temblaba de furia. Tenía los ojos vidriosos y las venas del cuello parecían a punto de estallar.
—¡No podemos regresar! —exclamó con un alarido, volteándose para mirar a todos los presentes—.Yo vi cómo era nuestra vida antes, ¡no podemos volver a eso!
—¿Ése es el problema? —preguntó Newt—. ¿Estás bromeando?
Alby lo encaró con ferocidad, levantando el puño. Luego se detuvo, fue hasta su asiento, se hundió en él y se echó a llorar. Thomas no podía creerlo: el temible líder de los Habitantes envuelto en lágrimas.
—Alby, habla —insistió Newt, quien no estaba dispuesto a pasar por alto la reacción—. ¿Qué te pasa?
—Fui yo —contestó, con un sollozo de angustia—. Yo lo hice.
—¿Qué cosa? —preguntó Newt, tan confundido como Thomas.
-Yo quemé los Mapas. Me golpeé la cabeza contra la mesa para que pensaran que había sido otro. Les mentí. Fui yo quien les prendió fuego.
Los Encargados intercambiaron miradas intensas de desconcierto. Para Thomas, en cambio, ahora todo tenía sentido: Alby recordó lo terrible que había sido su vida antes de llegar allí y no quería regresar.
—Bueno, qué suerte que pudimos salvar esos Mapas —comentó Minho, con sinceridad y un dejo de burla—. Gracias a que, después de la Transformación, nos indicaste que los protegiéramos.
Thomas miró a Alby para ver cómo reaccionaba ante el comentario sarcástico y casi cruel de Minho, pero él hizo como si no hubiera escuchado.
Newt, en vez de enojarse, le pidió una explicación. Thomas sabía por qué no estaba molesto: los Mapas estaban a salvo y habían resuelto el código. En ese momento, ya no importaba.
—Acabo de decírtelo —las palabras de Alby sonaron como un ruego casi histérico—. No podemos volver al lugar de donde vinimos. Yo lo vi y recuerdo cosas realmente horribles. La tierra quemada, una enfermedad, algo conocido como la Llamarada. Fue horroroso, no se puede comparar con lo que tenemos aquí.
—¡Si nos quedamos en este lugar moriremos todos! —gritó Minho—. ¿Puede ser peor que eso?
Alby se quedó mirándolo fijamente durante un rato largo antes de responder. Thomas no podía dejar de pensar en lo que apenas había dicho. La Llamarada. El término le resultaba familiar, le disparó una imagen dentro de la mente. Pero estaba seguro de que no había recordado nada de eso durante la Transformación.
—Sí —contestó finalmente—. Es peor. Prefiero morir que volver a casa.
Minho esbozó una sonrisa y se recargó en la silla.
—Hombre, déjame decirte que eres una montaña de optimismo. Yo estoy completamente de acuerdo con Thomas. Si vamos a morir, que sea luchando como unos condenados.
—Adentro o afuera del Laberinto —agregó Thomas, contento de que Minho estuviera de su lado. Se dio vuelta y enfrentó a Alby con expresión seria—.Todavía vivimos adentro del mundo que tú recordaste.
Alby volvió a levantarse, esta vez con cara de derrota.
—Hagan lo que quieran. No tiene importancia —repuso con un suspiro—. Moriremos de todas formas.
Después de decir eso, caminó hacia la puerta y salió de la habitación.
Newt respiró profundamente, con aire preocupado.
—Nunca volvió a ser el mismo desde que lo pincharon. Debe haber sido un recuerdo muy cabrón. ¿Qué es eso de la Llamarada?
—No me importa —dijo Minho—. Cualquier cosa es mejor que morir aquí. Una vez que estemos afuera, podremos ocuparnos de los Creadores. Pero, por el momento, tenemos que hacer lo que ellos planearon: entrar a la Fosa de los Penitentes y escapar. Si alguno de nosotros tiene que morir, así será.
Sartén lanzó un resoplido.
—Shanks, me están volviendo loco. No podemos salir del Laberinto, y esta idea de caernos en la casa de los Penitentes creo que es lo más estúpido que he escuchado en mi vida. Sería preferible cortarse las venas.
Los demás Encargados comenzaron a discutir a gritos y Newt les ordenó que guardaran silencio.
Thomas volvió a hablar, una vez que las cosas se calmaron:
—Yo voy a entrar a la Fosa o moriré en el intento. Me parece que Minho también viene, al igual que Teresa. Si logramos resistir a las criaturas el tiempo suficiente para que alguien ingrese el código y las desactive, podremos atravesar la puerta por la que ellas pasan. Entonces habremos concluido las pruebas y ya estaremos en condiciones de enfrentar a los mismos Creadores.
Newt hizo una mueca de pesimismo.
—¿Y realmente piensas que podremos combatir a los Penitentes? Aunque no nos maten, seguramente recibiremos los pinchazos. Es muy posible que estén todos esperándonos al llegar al Acantilado. Tú sabes que los escarabajos andan correteando constantemente allá afuera, de modo que los Creadores sabrán que nos dirigimos hacia allá.
A Thomas le aterraba lo que estaba por decir, pero se dio cuenta de que ya había llegado la hora de revelarles la última parte del plan.
—No creo que nos vayan a pinchar. La Transformación era una Variable pensada para el tiempo en que vivimos aquí. Pero esa etapa ya habrá terminado. Además, tendremos algo a favor.
—Qué bien —exclamó Newt, con ironía—. Me muero por saber qué es.
—A los Creadores no les conviene terminar con todos nosotros. La idea es que la prueba sea muy dura pero no imposible. Creo que ya estamos seguros de que los Penitentes están programados para matar sólo a un Habitante por día. De modo que alguien tiene que sacrificarse para salvar a los demás mientras nosotros corremos hacia la Fosa. Pienso que ésta es la manera en que se supone que todo debe suceder.
Quedaron callados hasta que el Encargado del Matadero emitió una carcajada que pareció un rugido.
—¿Perdón? —intervino Winston—. ¿Así que estás insinuando que arrojemos a un pobre chico a los lobos para que el resto de nosotros pueda escapar? ¿Esa es tu brillante sugerencia?
No quería admitir lo mal que sonaba todo, pero se le ocurrió una idea.
—Exacto, Winston. Me alegro de que hayas estado tan atento —le respondió, ignorando su mirada letal—.Y creo que es obvio quién debería ser el pobre chico.
—No me digas —se burló Winston—. ¿Y quién es el elegido?
Thomas se cruzó de brazos.
-Yo.
CAPITULO 52
La reunión estalló en un coro de discusiones. Newt caminó lentamente hasta Thomas, lo tomó del brazo y lo llevó a la puerta. —Ahora vete.
—¿Irme? ¿Por qué? —preguntó sorprendido.
—Pienso que ya hablaste más que suficiente para una reunión. Debemos conversar y decidir lo que vamos a hacer sin que estés presente —le explicó, empujándolo con suavidad hacia fuera—. Espérame junto a la Caja. Cuando esto termine, tú y yo tendremos una charla.
Comenzó a darse vuelta, pero Thomas lo sujetó del brazo.
-Newt, tienes que creerme. Es la única forma de salir de aquí. Te juro que podemos hacerlo. Tenemos que hacerlo.
Newt lo miró y le susurró con voz ronca.
—Ya lo sé, la parte que más me gustó fue cuando te ofreciste para morir. —Estoy totalmente dispuesto a hacerlo.
Thomas lo decía en serio, pero era debido a la culpa que lo atormentaba por haber ayudado a diseñar el Laberinto. En el fondo, confiaba en poder pelear lo suficiente como para que alguien ingresara el código y desactivara a los Penitentes antes de que lo mataran. Y entonces abrir la puerta.
—¿En serio? -preguntó Newt, aparentemente irritado—. Tanta nobleza me apabulla.
—Tengo muchas razones personales para hacerlo. Además, en cierta forma, estamos aquí por mi culpa —se detuvo y tomó aire para calmarse—. Iré de todas maneras, de modo que es mejor que no pierdas tu tiempo.
De pronto, los ojos de Newt se inundaron de compasión.
—Tommy, si es cierto que colaboraste en la creación del Laberinto, no es tu culpa. Eras un niño, te obligaron a hacerlo.
Pero a pesar de lo que Newt o cualquiera de ellos dijera, él se consideraba responsable. Y cada vez que pensaba en ello, la carga se volvía más pesada.
-Siento como si... tuviera que salvarlos a todos. Para redimirme. Newt comenzó a retroceder moviendo lentamente la cabeza.
-Tommy, ¿sabes qué es lo gracioso?
-¿Qué? -preguntó, con cautela.
-Yo realmente te creo. No hay ni una pizca de mentira en tu cara. Y no puedo creer que vaya a decir esto —hizo una pausa—, pero voy a regresar allá adentro para persuadir a esos larchos de que tenemos que entrar a la Fosa, como propusiste. Es preferible luchar contra los Penitentes que quedarse sentado permitiendo que se lleven a uno por uno —aseguró Newt y luego levantó el dedo—. Pero escúchame una cosa, no quiero ni una maldita palabra más acerca de morirte y tic todo ese plopus heroico. Si lo hacemos, todos vamos a correr los mismos riesgos. ¿Está claro?
Thomas llevó las manos hacia arriba, sintiendo que se había sacado un peso de encima.
-Como el agua. Yo sólo trataba de decir que valía la pena correr el riesgo. Ya que de todas maneras alguien va a morir cada noche, me pareció que al menos podríamos aprovecharlo.
Newt se puso serio otra vez.
—Qué comentario más alegre.
Cuando comenzaba a alejarse, Newt lo llamó.
—¿Tommy?
—¿Sí? —se detuvo sin mirar atrás.
—Si convenzo a esos larchos, y aún no estoy seguro de lograrlo, la mejor hora para ir sería por la noche. Es posible que muchos de los Penitentes a esa hora estén vagando por el Laberinto y no en la Fosa.
—Va —contestó Thomas. Y se dio vuelta con un gesto de aprobación.
Newt apenas esbozó una sonrisa en su cara de preocupación.
—Deberíamos hacerlo esta noche, antes de que muera alguien más —dijo y, sin esperar respuesta, se dirigió hacia la Asamblea.
Un poco alterado ante la última declaración, Thomas dejó la Finca y caminó hasta una vieja banca cerca de la Caja. Su mente era un torbellino: seguía pensando en el significado de lo que Alby había dicho acerca de la Llamarada. También había mencionado tierras quemadas y una enfermedad. El no recordaba nada de eso, pero si era verdad, el mundo al cual trataban de regresar no parecía muy agradable. Sin embargo, ¿qué otra opción les quedaba? Además del hecho de que los Penitentes atacaran todas las noches, el Área estaba prácticamente desactivada.
Frustrado y cansado de sus pensamientos, llamó a Teresa. ¿Me escuchas?
Sí, respondió. ¿Dónde estás?
Al lado de la Caja.
Voy en un minuto.
Thomas se dio cuenta de cuánto necesitaba su compañía. Bueno. Te contaré el plan. Creo que es un hecho.
¿Cómo es?
Se reclinó en el banco y colocó el pie derecho sobre la rodilla, mientras se preguntaba cómo reaccionaría Teresa ante lo que le iba a decir.
Tenemos que entrar a la Fosa de los Penitentes, usar el código para neutralizarlos y abrir una puerta que nos saque de aquí.
Hizo una pausa. Me imaginé que sería algo así.
Thomas pensó un instante y luego agregó: A menos que tengas alguna idea mejor.
No. Será terrible.
Llevó de un golpe el puño derecho hacia la otra mano, aunque sabía que ella no podía verlo. Podemos hacerlo.
Lo dudo.
Bueno, al menos tenemos que intentarlo.
Se hizo una pausa más larga que la anterior. Podía sentir la determinación de Teresa. Tienes razón.
Creo que vamos a salir esta noche. Ven aquí, así hablamos un poco más del tema.
Estaré allí en unos minutos.
Se le hizo un nudo en el estómago. De golpe, la realidad de lo que había propuesto, ese plan que Newt estaba discutiendo ahora con los Encargados, le cayó encima como una bomba. Sabía que era peligroso: la idea de pelear con los Penitentes frente a frente y no simplemente huir de ellos lo aterraba. En el mejor de los casos, sólo un Habitante moriría, pero eso tampoco era algo seguro. Quizás los Creadores reprogramaban a las criaturas y todo el plan se haría pedazos.
Hizo un esfuerzo por no pensar más.
Antes de lo esperado, Teresa estaba sentada junto a él, con su cuerpo apretado contra el suyo, a pesar de que había mucho espacio en la banca. Ella le tomó la mano y él se la presionó tanto que supuso que debía haberle dolido.
—Cuéntame —le pidió.
Thomas repitió las mismas palabras que les había dicho a los Encargados, mientras observaba con rabia cómo los ojos de Teresa se llenaban de terror y preocupación.
—No fue difícil convencerlos de seguir el plan -aclaró, una vez que terminó de contarle cómo había sido la reunión-. Pero Newt piensa que deberíamos ir esta noche. No me parece que sea una buena idea.
El ya había enfrentado a los Penitentes y sabía muy bien lo que era eso, pero lo que le causaba más temor era pensar en Chuck y Teresa allá afuera. Quería proteger a sus amigos de esa horrible experiencia, pero tenía claro que no era posible.
—Podemos hacerlo —comentó ella, con voz tranquila.
Escucharla decir eso sólo logró ponerlo más nervioso.
—Carajo, estoy asustado.
—Hey, eres humano, es normal que estés así.
Thomas no respondió y se quedaron durante un rato largo tomados de la mano, sin decir una palabra. Sintió un poco de paz, por fugaz que fuera, y trató de disfrutarla el tiempo que durara.
CAPITULO 53
Cuando la Asamblea terminó, Thomas se puso un poco triste. Al ver a Newt salir de la Finca, supo que el descanso había llegado a su fin.
El Encargado se dirigió hacia ellos rengueando con rapidez. Thomas notó que había soltado la mano de Teresa sin darse cuenta.
Newt los alcanzó, cruzó los brazos sobre el pecho y los miró desde arriba.
—Todo esto es una reverenda locura, ¿ya lo sabes, no?
Era imposible adivinar lo que pasaba por su mente, pero había un asomo de victoria en la mirada.
Thomas se puso de pie. Una ola de entusiasmo se apoderó de él.
—¿Están de acuerdo en ir?
—Todos —replicó—. Fue más fácil de lo que pensaba. Esos larchos han visto lo que pasa por la noche con esas malditas Puertas abiertas. No se puede salir de ese estúpido Laberinto. Tenemos que probar algo nuevo -explicó, y echó una mirada a los Encargados, que comenzaban a reunir a sus respectivos grupos de trabajo—. Ahora sólo nos queda convencer a los Habitantes.
Thomas sabía que eso sería todavía más difícil de lo que había sido persuadir a los Encargados.
—¿Creen que aceptarán el plan? —preguntó Teresa, uniéndose a ellos.
—No todos -respondió Newt, con una expresión de frustración-. Algunos se van a arriesgar a permanecer aquí. Estoy seguro.
Thomas sabía que los asustaría la idea de intentar huir. Exigirles que lucharan contra los Penitentes era demasiado pedir.
—¿Qué pasa con Alby?
—Quién sabe —contestó, observando la actividad del Área—. Estoy convencido de que ese cretino tiene más miedo de volver a su casa que de los Penitentes. Pero yo voy a lograr que venga con nosotros, no te preocupes.
Deseó poder recordar aquellas cosas que atormentaban a Alby, pero le resultaba imposible.
—¿Cómo piensas persuadirlo? Newt se rio.
—Ya se me ocurrirá alguna garlopa, como decirle que todos encontraremos una nueva vida en otra parte y que viviremos felices para siempre. Thomas se encogió de hombros.
—Quizás podamos hacerlo. Le prometí a Chuck que lo llevaría de regreso a su hogar. O, al menos, conseguirle una casa.
—Bueno —murmuró Teresa—. Cualquier cosa es mejor que este sitio.
Thomas contempló las discusiones que brotaban a su alrededor, mientras los Encargados se esforzaban por convencer a los chicos de que se arriesgaran a luchar para llegar hasta la Fosa de los Penitentes. Algunos Habitantes se alejaban enojados, pero la mayoría parecía escuchar y considerar la posibilidad.
—¿Y ahora qué sigue? —preguntó Teresa.
Newt respiró profundamente como juntando fuerzas.
—Resolver quién se va y quién se queda. Los preparativos: comida, armas, todo eso. Luego partimos. Thomas, yo te pondría a cargo, dado que fue tu idea, pero ya será bastante difícil tener a la gente de nuestro lado sin que tú seas el líder. No te ofendas. Trata de no llamar la atención, ¿está bien? Les dejaremos a ti y a Teresa todo el asunto del código. Eso pueden manejarlo desde un segundo plano.
Estaba feliz con la propuesta de actuar en forma discreta. Encontrar esa terminal de computadoras e ingresar el código era una responsabilidad más que suficiente para él. Aun así, tenía que luchar contra el creciente pánico que lo invadía.
—Haces que todo suene tan fácil —dijo Thomas finalmente, haciendo lo posible por alegrar la situación. O, por lo menos, fingir que lo hacía.
Newt lo miró con atención.
—Como tú dijiste: si nos quedamos, un larcho morirá esta noche. Y si nos vamos, también. ¿Cuál es la diferencia? —repuso, y lo señaló con el dedo—. Si es que tienes razón.
—La tengo.
Sabía que estaba en lo cierto con respecto a la Fosa, el código, la puerta, la necesidad de pelear. Pero no tenía ni idea de cuánta gente moriría. Sin embargo, si había algo que sus instintos le decían claramente era que no debía demostrar la más mínima vacilación.
Newt le dio unas palmadas en la espalda.
—Va. Pongámonos a trabajar.
Las horas que siguieron fueron de una actividad frenética.
Casi todos los Habitantes terminaron por aceptar la propuesta, muchos más de los que Thomas hubiera imaginado. Hasta Alby decidió intentar la fuga. Aunque nadie lo habría admitido, Thomas estaba seguro de que la mayoría se apoyaba en la teoría de que los Penitentes sólo matarían a uno de ellos, y se imaginaban que las posibilidades de no ser el desafortunado inocente eran aceptables. Los que decidieron quedarse fueron pocos, pero testarudos y chillones. Vagaron por el Área con caras largas, tratando de demostrarles a los demás lo estúpidos que eran al querer marcharse. Finalmente, renunciaron y se mantuvieron alejados.
Con respecto a Thomas y a los que se habían comprometido con la idea de escapar de allí, tenían toneladas de trabajo por delante. Se entregaron mochilas llenas de provisiones. Sartén —Newt le había contado a Thomas que el Cocinero había sido uno de los últimos en sumarse al grupo— estaba a cargo de juntar toda la comida y de distribuirla proporcionalmente entre los bolsos. Incluyeron jeringas con el Suero de los Penitentes, aunque Thomas no creía que fueran a necesitarlas. Chuck, ayudado por Teresa, se ocupó de llenar las botellas de agua y de repartirlas entre todos. Thomas le pidió a ella que intentara disfrazar la realidad del viaje, aunque tuviera que mentir descaradamente. Chuck aparentaba hacerse el valiente desde que se había enterado de que iban a escapar, pero el sudor de su piel y los ojos aturdidos revelaban la verdad.
Minho fue al Acantilado con un grupo de Corredores, transportando lianas y piedras para realizar la última prueba de la Fosa invisible de los Penitentes. Confiaban en que las criaturas mantuvieran su horario normal y no aparecieran durante el día. Thomas había pensado saltar directamente dentro del hueco y tratar de introducir el código deprisa, pero no sabía con qué podría llegar a encontrarse. Newt estaba en lo cierto: era mejor que esperaran hasta la noche con la esperanza de que los Penitentes estuvieran recorriendo el Laberinto y no adentro de su cueva.
Cuando Minho regresó sano y salvo, Thomas notó que el Encargado estaba muy confiado en que ésa fuera una salida. O una entrada, según de ciónde se le mirara.
Ayudó a Newt a distribuir las armas. La desesperación por derrotar a los Penitentes los había llevado a crear algunas muy novedosas. Tallaron muchas barras de madera para convertirlas en lanzas y otras las envolvieron con alambre de púas; afilaron los cuchillos y los ataron con cordel a los extremos de ramas sólidas, cortadas de los árboles del bosque; pegaron trozos de vidrios rotos a las palas con cinta adhesiva. Antes del final del día, los Habitantes se habían convertido en un pequeño ejército. Bastante patético y mal preparado —pensó—,pero ejército al fin.
Una vez que Teresa y Thomas terminaron con sus tareas, se fueron a su escondite secreto en las Lápidas para armar la estrategia de entrada en la Fosa de los Penitentes y la manera de introducir el código.
—Nosotros tenemos que encargarnos de hacerlo —anunció él, mientras apoyaban la espalda contra los árboles rugosos. Las hojas verdes ya se estaban volviendo grises por la falta de luz solar artificial—. De esa forma, si nos separamos podemos seguir comunicados y ayudarnos.
Teresa jugaba con una rama, tratando de quitarle la corteza.
—Pero necesitamos reemplazos en caso de que nos ocurra algo.
—Definitivamente. Minho y Newt conocen las palabras del código. Les diremos que tienen que ingresarlas en la computadora si nosotros... bueno, tú sabes... —sugirió Thomas. No quería pensar en todas las cosas malas que les podrían suceder.
—No es un plan muy complicado —dijo ella con un bostezo, como si la vida fuera completamente normal.
—Para nada. Luchar contra las criaturas, introducir el código y escapar por la puerta. Después, nos encargaremos de los Creadores, cueste lo que cueste.
—Un código de seis palabras, pero quién sabe cuántos Penitentes —dijo Teresa, partiendo la rama en dos-. ¿Y qué piensas que significa CRUEL?
Fue como si le dieran un golpe en la cabeza. Por algún motivo, escuchar esa palabra en ese momento, viniendo de otra persona, disparó algo adentro de su mente y se le hizo la luz. No podía creer que no hubiera hecho la conexión antes.
—Ese cartel que vi afuera en el Laberinto, ¿sabes de cuál hablo? ¿El de metal, que tenía palabras impresas? —exclamó atropelladamente. El corazón se había acelerado de la emoción.
Teresa parecía confundida, pero luego su expresión se iluminó.
—Claro. Catástrofe y Ruina Universal: Experimento Letal. CRUEL. Lo que escribí en mi brazo: CRUEL es bueno. ¿Qué querrá decir?
—Ni idea. Y es por eso que tengo un miedo mortal de que esto sea una gran tontería. Podría ser una masacre.
—Todos saben en lo que se están metiendo —lo tranquilizó, mientras se estiraba y le tomaba la mano—. No tenemos nada que perder, ¿recuerdas?
Thomas recordaba, pero las palabras de Teresa no lo calmaron, pues no había mucha esperanza en ellas.
—Nada que perder —repitió.
CAPITULO 54
Justo antes de la hora en que se solían cerrar las Puertas, Sartén preparó una última comida para que pudieran enfrentar la noche que se avecinaba. El miedo y el pesimismo se agitaban en el ambiente, mientras los Habitantes consumían los alimentos que tenían en el plato. Thomas se sentó junto a Chuck, quien jugueteaba absorto con el tenedor.
-Cuéntame algo... Thomas —dijo, con la boca llena de papa—. ¿De dónde viene mi apodo?
No pudo evitar una sonrisa. Estaban a punto de embarcarse en la que sería probablemente la tarea más peligrosa de sus vidas, y a él sólo le interesaba saber cuál era el origen de su sobrenombre.
—No sé... ¿Darwin, tal vez? El tipo de la teoría de la evolución de las especies.
—Estoy seguro de que hasta ahora nadie le dijo "tipo" a Darwin —Chuck seguía masticando y parecía pensar que ése era el mejor momento para charlar, con la boca llena y todo—. Sabes, ahora no estoy muy asustado. Digo, las últimas noches, sentado en la Finca esperando que un Penitente viniera y se llevara a uno de nosotros, eso fue lo peor que me ocurrió en toda mi existencia. En cambio ahora los vamos a enfrentar, intentaremos algo. Y, al menos...
—¿Al menos qué? —preguntó. Ni por un segundo creyó que Chuck no tuviera miedo. Casi le dolía verlo hacerse el valiente.
—Bueno, la mayoría está especulando con que solamente pueden matar a uno. Quizás yo suene como un garlopo, pero eso me da un poco de esperanza. Al menos la mayoría se salvará, sólo morirá un pobre inútil. Mejor uno que todos.
Lo volvía loco que los Habitantes se aferraran con tal desesperación a esa posibilidad. Cuánto más lo pensaba, menos creía que fuera verdad. Los Creadores conocían el plan, seguramente reprogramarían a los Penitentes. Pero hasta una falsa esperanza era mejor que nada.
—Tal vez todos nos salvemos. Si luchamos de verdad...
Chuck dejó de masticar por un momento y lo miró con atención.
—¿Piensas eso realmente o sólo estás tratando de levantarme el ánimo?
—Podemos lograrlo —insistió, luego comió el último bocado y tomó un buen trago de agua. Se sentía el peor de los mentirosos. Muchos chicos morirían, pero él haría todo lo posible para que Chuck no fuera uno de ellos. Y tampoco Teresa—. No olvides mi promesa. Puedes contar con ello.
—Difícil —repuso, arrugando la frente—. Escucho todo el tiempo que el mundo está en un estado bastante miertero.
—Hey, puede ser. Pero encontraremos gente que se preocupe por nosotros. Ya verás.
—En realidad no quiero pensar en eso —anunció Chuck, levantándose de la mesa—. Sólo sácame del Laberinto y seré el tipo más feliz de la tierra.
—Va —celebró Thomas.
Un gran alboroto que provenía de las otras mesas llamó su atención. Newt y Alby estaban reuniendo a los Habitantes, avisándoles que ya era hora de partir. A pesar de que Alby parecía estar recuperado, Thomas seguía inquieto por su salud mental y consideraba que Newt era quien estaba a cargo.
Ese miedo helado que había sentido tantas veces en los últimos días lo atacó otra vez. Ese era el momento. Había llegado la hora de escapar. Tomó su mochila, tratando de actuar y dejar de pensar. Chuck hizo lo mismo y ambos se dirigieron hacia la Puerta del Oeste, la que conducía al Acantilado.
Encontró a Minho y a Teresa conversando cerca del lado izquierdo de la Puerta, repasando rápidamente la forma de ingresar el código una vez dentro de la Fosa.
—Larchos, ¿están listos? —les preguntó Minho cuando se aproximaron—. Thomas, todo esto fue idea tuya, así que más vale que funcione. Si no, te mato yo antes de que puedan devorarte los Penitentes.
—Gracias —exclamó.
Pero no podía sacudirse la horrible sensación que le revolvía las tripas. ¿Qué pasaría si, por alguna razón, él estaba equivocado? ¿Y si los recuerdos que había tenido habían sido implantados en su mente y resultaban falsos? Este pensamiento lo aterraba y decidió sacarlo de su cabeza. Ya no había vuelta atrás.
Miró a Teresa, que se retorcía las manos nerviosamente.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí —respondió, con una sonrisa que demostraba lo contrario— Sólo quiero terminar con esto de una vez. —Amén, hermana -dijo Minho.
Thomas observó al Corredor. Le resultó envidiable su aspecto confiado y calmo, sin el menor atisbo de miedo.
Cuando Newt logró reunir a todos, pidió silencio. Se prepararon para escuchar lo que tenía para decir.
—Somos cuarenta y uno —exclamó, poniéndose la mochila al hombro y alzando un grueso palo de madera con alambre de púas en la punta, de aspecto mortífero—.Asegúrense de llevar las armas. Más allá de eso, no queda mucho por comentar, ya todos conocen el plan. Nos abriremos camino peleando hasta la Fosa de los Penitentes, Tommy ingresará su código mágico y luego nos vengaremos de los Creadores. Así de sencillo.
Thomas apenas prestó atención al discurso al notar que Alby se había alejado del grupo principal y se encontraba solo y refunfuñando. Llevaba una funda con flechas colgando del hombro y jugaba con la cuerda de su arco con la mirada fija en el suelo. Estaba cada vez más preocupado de que la inestabilidad del muchacho arruinara todo el plan y se hizo el propósito de vigilarlo de cerca.
—¿No habría que decir unas palabras de aliento, para levantar la moral? —preguntó Minho, haciendo que Thomas apartara su atención de Alby.
—Adelante —contestó Newt.
Con un gesto afirmativo, Minho enfrentó a la multitud.
—Tengan cuidado —dijo secamente—. No se mueran.
Habría soltado una carcajada si el miedo no se lo hubiera impedido.
—Genial, se ve que todos tenemos una inspiración del demonio —admitió Newt, y luego apuntó hacia el Laberinto—. Después de dos años de ser tratados como ratas, hoy vamos a resistir. Esta noche, vamos a enfrentar a los Creadores, sin importar cuánto tengamos que luchar para llegar hasta allí. Hoy los Penitentes se llevarán el susto de sus vidas.
Poco a poco fueron surgiendo vítores y aplausos que se convirtieron en gritos de guerra que atronaron el aire. Thomas sintió que la valentía comenzaba a asomar en su interior y se aferró a ella con todas sus fuerzas. Newt tenía razón: esa noche era fundamental. Iban a pelear y a oponerse a los Creadores de una vez por todas.
Ya estaba listo. Rugió junto con los demás Habitantes. Sabía que sería mejor no hacer ruido ni llamar la atención, pero no le importó. El juego había comenzado.
Newt enarboló su arma hacia el cielo y lanzó un aullido.
—¡Creadores, estén atentos! ¡Allá vamos!
Y luego de decir eso, rengueando de forma casi imperceptible, se perdió velozmente entre las sombras del Laberinto. Los Habitantes tomaron sus armas y lo siguieron, Alby incluido. Thomas cerró el grupo, junto a Teresa y Chuck, sosteniendo una gran lanza de madera con un cuchillo en la punta. La sensación de responsabilidad por sus amigos lo atacó de repente dificultándole el movimiento. Pero no se desanimó: estaba dispuesto a ganar.
Tú puedes hacerlo, pensó. Sólo tienes que llegar hasta esa Fosa.
CAPITULO 55
Thomas mantenía un ritmo constante mientras se deslizaba por los pasadizos de piedra hacia el Acantilado, junto a los otros Habitantes. Se había acostumbrado a andar por el Laberinto, pero esa vez era completamente diferente. Los ruidos de las pisadas sonaban como un eco en las paredes y las luces rojas de los escarabajos resplandecían en la enredadera, más amenazadoras que nunca. Los Creadores estaban observándolos y escuchándolos: la lucha era inevitable.
¿Asustado?, le preguntó Teresa.
No, me encantan los monstruos grasosos y metálicos. Me muero por verlos. No tenía ganas de hacer bromas ni de reírse. Pensó si alguna vez recuperaría el humor.
Qué gracioso, respondió.
Teresa se encontraba a su lado, pero él mantenía la vista clavada en el camino. Todo estará bien, sólo quédate cerca de Minho y de mí.
Ah, mi caballero andante, ¿crees que no puedo valerme por mí misma?
En realidad, pensaba exactamente lo contrario. Ella parecía tan fuerte como cualquiera. No, sólo trataba de ser amable.
El grupo ocupaba todo el ancho del pasillo mientras corría a paso firme y rápido. Se preguntó cuánto tiempo soportarían los que no eran Corredores. Como respondiendo a su pensamiento, Newt redujo la velocidad y palmeó a Minho en el hombro.
—Ahora, tú ve adelante —le escuchó decir.
Minho corrió hacia el frente y comenzó a guiar a los Habitantes a través de los senderos. Para Thomas, cada paso era una agonía. El valor que había reunido se había convertido en temor ante la aparición repentina de los Penitentes. Esperaba con nerviosismo el momento de la batalla.
Algunos Habitantes ya habían empezado a jadear, pero nadie abandonó. Continuaron el camino, aún sin señales de las criaturas. Con el paso del tiempo, Thomas alentó la esperanza de que quizás llegaran antes de ser atacados.
Finalmente, después de la hora más eterna de sus vidas, arribaron al largo callejón que conducía al último recodo previo al Acantilado: un corto pasadizo hacia la derecha que se abría como la línea vertical de la letra T.
Con el corazón latiendo a toda prisa y la piel cubierta de sudor, Thomas se había colocado detrás de Minho, con Teresa a su lado. El Encargado disminuyó la marcha antes del recodo y se detuvo con la mano en alto para avisar a los demás que hicieran lo mismo. Luego se volteó con una expresión de terror.
—¿Escuchaste eso? —murmuró.
Thomas sacudió la cabeza, tratando de no dejarse influir por la cara de su compañero.
Minho avanzó con sigilo y espió por el borde de piedra hacia el Acantilado. Él ya lo había visto hacer eso aquella vez en que habían seguido a un Penitente hasta ese mismo lugar. Igual que antes, Minho dio un salto y se quedó mirándolo.
—Aayyy —dijo, como en un lamento—. No puede ser.
En ese momento, Thomas escuchó los ruidos cié las criaturas. Era como si hubieran estado escondidas, aguardando por ellos, y ahora volvieran a la vida. Ni siquiera tenía que mirar: ya sabía lo que Minho iba a anunciar antes de que abriera la boca.
—Hay por lo menos doce. Quizás quince —se frotó los ojos con las palmas de las manos—. ¡Están esperándonos!
Un frío helado recorrió su espalda. Estaba por decirle algo a Teresa, pero cuando vio la palidez de su rostro, se detuvo: era la encarnación del terror.
Newt y Alby se acercaron. Por lo visto, la declaración de Minho ya se había propagado entre la tropa.
—Bueno, sabíamos que tendríamos que pelear —dijo Newt, tratando de pronunciar la frase oportuna, pero el temblor de su voz lo delató.
Thomas sentía lo mismo. Había sido fácil hablar de que no había nada que perder, de la posibilidad tan deseada de escapar y de la esperanza de que sólo se llevaran a uno de ellos. Pero ahora ya estaban allí, literalmente a la vuelta de la esquina. Las dudas comenzaron a infiltrarse en su mente y en su corazón. Se preguntó por qué los Penitentes estarían aguardando. Era obvio que los escarabajos les habían avisado que los Habitantes se acercaban. ¿Acaso los Creadores estaban disfrutando de la situación?
Se le ocurrió una idea.
—Es posible que ya se hayan llevado a un chico del Área. Tal vez podemos pasarlos de largo. Si no, ¿por qué seguirían...?
Un fuerte ruido a sus espaldas lo interrumpió. Al girar, distinguió a un grupo de Penitentes que venía hacia ellos desde el Área desplegando las púas y los brazos de metal. Estaba por hablar cuando escuchó un estruendo desde el otro extremo del largo pasadizo: más criaturas.
El enemigo los tenía bloqueados desde todos los flancos.
Los Habitantes avanzaron en tropel hacia Thomas, obligándolo a adelantarse hacia la intersección, donde el pasillo del Acantilado chocaba contra el largo callejón. Contempló a la manada de Penitentes que estaba ubicada entre ellos y el precipicio, con las púas extendidas y la piel húmeda latiendo con fuerza. Las bestias observaban con atención. Los otros dos grupos de criaturas encerraron poco a poco a los chicos y se detuvieron a unos cuatro metros. También se quedaron expectantes.
Thomas giró lentamente mientras combatía el miedo y los abarcó a todos con la mirada. Estaban rodeados. No tenían opción: no había dónde ir. Sintió un dolor punzante detrás de los ojos.
Los Habitantes formaron un equipo compacto a su alrededor, mirando hacia fuera, apiñados en el centro de la intersección en forma de T. Él estaba apretujado entre Newt y Teresa. Podía sentir el temblor del cuerpo de Newt. Nadie hablaba. Los únicos sonidos eran los gemidos espeluznantes y los chirridos de la maquinaria de los Penitentes, reunidos allí como si estuvieran disfrutando de la trampa que les habían tendido a los humanos. Sus cuerpos asquerosos respiraban agitadamente con un jadeo mecánico.
¿Qué están haciendo?, preguntó Thomas a Teresa. ¿Qué están esperando?
No contestó. Entonces estiró su mano y apretó la de ella. Los Habitantes que se encontraban junto a él se mantenían en silencio, aferrando sus armas precarias.
Echó una mirada a Newt.
-¿Se te ocurre algo?
—No —respondió él, con un ligero temblor en la voz—. No entiendo qué diablos están haciendo. —No debimos haber venido —intervino Alby.
Había estado tan callado que su voz sonó rara, especialmente con el eco apagado que creaban las paredes del Laberinto.
Thomas no estaba como para quejas. Había que hacer algo.
—Bueno, no estaríamos mejor en la Finca. Detesto decirlo, pero es más conveniente que muera uno solo a que nos eliminen a todos.
Esperaba que eso de "una persona por noche" fuera cierto. La visión de la manada de Penitentes cerrándose sobre ellos le cayó como una explosión de realidad: ¿podrían vencerlos a todos?
Pasó un largo rato hasta que Alby respondió.
—Quizás yo debería...
Fue bajando la voz mientras comenzaba a caminar despacio, en estado de trance, en dirección al Acantilado. Thomas lo observó con horror e incredulidad.
—¿Alby? —dijo Newt—. ¡Vuelve acá!
En vez de responder, se lanzó a correr directamente hacia los Penitentes que se encontraban entre él y el barranco. -¡Alby! -aulló Newt.
Thomas abrió la boca pero Alby ya se enfilaba hacia los monstruos y saltaba sobre uno de ellos. Newt estaba por correr hacia él cuando cinco o seis criaturas cobraron vida y atacaron al chico en una nebulosa de metal y piel. Thomas se adelantó y sujetó a Newt de los brazos antes de que pudiera ir más lejos, y lo empujó hacia atrás.
—¡Suéltame! —gritó Newt, luchando por liberarse.
—¡¿Estás loco?! —exclamó Thomas—. ¡No puedes hacer nada!
Dos Penitentes más se separaron del grupo y se abalanzaron sobre Alby. Treparon uno arriba del otro y comenzaron a atacarlo con sus púas y garras ensañándose de tal forma que parecía que se estaban regodeando en su siniestra crueldad. Por algún motivo inexplicable, Alby no gritó. Thomas perdió de vista el cuerpo mientras peleaba con Newt, dando gracias en su interior por la distracción. Newt finalmente se rindió, desplomándose en señal de derrota.
Thomas hizo grandes esfuerzos para no vomitar y pensó que Alby había enloquecido por completo. Había tenido tanto miedo de regresar a aquel lugar, que prefirió inmolarse para evitarlo. Esa vez, se había ido para siempre.
Newt seguía mirando hacia el lugar por donde había desaparecido su amigo, mientras Thomas lo ayudaba a recuperar el equilibrio. —No puedo creerlo —suspiró-. ¿Por qué lo hizo?
Thomas movió la cabeza, incapaz de responder. Al ver a Alby morir de esa manera, lo invadió una nueva clase de dolor, que no era físico, pero sí desagradable e inquietante. No sabía si eso estaba relacionado con Alby, porque, en realidad, el chico nunca le había agradado del todo. Pero pensar que lo que acababa de ver podría sucederle a Chuck o a Teresa...
Minho se acercó a ellos y presionó el hombro de Newt.
—No podemos desaprovechar lo que hizo —comentó, y luego se dirigió a Thomas—. Si es necesario, lucharemos contra esas bestias y abriremos un camino hacia el Acantilado para Teresa y para ti. Entra a la Fosa y haz lo tuyo mientras nosotros los mantenemos alejados hasta que nos hagas una señal para que te sigamos.
Thomas contempló a los tres grupos de Penitentes —ninguno había intentado aún acercarse a los Habitantes— y asintió.
—Con suerte, quedarán inactivos durante un rato. Se supone que no necesitaremos mucho más de un minuto para ingresar el código.
—¿Cómo pueden ser tan desalmados? —preguntó Newt, sorprendiendo a Thomas por el desagrado que mostraba en su voz.
—¿Qué quieres, Newt? —exclamó Minho-. ¿Que hagamos un funeral?
No contestó. Continuó mirando hacia el sitio donde se suponía que los Penitentes estaban realizando su festín. Thomas no pudo impedir echar una ojeada: divisó una mancha roja brillante en el cuerpo de una de las criaturas. Se le revolvió el estómago y desvió la mirada.
Minho continuó hablando.
-Alby no quería regresar a su antigua vida. El maldito se sacrificó por nosotros. Tiene que existir algún motivo por el cual no nos ataquen, quizás funcionó. Si desperdiciáramos esta oportunidad, entonces sí seríamos despiadados.
Newt cerró los ojos y no contestó.
Minho enfrentó a los Habitantes, que esperaban amontonados unos contra otros.
-¡Presten atención! Nuestra prioridad es proteger a Thomas y a Teresa para que consigan llegar al Acantilado y a la Fosa...
Su voz fue interrumpida bruscamente por el sonido de los Penitentes que volvían a la vida. Thomas levantó la vista aterrorizado: las criaturas, alineadas a ambos lados del grupo, parecían haber notado nuevamente su presencia, proyectando sus púas por encima de la piel gelatinosa y retorciendo sus cuerpos. Luego, al unísono, avanzaron lentamente, desplegando
sus armas y dispuestos a matar. Agrupados en una formación compacta, los Penitentes cargaron hacia ellos con paso seguro.
El sacrificio de Alby había sido un fracaso rotundo.